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Nicanor Parra y Las Cruces
Por Jaime Quezada
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Las Cruces es el balneario del litoral central de Chile que Nicanor Parra hizo muy suyo durante estos últimos veinticinco años, su lugar de residencia en una casona antigua de tradicional arquitectura y con ventanales al amplio mar pacífico. Desde esos ventanales bien pueden verse, con un catalejo en mano o a simple ojo desnudo, las pintorescas casas de la aldea costera y veraniega de Cartagena. Más allá de los techos de esas casas está la tumba de Vicente Huidobro que al abrirla, según el poeta creacionista, se ve el mar. Nicanor, en sus últimos años y quizás siempre, fijaba sin pestañar la vista hacia ese punto oceánico y altazoriano.
En una de mis últimas visitas a la casa del antipoeta, caminando la ladera del amplio patio, Nicanor, deteniéndose en un punto a la sombra de unos cipreses, me dijo: “este es mi lugar para ver, de lejanía y de mirada, a Huidobro, el antipoeta primero”. Y dibujó, luego, con su bastón de madera de maqui, una especie de cruz en la tierra aun humedecida por el rocío marítimo del mediodía. Era un jueves de marzo de 2016, de los muchos marzos que yo acostumbraba siempre visitarlo, cuando ya el verano iba diciendo adiós a veraneantes y curiosos que merodeaban por su casa. De esas motivadoras y conversacionales visitas, vendrían mis personales libros* del contar a un Nicanor vuelto literatura y vida, y viceversa.
Ahora, en este marzo de 2019, en ese punto de mirada y lejanía, y en la ladera mismísima del patio de su casa, está hoy la sepultura del antipoeta, que no la tumba, se diría. Más bien un túmulo de tierra cubierto de docas (carpobrotus aequilaterus), esa planta playera tan característica de la costa y de la botánica chilensis, y sobre ellas una casi improvisada cruz de madera sin nombre o fecha alguna. Pero al fondo, ciertamente, también el mar. Una ramita de buganvilia en flor, que había cortado del antejardín de una casa vecina fue, con veneración y gratitud, mi saludo y homenaje. Y ahí me quedé de profundis tras la alta reja del patio sin entrar, esta vez, a la casa cerrada no a cerrojo ni candado, sino bajo siete sellos judiciales.
Las Cruces en este marzo, y así cada año, recupera su sosiego, y más en este marzo sin el desasosiego de Nicanor, aunque el oleaje de su mar sigue eterno como un tiempo siempre revivido: Cuando pasen los años, cuando pasen los años –decía Nicanor, y lo estoy admirativamente viendo y escuchando- yo seré sólo un hombre que amó, un hombre cansado de andar por los jardines.
Las Cruces, entre Cartagena e Isla Negra,
Litoral Central de Chile, marzo, y 2019.
*Jaime Quezada: Prólogo y cronología a Poemas & Antipoemas. Editorial Universitaria, Santiago, 1988.
Nicanor Parra tiene la palabra (Discurso de Guadalajara). Alfaguara, Santiago,
1999.
Nicanor Parra de cuerpo entero. Editorial Andrés Bello, Santiago, 2007.
En la mira de Nicanor Parra. Mago Editores, Santiago, 2014.