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Jorge Polanco: “Las palabras callan”

Por
Ramiro Villarroel
Publicado en https://www.directa.cl/ septiembre 3, 2020





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En esta ocasión conversamos con el poeta y filósofo Jorge Polanco Salinas (Valparaíso, 1977) quien posee una obra poética y analítica de fresca luminosidad, quien reedita su libro “Las palabras callan” y que tuvimos la oportunidad de entrevistar y conversar sobre esta nueva edición, sobre la influencia del territorio vivido en la escritura de este autor y sobre el mundo literario y especialmente editorial en el marco de esta crisis social, sanitaria e intercultural. Polanco Salinas actualmente se desempeña como profesor de filosofía en la Universidad Austral de Chile y escribe regularmente en diversos medios y revistas, como la prestigiosa revistasantiago.cl. Autor de los libros de poesía Las palabras callan (Altazor Ediciones, Viña del Mar, 2005), Sala de espera (Alquimia Ediciones, Santiago, 2011), Cortes de escena (Ediciones IF, 2019) y varios libros de ensayos, entre los que se pueden mencionar La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn (Ril editores y Universidad de Valparaíso, Santiago, 2004), las plaquetas de prosa poética Cortometrajes (Editorial Fuga, Santiago, 2008), Umbrales de luz (Zorre Poesía, Buenos Aires, 2006), y en verso: Ferrocarril Belgrano (Ediciones Inubicalistas, Valparaiso, 2010).




Según el editor de esta segunda edición de “Las palabras callan”, Andrés Urzúa de la Sotta, este menciona que este libro dialoga con una larga tradición poética que desconfía de la capacidad de la representación de la palabra. ¿A quiénes podemos mencionar en esta tradición de escépticos en torno a la palabra?
Antes de responder a lo que dice Andrés, a sus observaciones, las que me parecen relevantes porque, además de la edición, Andrés hizo un estudio sobre la crisis del lenguaje y el silencio en la poesía chilena, quisiera decir que este libro más que una propuesta es un síntoma que se fue internando en la escritura; “Las palabras callan” da cuenta de un silencio que se da en el cuerpo de la página y que, de hecho, se puede leer como un solo poema; esa es la mirada que quise darle en su momento, aunque las lecturas sobrepasan necesariamente las intenciones. La primera edición es del 2005 por editorial Altazor. El libro tiene una continuidad en el itinerario de las hojas, donde la extensión de la página misma es el poema: van apareciendo estos enunciados, estas frases, que van dando cuenta de una experiencia digamos de tropezones, de quiebres, de rupturas, de enmudecimiento, quizás porque hay muchos discursos dando vueltas a cada rato (aunque, claro, también se puede hacer poesía con discursos, como una forma de mostrar sus pretensiones o igualmente se pueden asimilar como cortezas que atraviesan las múltiples capas de la sensibilidad). Entonces lo que el poema intenta hacer aquí es interrumpir esos discursos, a menudo fosilizados, generar elipsis, dar cuenta de una cierta precariedad, de cierta vacilación; tomando en cuenta eso, podría observar que el mismo libro presenta algunas indicaciones: tiene epígrafes de Alejandra Pizarnik, Enrique Lihn y Paul Celan; es decir, el recorrido por una experiencia ligada a esta forma de la carencia que se va desarticulando y a la vez germinando en hebras de lenguaje, relacionadas con el silencio. Es una experiencia larga, creo, como dice Andrés, pero que siempre se va renovando, repitiendo, retornando. Una especie de pulsión en la relación fisurada entre nombre y mundo. De ahí uno puede pensar también el vínculo con la poesía que apunta al balbuceo o a la visualidad; César Vallejo, Rodrigo Lira o Juan luis Martinez, por ejemplo, como dijo Elvira Hernández -por lo que recuerdo- en la presentación de la primera edición. En algunos momentos, también puede vincularse con la poesía de Ximena Rivera, Elvira Hernández y Olga Orozco, sobre todo ese hermoso poema “Con esta boca, en este mundo”; o, en términos más actuales, con la poesía de Rodrigo Arroyo y Natalí Aranda. Bueno, creo que ahí se recoge un mapa, que es mucho más extenso; quizás a esto alude Andrés, es decir, a estos cismas que se dan en las diferentes experiencias del poema.

Lo que nosotros podemos observar de tu libro es que hay aspectos, que son muy destacables en complemento a lo literario y que tiene que ver con el silencio, la poesía visual y el libro objeto. Entonces lo que te quisiera preguntar para ahondar más en el complejo de tu libro que nos entregas con “Las palabras callan” es si acaso puedes hacer mención de estos tres conceptos que están presentes en tu libro que son, justamente: el silencio, la poesía visual y el libro objeto.
Esta relación que propones sobre el silencio, poesía visual y el libro objeto es sugerente, sobre todo pensando en que creo que hay un punto de intersección, armado en hebras y fisuras, entre estos elementos que parecen lejanos. Uno a veces cree que están divididos, pero en realidad corresponden a un mismo espacio poético. Elvira Hernández no solo presentó la primera edición, sino que también acompañó la última etapa de corrección (fue la primera poeta que conocí y con quien he mantenido una amistad entrañable. Incluso la contraportada de la primera edición de “Las palabras callan” estaba hecha de una carta que le había enviado), y aunque suene paradójico, quizás los vínculos en esta segunda edición con la poesía visual o más bien la reflexión sobre los soportes, aparecen patentes gracias al formato; de hecho, creo que “Las palabras callan” más que un libro objeto es un libro silencio.

Esta segunda edición da cuenta de la fractura que presenta el lenguaje y la experiencia a través de la misma forma en que está diagramado. Uno tiene que mirar las páginas a trasluz y el poema se convierte así en una especie de bruma; a su vez, el trabajo de la portada está hecho con un cuño seco, hundiendo las letras en la supuesta puerta del libro; así, el poema va mostrando su difuminación. La misma edición da cuenta de una poética: la mudez no es un objeto fuera del libro, sino que está in-corporada en él. Esto lo hablamos con Andres. Tuvimos una larga conversación; años atrás lo íbamos a publicar por otra editorial, pero al final terminó apareciendo por Provincianos. Dicho sea de paso, me encanta que vuelva a publicarse en una editorial con este nombre.

Las palabras callan” busca mostrar esta experiencia de la fractura que, al mismo tiempo, crea una ampliación; o sea, el poema se abre no solo a las palabras sino también a la página, y eso es lo que me interesa hoy pensar; porque en el último tiempo, en mi caso que me gusta mucho dibujar, he ido agregando a la escritura imágenes visuales. Mirada retrospectivamente, aquella experiencia con la espesura del silencio, en el momento de gestación de “Las palabras callan, conforma también una expansión. Uno tiende a pensar todo dicotómicamente, pero en efecto lo que va sucediendo es que las cosas están entramadas en una constelación de tensiones. Por ejemplo, la relación entre memoria e imaginación o la relación entre silencio y visualidad o la relación entre el callar y el gesto de pronunciar las palabras; todos estos claroscuros se confabulan y crean tejidos muy finos que cubren el trabajo poético. Actualmente, mi experiencia del poema es tan fuerte como la de dibujar o la de escribir una crónica; me ha sucedido que estas temporalidades las siento con la misma intensidad. Diría incluso que todas conforman un poema. No hablo de laPoesía -con mayúscula- porque me parece ya una homogeneización, sino que me refiero a esa experiencia precaria o leve que crea formas mínimas de utopía.

Esta experiencia inmanente del tiempo, que se va generando en el poema cuando uno dibuja, cuando vivencia el color o cuando lo inesperado asoma en la deriva de una crónica, se va conjugando en una temporalidad que se abre o, mejor dicho, en tiempos y espacios que empiezan a convivir secretamente en una apertura. Puede sonar contradictorio lo que estoy diciendo, pero esas grietas son a su vez expansiones; por eso la relación entre silencio, poesía visual y libro dan cuenta de una poética vinculada a esa singularidad, a esa experiencia que nos otorga el trazo. A mí me gusta mucho lo que hace Henri Michaux con sus trabajos llamados justamente “captar” o “mediante trazos”. Textos vinculados a ciertas grafías, a germinaciones de formas gráficas, a principios de bosquejo de un dibujo. Entonces ese fenómeno de dibujar y escribir está tan unido, es tan fuerte que uno puede pasar tiempo o tiempos en eso sin darse cuenta. Al fin y al cabo, las letras son dibujos, y el poema permite abrir zonas de espera.


 

— “Palabras como brumas”. Según lo que yo entiendo, un fenómeno climático que se da principalmente en los bordes costeros, en territorios de alta densidad acuífera. Sabemos que lugares con mucha bruma son Valparaíso y Valdivia ¿De qué manera el paisaje y el territorio vividos por ti han influenciado tu trabajo poético?
Estas son las brumas, territorios acuíferos. Bueno en general he vivido en zonas donde hay mar; nunca he podido ubicarme cómodamente en un lugar donde el horizonte se enclaustre. Venirse a Valdivia coincidió con un momento en que estaba por publicar algunos libros, y otros que sigo dándole vuelta. Dentro de todo ese trabajo, tenía anotaciones que he ido abordando en formas de diario o cuaderno, donde todo se difumina en una especie de banco de niebla; no hay distinción de género.

Es un trabajo relativamente constante, escrito a mano; en el que he ido mixturando registros; relatos, observaciones, dibujos, poemas en el sentido como advertía Ximena Rivera, una amiga poeta que decía que la diferencia entre la prosa y la poesía en verso, es que una se escribe para abajo y otra para el lado, nada más, no hay una diferencia fundamental, con lo cual concuerdo; no hay y no importa una distinción de género en ese sentido. Desde otro ángulo, Valdivia modificó mi manera de convivir con la naturaleza, el clima, el tiempo y la ciudad, en un sentido cotidiano; y también, poco a poco, he ido tomando notas de los modos cómo el sur conforma un espacio de domesticación natural y resistencia cultural. Algunas de las crónicas de este tiempo integran un libro que estoy lentamente escribiendo llamado “Paisajes de la capitanía general”. Me interesa que todo este trabajo pueda ir generando una mirada, sobre todo en lo que habitualmente se considera como “infraordinario”. Creo que ahí está el lugar detrás del visillo de la época; el espacio desde dónde uno tal vez pueda ubicarse. Pensamientos con pies de paloma, como decía Nietzsche.

Gracias a la recomencación de mi amiga Coni Jarpa, en los últimos años un referente clave ha sido John Berger, que tiene esos libros hermosísimos donde entrelaza sus relatos biográficos, poemas de circunstancias, las experiencias de lo visible, cartas entre las amistades o con su hija, incluso anota las impresiones de cuando a él lo operaron de cataratas. El principio de sus libros, creo, es la amistad, en múltiples gamas de la palabra, incluida la forma de escribir. Esta experiencia corporal de la escritura, creo, es la que se opone a los cercos metafísicos de los géneros. Me pasa hoy en día que cuando me preguntan qué es lo que escribo, no sé exactamente qué responder, en el sentido de un género preciso. Quizás allí aparezca también la bruma y lo acuífero, como mencionas.

Tú públicas este libro en el marco de una crisis tanto social como sanitaria y otras ¿no? Como el recrudecimiento del conflicto entre el estado de Chile y el pueblo mapuche en muchos aspectos. ¿Cómo observas la dinámica editorial en este contexto?
Es una pregunta compleja. Bueno, cuando comenzamos a conversar, ambos estábamos participando en varias actividades, yo acá, tú en Temuco; en mi caso estaba colaborando en algunas lecturas y creación de una revista desde Valdivia, junto a otros compañeros y compañeras. Al final, tuvimos que suspender y transformar los medios de expresión. Irrumpió, como se dice desde cierta filosofía, el acontecimiento; es decir, aquello que no se puede explicar simplemente con hechos o datos, en la medida en que éstos vienen concatenados linealmente y, si bien nos dan de una cierta legibilidad, un entendimiento parcial de los sucesos, el acontecimiento fue un salto. Primero el 18 de octubre y, luego, la pandemia. En un principio, de manera acelerada y ahora a partir del derrumbe en cámara lenta del modelo de la transición. Todos tuvimos que enfocarnos de otra manera respecto de lo que estaba pasando; por cierto, con mucha esperanza al principio de que esta forma de vida neoliberal cambiara. Con la pandemia se muestra en términos concretos la relación entre la infraestructura económica, la superestructura y los intercambios; o sea, la estructura económica, social y política de este Chile neoliberal, apoyada por el latifundio como cultura de larga duración; latifundio que uno puede identificar con el patriarcado. Esta cultura de fondo tiene que ver, además, con  figuras que vuelven a aparecer, que están estratificadas y  latentes porque están latiendo -como dicen algunos amigos psicoanalistas- y que muestran esos pinochets chicos que emergen en Chile; una prolongación de prácticas autoritarias y racistas que se vuelcan incluso contra su propio pueblo, como escribió Bernardo Colipán en “La supremacía blanca de la raza morocha”. Si bien me preocupa lo que pasa con el pueblo mapuche y mantengo amistades que valoro mucho (como Roxana Miranda Rupailaf o Leonel Lienlaf, por ejemplo), aclaro que no quiero tomarme el micrófono por ellos. Es siempre mejor leer directamente a sus pensadores y pensadoras. Volviendo -si es que salimos- a tu pregunta, lo que muestra el recrudecimiento de la relación entre el estado y el pueblo mapuche, visto desde esta zona del sur, es la prolongación cultural de estos patrones -siguiendo las observaciones de Colipán- que introyectan en los morochos un desconocimiento de su habitar, no solo de las clases sociales. Confieso que suena ingenuo en varios sentidos lo que voy a decir, pero tal como lo conversamos Ramiro, ojalá que el Premio Nacional que acaba de ganarse Elicura Chihuailaf abra la factibilidad de que las y los amigos mapuches sean parte fundamental de la nueva constitución, a través del respeto a sus propias autoridades, y logre plasmarse una nueva forma de organización política y social. Lo que digo, lo menciono con mucha tímidez, sin querer ocupar la voz de otra persona, y con un dejo de ilusa esperanza.

Por otro lado, esta pandemia nos ha ido mostrando lo endeble de esta superestructura social y de estos intercambios, porque la infraestructura económica está conformada por diversos modos de sacrificios y sacrificados. A principios de año viajé a Chiloé, y la isla estaba enrejada con boyas y mallas. Con las crisis medioambientales, se muestra además cómo se ha ido agudizando la vida como mercancía. Me parece que estamos, voy a ocupar una expresión ligada al marxismo y al psicoanálisis, en una época sobredeterminada; es decir, existen muchas estructuras de daño que dibujan el paisaje chileno. Daños ecológicos, daños de violencias de género, daños ligados al clasismo, daños vinculados al racismo, a la aporofobia, etc. O sea, lo que nos muestran todas estas formas de vida hoy son estas ruinas, pero también uno no puede dejar de perder de vista que han habido articulaciones sociales heterogéneas, que han permitido y permiten todavía relaciones de con-fabulación colaborativa y amistosa. Esta es la ambivalencia de “la derrota del paisaje”, como grafica el primer libro de Antonio Rioseco. Por eso te decía al comienzo que me inclino a pensar en general estos fenómenos en una especie de dialéctica de suspensión o, si se quiere, en una tensión constante, tratando de orientarme en esta constelación entre memoria e imaginación.

Respecto de las dinámicas editoriales, algunos amigos necesitaron cerrar su trabajo editorial o trasladarse a otros lugares, porque no podían sostenerse económicamente y tuvieron que replegarse; pero hemos mantenido el diálogo, viendo cómo articular cosas en conjunto. Si bien el mundo de las editoriales se fue organizando como modo de sublevación cultural, también algunas veces sigue un modelo de reproducción social. La figura del editor reemplazó en algunos casos a la de los y las autoras, incluso algunos personajes hablan de los libros no de manera colaborativa sino desde la apropiación. Es decir, la figura del personaje por sobre la escritura. Frente a esto, puedo decir, por el contrario, que he tenido una muy buena experiencia con la publicación de “Las palabras callan”. 

Y por último ¿Has visto algo digno de mencionar producido en el marco de este contexto que te mencioné en la última pregunta que puedas comentarnos y te haya interesado?
Podría decir que una de las cosas que me llama la atención es la vuelta explícita de ciertos fascismos, es decir, de esas figuras y esos lenguajes que en diferentes partes del mundo ya estaban articulándose, pero que ahora ya son mucho más evidentes en sus formas, incluso en plena pandemia llegan a ser insólitas en su violencia. Pensando en Chile específicamente, volvieron ciertas figuras, lenguajes e imágenes como una compulsión a la repetición fascista. Y por otro lado, a contraluz, lo que me llama la atención es que, en el ámbito cultural, hayan surgido a pesar de este contexto algunas revistas, publicaciones digitales o en formato pdf que se están creando desde la provincia. En términos personales, me han interesado las conversaciones que he visto, no sé, con una densidad y una profundidad que uno siempre añora. Las que escuché de Elvira Hernández, Rosabetty Muñoz, Leonel Lienlaf, en el contexto de las candidaturas al Premio Nacional; pero también las conversaciones que he escuchado de Cynthia Rimsky, a quien le tengo aprecio no solo por sus libros sino también por su pensamiento acerca del lugar de la escritura, quizás porque su posición -como la de los poetas mencionados- no pretende establecer un registro mesiánico, bajándole la temperatura a la figura del escritor/a. En mi caso concreto, he vuelto también a conversaciones desde la distancia con amigos y amigas, y me llama la atención en ese sentido los testimonios que coinciden con la mantención de ciertas experiencias comunes; los delgados hilos que cubren las palabras en su precariedad, en su falta de garantía, y que incluso a pesar de las pantallas siguen persistiendo como un infinito viajar.

 

 



 

 

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Jorge Polanco: “Las palabras callan”
Por Ramiro Villarroel
Publicado en https://www.directa.cl/ septiembre 3, 2020