Un verso de Jorge Polanco me paraliza, me advierte “es inútil hablar, porque de la poesía no se habla sin decir una trivialidad”. Pienso entonces en lo trivial y si acaso ante su peligro más bien deberíamos callar. Mientras le doy vuelta al verso, oigo sonidos y risas de algunos niños que juegan en un patio cercano, de vez en cuando una palabra: columpio, patada, casa, lo demás son murmullos indiscernibles. Siento la tentación de asomarme a mirar pero me detengo en ese umbral de lo no visible, de lo apenas susurrado.
Pienso así en la posibilidad del susurro, del sonido fragmentado, a veces inteligible, a veces no, como una puerta de entrada a Los poetas continúan en su cacería nocturna (20024). Lo inteligible, lo decible y lo indecible, lo nombrado o apenas atisbado, recorre de punta a punta la escritura de Polanco. Hablar o callar, escribir o recortar, fotografiar o dibujar, no son acaso una obstinado intento por decir. Mas allá de la trivialidad amenazante, está el deseo, la necesidad vital de mover la mano y hacer un gesto aun sabiendo que siempre será incompleto, acaso inaudible, invisible, como manotazos en el aire de aquel que no quiere ahogarse.
Y digo de punta a punta porque esta antología permite leer la poesía de Polanco con otras coordenadas. Hay algo de recorrido en ella, suerte de mapa de sus obsesiones, sus deseos, sus ciudades, sus fantasmas y sus modos de mirar, de decir y de habitar el mundo. Hay un tempo también, la lentitud en Las palabras callan, con sus versos contenidos, tan parcos y tímidos, contrastan con el desenfreno vertiginoso de Sala de espera, donde la escritura se desboca, se atropella, huyendo despavorida. Frente a la parálisis de la espera, la velocidad de esas palabras embriagadas de sí mismas que nos llevan sin frenos por los cerros de Valparaíso y de pronto todo es movimiento, todo es sonido, imágenes que pasan corriendo por la ventanilla: Allende, las Torres Gemelas, los muertos, pero también la juventud, la memoria, la ciudad, su ciudad, su mapa de Valparaíso, todo esto mientras escuchamos a todo volumen a Coltrane y Billie Holyday. Creo que en esta parada del recorrido hay una urgencia a pesar de la desconfianza de lo decible.
Luego volvemos a espacios más calmos, los sonidos son más suaves, como si necesitáramos ahora menos del oído y más del ojo, ya no la ráfaga vertiginosa del mundo, sino sus “cortes de escena” y sus “cortometrajes”. Jorge se vuelca hacia lo visual y nos inunda de imágenes: escenas de cine, fotografías, pintura. Un ojo mediado por lo contemplado en las artes y el cine y de pronto un atardecer en Valparaiso es visto a través de Turner o de la muerte en Venecia de Visconti. Nuestro ojo mira con otros y a través de otros. La retina atravesada por la cultura, el gusto, lo que deseamos ver y también lo que nos ha tocado ver y que hubiéramos deseado no ver nunca.
Es aquí donde encuentro un giro en esta antología, en la paradoja de mostrar —ya no con palabras sino con imágenes— aquello que hubiéramos deseado no ver. Cuando Polanco se adentra en la exploración de las formas visuales con sus poemas gráficos, nos trae justamente, el trauma, el dolor, la violencia; son los militares, es Allende y sus anteojos rotos, es la represión, los escombros, y me pregunto si hay aquí, de nuevo, algo de lo indecible, de esa mano que tiene que reinventarse para re-nombrar. Se trata de imágenes rasgadas, rotas, pintadas, sobre escritas. La mano interviene de otra manera, necesita de otros artilugios, la tijera, el pegamento, la pintura y el buril para decir con retazos, para poder mirar bajo estas nuevas formas aquello que quedó grabado en la retina, ya no como Turner o Visconti, sino con los ojos heridos por la crueldad. Intervenir la violencia de la imagen a través de la propia imagen. Violentarla a ella para violentar su sentido.
Esas mismas tijeras que sirven para alterar el sentido se convertirán después en instrumentos de creación y de juego en la última parte del libro, sus poemas inéditos. Encuentro en este final, una ternura que si bien no es nueva en su obra toma otro tono. No se trata de una ternura trivial, para volver a la palabra que dio inicio a esta presentación, sino a la posibilidad de la ternura en un mundo lleno de rudezas. Podríamos hablar de instantes de ternura, como luciérnagas en la oscuridad, para parafrasear a Didi Huberman. En un mundo donde se escuchan los bombardeos, y nos movemos bajo la amenaza de la catástrofe con sus múltiples caras, una niña dibuja un arco iris de colores, una mujer baila libre moviendo sus caderas, un padre y una hija acarician un perro negro, amigos “juegan alrededor del sol”. “las hojas del durazno, los colores del musgo, se llenan de luces en la tarde, el alfabeto dibuja arañas, le da vida a las letras, Existe. “. En esta ultima parte del libro el sabor es agridulce, pero creo que hay una cierta reconciliación con ese particular gusto del mundo, oscuro y tierno. Una reconciliación, además, con una cierta inevitabilidad de la palabra, así, incompleta, torpe, rota, trivial a ratos, pero a fin de cuentas se trata, tal como dice Polanco en un muy bello verso de “Sentirse bien en un lugar imposible”
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La persistencia del murmullo
Presentación de "Los poetas continúan su cacería nocturna" de Jorge Polanco
Editorial Aparte, 2024
Por Cecilia Rodríguez Lehmann