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El aerosol del neoliberalismo: "80 días" de Jaime Pinos
Editorial Alquimia, 2014.
Poesía, Colección Inventario de Especies, 63 páginas
Por Nicolás Meneses
http://www.colera.cl/
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En la novela Ubik de Philip K Dick, cada capítulo comienza con el acoso de la publicidad del aerosol milagroso: Ubik. Este producto, además de prometer milagros como aliviar cualquier malestar físico, tiene la inexplicable capacidad de conservar el paisaje urbano y tecnológico de la época avanzada en que se ambienta el libro, cuya cronología cae estrepitosamente en un retorno fugitivo a las etapas iniciales del auge industrial de Estados Unidos.
80 días de Jaime Pinos arranca bajo la cartografía sentimental de un “Transeúnte” que recorre durante julio y septiembre de 2004 la ciudad de Santiago de Chile. El mapa abarca sectores de Plaza Italia, Río Mapocho, Avenida Matta y Estación Central. La caminata o recorrido que traza el libro, medido con el cronómetro de 80 días de Verne, sucede con el mismo vértigo que pautea la novela del norteamericano: “Solo rápidos vistazos en la constante sucesión de imágenes en fuga” (pág. 7). En donde la publicidad, las luces, la saturación, el ruido y la metamorfosis arquitectónica dan paso a un “pueblo fantasma, ahogado en el río del olvido, donde todo cambia sin permanecer” (pág. 11). Desde ahí, cada poema en prosa vierte un poco del flujo sanguíneo que corre en la ciudad.
La pérdida de la memoria y la vida colectiva, depositada en las huellas efímeras de una ciudad asolada por el consumo, tiene como síntoma más nocivo el enclaustramiento y la paranoia de la población. Gente atrapada entre “Deslumbre de televisión proyectándose desde la opacidad de los agujeros en cuyo interior vive la vida, sufre la vida” (pág. 12). Ventanas semidescorridas donde niños y adolescentes juegan juegos de vídeo, mientras las luces estrelladas del cielo se arrancan a otro hemisferio, ahuyentadas por el humo, cuyo escenario, ahogado en el smog y el mar de luces, balizas, sirenas y focos halógenos imponen el pánico. El libro en esta parte es bien directo, no acude a ninguna figuración ni retórica, opta por apuntar con el dedo, raspar la herida, las grietas, no dejar cómodo al lector.
“Aquí, domina la imaginación del poder. Fantasma insaciable del consumo, paraíso artificial de la modernidad” (pág. 54). Y es que 80 días al ser un libro sobre la ciudad, tiene el arrastre ambivalente de la utopía, de su supuesta perfección y bienestar. Al igual que el aerosol Ubik, estamos ante el espejismo de una versión de la felicidad lustrada y aromatizada, pero que queda nula al notar el contraste archimanido de la segregación brutal que ahí acaece, porque Santiago, como pequeña miniatura de Chile, es el mejor ejemplo de la desigualdad social, la autodestrucción de la memoria, la cosificación del ser humano: “Difícil imaginar una ciudad ideal en este lugar sin horizonte” (pág. 54).
Hay una constante en la obra de Jaime Pinos que es su diálogo permanente con las imágenes, la fotografía y la ilustración; se da en Los bigotes de Mustafá (La Calabaza del Diablo, 1997), Criminal (La Calabaza del Diablo, 2003), Almanaque (Lanzallamas, 2010) y ahora en 80 días, donde al trabajo de escritura se le suman fotografías de Alexis Díaz, cuyo correlato parece perseguir a los poemas, montar una especie de seguimiento detectivesco a los textos. El libro sobresale por su diseño compacto impreso en cartón kraft y en señalar solo el título, gesto que intenta destacar más a la obra que al autor o autores; además, la versión virtual del libro (http://www.80dias.cl/) es visita obligada, la cual replica el mismo contenido que el libro y a su paisaje visual se le añade una escenografía sonora, un telón de jazz compuesto por Carlos Silva: “Una arquitectura que adquiere vida propia, aislada del texto, por la solidez de la construcción, la solución inesperada, la variación como espiral” (pág. 63).
80 días es un viaje motivado por el azar insospechado de una ciudad pesada, hostil, rapiña: “La suma total de los itinerarios y sus relaciones mutuas por distancia o por intersección” (pág. 49). Con un registro más templado que en sus libros anteriores, impersonalizado y conciso, Pinos logra un fluido diaporama sujeto a su propia cartografía de Santiago. Y ante la extensión de la ciudad, del globo, queda la pregunta del epígrafe: “Y en verdad, ¿no se daría por menos que eso lo vuelta al mundo?” (pág. 3).