Proyecto Patrimonio - 2016 | index | Jaime Quezada | Autores |

 




 

 

 


SALUTACIÓN A RUBÉN DARÍO
EN LA CATEDRAL DE LEÓN

Jaime Quezada




.. .. .. .. ..

Entre palomas y zenzontles que se disputan una semilla de jícara entro a la muy colonial y barroca Catedral de León este domingo 3 de diciembre de 2012 a invocar tu nombre de “príncipe de las letras castellanas” o, mejor, de paisano inevitable: el “vete a Chile, vete a nado”, tabla de salvación y promisión cuando el azul modernista era para ti el color del ensueño, el color del arte. Entre rosarios y avemarías y plegarias litúrgicas de fieles devotos llego a tu tumba ritualizada de incienso. Sobre la lápida una inscripción: Rubén Darío. Y al frente en un muro este verso: Y tuve hambre de espacio y sed de cielo. Y el leoncito de mármol muy echado –echado, más bien, en su melena de alabastro- sobre tu sepulcro junto a la estatua de san Pablo, en esta nicaragüense catedral, Rubén, padre y maestro mágico, liróforo celeste, cual tu verso que escribiste en 1896 al responso de Verlaine, y yo ahora en tu tumba celebro para ti. Tú que dijiste: ser sincero es ser potente. Tú que viviste en lo cotidiano como hombre, y como poeta no claudicaste nunca, pues siempre tendiste a la eternidad.

Rubén Darío, nieto de abuelo español o nieto de indio chorotega, a despecho de tus manos de marqués, pero a gloria de tus palabras liminares o de tus no profanas prosas: “He aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles: ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer; y a un presidente de República, no podré saludarle en el idioma en que te cantaría a ti”. Tú que tuviste el buen hábito de andar codeándose con presidentes de Repúblicas, con los conservadores Joaquín Zavala y Adán Cárdenas, en tu Managua de los años 1882 y, años después, con Balmaceda, el liberal chileno, “el presidente gentilhombre”, como lo llamas en admirativa frase. Y cuando aun eras un jovencito de veinte, viviendo de arenques y cervezas en tu azulado Valparaíso.

Huele a agua sucia dejada en los floreros. A incienso quemado también. Un coro de niños canta en latín himnos litúrgicos. Y un gringo no hace otra cosa que tomar fotografías al leoncito echado un poco más arriba de tus huesos: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque ésta ya no siente. Afuera, y alrededor del Parque Central, gritos de vendedores de artesanía navideña no dejan escuchar el repique de campanas anunciando la misa  del mediodía (cual címbalo sonoro a Dios daba sus loas).

En fin, Rubén, “ídolo de mi generación”, te llama Gabriela Mistral, “el primer poeta de habla castellana”. Y algo más dice: “Se nos enreda todavía la lengua al decir ciertas frases que podemos pronunciar a todo paladar y toda garganta: Rubén Darío es el primer poeta de la lengua, ni más ni menos. Dicho eso, tanto para los demás como para nosotros mismos, cumpliremos  con llamarlo un reformador de la lengua. Debemos decir que es el mayor de los habidos, si hubo otros de su clase. El más grande poeta latinoamericano, decimos, y es como marcar la uva en el gajo y no en el racimo. Hay que decir: el mayor poeta en castellano. Sin miedo, pues, digamos cada vez que se presente la ocasión: Rubén Darío, primer poeta del habla y padre de la poesía española del siglo XX. Él pudo decir lo que se aplicaba a su gusto: Yo riego las raíces de todo lo que crece”.

Y Pablo Neruda –sin que se le pudiera sospechar de modernista por su discurso al alimón (1934)- escribe “que sin Darío no hablaríamos nuestra propia lengua, hablaríamos aun un lenguaje endurecido, acartonado y desabrido”. Y ve en ti a un “gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español para que entrara en su ámbito el aire del mundo. Y entró”.

Y Ernesto Cardenal, que pasó su infancia en esta ciudad de León (naciendo él en Granada, y tú en Metapa), cuenta que a los 7 años hizo sus primeros versos y fueron para la tumba de Rubén Darío. Además dice: “Rubén Darío, cuando evoca su infancia, asegura que era un niño muy devoto y que se confesaba todos los sábados en la iglesia de San Francisco. También yo me confesaba todos los sábados en la misma iglesia”. Y reconoce que desde Cantos de vida y esperanza (1905) “la poesía de Nicaragua empezó a ser universal, americana, latinoamericana, y nicaragüense”.

Darío y más Darío, el paisano inevitable: Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción profana, / en cuya noche un ruiseñor había / que era alondra de luz por la mañana. El leoncito de mármol, las marchas triunfales, la palabra metempsicosis, el canto errante, el signo del cisne con su encorvado cuello, el buey de la niñez echando vaho un día, el verso sutil que pasa o se posa, la salutación del optimista...

Y yo, sin ser aquel joven de espíritu inocente de tus Abrojos, sino tu devoto y admirativo lector, te saludo esta mañana de domingo en tu tumba-catedral con la oda  que José Coronel Urtecho escribió en homenaje o antihomenaje, pero homenaje, para ti: Tú sabes que mi llanto fue de lágrimas, / i no de perlas. Te amo. / Soy el asesino de tus retratos. / Por vez primera comimos naranjas. / Ahora podías perfectamente / mostrarme tu vida por la ventana / como unos cuadros que nadie ha pintado.../  En fin, Rubén, / paisano inevitable, te saludo / con mi bombín, / que se comieron los ratones en / mil novecientos veinte i  cinco. / Amén.

Tu nombre: Rubén Darío. Eso fue todo.

 

León, Nicaragua, diciembre, y 2012.



 



 

Proyecto Patrimonio— Año 2016
A Página Principal
| A Archivo Jaime Quezada | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Salutación a Rubén Darío en la Catedral de León.
Por Jaime Quezada