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Jaime Quezada | Autores |







 



VOTO Y CEREMONIA EN TORNO A DESOLACIÓN
Gabriela Mistral: Obra Reunida
Ediciones Biblioteca Nacional
Presentación Tomo I
Punta Arenas, 6 de febrero, 2020.

Jaime Quezada



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¿Y por qué Punta Arenas para la presentación de esta Obra Reunida de Gabriela Mistral? Dicha obra, en su Tomo I, reúne íntegramente los libros Desolación (1922) y Tala (1938), y en consecuencia, nada más acto sublime de voto y ceremonia que venir a las australidades del territorio de Magallanes y Antártica Chilena, sobre todo por aquel desolado libro inicial, que por título y contenido, es decir obra y vida, es la Mistral misma: “la tierra a la que vine no tiene primavera, tiene su noche larga que cual madre me esconde”.

Este 6 de febrero magallánico es limpio de un azul profundo en su cielo y en su Estrecho. Tan limpio que a simple ojo desnudo bien puede observarse nítidamente el soberbio monte Sarmiento (2287 m.) en las márgenes de Tierra del Fuego, y cuya altura piramidal cubierta de nieve fue el elogio de Charles Darwin, el joven naturalista inglés que lo vio desde la cubierta del Beagle en 1832, admirando “esos inmensos montones de nieve que no se funde jamás y que parece destinada a durar tanto tiempo como el mundo”.  Aunque tres siglos antes, el noble explorador y geógrafo y cronista italiano Antonio Pigafetta hace natural referencia a “este Estrecho de 110 leguas marítimas y limitado por montañas muy elevadas y cubiertas de nieve”.

Así la historia de descubridores y naturalistas, en un instante de fugaz tiempo y espacio, parecían revivir a la hora misma que esta Obra Reunida venía a ser algo así como el reencuentro y la memoria de ese tiempo y de ese espacio que la literatura mistraliana hacía suya en este verano magallánico. Ni siquiera viento, en un territorio de viento, a no ser leve brisa peinadora y refrescadora que habría celebrado la mismísima Mistral, toda vez que el recuerdo de Magallanes fue en ella “un recuerdo auditivo a causa del viento patagón azotando las praderas”.

Día de verano, cierto, que bien aprovecho para cumplir con mi voto o rito o ceremonia -muy mía en mí- de irme a leer frente al Estrecho, viva voz, el poema de Mistral en sus ocho perfectas y rítmicas estrofas llamado Desolación. Más mejor aún que bajar por la Avda. Colón (sombreada de añosos pero verdes cipreses, algunos de los cuales fueron plantados por mano pródiga de Gabriela Mistral por 1919) hacia la ribera (que no costanera) bañada de Estrecho mar hasta mis pies. Abrir el libro-madre, y como por arte o encantamiento el poema saliendo de su luminosa página, o por mejor decir, volando como gaviota austral (distinguida de pico y patas color rojo carmín) o como petrel antártico (siguiendo el ritmo con su rápido y sinuoso aleteo y planeo sobre el oleaje).

En ese escenario de naturaleza plena, en la orilla original del estrecho de las Once Mil Vírgenes o estrecho de los Patagones o estrecho, en definitiva, de Magallanes, el poema de Gabriela Mistral era la inmensidad misma, y sin más escucha humana que una sencilla mujer recogedora de huiros y su niño de siete años, que bien me escuchaban o parecían, entre oleaje y oleaje, escucharme, y no a mí por cierto, sino a Gabriela Mistral en el rescate de su lúdica presencia. En ese instante, y como un relámpago fijo, pensé en aquel otro niño de siete años, el diaguita atacameño (“el ciervo y viento van a llevarte como arrieros”) que acompañó a nuestra Mistral en su largo e imaginario recorrido por el país natal en su Poema de Chile (“las rutas sin compañero parecen largo bostezo”).

Y si por amor y si por misterio, pensé también en aquel otro niño que fui yo de siete años preguntado a mi madre por la palabra “Guaitecas”, desprendida de una estrofa-ronda de Gabriela Mistral, sin saber todavía que años muchos después, iría yo en la popa de un barco chilote a través de esos archipiélagos australes saboreando calafates. Así entró en mí poesía y vida de Gabriela Mistral, en lecturas y relecturas, aprendiendo desde muy temprano nombres, geografía, mapas, historia, viajes, flora, fauna, vocabulario, léxico, lengua, idioma. Y ternura y hallazgos: “la patria que alabo y lloro”.

Motivado de estas intensas y poderosas imágenes, dadas acaso por energías cósmicas y australes, llego invitado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, al Centro Cultural de Punta Arenas, este otro edifico-barco arquitectónicamente moderno y amplio, orgullo –y con razón- de los puntarenenses. Uno más, humilde y si se quiere honrado, en ser parte en el animoso e ilustrado foro-panel (Pedro Pablo Zegers, Ruth Simeone, Dusan Martinovic) de presentación y celebración de una Desolación en su ahora Obra Reunida. El rostro de perfil de cordillera de una Gabriela Mistral me sale mirando por el ojo-ventana de barco desde el amplio escenario, irradiando y en fosforescencia luminosa toda la artística sala. Y no era extraño que así fuera, pues construido casi en las mismas márgenes del Estrecho, el Centro Cultural está, a su vez, rodeado de otros tantos viejos-maravillosos barcos que naufragaron en estos mares australes, y ahora anclados como testimonio y evocación de aquellas otras viejas navegaciones.

Apoyada al casco corroído de la proa de uno de esos barcos, Gabriela Mistral y Laura Rodig -poetisa y escultora- se hicieron fotografiar como dos adoptivas damas magallánicas enfundadas en sus lanas de estancia, horas antes de viajar a los Natales en un moderno Hudson Super Six, coche americano abierto y con capota, y cuyos únicos importadores en Punta Arenas era la Sociedad Anónima Ganadera & Comercial Sara Braun, según una página publicitaria de Mireya, la novedosa revista fundada por Gabriela Mistral durante sus años magallánicos. Así la anécdota, así también su historia, y su humana poesía.

Pues es esta poesía, la de Desolación, la que esta vez me ha traído a Punta Arenas como si fuera por primera vez, aunque siempre por primera vez se llega a los lugares que se quieren y se aman (“este rincón me sonríe”, diría Horacio). Y a exactos 100 años de haber estado ella, nuestra Mistral, en este Punta Arenas de 1920 (siete años después que el explorador noruego Roald Amundsen había hecho lo mismo en su expedición al Polo Sur). Aquí vino a reorganizar un colegio dividido contra sí mismo, y lo reorganizó y, a su vez, a cumplir un mandato mayor de chilenidad, según un decreto del entonces ministro, el recordado Pedro Aguirre Cerda. que uno y otro encargo cumpliría a cabalidad (“desde la Federación Obrera de Magallanes hasta los capitalistas pueden decir de qué manera cumplí mi misión”). Aquí vino apenas de treinta de edad, y aquí se quedó vuelta Desolación para siempre de una literatura universal.

Y, en fin, ¿qué es Desolación? ¿Un libro magallánico? Sí, un libro magallánico. Queda dicho: título y obra proviene del nombre de uno de sus poemas en los Paisajes de la Patagonia, de la sección Naturaleza en el libro todo, y dedicados nada menos que al ilustre ciudadano italiano-magallánico Juan B. Contardi, y cuya relación epistolar le salvaba un poco de las soledades (“¿Le veré esta noche en el teatro?”; “Salgo para Última Esperanza, deseo conversar antes con Ud. sobre diversas cosas”; “Hoy he quedado libre y estoy a su disposición para seguir nuestra charla”). Así, de las desolaciones geográficas, en los paisajes del fin del mundo, a las desolaciones espirituales y del corazón que tipifican título y tema a este libro-vida.

Será este Magallanes, sin duda, la región de la noche larga, el territorio del encuentro con ella misma en su infinitud y lejanía, y, literariamente, su pródigo tiempo de recoger y aventar y ordenar capítulo a capítulo aquellos numerosos poemas que ya venían escribiéndose, incluso publicándose en textos de enseñanza y en literarias revistas nacionales, en sus años anteriores de maestra por los Coquimbos y Los Andes y en este mismo Punta Arenas de 1918-1920). Libro desolado, por su título, pero lleno de contenido de vida, de escuela, de sentimiento de lo religioso y de lo humano, de naturaleza y de geografía (“Árbol muerto en el remirar y sentir las blasfemias de un paisaje austral y patagónico”) en temas que irán referencialmente haciéndose básicos y centrales desde esta Desolación a sus libros posteriores. un contar mundo con proyección de humanidad, aunque “esta humanidad sea algo que todavía hay que humanizar”.

¿Quién fue Gabriela Mistral?, pregunta el niño magallánico-patagón de siete años, arrullado por el oleaje de su Estrecho, curioso de saber y de conocer. Le digo, y me digo: Una mujer que miró el mundo tan familiarmente como si ella lo hubiese creado. Y con gracia.

J. Q.
Punta Arenas,  
Región de Magallanes y Antártica Chilena.
Febrero, 2020.

 

El libro fue presentado por el escritor Jaime Quezada;
el profesor Dusan Martinovic; la encargada de Patrimonio Cultural Inmaterial
del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural de Magallanes, Ruth Simeone;
y Pedro Pablo Zegers, director de la Biblioteca Nacional.



 

 

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