ENTREVISTA PÓSTUMA A LEDO IVO:
Una Lectura del Mundo
Jaime Quezada
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La noche del 22 al 23 de diciembre, el poeta brasileño Lêdo Ivo (1924 - 2012) moría de infarto al corazón en un hospital de Sevilla (España). Esa tarde, con su alegría habitual, había recorrido el barrio de Triana y paseado por los jardines de la Alhambra. Su inesperada muerte, a sus 88 de edad, sorprendió al mundo literario en fecha, además navideña, de acercamiento y projimía. Y también a ese mundo en el cual siempre encontró su respiro y su aire, y que lo llevaron humana, poética y vivencialmente a mirar ese mundo como un arte o lección de vida: : Ivo vio la uva / y aprendió a leer. / Ivo vio a Eva / y aprendió a amar. / ¿Ivo vio el ave? / ¿Ivo vio el huevo? / Ivo vio la huelga / Ivo vio al pueblo.
No hacía mucho me había enviado, con una generosa dedicatoria (“de poeta para poeta, de amigo para amigo), su última obra: O vento do mar (El viento y el mar), una voluminosa e ilustrada antología que reúne buena parte de su obra poética y de su propio testimonio de vida. También, en mayo de 2010 habíamos compartido distendidas conversaciones en aquellos intensos y celebratorios días de encuentro, lecturas y amistad en el Festival Internacional de Poesía de Bogotá y Valledupar (Colombia). Qué fervor y alegría de mundo tenía este Lêdo Ivo, bello y querido poeta. Y un mundo de plenitudes y sencilleces él mismo. Ahora se queda resueltamente en mí –su atento y agradecido lector- a través de estos diálogos perdurables:
Ya a los veinte años, Ivo, usted tenía nada menos que un libro publicado, y con un título que le dará prontamente identidad: Imaginaciones (1944). Quiere decir que la poesía le vino, entonces, desde muy temprano: “Sí. Desde la infancia yo deseaba ser poeta y escritor. La prosa de las primeras lecturas me llevaba a vivir aventuras en los mares del Sur y en barcos piratas con una bandera negra y una calavera blanca en el centro, a la busca de tesoros escondidos en islas desiertas y en medio de tempestades y naufragios. Esa prosa estaba rodeada de una misteriosa aura poética”.
¿Y cuáles eran esa primeras lecturas?: “Bueno, las páginas de esos libros bienamados de un Emilio Salgari, de un Robert Louis Stevenson, de un Daniel Defoe y tantos otros que correspondían a velas de barcos…”
Viviendo usted en una región de mar, bien pudo haber sido uno de esos navegantes de aventuras y de barcos piratas, y darse a la vela: “Y sí lo hice, me eché a la imaginación y al mundo. Nací en Maceió, una pequeña ciudad marítima y pantanosa del nordeste brasileño, y el paisaje nativo casaba plenamente con el paisaje de las novelas afortunadas. Frente a mí estaba siempre el mar, con los barcos que invitaban a la partida y a la evasión. La realidad y la imaginación se fundían en el instante milagroso. Así, desde temprano aprendí que la única verdad del hombre es la verdad de su imaginación, esté ella guiando la mano de un escritor o la ambición de un niño”.
La prosa, bien. Pero ¿cuándo aparece en usted la poesía propiamente tal. O cuándo se encuentra con un poema que lo lleva más allá de esa imaginación?: “Yo era alumno de un colegio religioso que privilegiaba, además del idioma patrio, la enseñanza del francés y del latín. Me ocurrió a los 15 años un choque de lecturas que tuvo una importancia seminal en mi vida. Vino a mis manos un periódico con una nota sobre la vida y la poesía de Jean Arthur Rimbaud y que reproducía el poema Les effarés. Ese poema fue para mí una epifanía, un deslumbrante descubrimiento de mí mismo, de aquello que yacía dentro de mí
a la espera de la expresión y posible comunicación, a la espera del lenguaje”.
¿Y su oficio mismo de poeta? Usted dice que desde muy temprano deseaba ser poeta: “Y lo reitero. Cuando empecé a escribir en la adolescencia nada sabía de mí, salvo que deseaba ser poeta y escritor, y poner mi poesía y mi prosa al servicio de los hombres, lo que significa ponerla al servicio de la vida y hasta del cambio del mundo, ya que a mí me dolían y me duelen la miseria y la injusticia, la desesperanza y la muerte. Lo importante es que el poeta proyecte en su obra su experiencia, aquello que Rubén Darío llama el tesoro personal. Y convierta esa experiencia en un lenguaje inconfundible y mágico”.
¿Cuá sería para usted ese lenguaje inconfundible?: Bueno, en esta materia y aunque practicaba yo el verso medido, mi interés fundamental era una expresión poética fundada en el verso largo o respiratorio y en la impureza del mundo. El uso y cultivo de ese tipo de verso, cuyo modelo más preclaro es Walt Whitman, hicieron que la tribu literaria me considerase un poeta desbordado”.
¿Cómo es eso de poeta desbordado? Quiere decir que su poesía andaba en lo delirante o lo derramado o lo despojado? ¡Vaya lenguaje, entonces!: Así era, nada más y nada menos. Era el tiempo en que el protocolo estético exigía de los principiantes que fuesen concisos y despojados, y aseguraba que el acto de escribir consistía en eliminar palabras. De mí, el poder literario reclamó que me despojase de mí mismo. Solo así podría trasponer el portal de la aceptación y del aplauso. Pero mire, mi trabajo poético y literario muestra que me rebelé contra esa cláusula niveladora y estandarizante. Para mí, escribir no es eliminar palabras, es acrecentar. Y exhumar las palabras olvidadas o condenadas que yacen en el diccionario a la espera de una resurrección que solo los poetas están en condiciones de realizar. La concisión y la precisión de un verso no residen en su número de letras o de sílabas, sino en su densidad o intensidad”.
Sin querer queriéndolo usted está definiendo una forma de poesía o de oficio, si se quiere:
“Pues, claro, el poeta piensa en imágenes. Así, en mi trabajo poético, la materialidad y la concreción reclaman ser plenamente identificadas y reconocidas. La poesía es el arte de conferir visibilidad a las cosas, seres, paisajes, sentimientos y emociones…”
¿La poesía entonces como arte de ver?: “Sí: poesía arte de ver, galaxia de imágenes y visiones. Sortilegio del lenguaje”.
Y cómo se ve usted en su propio y mismo oficio?: “Para mí el oficio poético ha sido el acto de visitarme a mí mismo. La búsqueda de una voz discernible: mi voz, la de una experiencia acumulada y acrecentada en el silencio y el rumor de los días. Una voz empeñada en la celebración del mundo y en la reflexión sobre la condición humana”.
La palabra mundo siempre está muy presente en su escritura y en sus reflexiones. Pareciera ser su leit motiv o mejor, su ars poética en toda su global y total definición. En su breve poema Marea, por ejemplo, leo estos versos: En la playa de papel / respiro el aire del mundo. / Letras: “Así es. El poeta debe respirar el aire de la vida, de la convivencia, de los libros, el mundo de los otros, pues en él es donde se abastece para su creación poética y literaria. Y cada poeta o prosista hace su lectura del mundo, que es muy vasto e inaprensible. Lo he dicho varias veces: el mundo como celebración”.
Además de su Brasil natal usted, Lêvo Ido, es un poeta iberoamericano y diríamos, además, ecuménico en el sentido de recorrer y vivir esa celebración del mundo: “A pesar de haber recorrido tantas tierras y contemplado las nubes de cielos diversos, me considero un poeta profundamente vinculado a la tierra natal. Respiro el sentimiento de la cuna, de la raíz, del origen, de la sangre ancestral. Mi poesía guarda mi lugar de nacimiento: Maceió, con los faros y los barcos, el mar y el viento del mar. Esos recuerdos y viajes corresponden a la creación de una mitología personal, y conservan la luz y la sombra y el bochorno. Mis viajes a otras tierras me enseñaron obsesivamente mi origen. Y el ininterrumpido viaje en torno a mí mismo convierte mi noche en un amanecer. Vuelve verdad y realidad un deseo de infancia. En mi largo trayecto, estoy siempre caminando en dirección a ese faro que me espera en lo alto de la colina de mi pueblo natal”.
De seguro que ese faro de Maceió destella ahora más que nunca a la espera de tan prodigo y grande poeta. Lo recuerdo en la lectura de ayer no más, con un público admirable -de admiración total- en el Teatro Cultural de Valledupar, entre el silencio de la atenta escucha y la euforia emocional del aplauso. Lêdo Ivo quebraba, por primera vez, su intensa e íntima voz al finalizar de leer un texto de su largo poema Réquiem (2008):
¿Dónde están mis navíos y la luz del faro?
Junto a las olas que mueren y renacen,
retorno eterno y eterno movimiento,
una vez más te llamo y no respondes.
Ahora solo en los sueños veo tu sombra.
Seguramente volaste como un pájaro en la oscuridad
y fuiste más allá del sol y del trueno furtivo
y de la claridad del agua. Como todos los muertos
estás ahora donde no estás,
en el no-lugar que excluye toda esperanza.
Solamente la muerte enseña que los ángeles no existen.
Todo lo que perdí, lo perdí para siempre.
Santiago de Chile, 27 de Diciembre, y 2012.