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LA NOSTALGIA DE LA IMAGEN
«Cortes de escena» de Jorge Polanco. Barcelona: Isofónica. 2019. 81 páginas.

Por María José Cabezas Corcione
Publicado en Revista: www.latinamericanliteraturetoday.org (agosto, 2019)


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La búsqueda de la imagen justa. Relatos mínimos, condensados, que abren/surcan una nostalgia del instante perdido como una mancha que ya es imposible sacar. Jorge Polanco, en Cortes de escena (Isofónica, 2019) intenta reconstruir una belleza desde los márgenes, como si el sentido se albergara en un escape o retorno desde y hacia la escritura.

El autor se encuentra con recuerdos y los difumina en historias y pequeñas sentencias, da retazos de un lugar imposible al que no se le puede dar asedio. Las perspectivas y cambios de foco para dar con la significación de la imagen revuelven su memoria, la oscuridad y la herida que conlleva retratarla. El libro comienza con un gesto delicado y directo, un epígrafe de Godard: “No una imagen justa, sino justamente una imagen”. De esta manera se va conformando un corpus de 66 relatos sin división, ni apartados, salvo por sus títulos que logran delimitar y “cortar” una situación/emoción de otra. Se podría insinuar que Cortes de escena comprende tres momentos: la fotografía del instante sin juicios aparentes, la pertenencia al pasado histórico y la reflexión metapoética.

¿Qué pasa cuándo vislumbramos una imagen -fotográfica, por ejemplo- y luego nos percatamos que también existían otros elementos que se escaparon de esa primera mirada? Benjamin lo llamaba “inconsciente óptico” como la posibilidad que ofrece la cámara de captar, -y nosotros de revisitar- aspectos ocultos que se hacen visibles luego en nuestro imaginario. Entonces, ¿cómo creamos mundos o lugares que no podemos asir?

En “Café subterráneo” hay versos que intuyen bellamente esta pérdida del registro: “Alguna vez me dijo que la memoria se repite en ella como a codazos en la oscuridad” (Polanco, 9), o cuando afirma más adelante: “Es un rito que conservo como una forma de alimentar el desierto que crece, poco a poco”. La narración que deviene en lírica, prosa que percibe el retorno como un rumor de soledad y que irá tiñendo todo el viaje del narrador. Si nos detenemos en este primer instante, se percibe cómo estos regresos hacia el pasado se transforman en un sentido de indeterminación de lo que se va a perder o ya se está perdiendo.

Al reflexionar sobre la autenticidad de la imagen fotográfica, Walter Benjamin (1931) nos recuerda que la cámara se empequeñece al momento de fijar imágenes fugaces y secretas cuyo shock suspende el mecanismo de asociación en quien las contempla. Es decir, el desafío por dar con esa mirada, desde una “escena” o “espacio” fijo y externo al que mira: “Viaja con el anonimato de una herida y la luz discontinua en las palabras” (“Crepuscule with Nellie”, 10). ¿Son estos los espejismos que buscan delimitar la indeterminación de la imagen? ¿Existe una especie de vigilia al acarrear los recuerdos hasta el presente y no evitar retornar a ellos?

En el relato “Soy negro, y me llamo Borges”, se lee: “En este universo, la belleza se encuentra aferrada a los muros” (Polanco, 15) y queda un sabor amargo, carrasposo como el silbido del protagonista; el texto motiva a preguntarse ¿cuál es nuestra relación con el mundo?, ¿desde qué plano, escena o perspectiva vemos el exterior?, ¿cuándo o cómo nos conectamos o desconectamos realmente de él? Todas estas ideas que implícitamente nos propone Jorge Polanco; brotan, quedan suspendidas, se diluyen y regresan con fuerza para trasladar esas interrogantes a múltiples historias, que en algunos casos exhiben una crudeza directa como en “Buena política”, “La batalla de Chile” u “Operación retiro de televisores”.

El desafío que retoma el autor en esta obra es moldear un itinerario que transmita la intermitencia de lo indecible; ese tejido del recuerdo que ciertamente se construye desde los hechos y las intuiciones, y que se distinguen en los relatos por una voluntad de poetizar la crónica, tal como una fotografía que en el camino comienza a densificarse, cristalizando en imágenes más conscientes de su estado.

¿Lo narrado brota desde la nostalgia por volver a las formas primigenias? Así se distingue en una de las protagonistas de “Gabriela”, relato que recuerda a la Mistral:

Ella cifraba nuestro encuentro en un lugar inexistente, describía un parque rodeado de muros y criptas; se detenía especialmente en un viaje en que nos encontrábamos y me leía con detenimiento cada vocal, solamente vocales, dejando pasar las consonantes como un río que se desborda (Polanco, 70).

Es clave aquí la intención de traspasar esa búsqueda al lector(a): el lugar de la creación, la escritura de esa primera y desconocida pulsión que inevitablemente se une a una concepción filosófica de la realidad. Desde los versos implícitos de estos relatos, aparecen conceptos ligados al silencio o lo inefable, y a su vez, lo que se recontextualiza a sí mismo: “¿Cómo es posible estar en un sitio. Y en otro también?” (“Rutas”, 47), sentencia el autor recordando a Carver.

¿Cómo esbozar en la escritura, la distancia que no se puede acortar, que deja una huella como leve superficie que retrata una realidad más compleja, subterránea a ratos y que asimismo, insinúa y plantea dudas sin dar juicios, ni cierres? Uno de los cuentos, lo subraya: “Tal vez exista una edad para dejar de bailar como de escribir” (“La vie en rose”, 39) y pienso; ¿dónde reside la negación/contradicción de escribir o ser escritor?, ¿es natural esa constante distancia? El lenguaje concebido como una valla que experimenta su profundidad, no su instrumento o su belleza, diría Barthes. El escritor tendría la intención y pretensión de cristalizarse en ese fin, de dar con la imagen justa, escindiéndose de su forma y convirtiéndose en lenguaje.

En los últimos momentos del libro, hay encuentros como relámpagos que muestran lo irreconocible y lo genuino de este proceso. Cito un fragmento de “Regiones interestelares de Tarkovski”:

El hombrecito quiere romper el eterno retorno dibujando una línea recta y una llama enorme que corte el circuito de vida y muerte. Una recta alterada por una máquina, tan delicada que divida la realidad en dos y pueda despedazar al titiritero que mueve los hilos de la naturaleza –el antiguo dios?-. La caminata por su sendero nos llevará a otros planetas y a reconocernos por fin en la extraña fragilidad (Polanco, 71).

Distingo las luces y sombras de esta indeterminación, la interrogante de no poder representar en un verso lo que se diluye entre los dedos, tal como Roger Caillois en su libro Piedras intenta demostrar que en el interior de ellas y en el modo en que dan con su forma, habría una especie de reducción, de miniaturización de todas las cosas que existen en el mundo. Así, los relatos finales de Cortes de escena se irán transformando en secretos vitales, como piedras acariciadas y arrulladas por el calor de una mano que las escribe. En “Dedicatoria” el narrador sentencia: “La amistad, como la literatura, fue entre nosotras sentirse bien en un lugar imposible” (Polanco, 67) o en el “Bolero de Jorge Torres”:

Las decisiones debieran aceptarse como un pequeño vaso roto, pero no puedes –y no quieres– decidir. Ver el reflejo en el río que rechaza la desembocadura, como un autorretrato, donde uno se apuñala a sí mismo en vez de golpearse legítimamente (Polanco, 54).

Hay una belleza en la nostalgia que te deja una imagen, eso que se revuelve dentro tuyo y luego te pide cuentas. En este libro, el autor logra retornar para reconocerse, se permite tener miedo al regreso, al refugio que implica volver a la casa de los padres, a la zona de relectura, a la destrucción necesaria para poder crear el olvido; el paso de los años, la remembranza de la propia experiencia adquirida y el dolor de la deformación a la adultez.

¿Quién mide y delimita todas estas superficies? Me quedo con una imagen, la estela de un vagón que olvida a la escritura; la subraya, la guarda, la quema como un Ulises o un Ícaro que por ambición, libertad o rebeldía intentaron volar hacia ese fuego inevitable.

 

* Texto leído en la presentación de Cortes de escena (Isofónica, 2019) de Jorge Polanco.
Galería Réplica, Valdivia, 13 de abril de 2019.



 

 

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«Cortes de escena» de Jorge Polanco. Barcelona: Isofónica. 2019. 81 páginas.
Por María José Cabezas Corcione
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