Presentación de Blácbuc de Juan Pablo Pereira
Por David Bustos
Alguien acecha en lo oscuro
Es importante constatar que el autor de este libro se crió en las canchas de Santa Rosa 57. Partidos rudos de un día a la semana, donde más de algún participante tuvo que salir en camilla por el juego brusco. Los Rosarinos, nombre por el que cual podemos identificarlos, han ido sacando una a una sus producciones, libros que en su mayoría irradian compromiso con el lenguaje, rigor en los trazos de la tinta, todos creyentes de algo que a estas alturas pareciera ilusorio, el libro de poesía, y no el autobombo, las modas del momento, el último clip televisivo. Los Rosarinos se han hecho respetar con libros sobre la mesa y una atenta lectura crítica de la tradición, cuando les ha tocado jugar de visita han resistido los embates de la ingratitud del medio. No se trata de una secta, ni de un grupo de machos alfa, se trata de poetas en su mayoría menores de 35 años que con sus diversas miradas críticas han sabido convivir dentro de una actividad, con otro bien escaso, la honestidad. Ni sádicos ni masoquista, sino rostros descubiertos y manos limpias, tinta con claras muestras de glóbulos rojos. Dicho esto, vamos a Blácbuc de Juan Pablo Pereira.
Mis anotaciones de este libro coinciden a grandes rasgos con el prólogo de Virginia Gutiérrez Berner, pero sin embargo intentaré ir a contrapelo de éstas y ser menos precavido.
La primera cuestión con la que nos topamos es el tiempo, el tiempo como huincha adhesiva u horizonte experiencial donde irrumpen figuras como: el abuelo, el padre y él o los nieto(s). Ésta triada o tronco parental deviene en ley en el sentido que Lacan refiere, el nombre del padre como vector de una encarnación en el deseo. El hablante declara: la piedra fundamental del crucigrama es mi abuelo. O sea el padre del padre, el doble padre, en ese acontecimiento de doble autoridad se realiza la primera paradoja de esta escritura, entre la ley que encarna el padre, que prohíbe y el deseo que quiere realizarse (goce).
“Me parezco a mi padre, menos/ a mi abuelo materno./ Soy mi hermana vista del revés”
La figura epigonal del padre, nos lleva al segundo punto: la infancia. Espacio de lo simbólico que parece desplegarse en el libro entero. Veamos qué señala el sujeto de Blácbuc: “Pastar aquí/ tranquilo, alzando vez en cuando la cabeza/ corresponde al instinto correcto, a la/superación de un estadio inmaduro y feliz./ Dejé de comerme las uñas. O sea/cedo a veces.”
La infancia como espacio donde se internalizan las reglas, como contorno que ofrece representaciones. La infancia también vista a su vez como un recurso que siempre está en su fase inicial y que por tanto es inacabada. Benjamin decía que la primera experiencia que tiene el hombre no es que el adulto sea más fuerte sino su incapacidad de hacer magia. Pereira o el sujeto de estos poemas se refiere a la magia como: un pequeño acto vulgar. Es decir la trivialización de un acto que por su misma vulgaridad pierde prestigio, pero que no por eso deja de estar presente dentro del tejido textual.
Pero sigamos con las imágenes infantiles:
“con la presencia un tanto absurda de un dragón de piel cuarteada,/ de colores difusos/ descansando panza arriba sobre una pila de tus cartas”
El hablante declara absurda la imagen del dragón sin embargo la recrea, el escepticismo como coraza (protección) o como forma de comprender : “Ahora veremos por qué los dragones no vuelan/ y las harpías existen pero han sido encerradas/debajo de un árbol que encierra la verdad de nuestra infancia”
Estas consideraciones acerca de la infancia además están estrechamente ligadas a la tríada anteriormente mencionada: abuelo, padre, nieto y que desde ese topos tensiona el universo simbólico del lenguaje, que deviene en un sujeto que vuelve sobre sí, ora en bolsas de basura, ora como residuo. Todo esto transformado en coraza o huella que impone un tono en el libro.
Lo podemos ver más claramente finalizando el texto: “Juan Pablo, ¿hablas solo? Fea costumbre./Como cantar en la mesa. Cuántas veces/ te retaron y dejaste de cantar un par de años”
Decía que la primera paradoja de esta escritura del “padre” se sitúa entre la ley que prohíbe y el deseo que quiere realizarse. Freud habla del asesinato del padre, lo que lleva a producir una ley escrita hecha justamente para poder transgredirla. Aunque no aprecio tal asesinato de manera literal sí en términos más bien gestuales, que se traducen en la materialidad del lenguaje mismo.
Repasemos el poema: Biblioteca, facultad de derecho:
“hablan/desde su puro calabozo casi blanco;/
más yo el mirón, y aunque su hermano/
las dejo en su lugar y me desbando”
Los libros de leyes de la biblioteca de la Facultad de Derecho, contienen el cuerpo legal, donde el sujeto establece un doble vínculo, el de la distancia observadora, que advierte los límites y que puede hasta mencionarlos, pero que luego “desbanda” transgrede esa mirada. Creo que no puede haber distancia sin una apreciación previa, sin ser un participante activo dentro del engranaje simbólico de la ley del padre. Nietzsche dice: “La duda me devora, yo he matado la ley y yo tengo para la ley el horror de los vivos por un cadáver: a menos de estar más allá de la ley, yo soy el más reprobable de entre los reprobables.”
Blácbuc es un libro que funciona en ese equilibrio, entre esa tensión de la prohibición castradora y el goce. Goce y tensión: peligro. Peligro, pero dentro de una línea temporal de perpetuación: abuelo, padre, nieto.
Virginia Gutiérrez advierte que dentro de este itinerario familiar que despliega Blácbuc casi no aparece la madre, está omitida como figura dentro de la constelación. Yo más que una baja del itinerario, lo pensaría como sustitución. Es decir la madre simbólicamente es el libro entero que se abre para ser leído. Blácbuc es un libro desde y hacia la madre, pues el escenario es montado para llenar ese vacío.
Freud señala que la representación-objeto consciente se descompone en la representación- palabra y en la representación-cosa, que consiste en la envestidura.
Es decir la madre es posible en términos que se incrusta invisiblemente en las figuras: abuelo, padre y nieto, o sea está presente desde la exclusión en lo que en pintura se llama “verónica” (la vera icona) o en lo que se denomina en etología imprinting.
Este punto es primordial creo, para entender el lenguaje que nos propone Blácbuc, porque sin sospecharlo desde el inicio su poética estuvo marcada por la madre, aunque esta no aparezca en todo el texto en término literales o miméticos, pues ella al estar perdida se encuentra presente en la marca gestáltica que queda, en lo que sobra o en el ripio que Pereira nos ofrece poema a poema, es decir todo el libro es un juego espejeante de imágenes que constituye formas del lenguaje en término de lo no dicho. La madre como sutil sentido encubierto, jamás representada, pero acechante desde la oscuridad, una oscuridad-libro.
Podríamos arriesgarnos a decir que este libro de Pereira funciona desde la coraza que es ley-padre y que por tanto camisa de fuerza, en tanto los movimientos, la energía o pulsión sería la madre, eso que atisbamos en la coraza, pero no logramos ver. Todo este ilusorio forcejeo se encripta en la infancia e implementa en la oscura densidad del lenguaje.
Para finalizar, decir que Blácbuc no es para nada un primer libro, no tiene nada de inocente, ni mucho menos es una buena intentona. Es más bien un libro adelantado, que nos devuelve un sujeto inteligente a cierta realidad poética local. Una obra nacida en las canchas de tierra del lenguaje y que ahora debuta en la primera división de la poesía chilena.