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Algo sobre un poeta y la creación poética
A propósito de "Astrolabio" de Jaime Quezada. Editorial Nascimento, 1976

Por María Carolina Geel
Publicado en El Mercurio, santiago, 9 de Septiembre de 1979



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Se pregunta uno si es por haber leído tanta poesía en su vida que, a veces, tiene esta tendencia a dejarse atraer por los versos extraños, raros, más que por los simples y fácilmente bellos. Quién sabe. Puede ser que así como el poeta da el acento a un poema según el estado anímico que lo mueve a crearlo, el que lee pone sin duda en este acto el estado de receptividad o búsqueda porque atraviesa su espíritu. ¿Hay también en ello un asomo de cansancio ante la publicación de tanta y tanta poesía semejante entre sí? De nuevo: quién sabe...

Ante todo creemos que vale aquí anotar una observación para la cual hasta ahora sólo hemos obtenido divagaciones, y es la siguiente: a) Los poetas son fundamentalmente poetas, casi sin excepción y sin vacilación escriben "también" en prosa, sea rememorando el pasado, explicando su poesía, comentando la de otros, etc. b) Los escritores que se expresan fundamentalmente en prosa, no escriben poesía (estamos refiriéndonos en ambos casos a cultores de importancia), salvo rarísimos casos, en los que además no aciertan. En el momento recordamos sólo dos del país: Enrique Bunster, excelente prosista, al intentar la métrica tropezaba a fondo. Igual le ocurría a don Diego Portales, buen escritor, cuando sufría algún arresto lírico. Afortunadamente ni uno ni otro insistieron. Importa aquí volver sobre el adverbio, o sea, poetas y prosistas fundamentalmente tales, ya que el caso cuestionado no afecta a quienes son tan buenos en uno u otro modo de expresión, como Mistral, Neruda, Eliot, Valéry, etc. En fin, para mejor exponer este busilis, resulta casi cómico imaginar, por ejemplo, a un Sartre haciendo versos, o a un Alone, o a una Marta Vergara (todos, los tres, sin embargo, más que capaces de reconocer, certeros, la buena poesía). Fluye la pregunta: ¿son más audaces los poetas y más prudentes los prosistas? Quizá. Porque también se dan excelentes poetas o muy malos prosistas.

Estas reflexiones revienen a la mente luego de leer "Testimonio y Referencia", proemio del libro de Jaime Quezada, titulado Astrolabio (Nascimento 1967), donde él relata su historia personal y la de su poesía. El sencillo y, con frecuencia, dialogal lenguaje de sus versos, se encuentra también en esta prosa. El empieza simplemente con un "Nací en la ciudad de Los Angeles", y termina el párrafo con "estudié seis años en la escuela primaria, más seis años en el liceo fiscal, más seis en la Universidad de Concepción. Total, salí poeta y no abogado".

Al dar vuelta la hoja nos asombra un poco leer: "Pertenezco a una generación desmitificadora y desacralizadora, a la mejor generación del siglo XX, que no miente y que ama de verdad a su hermano". Sólo un espíritu acendrado —dicho este vocablo en su sentido recto de muy "puro"— puede proclamar tal dictamen franciscano. No existen, que sepamos, generaciones dotadas de tantas y tan difíciles virtudes. No hay generación, incluida bien notoriamente la suya, en la cual no ande entrometido el diablo. Pero salvemos el escollo dejando dicho que esa misma apreciación optimista del poeta permite acercarse a un conocimiento tal vez acertado de su temperamento, de su natural íntimo, esto saltando por encima del epígrafe que aquí puso, cogido de San Juan de la Cruz, "mi secreto para mí ..." Hasta diríamos que es ese natural precisamente lo que agrada de su prosa y sus poemas. Dice más adelante: "Mi primer libro lo escribí por un acto puramente intuitivo (...). Yo no sé explicar mi poesía", lo que lleva a recordar a Rubén Darío: "Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mí orgánico, natural, nacido". Este género de declaraciones, que van hasta la muy concluyente de Rimbaud, "El poeta es un vidente", dejan pensando largamente en los estudios, análisis, tesis y estructuralizaciones de este el más empíreo de los dones: la poesía.

Aludimos a la atracción de los poemas extraños. En este caso ella quedó frustrada, (ver el poema "Rescate de tu lengua", etc), con lo que el interés empieza a dirigirse
no a los versos sino al por qué fueron escritos así. Quezada lo explica como "un ejercicio, una expresión poética experimental" ... "pensaba en la ardiente revelación de mis sentidos", de lo cual le quedó "un manejo de la síntesis y la liberación de la palabra". Nos parece que el manejo de la síntesis lo ha poseído desde siempre, virtud que le ha permitido escribir de modo predominante poemas breves, suavemente hermosos. Ahora, "la liberación de la palabra..." He aquí algo bien difícil de considerar. ¿Liberación de la palabra habría en la escritura automática explicada por Breton? ¿En su uso pese a la resistencia del impulso fabulador, importando más que éste? ¿O será librarla para que dé cuenta de un nuevo aspecto (perceptible éste con mayor evidencia en el poema final), o sea, el que tiende a la expresión de imágenes un tanto coprolálicas y otro tanto libídines? Puede que, de acuerdo con la creencia común del sacro público, esto le imprima más fuerza a la factura poética. Personalmente, creemos que es al revés: se la quita. Entonces preferimos esa fuerza callada de sus poemas de otro tiempo: "Y ahí está el hombre / solo como siempre, clavando una herradura en la dureza de la muerte". O el evocador de su infancia feliz, él lo dice.

Hasta aquí cuanto captamos, bien profanamente por cierto, de la poesía de Jaime Quezada.



 

 

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Publicado en El Mercurio, santiago, 9 de Septiembre de 1979