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Serie: Poetas colombianos

Juan Pablo Roa Delgado

 




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Juan Pablo Roa Delgado (Bogotá, Colombia, 1967). Estudió Letras en Bogotá. Tras una estancia en Portugal e Italia (1993-1997) se radicó en Barcelona (España) en el año 2000, donde se desempeña como editor. Ha traducido obras de las poetas italianas Amelia Rosselli (Poesías, Ediciones Igitur, Montblanc, Igitur, 2004), Ana Maria Giancarli (Ediciones Amargord, Madrid, 2013) y Antonella Anedda (Desde el balcón del cuerpo, Madrid, Vaso Roto, 2014). Es fundador y director, junto con Roberta Raffetto, de la revista de poesía animal sospechoso, editada en Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Ícaro, (Bogotá, 1989), Canción para la espera (Bogotá, 1993), El basilisco (México, 2007) y Existe algún lugar en donde nadie (2011, XXXV premio de poesía Vila de Martorell de 2010, publicado en Palma de Mallorca por Lleonard Muntaner Editor). Desde 2013 trabaja en un proyecto editorial nacido de animal sospechoso.

 

 

 

Jardín de las delicias

La imagen es precisa. Ella plancha tarde en horas de la madrugada mientras él le llena la cabeza de recuerdos, de músicas extrañas. Le cuenta su vida como si viniera de otra geografía. Ella elogia su desnudez al lado de la plancha. Cada vez demora más el paso del calor sobre la ropa: quiere que la noche no termine.

Pero él le llena la cabeza de recuerdos, de músicas extrañas. Su vida, su desnudez, sus palabras. Todo pende de un hilo delicado, y, sin embargo, a la hora del amor, nada parece más fuerte que sus palabras. La plancha, su desnudez, sus gestos.

[De El basilisco, México, 2007]

 

 

Regreso

Dejemos nuestra casa en orden antes de
cerrar, por última vez, sus puertas.
virgilio piñera

No puedo abrir la boca sin dejar pasar una cierta admiración.
Una puerta abierta en su mugre de casa vieja, de patio y baldosines de ajedrez, la boca abierta de un niño que grita, que llora ya sin llanto.

Su voz está en otra parte. En otra casa tal vez, o a lo mejor el niño llora sólo en sueños: ha crecido, ha restaurado y comprado la casa. La puerta estará ya cerrada para que no se pierdan otras cosas, para que el elemento salobre de las semanas no comience a invadir el mañana y el después de cada día.

Mientras escribo no puedo ya hacer nada. Ese hombre adulto llora en sueños, sin voz. Sus gritos se fueron a otra parte.
Abro la boca con cierta admiración y dejo pasar al niño. Es más: dejo siempre abierta la puerta.

[De El basilisco, México, 2007]

 

 

El deseo, espejo renovado del sediento

El verano es un día sin término donde sólo acontece lo blanco
y blanco el abismo cruza al fondo del paisaje en altamar, lo hondo,
el allí insaciable que no llena la palabra cenital, la pérdida, el invierno,
la casa, el amor de los santos en eterna primavera incendiada, el desorden
la ubre genital que no da tregua al disipado. Escucha, sigue el camino
tu línea de aire por encima de los montes, del bosque, no pierdas la tarde,
huye del hielo, de la infancia castigada, del vacío lejano cuando buscas.

El deseo, el dolor, el espejo renovado del sediento dilata la sombra, la casa,
la tarde interior poseída por el agua de la carne, de la niebla. Corre,
huye lejos, lejos de ti, de tu hambre ladrona paridora de vacíos. Calla,
todo es inútil pero no lo creas que la tarde, la furia es primavera
y muerte, todo es inútil pero no lo creas antes de ver tu sangre en sueños,
en las albercas del agua que se va cuando traes los recuerdos a la lumbre.

Conoces el teclado de la tarde pero sigues buscando a tu ahogado entrañable,
sin olas, lejos del vaivén de un agosto sin verano que también se llevó a tu padre,
en las brasas, el oxígeno quemado y tú que vuelves borracho a buscar a tu hermano,
quemado por una vida mal consumida en afectos duraderos, pero él ya no es casa
y en ti la ausencia multiplica los espejos heredados, perdidos en tu apuesta
en tus palabras al viento, de cara a la blancura por llegar al hambre.
Huye de la santidad imposible, renuncia a la familia después de la infancia;
estás solo con tu hambre paridora, la plenitud escondida en la niebla;
con ella llenas sin término el poso de lo nunca habido más que en sueños.

Pero la plenitud es vacío, es el verano blanco donde sólo acontece lo blanco
y blanco el abismo cruza al fondo del paisaje de altamar, el teclado de la tarde
cruza lo hondo al fondo del oleaje, en el vacío lejano cuando buscas la casa,
la dilatada sombra de la casa, el poso de lo nunca habido más que en sueños.
Buscas en la tarde, preguntas por el ahogado consumido en mil afectos, preguntas
buscas a tu padre, preguntas por su invitación a la boda de su hija,
tu hermana adoptiva en el clangor de la casa perdida.

[De El basilisco, México, 2007]

 

 

durante años recogimos palabras para el canto,
le dimos nombre propio a nuestras voces
y a las tardes en que en el abrazo fuimos una sola sombra;

durante lustros compusimos y arreglamos,
recogimos extraños minerales para el viento
y cuando todo estaba listo para el canto
yo tuve que cantar a solas la canción que no termina.

[De Existe algún lugar en donde nadie,Mallorca, 2011]

 

 

todo hijo es el hijo pródigo
en vida, en marea estéril
y después,
más allá del lienzo fresco,
la mano que pinta y es estar.

Todo hijo es un hijo pródigo
y la madre, que ya no es como agua,
hoy así lo nombra:

«abrazo, ausencia, niño
que aún sigues siendo en otros brazos».

[De Existe algún lugar en donde nadie,Mallorca, 2011]

 

 

I

SEGUIMOS tan solos allí, madre,
con el fruto amargo de la sombra en los labios
y la nieve de su cuerpo en el estanque.

 

II

La naturalidad con que la muerte nos visita,
vuelve y sube al balcón después de tantos años;

tú y yo
entregados al dócil menester del agua
y el árbol de la muerte a pocos metros de la casa.

 

III

Más frágiles que el viento, las palabras,
esa orgullosa voz del viento.

 

IV

Pero el perdón es alimento de los parias
–concluye el hijo pródigo–,
aunque tú seguiste allí en esa orilla familiar
que llamas casa, patria que ahora desconozco.

 

V

Un muchacho puede caer de pronto
y pocos metros de caída
pueden bastar para dar altura a su muerte.

 

VI

La levedad de su cuerpo desgonzado sobre el agua
sigue siendo lumbre aún en el invierno,
cuando la mano vuelve su sombra entre adjetivos.

 

VII

Pero también estaba su risa
el luminoso torrente de su abrazo,
su manera de ordenar el mundo oscuro:
llamaba «perro callejero» al lobo en su ausencia
y erizaba el pelo al cruzar el paso del lobo verdadero.

 

VIII

Con qué levedad el viento
con qué argucia los recuerdos montan en el viento,
con qué dulzura las palabras viajan por entre el viento.
Hoja de aire sobre hoja de aire,
la palabra hace casa,
hace madre del soplo,
hogar de la palabra madre que llevamos en la boca.

[De Existe algún lugar en donde nadie, Mallorca, 2011]

 

 

no llamo a los muertos por su nombre
pero uno a uno los voy poniendo
en el árbol del difunto:

hacia adentro crece,
el sol dora sus raíces
y sus frutos son un limbo fértil
de añejas palabras.

–¡Bajad del árbol que la cena está servida!
dice mi madre entre suspiros,
limpiando, reparando
y encalando muros de un espacio que ya es de nadie.

Yo prefiero descender por ramas de papel
y de vez en cuando subir hasta la raíz;

traigo viejas y trabajadas palabras en la noche
para morder el duro fruto, el duro pan del llanto.

[De Existe algún lugar en donde nadie,Mallorca, 2011]

 

 

no serás feliz mañana ni cuando tengas
ni serás mañana una suma.
Resta mejor lo que no hiciste,
suma las renuncias, las tardes
disipadas por la plata del oro plástico
disipadas, las tardes en que no fuiste a la escuela
ni recogiste al amor de tus ojos,
las tardes que dan eslabones a lo que será ya tarde
a lo que no fue más.
Acariciar la cabeza de tu retoño,
abrazarla a ella o a él,
perder el tiempo, disipar la vida
en contra del trabajo
o en contra del tener.

Porque nunca tendrás:
no serás feliz mañana ni cuando tengas
ni serás mañana una suma de lo conseguido.

[De Este lugar, este día, inédito]

 

 

como el que habla de una mujer en los poblados
entre el polvo de las veredas
sin haberla visto jamás;

como el que por entre ríos y valles
va dibujando una nueva ciudad
y en ella los nombres de la que no conoce;

así la mano que te busca en lo que fue,
en lo que va borrando la memoria
para recordar y dar una fecha
a la arena que escapa entre las manos

entre la eternidad que no trasciende
la prueba del instante en que vivimos.

[De Este lugar, este día, inédito]

 

 

como voces perdidas,
como pájaros de un único vuelo,
a la orilla de la edad y del tiempo,
vuelven a mí desnudos
los elementos y sus accidentes:
el río Arno, más de papel que de agua,
o mi mujer corriendo
con una cumplida parrilla entre las manos
y el don del vino en la sonrisa.

El viento serenaba nuestra siesta,
una brisa que acariciaba los olivos
y ventilaba nuestros sueños veinteañeros
a la intemperie de un día de reloj campesino.
 

[De Este lugar, este día, inédito]



 



 

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Serie Poetas Colombianos: Juan Pablo Roa Delgado
(Bogotá, Colombia, 1967)