MAR DE LUCES
Matías Morales Saavedra
(Breve nota de una lectura)
Jaime Quezada
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Matías Morales Saavedra (Concepción, 1986) no tiene temores ni prejuicios de señalar que viene escribiendo poesía, y en frase convencional, desde su “más tierna infancia”, como quien dice desde el día primero que vio y sintió el mundo como creado por él, y con asombro y gracia. Con gracia de escritura, por cierto, en el apego a las palabras y a las gentes y cosas muchas que rodean esa escritura. Libro primero (Mar de luces, presentado recientemente en el Aula Magna del Departamento de Extensión, Universidad Central) de un poeta que entra sin susurros ni timideces a la literatura sorprendido de sí mismo por azar o magia de su propia poesía.
Así, bien puede ser, es, este Mar de luces un mar de poemas (¡87 en total!), cada uno de ellos una luz o noctiluca o fosforescencia que ilumina más allá del poema todo. Estrofa medida en muchos casos en su rima y en su ritmo del verso a verso del poema (ritma tu verso y ritma tus acciones, pedía Rubén Darío a los jóvenes por venir). Y, en otros, el verso se hace a toda página, abierto o libre en su expresividad y extensión del poema. Tal es la forma y marco de referencia que caracteriza el atractivo volumen, ilustrado a tinta o plumilla por mano dibujante del mismo joven autor.
Por sobre todo, es su contenido o fondo de esta poesía la que llama la atención apenas se entra en su lectura. Una lectura contagiosa a través de la “palabra sagrada” del poema que, como zarza ardiendo, queda flotando a llama viva en este mar de luces. Se diría un tratamiento visible y directo de un lenguaje poético cuya sintaxis y estética enriquece y verbaliza una escritura sin alarde ni estridencia alguna. Tono conversacional y epistolar del poema mismo. Poesía, por lo demás, intimista y de soledades (“Hoy me sentí silencio”), contemplativa en el mío en mí y, a su vez, en el acercamiento al prójimo o al otro, muchas veces el propio lector de sí mismo. Sentires y decires en sus sencilleces y naturalidades sin retóricas ni rebuscamientos. Simplemente el aire que pasa, lucecitas dentro de las luces muchas que hay en esta poesía fervorosa, sensitiva y de animus en su candor y encantamiento. Las más de las veces, sin embargo, reflexiva y evocadora y hasta nostálgica (de una nostalgia placentera y gozosa) pues todo puede estar en el “secreto de una flor” o en “una copa lagrimada”.
También el permanente y constante tratamiento temático que cruza un poema con otro en una especie de vasos comunicantes o trasvasijadores del asunto materia del poema: 1) El tema de la naturaleza en un apego a la madre tierra como fuente nutricia de todas la cosas, a las aguas y los ríos, a los bosques en sus verdes esplendores, al paisaje como entorno de un medio ambiente y de un vivir viviendo: “Tengo que volver a los bosques escondidos / y voltear mi mirada cada vez que quiera”. 2) El tema del amor (el siempre eterno y sentimental amor), pero aquí en una relación de lo humano-humano y de lo amado en su secreto o recuerdo o nostalgia a la manera de un latido romántico y reflexivo: “Sueño y me sueña”, “Te hiciste parte de lo bello y ahí creció un jardín”. Así, el amor como Musa creadora y como Musa amada. Y por todo, el amor de vida y de projimía. 3) El tema cosmogónico en su videncia y vivencia y en sus elementos de soles, lunas, estrellas, cielos: “Un cielo envuelto en otro cielo / más ancho y más nuevo”. Espacio y tiempo en el estremecimiento y asombro de los días y las noches en sus sueños, rotaciones y retornos.
Esa energía en un cielo “más ancho y más nuevo” queda flotando motivadoramente en esta poesía, que siendo primaria no resulta primeriza, sino evocadora y reveladora en su don de original y sencilla escritura. Entre el latido del corazón (¡cómo que no!) o de sentimiento adentro y el adjetivado cepilleo de la palabra. Aun así es ese amor-naturaleza -volteadura de alma, se diría- lo que deja sello a un proceso de vocacional y sentida literatura. Y, por sobre todo, un arrobamiento y una fe en la palabra poética, en la “Palabra sagrada”. No en vano el breve texto de ese título abre e inicia precisamente el volumen de este Mar de luces. A esa palabra, también, se aferra y se apega sensitivamente nuestro Matías Morales Saavedra en su promisorio y admirativo libro: “¡Oh, luz! no me sueltes nunca más de tu mano”.
Santiago, Septiembre y 2011.