Estoy vivo y parezco distante, dice Juan Gabriel Araya (1937 – 2022) en unos versos últimos e inéditos, pero no distante de ese estar vivo en estas páginas que testimonian el prodigio de su poesía, la magia de sus cuentos, el rigor de sus ensayos, ese algo de toda su escritura que fue también creadora y vivencialmente su oficio de varia lección diaria; así sea, por cierto, su docencia y exigencia académica. Es decir, su vida, vida. Fue una memorable y mítica antología penquista (Treinta años de poesía en Concepción, 1965) mi acercamiento inicial a su admirativa poesía y, a su vez, al inicio también de un vínculo de amistad, de relación humana y literaria que se prolongaría hasta los años finales de su vida; como quien dice: hasta ayer no más y que, sin embargo, continúa ahora en estas conversacionales páginas, pues todo lo que fue permanece y sigue eternamente siendo.
—Jaime Quezada (JQ): ¿No se llamaba Lo doméstico el poema que bien registraba aquella memorable antología penquista y que a mí, tras lectura y relectura, me pareció encontrarme con lo sorprendente de lo cotidiano, en su tema, y en el advenimiento de un poeta nuevo de lo nuevo? —Juan Gabriel Araya (JGA): Nada de sorprendente, Jaime (debería agregarte el patronímico, pues en mi vida hay tres Jaime, amigos muy míos: Jaime Giordano, Jaime Concha, Jaime Quezada, y los tres penquistas o avecinados en Concepción, y cada uno en lo suyo. Perdona el necesario paréntesis, que conlleva también mis gratitudes). Nada de sorprendente decía, siguiendo el aliento de tu pregunta, pues el sorprendido fui yo mismo al encontrarme con mi poema en aquella rigurosa antología que lleva prólogo de Jaime Giordano y que remeció el ambiente poético y literario más allá de lo regional. Lo doméstico se llamaba ese poema que yo había escrito para un concurso universitario siendo todavía estudiante, igual que tú en la Universidad de Concepción. Fue mi inicio poético y bautismal, diría, al compartir antológicamente esas páginas con los sí iluminados o alumbrados desde entonces: Gonzalo Rojas, María Rosa González, Teófilo Cid, Aldo Torres Púa, Gastón von del Bussche, Berta Quiero, y además, con los tres mismísimos Jaime…
—JQ: Aprovechemos, entonces “este dorado momento”, como dice uno de los versos de tu dorado poema, para leer en voz alta la estrofa siguiente:
La casa es una geografía de fragancias, por todas partes brotan las cosas esenciales, una silla es una flor recién nacida, su modesta belleza de madera es el reflejo de una rosa en el lago y la dulce cuchara no es más que la primera mota de aromo esparcida en el viento de agosto. La mesa está puesta, se extiende su superficie ocupando todos los rincones. Aprovechemos este dorado momento.
—JGA: Siempre he pensado cómo la historia genésica de un poema, en este caso el mío, a más de medio siglo de su escritura y publicación se abre a tantas vivencialidades del vivir viviendo. Y tanto, fíjate, que el poema me persigue desde entonces y va conmigo como mi sombra delantera en mis otros primeros libros: Referencias (1979) y Memoria del tiempo (1983). Parece vanidad si pensamos en un poema tan simple o tan sencillo, pero ¡qué diablos!
—JQ: La vanidad de los poetas, por cierto. ¿No decía Antonio Machado: de mis vanidades y de mis sencilleces? Bueno, vuelvo a tus dominios de evocaciones y recuerdos, los veo clarísimos en tu obra poética: referencias, memoria, tiempo, toda una trilogía de motivos perdurables y en un registro que no escapan de ese viaje al reencuentro como una manera de mirar de nuevo el mundo. En Memoria del tiempo hay precisamente un poema que se llama “Mira de nuevo el mundo”, y una advertencia en el verso siguiente: “Camina otra vez despacio / como lo hacías cuando te ibas / pateando tarros hasta tu casa / después de la escuela…” —JGA: Mi memoria del tiempo es el mundo que bulle en mí desde siempre. Soy todo oído al rumor de la naturaleza vegetal y humana. Mis versos nacieron al compás de los minutos y de la agitación y el reposo, versos que decoran todos los paisajes del sentimiento Representan la etapa que se vivió en antaño y que nadie puede asegurar que no se vivirá de nuevo, por lo menos en espíritu. Vivo aquí y allá tratando de asirme a las palabras y a los silencios, para indicar con ellas mi pensamiento, aquel que se forma y completa con la necesaria expresión que busca su identidad y sus propias raíces…, impresiones y sentimientos que hablan poéticamente sin separarse del mundo de las palabras y, por tanto, de la humanidad entera.
—JQ: A tu poesía de sencilleces y de cotidianidades, brotada natural y limpia (“fresca como una manzana”) de tu memoria y de tu tiempo, de tus “impresiones y sentimientos”, como bien dices, se agrega también una escritura dada por las circunstancias y las contingencias de una época, de “extrema dura”, citando uno de tus poemas. Estoy pensando en tu Volcán Chillán (1989) y en esa, tu palabra poética, vuelta eruptiva y tenazmente ígnea. —JGA: Mis poetas amigos chillanejos editaron ese Volcán, y en plena eruptiva época, en una publicación tan artesanal como tan amada por mí. Librito volandero, pero en su viento libertario y cierto, diría en su altura a pesar de los sueños y pesadillas de un Chile maltratado, tan maltratado que la geología, en este caso la poesía, estalla también iluminando la oscura realidad. Ni invención ni hallazgo: “Ay de mi pueblo si la aurora no llega…” Y en un ¡ay! no solo en el mí, en el nosotros.
—JQ: Pero también otro ¡ay! que revela con frecuencia tu poesía, en ámbitos y proyecciones distintas, quede claro. Me refiero a tu fervorosa defensa de la naturaleza en todos sus reinos, sobre todo en su entorno ambiental y más allá de sus paisajes o no paisajes de aquel “árbol ya sin hojas” o de esa “rama apolillada que se desprende del viejo durazno”.
JGA: Bueno, quizás por esa preocupación, tan de siempre en mí, salté de la poesía, sin dejarla, a una literatura crítica y denunciante en defensa de nuestro medio ambiente que nos agobia, y agobia al mundo. Tema, por lo demás, que no me es ajeno, que me ha llevado a estudiar e investigar como un proceso presente y latente en nuestras literaturas: la crítica ambiental o ecocrítica y sus relaciones con la ecología, las humanidades y, especialmente con la literatura misma.
—JQ: Conmueve esa preocupación tan tuya en defensa de la tierra y de su aire y de sus aguas, digamos de la vida… El tema es apasionante y abismante. —JGA: Sí. Aquí hay una universalidad que aqueja a nuestro planeta en un evidente deterioro medioambiental, deterioro no dado por la naturaleza misma sino más bien por un modelo otro de desarrollo capitalista. Estamos en una nueva era geológica donde los reductos urbanos como las reservas forestales, aguas, climas, hielos, pampas, bosques, selvas y otras áreas desaparecen o son arrasadas provocando un sentimiento de desamparo que impacta, y muy severamente, en el desarrollo humano y en el ecosistema terrestre. En este conjunto de elementos o estratos está el esmog, está la basura, está el plástico en los mares, está la erosión, está la extinción acelerada de las especies, incluso en los dramáticos desplazamientos humanos, en fin, el tema es global, y su calentamiento también. Y la literatura y su crítica no permanece ajena a estas sus miradas o posturas contemporáneas, y en sus preocupaciones sociales y culturales. El tema no solo me apasiona, me preocupa, es mi materia.
—JQ: Entonces habría que ir diciendo “¡cuán verde era mi valle!”, quizás, y no con nostalgia, sino con un fervor, vuelto intenso amor-afán, por la naturaleza. Ese sentimiento por la naturaleza y su defensa que yo vi y sentí y observé en tu mismísimo refugio familiar en Nahuelbuta, en la verde cordillera Malleco arriba. Allí, en esa impresionante y poderosa bosquecidad de canelos y araucarias, fui bienvenido un verano de 1974 y del cual tengo aún la más viva imagen en el más vivo recuerdo: Mientras tú te peleabas con la lengua en aquellos tus relatos que después darían origen a Iniciaciones yfantasmas, y tus hijas recreaban oralmente cuentos de ninfas –aun siendo ninfas ellas mismas- y de duendes en veladas familiares de febrero, yo releía a hurtadillas ese canelo llega alparque y me sentía protagonista desde la primera línea: “Erase una vez un señor, y un amigo, suyo, que siempre discutían acerca de plantitas, arbustos y árboles; a veces llegaban hasta el enojo…” En verdad, Nahuelbuta me hizo herbolario y botánico, así como a ti, autor de ese cuento todavía en barbecho y manuscrito, el estudioso ecólogo-crítico que eres. (Perdona, Juan Gabriel, esta larga autorreferencia, y a manera de paréntesis). —JGA: Perdonado estás, pues Nahuelbuta, su cordillera, sus bosques, su parque nacional constituye un permanente referente no solo en mi poesía, también mucho y todo de su paisaje anda en mi propia vida: reino vegetal y humano. En mi libro Referencias hay toda una sección que llamo identificadoramente “La Poesía es la Naturaleza”. Poesía y Naturaleza con mayúsculas, con P y N encopetadas, así en su altura como esas cimas de Nahuelbuta donde yo tuve mi casa y mi cordillera, y “donde el aire nos baña y el azul matutino se viste de arreboles”. Y en ese mismo libro hay un poema en el cual me afirmo en mis orígenes y me declaro “hijoselva de las madreselvas”, reconociendo “al viejo padre en el tronco más inmóvil, apellinado y sangriento de la montaña”. Y en Memoria del tiempo hay otras tantas insinuantes referencias a Nahuelbuta. Paisaje, entonces, y sobre todo vida. Ni Volcán Chillán, que tiene sus referencias y circunstancias propias, no se escapa de mis “Interrogantes en Nahuelbuta”. En fin, el paisaje natural que va en uno y vuelve a uno.
—JQ: Bien puede decirse entonces que hay un descubrimiento poético de la cordillera de Nahuelbuta (Vegas Blancas, Malleco) en tu poesía y que significa, sin duda, la incorporación a esta poesía de otro lugar decididamente chileno y americano. Esos versos que citas me parecen reveladores. —JGA: Algo parecido me dijeron en Puerto Rico -eso de una cordillera chilena nueva para los ojos de ellos- cuando leí mis poemas en la Universidad de Río Piedras, en San Juan. Asistía yo a unas conferencias sobre Eugenio María de Hostos y tuve oportunidad, además, de participar en sesiones de lecturas literarias. La sola palabra “Nahuelbuta” -tigre grande, en nuestro mapudungún- era un topónimo chileno novedoso y portentoso para ese tan admirado público puertorriqueño.
—JQ: Has citado a Eugenio María de Hostos, el patriota e intelectual puertorriqueño, muy vinculado a Chile en la segunda mitad del siglo XIX, y muy presente en tus registros de estudios. Tú has sido uno de los pocos, quizás el único en Chile de este tiempo, que te has dedicado a rescatar el pensamiento y las ideas de tan ilustre personaje; salvo, claro está, Gabriela Mistral que tal vez fue la primera, en plena primera mitad de siglo XX, de hablarnos de Hostos, y a quien llamaba “El hombre ético, que enseñó a nuestra América a pensar”. —JGA:Esa relación Mistral-Hostos me parece muy reveladora e importantísima, es cierto. Ella estuvo tantas veces en Puerto Rico, en esa misma Universidad de Rio Piedras, y desde muy temprano se interesó por la obra de Hostos; la frase mistraliana que tú citas lo dice todo. Gabriela Mistral tanto en estas materias hostianas como en otras muchas nos abrió visionaria y plenamente los horizontes sobre las realidades de nuestra América. Pienso en Martí, en Sarmiento, en Bello, en el mismo Hostos que fue también maestro como ella. Fíjate que Hostos llega a Chile -la segunda vez, porque estuvo dos veces en el país- en 1889, invitado por el Presidente Balmaceda, el mismo año que ella nacía en su valle de Elqui. No sé, pero algún legado hostiano de raíz ontológica y geológica quedó, sin duda, en ella para siempre.
—JQ: Bueno, yo creo que también quedó más que algo de Hostos en Gabriela Mistral; algún influjo de la rueda de los destinos y porvenires, por cierto, y sobre todo de Martí, tan pariente de Hostos, siendo ella, a su vez, una martiana total, de lengua y pensamiento, y, en fin. Recuerdo ahora, ya saliendo de estos paradigmas ilustres, tu pasión mistraliana cuando visitamos, en noviembre de 1988, la escuelita-museo donde ella estudió en el valle de Elqui. —JGA: Aquí entran un poco las emociones. Sí, sí, tengo muy viva esa mañana elquina que recuerdo con esa emoción que nunca se me ha borrado, y más bien ahondado. En verdad, hay dos cosas que me golpearon sensitiva y emocionalmente y que continúan en mí. Una: estoy ahí o aquí, en esa casa de adobe y huerta y río cercano donde Gabriela Mistral vivió su infancia y, a su vez, sus años escolares, sin más maestra que su propia hermana mayor en medio de las pobrezas materiales, sociales y educacionales, y en esos años finales del siglo XIX. Pensé de inmediato en su poema La maestra rural; no solo pensé, lo leí de voz viva -¿te acuerdas?- en esa misma sala donde ella aprendió su silabario. Y apenas sin terminar todavía el poema ya estaba emocionado. En fin, Gabriela Mistral redimida, me dije, en medio del silencio de todos…
—JQ: ¿Y la otra “cosa” emocional y sensitiva que dijiste? —JGA: ¡Ah! Y la otra, es algo más pedagógico o de exigencia educacional si quieres. La otra cosa viene de esta misma primera reflexión, de ese intenso poema de La maestra rural, que me hace pensar, además, en la educación chilena de la época y que alcanza sin duda a la de hoy. Ese poema me daba señales o miradas que bienpueden ser confrontadas con la visión que nuestra propia realidad tiene sobre el ejercicio del magisterio. Recuerda que yo enseñé en liceo provinciano también. Gabriela Mistral escribe su poema dando a conocer su inicial pasión por los personajes y aspectos rurales del país. La poeta, tanto en su vida como en su obra, se demostró siempre más campesina que citadina, demostrando su devoción por el trabajo y esfuerzo de la maestra rural que fue ella misma. La imagen mistraliana del maestro o de la maestra es, en cierto modo, una inspiración cristiana, que tiene mucho que ver con el trabajo docente como un ejercicio casi gratuito y apostólico. Se mezclan en esta imagen la pobreza material con la pureza de espíritu y el comentario baladí que los vulgares hacen de su noble misión…
—JQ: Cierto, cierto…. —JGA:Pero quisiera agregar algo más, pues este poema La maestra rural, escrito hace ya un siglo, está en plena vigencia hoy con esto de las reformas educacionales, e incluso me hace recordar el poema Autorretrato, de Nicanor Parra, aunque este tiene otra representación del profesor, muy diferente a la mistraliana. Parra desmitifica la función del profesor. Su figura es la de un ser mortificado por su propia profesión. En estos versos no nos encontramos con la "piedad" de la Mistral, ni con su dulzura. Al contrario se ofrece en ella la imagen despiadada de "un profesor en un liceo oscuro", que ha "perdido la voz haciendo clases". Acuérdate, Jaime, de esos versos: “Después de todo o nada / hago cuarenta horas semanales”. Y este poema fue escrito en la década del 1950 o antes, la realidad que allí retrata quedó corta, pues ahora en estas décadas del siglo XXI, los profesores, no hacen cuarenta horas, sino, en algunos casos, sesenta o más. ¡Horror de horrores! En ese campo ¿avanzamos o retrocedemos? Supongo que los problemas que plantean ambas posiciones Mistral-Parra serán superados algún día.
—JQ: Sin querer queriendo, Juan Gabriel, un tema nos lleva a otro, el tema de Nicanor Parra, ya que lo acabas de citar, tan chillanejo como tú, aunque tú no lo seas de nacimiento, pero chillanejo sí de devota adopción per vita. Nicanor te ha llevado tu buen tiempo de leerlo, enseñarlo, comentarlo, criticarlo, escribirlo, y sobre todo de verse y reverse en largos años de relaciones amistosas. Estoy pensando en tu magnífico e ilustrado libro Nicanor en Chillán (Ediciones Universidad del Bío-Bío, 2000), cuyo título conlleva sencillamente ya toda una mutua directa relación y familiaridad; simplemente Nicanor en Chillán… —JGA: Eso de mutua familiaridad sí, pues el libro conlleva esa relación, una aproximación personal a su obra y a su vida y a sus vínculos con Chillán desde sus años primeros. Ahora, y como autor que lo acompañé a recorrer las calles de su aldea tantas veces, reconstruyo los sitios y ambientes chillanejos que contribuyeron a arquitecturar su obra, a poner en relieve las huellas de aquellos lugares que se manifiestan en su poesía. Rescatar a un Nicanor Parra inmerso en su ámbito aldeano y concentrado en las imágenes de su espacio circundante; el antiguo barrio de Villa Alegre, por ejemplo. Considero que la poesía de Nicanor, nacida en esos instantes, no es más que una conversación sostenida y dramática con los altibajos de la vida. Recordando los versos de su hermana Violeta en Gracias a la vida, podemos decir que al igual que ella, la vida también le ofreció al poeta “los materiales que forman su propio canto”.
—JQ: En ese acompañar a Nicanor al terruño o a la aldea tras los pasos de la infancia y de la vivencialidad en su poesía, sin duda que ha sido en ti también, como poeta que eres, un reencuentro con lo muy tuyo, aunque se trate aquí como dices, de una aproximación personal a la obra del otro. —JGA: No lo había pensado en lo mío, en mí, solo en Nicanor. No era yo el personaje, reconociendo, sin embargo, que todo viaje a la infancia, al terruño o la aldea se realiza en la vida de un hombre, tarde o temprano. Los poetas, en los cuales me incluyo, expresan de una u otra forma, este anhelo de reencuentro con un pasado idealizado o demonizado. La visita que se hace mental o física, es el tributo que se le paga a esa fecunda y remota zona del dominio del recuerdo. En los poetas la residencia de la infancia determinará en gran parte muchos contenidos de sus textos poéticos.
—JQ: Los dominios del recuerdo los veo clarísimos y evocadores en tu propia obra poética, tanto en Referencias como en Memoria del tiempo, que una y otra no escapan de ese viaje al reencuentro como una manera de mirar de nuevo el mundo. ¿No dicen eso, estos tus versos?: “Mira de nuevo el mundo. / Camina otra vez despacio / como lo hacías cuando te ibas / pateando tarros hasta tu casa / después de la escuela…” —JGA: Registro de experiencias vitales, Jaime, y en el entendido que estas experiencias son las de todo ser que se viste con su propia ropa. No hablo sobre la obligatoriedad única de referentes reales y personales, sino de la urgente incorporación de lo de uno a lo de todos. Y adscrito al mundo de fantasmas que habitan los pensamientos del sueño y de su soñador. Jugueteo onírico de los duendes contemporáneos que deambulan por mi actual espacio interior, en el borde del abismo de la fantasía y de la realidad: Estoy vivo y parezco distante… / Soy un viajero inmóvil que desde la ventanilla de un tren /Contempla los campos de su vida.
Santa Sofía de Lo Cañas.
Enero, y 2024.
Juan Gabriel Araya y el Taller de Poesía de la SECH.
Punta de Tralca, agosto, 1981.
I
Araya, Juan Gabriel: Referencias. Talleres Gráficos “La Discusión”, 1979, Chillán, Chile.
Araya, Juan Gabriel: Memoria del tiempo. Editorial Nascimento, 1983, Santiago.
Araya, Juan Gabriel: Volcán Chillán. Ediciones Tentativa, 1989, Chillán.
Araya, Juan Gabriel: Iniciaciones y fantasmas. Libros del Maitén, 1985, Santiago.
Araya, Juan Gabriel: Nicanor en Chillán. Ediciones Universidad del Bío-Bío, 2000, Concepción.
II
Araya, Juan Gabriel: “Ecocrítica, oralidad y etnoliteratura: una lectura multicultural deLatinoamérica”. IV Encuentro de Escritores del Bío-Bío, 2017. Pp. 151-162. Universidad Católica de la Santísima Concepción. Concepción, Chile.
Araya, Juan Gabriel: “Eugenio María de Hostos: una visión de Chile”. Revista Anales deLiteratura Chilena, junio 2014, número 21, pp. 81-94. Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago.
Araya, Juan Gabriel: “Los escritores y la educación chilena”. Horizontes Educacionales, 2002, número 7, pp. 44-48. Universidad del Bío-Bío, Chillán, Chile.
Crédito foto superior: Noticias UBB - Universidad del Bío-Bío.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Juan Gabriel Araya (1937 – 2022).
CONVERSACIONES (PÓSTUMAS) CON JUAN GABRIEL ARAYA
Por Jaime Quezada