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        FORMAS DE VIDA
          Presentación de Territorios Invisibles de Felipe Mondaca  Mijic, Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2016.
        Por Jorge Polanco Salinas
          Publicado en www.eldesconcierto.cl Sección: Cultura y Calle. 23-09-2016
        
        
        
          
        
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          “Hace algunos años, varios  científicos demarcaron un pequeño sector del suelo
 
            de un bosque en el oeste de  los EEUU y le quitaron la capa superior de tierra (…)
 
            Luego hicieron un  inventario de invertebrados. En total, contaron 150 seres vivientes
 
            por cada  decímetro cuadrado”. 
            Peter Farb, citado en Territorios Invisibles
            
          Hay una  imagen de Imre Kertész que recuerdo a menudo: en pleno campo de concentración,  un hombre visiblemente afectado por la reducción de las energías vitales,  comparte su alimento con otro. De ahí proviene el término “compañero”, aquel  que comparte el pan. Habitualmente sentimos que el neoliberalismo en Chile es  infranqueable. Conforma modos de habitar el mundo demasiado instalados y  acendrados en el hábito. Asociada a esta manera mercantil de comprensión de la  vida por el capitalismo avanzado, se suma la extorsión de la violencia vuelta  espectáculo. Frente a esta cotidianidad, sin embargo, es posible hallar otra.  Al cuestionamiento que se puede derivar de Freud en El Malestar en la Cultura a la noción de amistad que crea las  “bandas” rivales y en último término la xenofobia, también existe otra manera  de entender este vínculo afectuoso, la amistad que surge en la gratuidad de las relaciones humanas y de  la escritura poética. Es el antagonismo que Mallarmé preservó en el carácter  gratuito de la poesía pura respecto de la reducción de la vida a fuerza de  trabajo y sus transacciones.
          Cuando conocí a Felipe Moncada, el año 2001 en una  premiación de poesía, me regaló de inmediato el primer número de la revista La piedra de la locura.  Posteriormente,  nos seguimos viendo en los míticos encuentros de poesía en San Felipe y también  en las invitaciones a escribir en la revista. Obviamente desde el primer  momento nos hicimos amigos. En el intertanto viajamos a Buenos Aires a  presentar un número de la revista y armamos una lectura en Putaendo. Vi cómo  junto a Rodrigo Arroyo montaron la Editorial Inubicalistas, y cómo Felipe fue  publicando con el tiempo sus libros. Podría contar muchas otras historias, pero  lo que más me llamó la atención de Felipe es la perseverancia por la  publicación. A todos los lugares a los que fue articuló a través de la poesía  maneras de aproximarse entre los autores y, principalmente, entre las formas de vida que expresan. De ahí que  resalte esa necesidad y constancia de Felipe por la edición. ¿Qué significa  diseñar una revista o escribir un libro? ¿Cuál es la intención no solo de escribir  sino sobre todo publicar? Estas preguntas que, en principio, parecen ramplonas,  tienen una vigencia actual cuando pensamos que los soportes digitales son más  leídos que las publicaciones en papel. Incluso en términos de “obra”, los  libros todavía mantienen un carácter orgánico y sistemático, en el sentido de  que presentan un principio y un final, a pesar de que existan escritores que  los hayan puesto en cuestión dentro del mismo objeto. Sin embargo, no es bajo  esta perspectiva que interrogo el quehacer de Felipe, sino por una cuestión  previa que siempre he reconocido en él: su infinita curiosidad. ¿Por qué  plasmar en publicaciones estas búsquedas? Creo que la respuesta la otorga Territorios Invisibles.
           La persistencia por testimoniar los diversos registros  poéticos en las provincias de Chile, usualmente pasadas por alto ante una  pretendida noción de progreso y una compulsión por acuñar la escritura correcta  y, junto con ello, implícitamente la noción de existencia que se debe  privilegiar (en la actualidad, proveniente de la literatura norteamericana),  tiene relación en Felipe con una poética. Vale decir, la poesía comprendida  como una forma de vida. Felipe  insiste en delinear una mirada sobre el territorio que resulta un llamado de  atención. “Territorio” es definido aquí lejos de una comprensión “patriótica” o  “esencialista” de los espacios culturales visitados, sino como un trabajo  “vinculado a sus paisajes, sus modos de subsistir y de hablar”. Esta definición  implica pensar el adjetivo “invisible” de otra manera; si observamos al revés,  los territorios invisibles son los más amplios en Chile, considerando además a  Santiago como una provincia. En una nota al pie que me parece fundamental como  poética del libro, la reflexión acerca de la manera de comprender “lo que ve” y  “cómo lo hace ver” el poeta (parafraseándolo), se resaltan las formas de vida  que existen en una cucharada de tierra. En un pequeño pedazo de bosque perviven  una cantidad enorme de seres, similar a las formas poéticas que exhiben formas de vida en los diferentes  territorios de Chile. El panorama es más amplio y sobre todo más interesante  que una lista de nombres que configure algo así como la “literatura actual”. A  diferencia de la actitud de Bolaño, que pone en perspectiva el tiempo a largo  plazo de la literatura y, por lo tanto, los escasos nombres que serán  recordados en la posterioridad; Felipe lleva a cabo el ejercicio contrario,  bucea en lo no-visto, en aquellas miradas microscópicas, dejadas de lado por  los medios usuales de comunicación. No dirige su observación a la lista del  museo de la historia, sino cómo esa historia necesita re-escribirse. Lleva a  cabo un ejercicio que evidencie las formas de vida que la literatura muestra en  cada provincia que visita, tensionando los discursos ya previamente  establecidos sobre el significado del término “provincia”; opuesto a lo que se  piensa desde espacios de poder canónicos, la escritura poética de los lares  pone en cuestión el lugar desde dónde se escribe, y las transformaciones  económicas y sociales surgidas a partir del capitalismo. En estricto rigor, en  una mirada a largo plazo, los nombres propios tampoco importan, sino las formas  de vida que permiten darle existencia y voz a un sujeto o comunidad. 
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           Felipe Moncada podría haber sido un explorador del siglo  diecinueve: muchas veces lo he imaginado acompañando a Darwin en sus  expediciones. Digo esto porque busca en la escritura modos directos de ver, lo experimentable fuera de las pantallas,  inclusive de las lecturas. Aquí se percibe su formación científica y, por  supuesto, poética. En esta medida los libros se presentan en su trabajo como  experiencias y no como reproducción de lo sabido. Recuerdo una vez que Felipe,  terminado el encuentro poético  Pero en  Talca, quiso que fuéramos a recorrer la montaña. Le pregunté cuál, y apuntó  con el índice: “esa”. Era una cima enorme que no calzaba con su dedo. Al final  fue por una semana solo. Esta búsqueda  directa por la exploración condice con sus indagaciones poéticas. Los territorios  invisibles son más bien los espacios ignorados. Sin embargo, es un  desconocimiento que significa a su vez una forma de vida y resistencia. A  diferencia de lo que podría pensarse, ciertas tradiciones implican una oposición a los intereses colonizadores  del progreso, incluso en términos de materia. Territorios Invisibles aborda poetas  que trabajan con los materiales –y no  solo con palabras-; oficios como la alfarería, la carpintería, la herrería,  entre otros, que implican un acompañamiento de las manos en la duración del  proceso de creación (en contraste con la producción en serie). Esta diferencia  entre el teclear y el construir, indica una concepción del tiempo y del espacio  en los poetas abordados, opuesta a la velocidad exigida por la transacción.  Podría llevarse a cabo una mirada conservadora de este rescate del “lenguaje de  la materia”; sin embargo, el libro aclara que se trata de una persistencia  política, con sus claves y su tradición de birlar a los dominadores. Tradición  que por supuesto también implica posiciones de poder y enajenación; aunque es  necesario hacer notar que siempre donde se ejerce un dominio, existe una  respuesta. Es lo que Felipe trabaja a partir de un poema de Pablo Araya como el legado de la rabia. Por lo tanto no  es un mero rescatar el patrimonio cultural de los oficios, sino de indagar en  el paso de una generación a otra los modos precisos de soberanía. ¿No es,  acaso, lo que percibe el escritor o artista cuando trabaja solo con su obra, es  decir, cuando alcanza ese breve momento de emancipación frente a un mundo  reificado?
           En el Prólogo a la  Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx afirmaba que las  formas ideológicas que constituyen a los sujetos no son determinaciones  estáticas. Los hombres adquieren conciencia del conflicto social a través de la  ideología, luchando por resolverlo[1].  Cada época tiene sus objetivos y tareas de emancipación, y, podríamos agregar a  propósito de este libro, crea sus medios y territorios puestos en disputa. Los  hombres, ubicados donde estén, mientras tengan cierta lucidez, indagarán formas  incluso en términos testimoniales de no someterse a los dictámenes opresivos  que dominan la época. Pasando por una selección de poetas mapuche, del valle  del Aconcagua, del Maule, los extremos geográficos y los lares, los que abordan  el bosque en el sur de Chile, la metapoesía y las sátiras; los poetas que el  libro visita son muchos y diversos entre sí, pero cuya idea de trabajo  principal consiste en “dar cuenta del tejido social –y sus costuras- que  sostiene a los poetas, el lenguaje y finalmente a la realidad que trasuntan”.  Todos los escritores aludidos muestran un mundo, una subsistencia pululante  entre pertenencia, desarraigo y violencia, que recorre la historia de Chile. Si  bien estas formas de vida podrían leerse desde un punto de vista etnográfico  (si tuviéramos investigadores ávidos), Felipe como poeta las aborda en términos  expresivos, como si la poesía fuera un micromundo que revela otro, y así hasta  construir un aleph con diversos  satélites. La soberanía –palabra clave en el libro, aunque aparezca solo en  pasajes puntuales- vinculada sutilmente en sus textos con  el afán de autonomía, se juega aquí en la manifestación de una visión de mundo,  en modos de existencia que el poeta ilumina con su escritura, resquebrajando  las ataduras que, en un país profundamente estratificado como Chile, quisieran  mantenerse sin derecho a testimonio. Y lo peor es que este silenciamiento  ocurre también entre los supuestos críticos literarios y algunos poetas, que  piensan en términos de adecuación a un supuesto canon y lista de nombres o, de  manera más patética, por el número de “me gusta” en las redes sociales.
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           Un aspecto que me parece ambiguo en el libro en la medida  en que corresponde a un dilema de nuestra época, es la forma de comprender las  ciudades. Más allá de las maneras en que opera el capitalismo en las grandes  urbes, éstas permiten una paradójica libertad que se debe a la combinación  entre la soledad del individuo y las masas, que depositan en las luchas  sociales su confianza en la emancipación. Como observó Simmel a principios del  siglo veinte, las ciudades cuestionan los vínculos de dominación, naturalizados  en las sociedades pequeñas, y al mismo tiempo generan soledad. El anonimato de  las grandes ciudades reporta un carácter impreciso: una paradójica libertad y  enclaustramiento. Por lo tanto, tal como muestran los ensayos del libro, no se  trata de fabricar un estereotipo de la vida en provincia, oponiéndose con esto  a los prejuicios creados acerca de lo que significa cierta mirada turística o  patrimonial, sino de resaltar los conflictos que transitan términos como  “terruño”, “provincia”, “pueblo”, “ciudad”, etc. que los mismos poetas  reflexionan en sus textos. Esta es, quizás, en el fondo la ambigüedad, entre la  búsqueda de un territorio que todavía contiene una belleza que puede  aquilatarse y vivirse, y la pugna de un territorio ocupado por el capitalismo y  el sometimiento de las diversas formas de vida (humanas y naturales). Entre Silvestre y Salones –para decirlo con los títulos de los libros de Felipe-,  entre el cardo que aún puede sentirse en la piel cuando vuela por los aires, y  la ironía contra los medios de comunicaciones y las relaciones humanas que tornan  insoportable la vida, donde la naturaleza no escapa a ello. Este es el campo de  batalla que recorre nuestra época y que de soslayo el libro pone en  escena.  
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           Antes de terminar, quiero consignar dos aspectos que me  parecen importantes. El primero está explícito en Territorios Invisibles, y el segundo consiste en algo así como una  intuición o, si se prefiere, una sospecha. El primero refiere al método  propuesto como trabajo. Contrario a la demanda de actualidad exigida por el  ámbito académico, que implica estar supuestamente al día y dominar referentes  sancionados como ineludibles, Felipe aclara desde el comienzo la necesidad de  situar el pensamiento bajo nuestras condiciones. En la introducción, después de  señalar las motivaciones emocionales de su escritura, afirma que “no se puede  encontrar gran originalidad en los referentes utilizados, esos bastones que  empleamos quienes escribimos dialogando con otras voces; la mayoría de las  citas son de autores que ya han caído al cajón de los saldos en las ferias  provincianas, no hay gran actualidad, rara vez aparece un autor recién  traducido o por traducir, y es que se impone la convicción de que no es  fundamental la inmediatez global para pensar el entorno, ni para validar una  mirada”. Esta lúcida oposición de Felipe a la instantaneidad, estriba en un  cuestionamiento a la manera de leer que oblitera el pensamiento. Por supuesto  que nadie cuestiona la relevancia de emprender una lectura, siempre  y cuando se tenga una mirada, un problema o  un tema que urja a pensar y, por  ende, a escribir. La relectura es un ejercicio necesario ante la información  acumulada; implícitamente en su revaloración macera lo que se ofrece como novedoso. Pero no todos los libros  resisten este retorno. Recuerdo a un profesor que recomendaba releer todos los  años un texto significativo, extrayendo de él interpretaciones y giros  distintos. Para que aquello ocurra, la densidad del texto debe ser tal que  permita establecer un diálogo inacabado e infinito; un acontecimiento inusitado  generado en cada mirada. Si se comprende así, el gesto de la interpretación no  puede adecuarse fácilmente al consumo. Cuando Felipe alude a los saldos, indica  implícitamente que aquellos libros, supuestamente anacrónicos, pueden volverse  intempestivos. De esta manera el presente adquiere la fuerza de lo inactual,  donde la re-flexión da un paso atrás para tomar perspectiva, sopesando la  fugacidad del consumo. 
           Por último, me gustaría referirme a un aspecto que me  interesa especialmente en estos años, y que Territorios  Invisibles barrunta de manera sutil. Aunque quizás cueste expresarlo, la  pregunta que podría hacer a la noción de territorio es por el surgimiento de la  escritura poética. ¿Es posible pensar el poema antes del poema? Trataré de  explicarlo mejor. En una conversación con el poeta Patricio Serey, éste hablaba  de la metáfora genética; es decir, aquello que sobrepasa la subjetividad y cuya  oscura procedencia obliga a hacernos cargo de la herencia y, por ende, del  legado. Esta metáfora la conjugo con otra parecida: el eterno retorno y, más  aún, el retorno de lo reprimido. En el mismo texto aludido al comienzo de la  actual presentación, Freud arriesga una hipótesis respecto de esta procedencia  ancestral: “en su origen, la escritura era el lenguaje del ausente, y la casa  de habitación el sustituto del cuerpo materno, nostalgia que probablemente  persiste siempre, considerándosele el sitio en que se está seguro y bien”. El  poema no es la simple cristalización de algo completamente controlado. Hay un  susurro que se escapa, como el vicio de la respiración que Canetti observaba en  Hermann Broch. La respiración confundida con el grito es el signo apabullante  del nacimiento, marca de inmediato -como la escritura poética- un ritmo. De ahí  que llame la atención cómo Felipe delinea el territorio poético: esos modos de  subsistencia, de hablar y hacer suya  las formas de vida. Creo que las expediciones de Felipe tienen que ver con eso:  una experiencia poética en el límite de la escritura. Naturaleza, costumbres,  ritmos, convivencia con la materia, modos de hablar y existir constituyen el  retorno de una respiración que a cada momento quiere hacerse diáfana y generar  un aliento; una forma de vida que proyecte los sueños libertarios del pasado  hacia el futuro, en esos territorios que están a la vista aunque no los veamos;  es decir, lo que en otros tiempos se llamó utopía o terra incognita.
           
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           [1] Véase esta lectura de Cecilia Cortés en “’La luz vino a pesar de los puñales’.  Política y conflicto en el Canto General de Pablo Neruda”. Incluido en Tensiones del pensar. Materiales para un  diálogo entre la filosofía y la poesía en Chile. Cenaltes: Viña del Mar,  2016. Libre descarga en: http://www.cenaltesediciones.cl/index.php/ediciones/catalog/book/20