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Los ángeles de la capitanía general

«Paisajes de la capitanía general» Jorge Polanco Salinas, Komorebi, 122 págs.

Por Laura Lattanzi
Publicado en Letras en Línea, 25 de noviembre de 2022


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Pienso en todo esto porque hay en Paisajes de la capitanía general de Jorge Polanco una lectura y mirada de pájaro-ángel. Retornando a la cita de Klee con la que abrimos este texto, pareciera que estamos ante un cronista al que le nacieron alas para desprenderse de las ruinas y pensar el pasado. Y es que mirar el pasado a ras de la tierra, a modo de un travelling, puede ser, como decían los Cahiers du cinema, un poco abyecto. De este modo, el autor, como un ave migratoria (así se define incluso en la última crónica) recorre diversos espacios –Valdivia, Valparaíso, Santiago– y tiempos –la época de la Unidad Popular, la dictadura y el indeterminado o interminable Chile neoliberal de postdictadura–, recurriendo a diversos soportes de imágenes técnicas y mentales, vivencias –reales o ficcionalizadas–, películas, libros, videos de youtube”

(Laura Latanzzi, presentación del libro Paisajes de la capitanía general, de Jorge Polanco)



 




Para desprenderme de mis ruinas, me hacía falta tener alas. Y volé. En este mundo
destrozado ya no me vinculo más que para recordar, así, tal como a veces se piensa en algo pasado 

Paul Klee, Diario

Hace pocos meses fuimos con Celeste, la hija de Jorge Polanco, a ver la muestra de Paul Klee. La exposición no traía necesariamente las obras más icónicas del artista, pero sí trataba de rescatar ese espíritu que algunos sitúan entre la abstracción y el primitivismo. La muestra presentaba dibujos, pinturas, acuarelas, títeres, fotografías, documentos y herramientas del taller del artista. Cuando salimos le pregunté a la niña “¿qué fue lo que más te gusto de la exposición?”

“Los ángeles”, me respondió…

¿Los ángeles, una serie de dibujos, que en su mayoría se trata de trazos simples hechos en lápiz, sin colores, fue lo que más llamó la atención de la niña en toda la muestra? Inmediatamente pensé en su filiación, es hija de Jorge Polanco.

Y menciono esto porque efectivamente cuando leí  Paisajes de la capitanía general  (Editorial Komorebi, 2022) no pude evitar recordar los ángeles de Klee, que hoy quisiera evocar. El más conocido de la serie es el “Angelus novus”, al que Walter Benjamin se refiere en diversos escritos, sobre todo en “Tesis sobre filosofía de la historia”. Allí nos habla de un ángel que está a punto de alejarse de algo que lo aterroriza, de ojos y boca grande y abierta, las alas están desplegadas. El ángel mira hacia el pasado que arroja por delante ruinas.

“Quisiera el ángel demorarse, despertar a los muertos, reunir a los vencidos, pero una tempestad empuja irresistiblemente hacia el futuro al que da la espalda” (Tesis IX). Un ángel empujado hacia delante pero que hace una torsión hacia el pasado, y en esa torsión mira fijo, como buscando a alguien que, frente a la herencia del pasado, testimonie su acción en el presente, o quizás pueda hacerlo él mismo desde su privilegiado punto de vista, con su mirada panorámica de ave sobre el paisaje. Pero hay también un gesto de impotencia: por más que quiera detenerse (a despertar a los muertos y reparar lo destruido), no puede. Existe entonces en esta figura una relación con el pasado que quiere testimoniar la catástrofe en el presente, ofrecer un grado de legibilidad más crítico sobre lo que ve desde arriba, de ese paisaje de ruinas, pero es continuamente desplazado hacia delante (hacia un futuro, una promesa de progreso).

Pienso en todo esto porque hay en  Paisajes de la capitanía general  de Jorge Polanco una lectura y mirada de pájaro-ángel. Retornando a la cita de Klee con la que abrimos este texto, pareciera que estamos ante un cronista al que le nacieron alas para desprenderse de las ruinas y pensar el pasado. Y es que mirar el pasado a ras de la tierra, a modo de un  travelling, puede ser, como decían los  Cahiers du cinema, un poco abyecto.

 

“Angelus novo”, Paul Klee.

De este modo, el autor, como un ave migratoria (así se define incluso en la última crónica) recorre diversos espacios –Valdivia, Valparaíso, Santiago– y tiempos –la época de la Unidad Popular, la dictadura y el indeterminado o interminable Chile neoliberal de postdictadura–, recurriendo a diversos soportes de imágenes técnicas y mentales, vivencias –reales o ficcionalizadas–, películas, libros, videos de youtube.

Paisajes de la capitanía general se ordena en tres grandes capítulos: “Familia militar”, “Paisajes” y “Actores secundarios” que comprenden una gran variedad de textos breves e ilustraciones del mismo autor.

En “Familia militar” Polanco se pregunta por la herencia de la dictadura que observa como ruina en la vida actual cotidiana (o infraordinaria): los hijos de marinos criados bajo pedagogías de la tortura que se han acomodado a la vida actual y se declaran “felices”; los miedos de un ex agente de la DINA actualmente vendedor de jaulas de pájaros en una feria; la represión a los jóvenes de la revuelta del 2019 que en el relato se mimetiza con la represión sufrida por el autor y sus amigos durante la adolescencia. En este apartado la mirada se desplaza entrelazando espacios y tiempos, la dictadura se actualiza en el presente y se mezcla con la época de la Unidad Popular en una suerte de lógica de campo y contracampo que si bien opera como herencia también se hace cargo de la singular contingencia de cada situación. Por ejemplo, en la crónica “Un verano feliz”, el autor se desplaza entre San Antonio y Santo Domingo, en compañía de una poeta local, y por momentos la mirada se abre en tiempo y espacio: aparecen Isla Teja y el Mall de San Antonio, la herencia de la dictadura se actualiza. Luego el cronista se detiene en las ruinas de las cabañas que construyó la CUT en la misma zona durante la época de la UP, y después de evocar el recuerdo de la película  Un verano feliz  (documental que registra dicha experiencia), Jorge, el ángel o pájaro, se pregunta: “¿Qué privilegiar en el recuerdo? ¿el objetivo de la CUT de construir hermosas cabañas para que los trabajadores y sus familias tuvieran espacios dignos de recreación o las mismas cabañas ocupadas como campos de tortura y desaparición? ¿Desde qué lugar proviene nuestro recuerdo: de la alegría o el daño?” La pregunta es más bien retórica, el ángel de la historia –o el pájaro– sabe que es parte de una dialéctica en suspenso (Theodor Adorno también está presente en este libro). Las cabañas de la UP como gesta de una alegría del pueblo, las cabañas como centro de detención y tortura: campo y contracampo; ambas imágenes se convocan pero no de manera equivalente, lo que terminaría igualándolas, sino entrando en tensión, sin ser superadas. Ambas imágenes chocan, pero sin construir un significado que las reúna, “como las analogías que renuncian a la comparación”, según nos dice el propio Polanco en otro apartado. Así, las imágenes puestas una al lado de otra adquieren una potencia en su tensión. Me refiero a las imágenes de la UP en  Un verano feliz, pero también a las del funeral de Luciano Cruz, que funcionan como escenas, ruinas afectivas de un pueblo, leídas desde el vacío del golpe: plano y contraplano, imaginar el gesto colectivo y documentar el terror.

En este primer apartado, “Familia Militar”, la mirada de pájaro también se agudiza y se detiene en la herencia de la violencia en otros ámbitos menos explorados: el de la academia, el del campo de la filosofía –o de los filósofos– e incluso en nuestros propios sueños. Allí la violencia totalitaria se vuelve una herencia de sentido: la mirada occidental y patriarcal que todo lo impregna.  

En la segunda sección, “Paisajes”, la mirada del ángel de la historia, del “Angelus novus” con sus ojos grandes y fijos, se cierra. Pasa de ver –de usar el “mira esto” indicativo de las ruinas y de la herencia– a imaginar, a cerrar los ojos. Por eso elijo otro ángel de Klee para este apartado: “Ángel todavía a tientas”, cuyos ojos parecen ciegos y se desplaza sin ver por la realidad, con una mano hacia adelante y otra hacia arriba envuelto en una suerte de bruma. Un ángel hecho de acuarelas (a diferencia del “Angelus novus” que está hecho además de tiza, tinta china), femenino y de sonrisa algo picara.  

En este apartado el ensayo se expande hacia la ficción. La realidad pierde sus contornos, como en el primer relato en el que el padre se va desvaneciendo, o en “Aguas de insomnio”, donde se trazan figuras poéticas sobre paletas de colores. Este formato de ensayos ficcionales, que podemos considerar más expansivo, le permite a Polanco una pluma más suelta, menos cargada por la pesadez de la ruina. Así también nos ofrece  pequeñas sátiras de la vida académica, literaria e intelectual. En “9 estilos de filosofía de la natación” caracteriza a un personaje del campo intelectual como alguien “muy campechano y con mitos de pequeño empresario”, o nos habla de “la filósofa primera línea, vestida de chaqueta de cuero y escritora de columnas en una revista, salió de su hogar en el centro de Viña del Mar”, y leemos frases como “asistir a ollas comunes y empezar a escribir manuales” o “no veo la correlación rizómatica entre pueblos y fondos de investigación”.  Este tono más risueño no llega a ser cínico; hay reflexiones sobre los modos en que se producen estas prácticas – “el erotismo juega un rol fundamental en estas conversaciones”– así como se recuerda (al igual que en el apartado anterior) la estructura violenta de sublimación, propia de la cultura hacendal chilena: patriarcal, pomposa y clasista.

 

“Ángel todavía a tientas”, Paul Klee.

El último apartado, “Actores secundarios”, es una gran dedicatoria y rescate de figuras de la literatura chilena contemporánea no necesariamente canónicas: Ximena Rivera, Guillermo Jara, Victor Caico (el poeta soldado), Loreto Hernández Raves. Polanco escribe crónicas sobre estas figuras para destacar una vida y escritura poética que se aleja de los protagonismos. Estos “actores secundarios” escriben y viven sin las grandilocuencias de los nombres propios o las palabras fuertes.

 “No sé modular la palabra amor, / ese verbo grande y final”, dice Ximena Rivera en el poema “El Vacío” al que Jorge se refiere. Y a lo que luego agrega “A estas alturas / sospechamos que no es verdad / que un poema se escriba con palabras”.

Existe en estos actores un desajuste con la herencia dictatorial, con el Chile neoliberal, con ese “acomodarse” de los hijos de marinos o de los académicos. Son figuras que destacan el “sin” de estos anónimos (en palabras de Polanco). Son seres deambulantes, que en un compromiso, consciente o no, están desubicados dentro de un régimen que nombra en voz demasiado alta y de manera pomposa las cosas del mundo, como queriendo poseerlas con su voz, con su palabra. El vacío, la urgencia, la precariedad y el miedo están presentes en muchos de estos contextos, pero no por ello hay carencia de imaginación. Como dice Polanco en una de mis crónicas favoritas, “El circo más pequeño del mundo”, es un prejuicio de clase alta, adjudicarle a la pobreza falta de imaginación.

Finalmente, en la última crónica el horizonte se abre, el ángel se eleva asumiendo su condición de pájaro, pero ya más desprendido de las ruinas, para encontrarse con la poeta Maha Vial, fallecida en 2020. “Pájaro, te has demorado, qué ganas de verte, fue lo primero que dijo”, escribe Jorge al inicio del relato, para luego concluir: “Volvamos a nuestra conversación pendiente en la capitanía general. Todos los pájaros migratorios conservamos en el recuerdo un lugar de partida”.

 


Por eso elijo para este apartado un ángel colorido, se llama “Ángel descendiendo”; tiene un pájaro en la cabeza que mira hacia arriba, mientras se eleva o desciende sobre un paisaje, en una capitanía general que ya se volvió recuerdo.

 

 

 

 



 

 

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