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Es sumamente vívida la sensación de horror ante el ejército de contenidistas
8 urracas, de JP Rodríguez
Por Sebastián Diez
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8 urracas es el tercer volumen de poesía publicado por JP Rodríguez cuyo registro dista de los anteriores (Shangai, 2015; Sobre el movimiento de las estrellas fijas, 2018) en los que la imagen y secuencia predominan. Hay en éste una épica personalísima y una vacuidad de contenido, destacando el canto, que lo hacen una experiencia de lectura peculiar y vertiginosa.
Hay una génesis, Noé le prohíbe la entrada al arca a las urracas. Los motivos bíblicos abundan. Primero a las urracas las destierran del arca, luego se las trata por comedoras de boludeces: cables, plástico. Pero al avanzar, la impresión de que las urracas fueran seres despreciables se ve sepultada, de hecho, por los parlamentos, la estructura dramática cuando toman la palabra, en la titulada “Teleserie del sueño democrático”; y que nos llevan a pensar completamente lo contrario. Es un coro de voces disonante donde la autenticidad y certeza con que habla la Urraca (con mayúsculas) en su condición de testigo del moderador y los participantes (personajes parlantes) y de la pelirroja y Katerina Gogou, que no hablan, nos hace admirarlas, ofrecerles nuestro oído.
Aún así, el soporte de las urracas es la forma y así lo subraya JP a lo largo del libro: "El sentido es la única cárcel." Aquí hay una clave. El cambio abrupto del rumbo de los versos, como bombas de sonido o camotes arrojados desde una pasarela, convierten la lectura en una experiencia en sí misma. Vamos alzando el vuelo en un fraseo lírico puro, de alto alcance, cuando de pronto nos atropella un sin sentido, en apariencia. Cito:
la única luz posible
en un bosque
oscuro y húmedo
es un libro de Lenin.
Se va sospechando la lírica cuando nos vemos de pronto frente a un descuadre. Lenin, supuestamente lo más alejado de un bosque húmedo, se nos aparece como un fantasma. Pero claro, ¿qué más luminoso que un libro de Lenin en estas circunstancias? La condición de extranjería de la propia lengua hace eco en estos poemas que balbucean mientras dilucidan otro modo de leer y escribir el castellano. JP vive en Bristol aún y no lo veo desde antes del estallido. Hablar en inglés todo el día (quiero decir, la adopción de una lengua cotidiana) y escribir a la vez en castellano me parece un cruce idóneo para poner a la lengua en duda, para sospechar del decir, y ver por encima significado para analizar los signos. “¿Puede un perro llamarse pájaro?”. No sólo el non-sense de algunas metáforas, sino la musicalidad, el uso original de la rima y del fraseo métrico, hipérbatones dulces. Leer el libro en voz alta es una sinfonía arcaica, un solo de soprano que se sostiene en sus más de cien páginas.
Ahora bien, ¿qué mitos acerca de la urraca sustentan el libro? La mitología de la urraca como ave de mal agüero, que da mala suerte, se remite a la creencia europea de que mientras Jesús yacía en la cruz, todas las aves lo visitaron en su agonía, menos las urracas, altaneras y parcas. En Sudamérica y Oriente, por su parte, el status de la urraca es todo lo contrario: señala felicidad y habladuría, ese goce de la palabra oral, la chimuchina y el cahuín. La forma de los poemas expresa esta doble condición: se ciernen ante los eventos tristes (la enfermedad del padre) como también participan del carnaval de la palabra. Si repaso la estructura vemos en un origen la expulsión de las urracas del arca por su paganismo; luego, las comedoras de tonterías, que en realidad es todo aquello que brille y que guardan, así fueran joyas, metal o lata; y finalmente el parlamento, las excluidas que toman la palabra, las filósofas testigo de las fruslerías de sus pares humanos.
Esta estructura, como mencionaba, define la ópera y épica de la urraca, ave común en Europa, como la paloma en Sudamérica y que, según los ornitólogos, es una de las más inteligentes y la que mejor se adapta a las deformaciones provocadas en el ambiente por el humano. Que la urraca sea la única ave que se reconozca en un espejo establece así mismo ese atributo antropomórfico, brindándoles la capacidad de observar al humano en su propia condición a veces errante y mal intencionada. Llama la atención lo profundas que pueden resultar algunas observaciones de la Urraca como a su vez resultan obscenas algunas observaciones de los participantes humanos.
"Llegar hasta la médula abstracta del hueso". La carcaza de los poemas y, en apariencia, su vacío interno, nos remiten al Estravagario de Neruda que ejecuta esta gimnasia verbal una y otra vez. Pareciera que JP hiciera malabares con implementos cortopunzantes pero de utilería, todo esto encadenado con reflexiones sobre la forma, mini ensayos, titubeos teóricos. La médula está ahí, en poner en líos al contenidismo atroz que predomina hoy en la poesía chilena.
Este contenidismo, pulsión extraliteraria, se puso en duda en el 18 de octubre: las desgastadas consignas eran insuficientes ante las necesidades políticas del momento. En un octubre para nada democrático, pues la democracia seguía siendo una ficción (tal como lo es la clase media, ese purgatorio, ese ni cielo ni infierno, esa mediocridad existencial) la necesidad de formas nuevas de mencionar, decir, acusar, se retroalimentaron y produjeron un lenguaje nuevo. Leía en las paredes: Lenin y Lennon/ Reptan y Raptan/ Patrimonio y Matrimonio. El sin sentido aparente no hacía más que retorcer la lengua, poner ojo en la forma pues el contenido aún no se lograba asir. Al tratarse de una revuelta sin líderes políticos ni discursos (género literario en decadencia) que hicieran de batería para un programa definido, la masa retornó a la oralidad y en ella se refugió e hizo política.
Hay momentos en los que JP se refiere a la revuelta chilena de fines del 2019, pero como un caso visto a la lejanía. De nuevo la condición de extranjero del propio autor juega con las nuevas maneras de decir. Ya nadie ve las noticias. Son innecesarias ante la democratización de la información, si seguimos con las ambigüedades de la democracia. El mundo estará hecho (o ya estaba hecho) de fake news. De hecho, recuerdo que mientras caminábamos en el éxodo del 18 de octubre por la tarde, cuando cerraron el metro y los trabajadores se quedaron errando por la Alameda, muchos ya cabreados y manifestándolo, y otros queriendo llegar a casa pronto, JP me envía un audio, creo, preguntándome qué onda, un catastro de daños de la cagada que estaba quedando y que seguía por la televisión inglesa y especialmente por redes, sin entender mucho. Y le contesté eso: “hermano, esto parece un éxodo.” El libro de Lenin era necesario. El bosque oscuro era Chile. Y no alcanzaban las palabras, más allá de la deformación supina de las noticias provocadas por los canales de televisión (medio en decadencia). Esa noche declaraban estado de excepción. Recuerdo que terminé el mensaje a JP pidiéndole aquella foto de la micro que se dirige a Portishead, pueblo aledaño de Bristol, que me había prometido antes de irse a Inglaterra, pues no imaginaba la envergadura de lo que estaba a punto de ocurrir después. En ocho meses se cumplen dos años de aquello y la protesta sigue desarrollándose. Y las palabras siguen sin alcanzar.
Volviendo a las ambigüedades pero de la lírica, leemos: “es sumamente vívida la sensación de horror /ante el ejército de contenidistas.” No quisiera caer en el lugar común de clasificar el texto como “pura forma”, pues una aseveración así fracasa cuando el tiempo renombra la real realidad, y el contenido se torna museo y la forma, contenido. No van nunca una sin la otra de la mano. 8 urracas es un libro que pone de cabeza las formas de entender la poesía en lengua castellana, saliendo de los pasos circulares de la poesía de la imagen, y huyendo despavorido de los lugares comunes.