Lo que el alma hace por su cuerpo es lo que el artista hace por su pueblo, frase que
Gabriela Mistral llevó consigo siempre en los días bienaventurados de su vida, reza
ahora a manera de epitafio perdurable en la piedra tutelar de su tumba, en la ladera
misma de uno de sus cerros elquinos. También había dicho testamentariamente: “Es mi
voluntad que mi cuerpo sea enterrado en mi amado pueblo de Montegrande, valle de
Elqui, Chile”. Tres años después de su muerte (1957), la mañana del 22 de marzo de
1960 los restos mortales de Gabriela Mistral son trasladados desde su provisorio nicho
(Mausoleo de la Sociedad de Educación Primaria) en el Cementerio General de
Santiago, a su amado pueblo de Montegrande. Aquí, en el valle de Elqui, había nacido y
ahora regresaba a descansar como piedra laja vuelta hacia sus cien montañas o más.
Catalogado monumento histórico, el mausoleo está erigido en la ladera de un pequeño
cerro elquino. Sencillo y sobrio, una grande piedra tutelar marca el espacio-memoria
de su tumba, rodeada de vegetación autóctona del valle. En esa piedra tutelar, y a
manea de epitafio, está la siguiente inscripción o frase-verso: “Lo que el alma hace por
su cuerpo /es lo que el artista hace por su pueblo” G.M.
Me pregunto, desde un tiempo ayer; me preguntan desde un tiempo hoy, por el origen
de dicha memorable y esencial frase, aforismo o proverbio mistraliano. ¿En qué libro de
sus poemas o en qué libro de sus prosas está dicha sensitiva máxima? Doy vueltas sus
páginas muchas, y nada en ellas o tras ellas. Igual su tan singularísima literatura
recadera o en su vivencial epistolario en centenares de cartas a sus más diversos
destinatarios y destinatarias de aquí y allende los Andes. O en sus conferencias en los
tantos paraninfos universitarios e internacionales del mundo. Y nada y nada en
semanas, meses y hasta años de minuciosa e investigativa lectura. Y siguiendo el
derrotero del sentido de la intuición, que orienta a los perdidos “en esa cosa secreta que
responde al que busca”, me digo simplemente: debe venir esta frase de algunas de
aquellas conversaciones de nuestra Mistral en rueda o corro con sus gentes amadas, esos
resueltos decires de su prodigiosa “lengua hablada”. O, en definitiva, su lengua oral en
su bien contar y encantar.
Hallazgo, albricia, novedad de cosas. Un artículo, escrito por Laura Rodig (1901-1972),
la estimada y fiel escultora chilena y amiga muy principal de Gabriela Mistral, además
de su primera secretaria en sus tiempos magallánicos y en sus años mexicanos, y
publicado en la memorable revista santiaguina Pro Arte viene a darme luz plena. Dice
la artista chilena refiriéndose a su trabajo escultórico en torno a Gabriela Mistral: “He
querido hacer su figura, una síntesis en plenitud como cuando en mitad de su vida, la
veía sentada, reconcentrada, grande y majestuosa siempre, bajo tanta diferente luz,
contra la montaña y frente al Estrecho, bajo la Cruz del Sur, en la meseta mexicana, en
fin… Como cuando alguna vez la interrogué, y me dijera: Lo que el artista hace por su
pueblo es lo que el alma hace por su cuerpo…” (Laura Rodig: Cómo veo a Gabriela
Mistral. Revista Pro Arte, N° 142, Santiago, 31 de agosto, 1951. p.5.).
Seis años antes, noviembre de 1945, Laura Rodig recordaba, con emoción y evocación
suma, esta última reivindicadora sentida frase. En un sentido telegrama (a Gabriela
Mistral, Petrópolis), felicitándola por el maravillamiento del Premio Nobel de Literatura
que la Academia Sueca anunciaba al mundo, le dice: “Lo que el alma hace por su cuerpo
es lo que el artista hace por su pueblo. Su ángel me sonrió la víspera. Que él quiera
ahora darle mi recado inmenso”. Firmado: Laura Rodig. Santiago de Chile, 16 de
noviembre, 1945. (Archivo del Escritor. Biblioteca Nacional).
La noble y honrosa y bienaventurada Laura Rodig, depositaria de esta también máxima
y esencial frase mistraliana, que oralmente Gabriela Mistral dejó en ella, tiene el
grande, fiel y leal mérito de haberla preservado por siempre en su memoria o en “mi
recado-recuerdo inmenso”. Y para siempre también grabada como epitafio universal en
la piedra-sepulcro de su aldea de Montegrande.
Recuérdese, además, que Gabriela Mistral escribió su Decálogo del artista, ese cartabón
de belleza y arte, cuando estaba en Magallanes (1919), máximas que incorporaría
después a su libro Desolación (1922-1923) y que tienen el mismísimo sentido y espíritu,
alma y cuerpo, de aquella otra frase –artista y pueblo- hoy vuelta epitafio. Decálogo que
escribe mientras Laura Rodig trabaja en su taller en un Magallanes lejano y glacial: “Yo
he sentido, viéndola modelar el barro humilde con el que hace la frente del héroe o los
labios del dolor en un rostro, la santidad del polvo del camino. Tiene Laura Rodig el
sentido de esta divinidad del arte, que lo será hasta después que los hombres hayan roto
impíamente su último Dios” (Recado sobre la escultora Laura Rodig, 1920).
Y en una carta fechada en Génova, 1929, le dice con familiar mimo: “No olvide usted su
arte, Laura, y con él puede el arte también mío. Que su alma le ayude y que usted
también la ayude a ella teniendo vida interna y buscando esa cosa secreta que responde
al que busca y que llaman Espíritu Santo. Sea usted feliz con sus dos maneras de obrar
sobre su raza…”
En fin, Gabriela Mistral – Laura Rodig: “gratitudes que me dieron, gratitudes que me
di”. Saboreo dichoso de la memoria “en ese resobo dulce que el alma se sabe más que el
cuerpo”.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com LAURA RODIG Y UN EPITAFIO DE GABRIELA MISTRAL
Por Jaime Quezada