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CORTES DE ESCENA, de Jorge Polanco
Por Marco López Aballay
-Escritor-
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Al leer esta obra imaginamos múltiples ventanas y puertas que se abren y cierran al ritmo de un tiempo acaso desordenado -o un reloj perdido en el espacio- cuyo segundero retrocede o avanza según la escenografía de turno. Tal es así que de pronto estamos en el año 1948. Leamos: “Allí vuelve Miguel, viene de la muerte. Todos rezan al interior de la casa. Los retratos envejecen y la madre se escarcha”. Entre estos relatos –que fluctúan entre la prosa poética y el microcuento, o derechamente escenas de una novela en construcción- el obturador que manipula el autor, Jorge Polanco (Valparaíso, 1977), logra captar mínimos detalles cotidianos que, en ciertos casos, los convierte en fotografías de alto y denso contenido.
La imagen cotidiana se transforma y el resultado final es una especie de mega discurso que se politiza, por decirlo de alguna manera, lanzando dardos al lector. Cito La batalla de Chile: “… observé la manera cómo los pájaros carroñeros disputaban la familia de roedores. No duró mucho el espectáculo. En el pico de una de las aves iba la carne casi completa de uno de los ratoncitos más pequeños. Volaba muy alto y atravesó el río cercano a la casa. Era como un avión que llevaba cuerpos para ser lanzados al agua, pero en lugar de tirar el “equipaje” desde el cielo, la carne se dirigía a sus polluelos”. Anoto ahora el texto Begonias: “Coloco la maceta en el borde del balcón. Espero por las mañanas que el sol amanezca y pueda sanarlas. Secas y dañadas como están, todavía confío en que las flores lograrán recuperarse. Después de hablarles, como aconseja el jardinero del edificio, salgo al trabajo y por las noches, cuando vuelvo, las riego tranquilamente. Pero nunca he tenido buena mano con las plantas. Es un rito que conservo como una forma de alimentar el desierto que crece, poco a poco.” Así, mientras avanzamos escena tras escena, un puñado de metáforas son lanzadas al aire mientras el reloj da vida a sus personajes.
Y qué mejor ejemplo como lo que ocurre en Correcciones cuya historia nos propone una casa, como la extensión de un poemario de Jorge Polanco, en el cual ingresa su amigo y editor -un tal Funes- que viaja desde Buenos Aires a Valparaíso y en seis meses se apodera del poemario -o de la casa en cuestión- donde ambos se verán en problemas legales ante la aventura de corregir a cabalidad un poema en forma de casa. Como el Pop Art de Andy Warhol, en algunos pasajes nos acompañan collages con símbolos de la cultura de masas. Tal es el caso de textos como El filósofo David Bowie (en donde los estudiantes de cierta Universidad corean las canciones del artista), Santiago Wanderers, La vie en Rose, Bolero de Jorge Torres, y tantos otros que giran como video clips junto a canciones nostálgicas de cierta época vital de su autor.
Efectivamente, desde su niñez nos trae relatos que nos recuerdan la atmósfera de Qué vergüenza de Paulina Flores. Cito para ello el texto Buena política, en donde unos niños (incluido su autor, suponemos) cobran por hacer llamadas desde un teléfono y una casa abandonada. Así también, entre otros relatos de similar característica tenemos Operación retiro de televisores, La Patria, Animalismo, Cuando niños decían que el organillero traía consigo la muerte. Si bien es cierto en los relatos mencionados el recuerdo es más bien doloroso, como un viaje subterráneo y oscuro que nos trae a la mente el Infierno musical de Pizarnik, no deja de sorprendernos cierta nostalgia romántica entretejida por la mano de Jorge Polanco. En otras escenas existe una jugada a lo beat de Jack Kerouac. Leamos, a modo de ejemplo, Motoqueros: “La pasas a buscar en la ruta, en el mismo kilómetro de siempre. Las palabras martillean cada vez que hablan. En un dolor combinado con ansiedad, las escenas culminan donde comenzaron la última vez. Al momento de pisar el motel, las discusiones se inician y las diferencias de vida retornan en una criminalidad envuelta en cómodas cuotas de mutismo”. Notamos el misterio tal cual ave de rapiña que traspasa las páginas de este libro a la espera de ser visitadas por algún lector, tanto o más misterioso que las historias que se entrecruzan como enredaderas de una primavera inmemorial.
