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UN FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA
GRANADA. NICARAGUA 2011

Jaime Quezada

Ya voy concluyendo mi fervoroso periplo centroamericano después de aquel notable reciente Festival Internacional de Poesía Granada 2011. Festival que resultó para mí todo un reencuentro emotivo y literariamente vivencial con las geografías, las gentes, la poesía de una Nicaragua hoy y, que a su vez, me hizo revivir aquellos años otros en mis búsquedas vocacionales y latinoamericanas por aquel Solentiname de las ínsulas del querido Ernesto Cardenal. Volver a Nicaragua es volver a ser poeta.

El Festival fue algo grande y pluralísimo con las tantas voces poéticas y generacionales del mundo convocadas en la colonial y eterna Granada, tan abrasadora de soles y de sus abrazadoras gentes. Organización perfecta y al divino detalle; actividades muchas dignificadoras del evento; lecturas atentas y rigurosas en el oficio de cada poeta; programa extenso, atractivo y revelador de acercamiento a todo y a todos. La poesía entrando en los parques públicos, en los atrios de las iglesias, en los mercados folclóricos y pintorescos, en las calles bajo los aleros coloniales y hasta en los cuarteles policiales (la poesía es contagiosa), así sea en las salas de colegios y en auditorios universitarios. La poesía también como trato cariñosísimo y fraternal en afecto y simpatía en el día a día de las juntas y rejuntas, de verse y reverse. Raíz y canto además en el  Flor de caña, sin duda. Llama ardida de bebedura en el vaso de ron o en la copa alta de una cerveza Victoria heladísima.

Realidades e imaginaciones han sido posibles gracias a la poesía y a la emotividad del estar en una aldea-ciudad-metrópoli de Niquinohomo con un Augusto C. Sandino resurrecto. “Gracias, poeta, por venir a este valle de guerreros” -que eso quiere decir Niquinohomo: valle de guerreros-, me dijo en alta voz una sencilla mujer de Niquinohomo que era toda la digna voz de una raza y de un pueblo y de una conciencia viva de todo tiempo. Me sentí verdaderamente emocionado y orgullosamente feliz.

En Granada 2011 se hizo espíritu y sentido el lema del encuentro, que el querido Francisco de Asís Fernández Arellano repitió elocuentemente tantas necesarias veces: “La poesía es el reino de la imaginación y el más feliz y doloroso testimonio del ser humano sobre la tierra”. Y así fue, reino e imaginación y testimonio de lo humano y de lo poético. Con razón Rubén Darío escribiría la palabra harmonía con h, con h de hermandad, con h de humanidad. Se cumple así con el el kumi-kumi (un solo corazón) en el decir de los indios miskitos de la costa caribeña nicaragüense.

Privilegiado yo, poeta de Chile y del fin del mundo, el haber estado en la tierra azul-Darío en un mismísimo afán de hermandad literaria y de acercamiento de vida y esperanza de nuestros pueblos. Porque los encuentros o festivales son, en definitiva, eso: verdaderos encuentros con la poesía y con los autores de esas poesías. “Mirar el mundo sin recelo”, en el certero verso de Claribel Alegría, la bienaventurada poeta nicaragüense-salvadoreña homenajeada meritoriamente en esta séptima versión del Festival.

Y en un estar ahí, sentido atento y rostro abierto, con las voces o vertientes o vasos comunicantes de una poesía contra-reloj: luminosa, lúdica  y terrestrial (Blanca Castellón); de una poesía graciosamente gatuna y de perfección maulladora (Darío Jaramillo); de una poesía rigurosa, ajedrecística y quevediana (Marco Martos); de una poesía de orgullosa identidad y de radiante mujerío (Giaconda Belli); de una poesía objeto y naturalista, ritual y delirante (Serge Pey); de una poesía puro silencio y también eléctrica (Jaime Quezada); de una poesía festiva y de genuino carnaval y de magia y de encantamiento (todos los poetas en su voces triunfales); y, en fin, idiomas, lenguas, razas en materias y elementos de singularísimos quehaceres: eufónicos, sonoros, permanentes. Tal cual la palabra Mom-ba-cho, el volcán tutelar y sagrado de Granada.

Y no descuidemos a los jóvenes, los jóvenes poetas que dicen lo que tienen que decir con fervores y gracias de amor por la palabra poética. Las voces nuevas de hoy para las significaciones de mañana. Así me ha ocurrido gratamente con toda una novedosa y admirativa poesía de los jóvenes poetas nicaragüenses, y centroamericanos en general. Jóvenes poetas fervorosos, activos, atentos al rumor de la creatividad literaria en sus temas y lenguajes varios.

Ejemplo motivador de ello está en las páginas de Orquídea del acero, una revista, en verdad, de acero legítimo y de florecimiento orquidáceo (en un país y una Centroamérica de tantas variedades de esas bellas y resplandecientes epífitas, pasión mía también de poeta y de botánico), que bien revela las acciones, sueños y quehaceres de los más jóvenes poetas de una Nicaragua abierta no solo al joven-joven poeta nicaragüense, sino también al vigente poeta de toda época (Joaquín Pasos, por ejemplo, ese joven poeta de su natal Granada que conoció el mundo sentado en un petate sin haber salido nunca del patio de su casa). Y, por sobre todo, abierta al Continente nuestro en sus aires renovadores de poesía. Me siento buenamente representado en esas páginas -sin estar yo en esas páginas- a través de los versos de estos jóvenes poetas porvenires. Como si la nicaragüense Orquídea del acero fuera ahora floreciendo conmigo.

Es lo que yo, sinceramente, quería contar (y contarme) a mis amigos poetas chilenos que esperan de mí mis señas nicaragüenses en el “vete a Nicaragua, vete a nado”, tal cual le dijeron a la inversa  al joven Darío (sin ser yo Darío) que se vino a Chile en otro siglo y salió después al mundo azul modernista.  Ese azul también que yo vi en las ínsulas extrañas del gran lago de Nicaragua y que va ahora conmigo como un canto permanente de vida y de esperanza. Así sea.

Granada, Nicaragua 25 de febrero, y 2011.


 

 

 

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