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MEMORIA DE PÁJARO (Sur Umbral Ediciones, Valdivia, 2019):
Poemario de Pedro Chadicadi

Por Jaime Quezada


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En el siempre motivador proceso de la poesía chilena, enriquecida de autores y obras en sus generaciones varias y diversas, Pedro Chadicadi (Castro, Chiloé, 1994) viene a representar a un muy joven autor que surge recientemente a la poesía nacional con una primera y prometedora obra, reveladora no solo de un manifiesto fervor poético sino, y principalmente, por el proceso o búsqueda de una escritura en su tratamiento de tema y de lenguaje. Que uno y otro –tema y lenguaje- es aquí materia singularísima y renovadora, a pesar de una memoria que no se queda en lo meramente pajarístico.

Esta Memoria de pájaro (título de por sí curioso y novedoso) reúne poemas que de alguna admirativa manera ya han recibido la honrosa valoración y distinción de jurados y concursos (“Juegos Literarios Gabriela Mistral” de la Ilustre Municipalidad de Santiago) y que ahora, reunidos en libro con algo de tomo y lomo, bien dejan al trasluz los afanes poéticos de su autor. Pero más allá o más acá de meritorias y estimulantes distinciones importa, por cierto, ese todo poemático en su forma y contenido, en sus sencilleces y vislumbres, de una “memoria” nada de usual -así sea pajarística- vuelta fugacidad de tiempo o mito revivido.

El diverso registro que conlleva esta atractiva poesía, muchas veces directo y breve y casi epigramático, y otras de evidentes alteraciones formales o en el borde mismo de la experimentación o en el ejercicio verbal hecho canto, importa en su totalidad de conjunto que va dando origen al proyecto poético que Chadicadi se propone en su resuelta escritura: la naturaleza (en su estado más prístino y genésico) como acercamiento a lo nutricio y a lo cotidiano de la existencia y en una memoria de pájaro nada de alada, ni volátil ni volandera,  sino diseminada por el viento o llevada por ese aire que pasa y se queda. Poesía, además, en el entorno de una geografía o territorio natural y silvestre en sus elementos naturales que la constituyen: tierra, mar, rocas, bosques, lluvias. No aquí la ruralidad emocional o convencional o paisajística, más bien refugio o memoria para preservar un vivir viviendo.

Es esa naturaleza y esa geografía -habitada de lo humano-  tema y fundamento de una escritura desmitificadora y metafóricamente epifánica.  Poesía que de lo muy sensitiva e íntima o secreta (en lo mío mío), deja de ser tal para recrearse en la pluralidad de un coro que llega o pretende llegar al himno, no glorioso sino denunciante y -mejor aun- a lo tenazmente épico. Pues en esa naturaleza y en esa geografía está presente y latente la huella de un tiempo que fue y sigue siendo. Esto es, registro e historia de una memoria etnocultural si se quiere; y en lo autóctono y lo originario también. Tipificadores e identificables nombres y acciones (Niebla, Tornagaleones, Valdivia), que el poema hace sanguínea y telúricamente trascendente en continuas motivaciones y evocaciones, así bien lo revelan. Memoria, en fin, y en frase-verso del propio poeta en medio de esa (su) geografía “de aquellos que en otros tiempos entraron por ríos y canales a poblar sureños territorios”. También: “Solo llegaba la sangre y el grito y las mujeres por nuestros canales”.

No solo lo meramente lírico o la emotiva égloga en las cristalinas y fervorosas aguas de esta transparente poesía, y en sus sintácticos y evocadores lenguajes: “Oyéndose el mar al cerrar los ojos”; “Como nace la imagen de una estrella”; “Sombra de pájaro con mi propia sombra”. Importa, las más de las veces, no ya el poema como canto o  contracanto, sino el poema todo y plural como coro galáctico, épico y relampagueante. Verbi gracia: “Entre el sonoro canto de Niebla de Chile”. Pues en este texto, y en casi todo el poemario, bien sale beneficiosamente a flote el recreativo trabajo poético de Pedro Chadicadi con las legítimas resonancias y erudiciones de otras voces tutelares -“sonoro canto”- de la poesía chilena en sus altazorianos o mandragóricos resplandores.

Aun así, y sin disimulo ni retórica alguna, más bien de sencilleces y guiños sorpresivos al lenguaje, la originalidad y honestidad de esta poesía va por hacer del poema una voz plural y galáctica que llama en lo mejor de una naturaleza prodiga y vivificadora. El poeta transformado en ese resuelto Ícaro y cuyas alas son solo la metáfora de lo real o de lo imaginario. Es decir, cuando la poesía tiene su magia y su encantamiento, su mito y su fabulación: toma, Pájaro, este último invento: la palabra.

Santa Sofía de Lo Cañas, mayo, y 2019



 

 

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