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Gabriela Mistral: El Libro de la Patagonia(*)
(Homenaje a los 500 Años del Estrecho de Magallanes 1520 - 2020)

Jaime Quezada



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Escritos por Gabriela Mistral en diversas épocas y en diferentes lugares de sus residencias por el mundo, y publicados originalmente en periódicos y revistas tanto de Chile como de otros países del continente, así sea en libros antológicos varios, estos textos-ensayos patagónicos se reúnen en un todo armónico y unitario por primera vez,  dando origen a lo que ella siempre, y desde muy temprano, tuvo como anhelo fundamental: el paisaje de la Patagonia chilena en sus geografías, historias, gentes, costumbres, naturaleza y vida ciudadana.

Esto es, la presencia e identidad de un vasto territorio austral de la hoy denominada región de Magallanes y Antártica Chilena, haciendo trascendente, de tan notable manera, aquel intenso recado de la mismísima Mistral: La Antártida y el pueblo magallánico, texto que cierra (y siempre abre) este volumen.

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A reorganizar un colegio divido contra sí mismo y a colaborar en programas de chilenización, Gabriela Mistral llega a Punta Arenas a cumplir, al pie de la letra y todavía más, con las normativas de un decreto de instrucción pública de la época (1918).  La joven poeta y maestra elquina, que no llegaba aun a los treinta de su edad, que ya se había recorrido el país de norte a sur en andanzas educacionales, hará muy suyo un sorprendente e inédito territorio, que bien llamará por siempre su Patagonia, “donde, a pesar del clima extremoso, fui feliz”.

Así, el “mandato” o “encargo”, con rúbrica de un ministro y futuro presidente de Chile, el venerable Pedro Aguirre Cerda, venía a ser en Gabriela Mistral un perpetuo voto de vocación y una sublime lección u oración de maestra: “No voy sino a los lugares donde puedo servir”. Ese placer o don de servir que, al final de sus dos activos y educacionales años magallánicos, la hará decir: “Con la obediencia y el deseo de servir de una empleada pública, accedí venir a Magallanes. Un pueblo entero, desde el obrero de la Federación hasta los capitalistas, pueden decir en qué forma cumplí mi misión”.

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Estos admirativos textos magallánicos, en su poesía o en su prosa, relatan, cuentan y recrean un territorio siempre inédito de la extensa Patagonia y, a través de ellos la develación también de la vida misma, que llega a ser épica y reveladora de emociones, de una mujer y maestra chilena en el territorio de la nieve y de la lejanía. Hay así un continuo y permanente acercamiento de vida y obra, de vasos comunicantes, en los sucesos y los días, en los trabajos y los sueños, en los decires y deberes en torno a la autora de Desolación (1922), su tan vivencial y perdurable obra primera: “Yo me gocé y me padecí las praderas patagónicas en el sosiego mortal de la nieve y en la tragedia inútil de los vientos, y las tengo por una patria doble y contradictoria de dulzura y de desolación”.

También una época, y todas las épocas tan de ayer como de ahora y de mañana, rescatada de unas páginas de  escritura, que el tiempo ha aventado y, a la vez, compilado, y que bien pueden identificarse con la singularidad del ensayo literario,  la biografía del contar, el relato de lo cotidiano, el testimonio de lo presencial, el artículo de reflexión crítica, la crónica de viaje, la lección naturalista, la poesía del yo lo vi: yo lo viví, la nota de cuaderno o diario de vida, en fin,  toda aquella materia, de lengua y de escritura, a la que Gabriela Mistral ha dado nombre singularísimo y propio: sus Motivos o, mejor,  sus Recados.

En estos recados, de resuelto lenguaje conversacional, está “el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural con el que he vivido y con el que me voy a morir”. Mi “dejo rural”, habrá que repetir, para remarcar el apego real y lingüístico a las materias genésicas de nuestra autora. O ella misma definiéndose también, muchas veces, como una mujer “de acérrima lengua americana en la tonada muy criolla que es mi escritura”.

De ahí su interés en el conversar o dialogar, con las gentes de los oficios más diversos y en sus más diversas circunstancias, en eso que ella llamaba “el rescate de la oralidad o de la lengua hablada”, y que le daba, a su vez, una lengua viva de decires cotidianos y de identidades lingüísticas y étnicas, ya sea en la proa de los barcos con tripulantes chilotes en sus navegaciones por los archipiélagos australes, o con unos seres de etnografía poco descifrable -medio alacalufes, medio fueguinos- que sus ojos no habían visto nunca y que le darían “el hallazgo mejor para una indigenista de siempre”, o con aquellos forasteros o fugitivos que llegaban a sus cursos nocturnos en su Punta Arenas de 1919 : “Fue allí donde yo toqué pueblo magallánico y patagón”.

Con razón abundan en su prosa los chilenismos, las expresiones verbales originalísimas, los neologismos, las locuciones populares, los diminutivos y hasta las voces indígenas. Son, por cierto, sus decires en lengua criolla y arcaica, en americanidad de lo chileno-chileno, y en lo ecuménico de su lengua castellana: “No soy ni una purista ni una pura, sino una persona impurísima en cuanto toca el idioma. De haber sido una purista, jamás entendiese en Chile la conversaduría de un peón de riego, de un vendedor, de un marinero y de cien oficios más”. Expresiones iluminadoras para entender y comprender el tratamiento y el lenguaje muy suyo.

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Además de sus recados, poemas, elogios, paisajes, evocaciones y recuerdos de un Magallanes vivificador, hay en Gabriela Mistral, en su voluntad de ser o en su voluntad terca de existir, una mujer nada de utópica, sino más bien una adelantada, una visionaria y una redescubridora de una Patagonia inédita en su geografía y en su destino, sobre todo en ella que veía a Chile en tres representativas dimensiones:

Una dimensión moral (“cuando digo aquí moral, digo moral cívica”, decía enfáticamente), otra geográfica (que bien ella se vivió y recorrió) y una dimensión económica en su riqueza tutelar del territorio: verbi gracia: la Patagonia de Chile, vasta pradera golpeada de vientos: “El destino geográfico y económico de Chile, se llama Patagonia, nuestra tierra austral válida y posible”. Y lo dice en una época que mentaban a esa Patagonia “región de calamidades”. Y ella que se vivió por las décadas primeras del siglo XX aquellas praderas de clima cainita, tuvo su ojo y su sentido atento para ver y sentir las potencialidades de tan extenso territorio austral.

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Puede ser este volumen, y sin duda así lo es, uno de aquellos “libros que hay que leer y libros que hay que escribir”, que la propia Mistral se exigía a sí misma: un libro sobre la Patagonia que, después de todo, fue su Magallanes vuelto vivencialidad y memoria, no solo en los dos intensos años de su residencia (abril de 1918 - abril de 1920) sino, además, en una siempre permanente evocadora escritura del decir y del pensar su Patagonia, testimonio de su más hermoso recuerdo.

Bien decía nuestra Mistral, y a manera de elogio y de alabanza magallánica: “Toda la región dice su lucha contra la naturaleza, y si un poeta no la alabara, como en el milagro bíblico, las piedras y los árboles la cantarían”.

 

Gabriela Mistral junto a alumnas en Punta Arenas


Punta Arenas – Santiago de Chile, 2019.

 

(*) Gabriela Mistral: El Libro de la Patagonia. Prólogo, selección y referencias de Jaime Quezada. Nota epilogal de Christian Formoso Bavich.
. .Ediciones Universidad de Magallanes, 2019.



 

 

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Gabriela Mistral: El Libro de la Patagonia.
(Homenaje a los 500 Años del Estrecho de Magallanes 1520 - 2020).
Prólogo, selección y referencias de Jaime Quezada.
Nota epilogal de Christian Formoso Bavich.
Ediciones Universidad de Magallanes, 2019.