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LOS CUADERNOS DE ARMANDO RUBIO
Ausencia y Presencia del Poeta Adolescente

Por Jaime Quezada



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Prosa y poesía de Armando Rubio, además de ilustraciones, dibujos, fotografías, reproducciones facsimilares de cuadernos originales y, en general, un cuidado y artístico diseño de edición. Trabajo editorial que bien revela y deja en evidencia el amor de literatura y el amor de arte que el libro conlleva en su forma y contenido. Y, en especial, y esto tiene un mérito de importancia, edición de libro con sello regional –Camino del Ciego Ediciones- que nos viene desde Los Ángeles (la mismísima sureña ciudad natal mía) y ciudad a la cual tan ligado adoptiva y literariamente está también el mismísimo Rafael Rubio, compilador de esta póstuma obra.

He aquí Los Cuadernos de Armando, libro hasta ayer inédito de Armando Rubio (1955-1980), autor muy siempre presente en la literatura poética chilena y así sea en la literatura memorial desde la década de los años ochenta. Y de manera muy emotiva, también, en mi propia y misma personal relación de fraternal amistad, que permanece “con la fraternidad de los astros” (en frase muy suya) vivificadoramente en aquel, este y todo tiempo.

Un autor niño este Armando, que ya a los 9 años andaba leyéndose a Gabriela Mistral con afanosa motivación y hallazgo, y escribiendo unos primeros versos en un torcerle no el cuello al cisne sino al ritma y rima tus acciones, como bien pedía Rubén Darío, el modernista y azulado poeta nicaragüense. Un autor escolar y adolescente, este Armando, haciéndose cuento el mismo después de leer a Chéjov o a Kafka  en una búsqueda de aventuras, atracciones y artes literarias. Un autor jovencísimo, este Armando, que ya toma conciencia, en su sentido y en su espíritu, de una escritura que lo llama imantada y devotamente al poema muy original y resuelto suyo o al cuento muy cuento del narrar los más variados temas del vivir diario.

Por aquí lo conocí yo en sus mismísimos veinte años, cargado siempre de cuadernos, carpetas y  lecciones varias; con poemas de leer y revisar en borradores y tachaduras; con lecturas de amanecer y su comedia humana y su valentía de narrar lo maravilloso cotidiano; con un Cuervo volando en las páginas de Edgar Allan Poe o con un sol sin estridencia, que nace para todos cada mañana, según el decir de William Saroyan. Que uno y otro autor iba con él en sus entonces fervorosas lecturas y sin apartarse de un luminoso en el camino de delirio, desasosiego y viaje del maldito y bendito Kerouc. Y ya entonces me di cuenta que estaba yo junto a un niño-adolescente-joven poeta, como quien dice fuera de serie, de un talento nato y neto, de autor en estado natural y literariamente in puribus amado de los dioses.

Y ahora estos Cuadernos -sus cuadernos- para el bien ojear a ojo abierto y el mejor hojear a hoja-página plena. Volumen que reúne y selecciona poesía y prosa, que una y otra tiene aquí un vínculo o vasos comunicantes en sus temas y tratamientos de escritura. Si bien los poemas seleccionados no pasan de 10, algunos breves y algunos sorprendentes (Todo hombre tiene derecho a ser persona, para destacar admirativamente uno) vienen a dar síntesis y precisa concisión al tema prosístico resueltamente desarrollado, aunque cada poema tiene, por cierto, su autonomía o universo propio y un tratamiento sintáctico singularísimo; tratamiento que da identidad al lenguaje poético de Rubio, siempre cargado de herencias lecturales muchas y de otras literariamente familiares.

A su vez, esta prosa, llamémosla “armantina” -de Armando- estampas, relatos, cuento-cuento, constituye todo un personalísimo mundo creativo en sus humanos, vivenciales y curiosos temas, y que dejan un no sé qué de gozo, alegría, desfachatez, compasión, virtuosismo, soltura de cuerpo, sorpresa, reflexión,  ya sea por la historia o anécdota  del relato en su buen contar, ya por el resuelto y sencillo y cotidiano lenguaje en su escritura. Agréguese, por lo demás, y en cada uno de los vívidos relatos, a personajes o protagonistas en sus acciones si reales o ficticias, si imaginarias o autobiográficas, pero siempre humanizados en sus inocencias o en sus riesgos, en sus sueños u obsesiones, en sus victorias o derrotas, en sus laberínticas pesadillas o en sus vidas cotidianas. ¡Qué capacidad de comunicación escritural a flor de página y qué sentido de humano sentimiento en un pobre diablo boxeador o en un melancólico o ambicioso gran fakir o en la ironía y vanidad y caricatura en un elocuente presidente!

Estos registros, en sus redes y comunicaciones, se cruzan y entrecruzan en sus expresiones más amplias: Mirada de pensar y de reflexionar y de detalles u observaciones casi cuestionadoras del vivir. Si el poema de Rubio en su texto breve, casi epigrama o casi soneto en su intensidad y desarrollo exige aire, ritmo, forma, nos ofrece también gracia, ironía, y no vedado alegre o trágico humor (Retrato de una anciana ajena), humor que se traspasa también a la misma prosa y  que llega, la más de la veces, a una cierta picaresca e ironía muy molde clásico de  barrocos quevedianos.

Esta  llamada prosa narrativa deja, sin embargo, libre el lenguaje y a sus anchas el desarrollo de la historia relatada, no hay ataduras posibles, sino la frase breve y cargada, según el caso, de intensidad dramática o de resuelta desfachatez: gracia y sencillez y humor y hasta ternura. Quizás esto último –la ternura- sea siempre presencia y figura en el relato, aun cuando el asunto sea muy diverso: el boxeador alcohólico que cae vencido en sus propias cuerdas de sangre en el ring, o aquel gato blanco muerto y despanzurrado en una calle, muy vientre abierto y revelador de toda una curiosa hermosura: “¡Qué hermosos son los gatos recién muertos!”,  exclama el autor. Así, lo trágico y lo grotesco y hasta lo carnavalesco (enanos, fakires, ancianas, jugadores de básquetbol) no están exentos de una nada de leve ternura y belleza creadora. Lo humano de lo humano en esta  escritura, aunque sus protagonistas sean también animalizados personajes (gatos, perros, arañas, pequenes) como salidos de fábulas de un tiempo otro en un tiempo de lechuzas y noches oscuras, que era el Chile de la época de estas escrituras.

También, y  quiérase o no, en estos Cuadernos salta a cada instante, como ley propia o lei motiv, una lúdica remirada evocativa del reino de la infancia, la suya muy suya, sin duda, del autor –“una multitud de ensueños y recuerdos”-, sin caer en lo meramente autobiográfico, por cierto, pero sí  en una constante y figurativa representatividad de lo familiar en el padre-padre y en la madre- madre. De ahí el siempre entorno de elementos familiares y cotidianos los que vivifican esencialmente tanto esta poesía como esta prosa: mesas, sillas, comedores, ventanas, escaleras, siempre escaleras, patios, habitaciones, en fin la casa como universo o escenario o teatro del vivir en medio de sombras, alucinaciones y fantasmas: La familia tiene un lenguaje que sólo la casa conoce (poema La casa). También: Y hay voces familiares que ahogándose caen / a la sombra solemne que recorre las piezas (poema La puerta entreabierta). Así sea, a su vez, la calle como tránsito de lo urbano, de lo cosmópolis y de lo vagamundo-existencial.

Escenario o teatro, digo, que eso suelen ser varios de estos relatos en su representatividad de lo gestual o de la frase parlamento que no descuida la farsa, la ironía y lo alegórico en su plural decir de lo directo y espontáneo.  El sentimiento del humor, se ha dicho, cuando el humor conlleva su gracia, su desgaire, su revés de lo grotesco, su absurdidad o su irremediable expresión de lo kafkiano: La cabeza, ese breve, enigmático, imaginario y onírico cuento es un ejemplo de ejemplos. Léase también el cuento El presidente. Y en fin, cuando la no seriedad es la seriedad del decir.

No se puede ignorar, también, el tema obsesivo de la muerte, que está siempre acechando en una estrofa en estos poemas o en el envés de una página en estos relatos, quizás como una búsqueda de eternidad creadora: “la muerte siempre la había pensado como algo ajeno y remoto, ahora la sabía certera, turbia, adentrándose en la piel”, en el decir de Matías, muchacho personaje del estremecedor cuento del mismo nombre: Matías. Otros muchos elementos o formas o maneras del narrar dan carácter y sello e identidad a todo el presente volumen.

Armando Rubio, se nos revela ahora en su intensa y vivencial presencia de lo humano y de lo literario, queda dicho, en estos sus Cuadernos de prosa y poesía. Y tal cual como  si uno entrara en esa intimidad y secreto muy suyo, que deja de ser muy suyo para hacerse pluralmente ya no secreto sino lectura de todos en su gozo y encantamiento. “No quiero descansar”, dice Armando Rubio en unas sensitivas palabras bienhechoras hacia el final de su póstumo y admirativo libro: “Quiero incendiar el universo, hurgar todos los rincones del vacío que no existe. Eternidad creadora, eternidad perdida buscando tu sombra. Aquí estoy. ¿No tengo acaso el derecho de volver a ser un niño?”

Ya en 1983, hace redondamente treinta años, su padre, el poeta Alberto Rubio (La greda vasija) –“hermano mío por el oficio”, como llama a su hijo, seleccionó y ordenó la edición de Ciudadano (Ediciones Minga, Santiago), libro primero y único y también póstumo de Armando, que reúne casi cuarenta poemas que habían quedado manuscritos o dactilografiados en  páginas de cuaderno y en hojas de escritorio tamaño oficio.

Pero antes de la publicación de este notable Ciudadano, y mucho antes, y en el entorno de la poesía chilena de los ochenta, Armando Rubio fue presencia y participación diaria en el sentir y escribir y leer la poesía en el medio semi cultural de un Santiago de Chile y en un país acosado por la mano militari. La poesía se hacía sospechoso diálogo y ardido manifiesto. Aun así, Armando y su generación está en la aventura y en la guerrilla de la desafiante lectura pública (refugio López Velarde, Sociedad de Escritores de Chile,  Sech). O del recital abierto a cabeza pensante (Agrupación Cultural Universitaria, Acu). O el encuentro o las jornadas literarias de arte joven (Instituto Cultural de Las Condes). O en las páginas de Poesía para el camino, una antología de la Unión de Escritores Jóvenes (1977) y en cuyas páginas Armando sobresale con su novedosa Canción a Isadora Duncan, que baila en un café de París y un soldado que arroja la primera granada del catorce.

Allí y acá, en la oralidad y en la escritura, nuestro joven poeta ciudadano se llevaba ya nuestras admiraciones y motivaciones. La poesía, entonces, no estaba cantando en vano. El miércoles 17 de diciembre de 1980, doce días después de su trágica e inesperada muerte,  Armando iba a estar en una misma programada lectura con otros poetas en el entonces activo Cafée ULM (“un lugar para el arte y la amistad” como rezaba su logotipo), ahí en Alameda 151. El día programado llegó, también Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, José María Memet, Bruno Serrano, Silvia Manríquez, Gustavo Adolfo Becerra, Guido Eytel, Jaime Quezada…  Y unas Nubes: “Niño, las nubes no son de algodón / las nubes son el bostezo de Dios. / Niño, las nubes no son un adorno / las nubes son un estorbo / no nos dejan ver a Dios. (Poema Las Nubes, de Armando Rubio).

Y ese niño, que a los 9 años ya se estaba leyendo a Gabriela Mistral y que a sus 23,  y en un viaje a la tierra elquina misma de la poetisa, viaje del cual tengo el más feliz recuerdo, Armando Rubio escribió veloz pero perpetuamente unos breves versos que leyó en la tumba-cerro de la autora de Tala, en Montegrande, y cuya hojita manuscrita de su puño y letra (y la muestro aquí), conservo hoy como verso-hueso-santo: Perdóname, Gabriela / por haber bebido / por haber comido / por haber reído. / Porque no me es dado el comer / el beber / y el reír / si no te miro. Eran sus gratitudes, sin duda, desde su día primero. 

Y gratitudes, por cierto, que ahora doy y damos a nuestro joven poeta Rafael Rubio, su hijo, por esta armónica, oportuna  y bien representativa selección de esta prosa y poesía de Armando Rubio, su padre. Y a Camino del Ciego Ediciones y a Cristián Fuica, su editor y artista visual, por darnos estos Cuadernos originales de un niño-adolescente-joven autor que permanece en nosotros como el día primero también. Y en palabras del propio y amado Armando : ¡Si yo fuese eterno, no tendría la libertad de elegir entre la vida y la muerte!

Sala Ercilla
Biblioteca Nacional de Chile. Santiago, jueves 30 de mayo, y 2013




 

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