Presentación de Blácbuc, de Juan Pablo Pereira
Por Ángel Valdebenito Verdugo
Hace tiempo, cuando eramos un poco más jóvenes de lo que somos ahora, y nos jurábamos las grandes promesas del torneo, recuerdo que junto a mi gran amigo Ernesto González acostumbrábamos a atosigar a Juan Pablo Pereira con la presión de que publicara sus poemas. Tenía nuestra edad, y como nosotros ya llevábamos un volumen bajo el brazo, nos parecía que ya era tiempo que él también cruzara el Rubicón. Por supuesto que entonces nunca pisó el palito y aguantó nuestros ejercicios disuasivos con fiereza. A la vez, parecía sacarnos pica con su ineditud voluntaria mientras escribía los memorables poemas del libro que hoy nos ocupa y otros tantos que quedaron fuera. Sobre la mesa de mámol del Taller Santa Rosa 57 iban cayendo cada viernes las hojas que en su mayoría saltaron la valla sin mayor rasguño.
Creo que quienes hemos tenido el honor de compartir esa mesa junto a Juan Pablo hemos sentido por años la publicación de este libro como una necesidad mayor, que al realizarse nos empuja unos pasos más adelante y renueva en la poesía chilena ese valor esencial que es su fauna variada que nunca, por más que se intente, terminará envasada como un producto perecible y homogéneo con nombre en superlativo.
Además, con la costumbre que tiene nuestro muchacho de saltar al ring de la controversia cada vez que un suceso le despierta oscuras sospechas, es ya tiempo que este libro salga, antes de que se imponga esa otra forma de ignominia cual es titular de crítico a un poeta y dejarlo ahí sin haber leído atentamente su obra escritural.
Esa es quizá la primera pelea que Blácbuc tenga que dar.
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Muchas veces en Santa Rosa 57 hablamos de la oscuridad en el lenguaje de Pereira, por su léxico y por la construcción de imágenes que se escalan y bifurcan de manera perturbadora:
A veces me temo por las noches
pues creo que mi ojo oscuro acecha
y en ellas pretende derribarme, a bastonazos
alguien se ríe de mis lentes
y procede.
Es lo que Ernesto González llama el “elemento anómalo”, una irrupción que en circunstancias normales no tendría ni patas ni cabeza pero que en un buen poema cobra un sentido cabal. De todas maneras, el tiempo y el trato continuo con la música y la poesía de habla inglesa han dado a Pereira recursos para un lenguaje, digamos, más práctico, menos encriptado. Desde luego no hablamos aquí de virtud v/s defecto, sino de variantes expresivas que enriquecen su obra y le dan sentido a los 10 años de paciente cultivo que ha tenido Blácbuc.
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Una de las cosas que llaman la atención en Pereira es la costumbre –hasta cierto punto irritante- de juzgarse a sí mismo como un ser errático que constata y detalla sus actos fallidos (digo fallido porque es él quien los juzga así, y creo que muchas veces exagera):
No me creo, pero puedo redactar desde un error.
Estoy solo y soy fuerte. He caminado
desde mi pieza a la calle y vuelvo cada vez.
No he matado a nadie. Miré todo lo que pude.
Me movía como un mudo, pero ya no.
Los caracoles siguen mereciendo mi piedad
y eso no ha salvado a dos o tres de mi torpeza endurecida.
Pero me saco los zapatos para subir a tu lado
y una vez traje una rama quebrada
que puse en tus manos. Lo he hecho mal
pero lo hice.
La hermosa paradoja de estos poemas es que esa falibilidad que confiesan toma cuerpo en textos redonditos. Entonces un sospecha que quizá sólo se trate de un hábito de funcionamiento mental, una forma de moverse, siempre inquiriendo, cuestionando primero desde sí y luego hacia afuera, que contradice nuestra creencia inextirpable de que lo malo está en otra parte: en los otros, en el sistema, en los críticos, en la generación anterior, etc. El bla bla bla típico del poeta demasiado consciente de que es el único ser lúcido en mil kilómetros a la redonda. El saber que ese chamullo está ahí dentro de uno es, creo, piedra fundamental del pensamiento de Pereira y ahí parece estar el origen del singular y tensionado diálogo que consigo mismo mantiene a través de todo el poemario.
Pereira boxea con su sombra. Constata, afirma, critica, relativiza la crítica, advierte sus limitaciones, por tanto cuestiona su propio cuestionamiento, es decir, admite sin complejos su parcialidad, en desmedro de la figura de autor –institución tan cara al orden literario.
Por algo en este libro hay gran cantidad de preguntas.
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Quizá todo libro sea un proyecto de vida paralela en que se retiene aquello que el tiempo inevitablemente ha de llevarse. Tanto lo que sucede como lo que sucederá. En Blácbuc, Juan Pablo ha formado una que se esconde y luce con movimientos de buena música y las válvulas reguladas con precisión.
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Ahora Blácbuc sale a ocupar su merecido espacio en la poesía chilena y eso es digno de celebrarse. Ya entenderán lo que les digo cuando abran esas amables páginas de bond ahuesado con verso ancho y profuso.
Santiago, diciembre 2010