¿Cómo se construye una ciudad? ¿Cuál será el lugar de un profe en una comunidad?
La figura del profe, no debiera ser necesario decirlo, aunque es mejor dejarlo claro: no
solo consiste en un rol en una sala, cumplir un currículo o pruebas de evaluación
docente; el profe no se reduce a competencias, rúbricas y porcentajes. Lo sé, en esta
época suena a idealización, pero no siempre fue así.
El profe —en México y Argentina, se dice “maestro”— actúa con pequeños atributos,
permite a sus estudiantes continuar la mejor versión de sí mismos. Es un oficio de
largo aliento, de una corriente que no puede medirse en tablas de aprendizaje. Es lo
que he visto en los años de crecimiento del CEPIB; un grupo que persiste en el
compañerismo nacido en una manera amplia de comprender la izquierda y el
marxismo. Una construcción donde el oficio pedagógico, la continua actividad de
personas y grupos amicales, ha permitido crear una concepción de la ciudad en
términos de paisaje intelectual. Una historia que sigue un recorrido teórico, poético y
visual. Como alguna vez comenté sobre la Librería Crisis, el enorme edifico del
Congreso no tiene incidencia cultural en Valparaíso. Sí, los trabajos de Osvaldo
Fernández y Sergio Vuskovic en crear espacios y hábitat, donde ha emergido la
posibilidad de un pensamiento filosófico, político y literario desde Latinoamérica.
Suele interpretarse el quehacer de la izquierda de manera uniforme; sin embargo, en
términos urbanos e históricos, existen diferencias en el acendramiento social entre
grupos y referentes intelectuales, que expanden los ámbitos de la penetración en la
disputa ideológica. Es una construcción flexible acerca de la tradición de los oprimidos
y lucha de justicia, cuyo marco de referencia sale de la influencia de la ortodoxia del
marxismo mecanicista. La raigambre porteña es amplia y heterogénea como la bahía.
Desde la cual se puede leer la obra visual de Carlos Hermosilla, los poetas ligados al
litoral, el cine de Aldo Francia, la música del Gitano Rodríguez, entre otros y otras,
donde los singulares trabajos filosóficos de Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández
aportan una mirada política a la escenografía del puerto. Ya en los años sesenta, en
su época de estudiantes secundarios, desplegaron una lectura heterodoxa del
marxismo, incorporando fuentes cristianas, gramscianas, literarias y, especialmente,
vinculadas a los estudios sobre Mariátegui y el mundo cultural latinoamericano. A
pesar de la historia de destrucción de Valparaíso, perviven biografías y espacios
precisos de creación colectiva; profes que continúan el hilo de pensar una forma de
vida mejor.
*
No son muchos los maestros. A lo largo de una vida, quizás uno encuentre tres o
cuatro, con suerte. Luego de la dictadura no quedaron muchos maestros en las
universidades; era necesario buscarlos fuera. Expertos, especialistas, investigadores,
doctores y directores, sí, hay muchos y más ahora con la competencia neoliberal.
Personas con “vida académica”: líderes, autogestores, emprendedores, dueños de
parcelas de saber, “gente culta” y competente —o, peor aún, anti-intelectuales—,
también. Mucha.
He tenido la fortuna de conocer algunas y algunos maestros. Elvira Hernández,
Pancho Sazo, por ejemplo.
¿Quién es un maestro? Quizás nos ayude la filosofía
latina: Séneca, Marco Aurelio, Cicerón. Figuras de sabiduría en la vida y el
pensamiento.
Pero creo que esta pregunta solo se responde desde la experiencia. No se trata
necesariamente de una persona erudita, tampoco sabia —aunque lo pueda llegar a
ser—, sino de algo más indefinible, quizás de un espacio, una escucha y, por ende, un
ejemplo de vida (por cierto, nada de esto es axiomático). Alguien que, con sus
actitudes, uno puede reconocer cierta lealtad consigo mismo y sus amistades; una
persona que da pie a una antigua palabra: honestidad. Un maestro es alguien que
inspira respeto, pero también confianza. Sergio Vuskovic fue un maestro. Un “hombre
bueno”, a la vieja usanza, decía una amiga.
Un maestro es alguien que sabe dar lugar; crea el espacio para que aparezcan otros.
Tiene la virtud de la generosidad. Lo escribí en una crónica: el Tata Vuskovic —como le
decíamos sus estudiantes— terminaba los seminarios con una clase final en su
biblioteca, donde nos mostraba los libros, grabados de Goya y nos servía además un
delicioso café turco.
Pancho Sazo también tiene esa “mala costumbre”, la de la antigua universidad:
juntarse a conversar en un café o en los pasillos, y fumar, fumar mucho, y tirar la talla.
En poesía he conocido muchos maestros y maestras, más de las últimas, quizá. Uno
ve en todas las personas que aprecia una cierta continuidad, una corriente en la
conversación, darle espacio a una órbita de diálogo y amistad.
Quien lee esto debe pensar, ¿y cuándo hablaré de Osvaldo Fernández? Lo estoy
haciendo, de refilón, rodeando su figura con estas pequeñas virtudes, lo digo en
sentido positivo. Un maestro está lleno de gestos que lo distinguen. El profe Osvaldo,
o simplemente, el Profe, con mayúscula, es un maestro. Se reconoce, sobre todo, por
sus estudiantes. Es una de las virtudes: crea un espacio para que otras personas
dialoguen y continúen la experiencia de una comunidad. Puede ser una librería, una
biblioteca, un café o una sala.
Como describía Raúl Ruiz a los actores importantes: aquellos que aprenden lo que
significa esta extraña película del pensamiento, saben cuándo callar, seguir el ritmo
de una conversación o simplemente convertirse en un mobiliario para que la escena
aparezca. El maestro guarda un silencio; no se llama así mismo con estas palabras.
Seguramente al Profe le dará pudor esta crónica. A un maestro solo lo puede llamar
así otra persona.
*
Acaba de ganar la derecha en una elección importante en Chile. Uno de sus
intelectuales orgánicos trabajó en Valparaíso. Vivía en Cerro Castillo conectado con la
comunidad, esa “comunidad”. ¿Cómo lo recuerdan sus estudiantes? Hay que ver lo
que escriben sobre él. Es un dato a pensar: con quiénes uno termina asociándose en
la vida, si persiste en los espacios y persevera. “Luché en dictadura”, repite la
monserga, para luego infringir la estocada de la derrota y la adaptación al
neoliberalismo.
Quienes han vivido tiempos oscuros —ojo— suelen ser discretos. No venden la miseria
como espectáculo. Estamos en la época de Trump, personajes variopintos arraigados
a un temple fascista, una sensibilidad del factum, frases violentas que se unen a una
supuesta franqueza. Llevan consigo un retorno a la política de los nombres. O, mejor
dicho, se han apropiado de los nombres. Una intervención que no tiene más que
frases sueltas. Voz de bando traducida en tiktok y eslóganes de teletón. Defienden
símbolos, emblemas, identidades, frases hechas repletas de “unidad” y “pureza”. Una
nueva época de espera donde los escombros viven una horrible paz.
Pero el trabajo del Profe es otro. Más digno, de baja intensidad y, por ende, más
permanente en sus estudiantes. Un silencio bien dicho, una discreción puesta a
prueba frente al espectáculo como rendimiento capitalista, conversaciones y
generosidad que permiten no ubicarse en la representación de las y los otros.
El pensamiento puede ser extenuante. La filosofía desestabiliza. La lectura es
exigente, ofrece ver desde otro ángulo la supuesta transparencia de la vida. Sin
embargo, en épocas de desinformación, ayuda a leer. Abre espacio. Permite
distanciarse y sumergirse, doble movimiento que, en su continuidad, colabora en
interpretar críticamente el mundo y las transformaciones políticas, todo a la vez. Es lo
que he aprendido, entre otras cosas, de las lecturas del profe Osvaldo acerca de las
Tesis sobre Feuerbach. Las contrasto con los actuales “intelectuales” del
emprendimiento: su misión es cortar la historia, anudar un relato desde los poderosos,
ubicarnos en la sumisión y, sobre todo, “adelgazar” las lecturas. Lenguaje fitness, que
una vez escuché para hacer leer menos y recortar profesores en una institución.
Osvaldo Fernández, por el contrario, lleva años insistiendo en interpretaciones
infinitas de Gramsci, Marx y Mariátegui. Formador de generaciones de lectores,
conforma una alternativa en la derrota. El neoliberalismo chileno ha consistido, en
parte, en esta traducción del capital: adelgazar las lecturas y escrituras, convertir la
experiencia del conocimiento en narcóticos de las selfies, deseos arraigados en una
afectividad del emprendimiento y el lenguaje de la ganancia.
El Profe entrega un temple y un tono. Abre este espacio de la sencillez, aporta a los
estudiantes otra mirada sobre el presente; le da espesor hilando las ideas recibidas,
desmontando la construcción del sentido común. Imágenes en movimiento que
requieren de una dialéctica a largo plazo para mirar la pervivencias de la historia, los
efectos del pasado en el presente y la teoría integrada a las prácticas vitales. La
experiencia del Profe conforma un ejemplo en una época donde las ejemplaridades se
declaran muertas y los nuevos fascismos comienzan a ganar adeptos. Reconocer a
un maestro también consiste en esto: un aprendizaje de vida, intelectuales que son
cada vez más necesarios de resaltar y apreciar. Agradecer y ser fiel al legado que se
nos ha entregado, como decía un amigo en un podcast. Quizás sea hoy necesario
volver a la imagen de los antiguos profes de izquierda, que representaban un modo de
vida, un conocimiento y una admiración por su seriedad. Estamos muy lejos de eso,
pero tenemos desde donde partir gracias a los escasos maestros que uno ha tenido la
fortuna de conocer.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Retrato de un maestro.
Presencia & agonía. Homenaje a Osvaldo Fernández Díaz.
Editor Gonzalo Jara.
Inubicalistas. Valparaíso, 2022.
Por Jorge Polanco Salinas