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Escenarios de guerra

Sobre Paisajes de la capitanía general, de Jorge Polanco (Komorebi Ediciones, 2022)

Por Jaime Pinos
Publicado en CARCAJ, 1 de noviembre de 2022


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Es larga la historia de la Capitanía General. Larga como la historia del país. Desde los tiempos en que este territorio era la frontera infranqueable para el Virreinato. Un territorio en guerra como eran las capitanías, territorios inconquistables por el poder colonial, impotente frente a la resistencia pertinaz de aborígenes belicosos, piratas o potencias extranjeras. Un territorio de trinchera donde la vida transcurría bajo el signo de la guerra. Leo en Memoria Chilena: Durante la Colonia predominó en la Capitanía General de Chile una valoración social adversa a la cultura ilustrada y al libro. La gran mayoría de los españoles que llegaron a colonizar estas tierras eran analfabetos, militares y aventureros, por lo que leer era una práctica exclusiva de unos cuantos sacerdotes e intelectuales peninsulares. Se leía poco en la Capitanía General. La gramática de la vida en ese mundo era más bien la disciplina del cuartel. Las armas antes que las letras. La lucha antes que el pensamiento.

Pinochet se autodenominó Capitán General, grado que sólo había ostentado antes Bernardo O’Higgins, y diseñó una divisa de cinco estrellas para lucir en su uniforme. La dictadura podría ser entendida como otro momento, radical en la violencia de sus crímenes, de la capitanía general que ha sido siempre este país. Chile ha sido siempre un escenario de guerra. Persistencia histórica de la violencia, como forma de vida y pensamiento, corroborada recientemente por la declaración de guerra del presidente empresario al inicio de la revuelta. 

Convoco estas imágenes para sugerir un ángulo de lectura para estos Paisajes de la Capitanía General. Creo que estos textos podrían leerse como un registro de la persistencia profunda del autoritarismo, político y mental, en nuestra realidad y nuestra cultura. Una persistencia narrada en este libro no desde la teoría, sino como experiencia biográfica, vivencial. La vida concreta en un país cuya cotidianeidad ha transcurrido y transcurre siguiendo el paso de marcha del cuartel.

Familia militar se titula la primera parte de este libro. La primera colección de estos paisajes. Una serie que comienza con Los niños cosacos. Un recuerdo de infancia que habla de la socialización primaria en la disciplina cuartelera. De su inoculación temprana, en los cuerpos y en las mentes,  como programa y forma de vida. Del destino de los amigos del barrio formados en el rigor de la familia familiar. Eran captados entre los 13 ó 14 años por la “familia militar”, con la esperanza de tener lo básico: salud, pensión, alimento y beneficios sociales. El costo: violencia, maltrato, agresividad contra la familia nuclear. El entrenamiento llevado a casa. La educación permite la asimilación adecuada a los shocks del mundo adulto; es decir, capacitación en las competencias y la resiliencia. La familia: preparación para el cuartel; el cuartel: preparación para el éxito en sociedad. No se ha hecho todavía un estudio de las “torturas” antes de las torturas y del “beneficio” que éstas permiten en la sociedad actual.  La preparación para el cuartel como educación sentimental. Generaciones formadas en esa lógica de guerra que es también una sentimentalidad y una forma de comprender el mundo. Probablemente la profundidad de las lecciones aprendidas en esa escuela del rigor, por varias generaciones, expliquen la pregnancia del autoritarismo en este país como ideología y como conducta cotidiana. Preparación para el cuartel, preparación para el éxito en sociedad, dice el texto. Competencia y resiliencia. Las lecciones del cuartel como preparación para la vida neoliberal. Para la guerra de todos contra todos. Para el sectarismo y la intolerancia a la diferencia. El respeto a la autoridad, la pulsión por el orden y la homogenización de las formas de vivir y de pensar. En la Capitanía Militar se aprende pronto, tal como se narra aquí, la orden que escuchaba el poeta puertomontino Víctor Caico durante su conscripción: en la cama se duerme, no se lee, soldado. 

El aprendizaje en la escuela rigurosa de la Capitanía se extiende más allá, por supuesto. En Familia militar filosófica la escena toma tintes de parodia para narrar ese autoritarismo en la universidad de post dictadura. El joven estudiante de filosofía que se enfrenta a la figura omnipotente del maestro sacerdote: No nos hablaba. Partía la clase con una frase en griego y luego la desglosaba con lentitud. Un fragmento del Sofista de Platón, por ejemplo. Con la solemnidad de un sacerdote, las letras iban ganando sentido en el idioma original. Nosotros, la mayoría estudiantes de provincia y primera generación que ingresaba a la universidad, con suerte habíamos aprendido algunas palabras en inglés. Salvo a una compañera, que había estudiado en el Colegio Alemán, el maestro no respondía preguntas ni aceptaba comentarios; y cuando alguien quería intervenir, hacía como que no escuchaba. Éramos unos bárbaros, supongo. El conocimiento como otra forma de la jerarquía y el sometimiento. La escena del maestro sacerdote, que desprecia a sus alumnos bárbaros, metaforiza aquí una epistemología profunda: la escuela del sometimiento a una hermenéutica de la violencia, cuya imagen radical proviene de la adoración por una cultura europea superior y el menosprecio de la situación concreta de donde surgen los discursos y, por qué no decirlo, los sueños. Esa enseñanza del lector adusto tiene sus rigores y, quizás, sus beneficios; también manifiesta la expresión de una raigambre más amplia: la religión como matriz que se inserta en la filosofía, el culto por una autoridad que controla y repite a los grandes maestros, el rito de ningunear al ignorante estudiante chileno. La familia militar filosófica también tiene su memoria histórica.

Imposible dar cuenta aquí de todas las posibilidades de lectura de este libro que busca la hibridez y la expansión de la escritura. Acá se cruzan los registros y los puntos de hablada en un texto que se desplaza con absoluta libertad entre los géneros. El ensayo, la ficción, la autobiografía. El paisajismo de Polanco se vale de todos los recursos y registros para construir sus escenas. Incluida la visualidad del dibujo y la pintura, no como ilustración sino como parte del tejido narrativo que urden estas páginas. A la manera de John Berger cuyas palabras le calzan bien a este libro: Cuando pintas o cuando escribes recibes siempre una energía de lo que estás mirando. Dibujar por tanto, no es sólo investigar, es también recibir. Cuando, escribes, te dejas llevar por las palabras y es en este sentido que puede decirse que escribo como dibujo. En el mismo sentido, Polanco hace del escribir y el dibujar formas intercambiables de la escritura. Una forma de mantener la mirada abierta para recibir esa energía que devuelve lo que se está mirando. La época, la propia vida en los paisajes de la capitanía.

Sin embargo, la poética áspera del cuartel ha tenido su respuesta en prácticas y experiencias de signo contrario. Prácticas y experiencias encarnadas en personas concretas cuyo retrato aborda la última serie del libro: Actores secundarios.  Es en la vida y la escritura de los poetas, o de cierto tipo de poetas, donde Polanco identifica esta contracorriente más que literaria, vital. Breves relatos, escenas de sus encuentros con poetas como Elvira Hernández, Maha Vial, Pedro Guillermo Jara o Ximena Rivera.  

Sería necesario retornar a los lugares de la ciudad donde uno mantuvo sus mejores conversaciones; sería preciso explorar los escenarios, las esperas, las miradas de los transeúntes, la luminosidad del entorno y reconocer las vidas que pasaron por esos espacios. Percibir entonces la extrañeza de todo relato y circunstancia. Descubrir que la sencillez no es algo común. Sería necesario imaginar a Ximena en Quilpué el año 2005, cuando nos juntamos a conversar y resolver algunos asuntos, entre ellos la edición de Poemas de agua en su versión ampliada. Es en esos encuentros, en esas conversaciones donde late una energía distinta, una que desafía la lógica marcial de la capitanía. Una poética y una política de la generosidad y la libertad de pensamiento y acción. Una estética de la sinceridad y la sencillez. 

Probablemente tengamos que vivir por mucho tiempo más en los escenarios de guerra de la capitanía. Este libro nos ayuda a comprender esos escenarios para aprender a movernos mejor en sus campos minados. Pero también a imaginarnos la posibilidad de un campo abierto. De una forma de vida y escritura que nos permita salir de la clausura del cuartel. Abrir el horizonte del pensamiento y la imaginación.


Santiago, octubre de 2022

 

 

 

 

 



 

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