—Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo en la literatura a lo largo de los años.
—Desde mis Palabras del fabulador a mis Huerfanías, y aún antes y aún después, van más de siete libros de poesía; más otros tantos de prosa y testimonio (Solentiname, El año de la ira); más unos no sé cuántos de recopilaciones y antologías sobre importantes poetas chilenos y latinoamericanos; más una veintena de reveladores libros sobre y de Gabriela Mistral, rescatada de la inercia editorial del siglo XX y puesta en vigencia siglo XXI; más registro de crónicas, críticas, páginas culturales en revistas y periódicos nacionales en tiempos de ayunos y en tiempos de hoy. Total: ochenta años míos de mis edades natales. ¿No es todo eso una suma de vida entera de tarea creadora y de devoción literaria? Si ya la misma poesía es un más. ¿No dijo eso Paz? Pero la literatura, al menos la mía, no se mide por tablas de sumas o de multiplicaciones, sino por un resuelto y fiel desvivir viviéndose.
—Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?
—Aunque uno es de todas partes en esta geografía poética que llamamos Chile, el sur siempre ha sido mi norte desde muy temprano. Nací en Los Ángeles, entre el Bío-Bío y la llamada Frontera. O mejor dicho, entre Diego Dublé Urrutia y Jorge Teillier, para citar solo a estas dos cumbres en esa línea generacional de épocas y tiempos diversos. Neruda es un reino aparte. De manera que uno viene ya imantado y orientado desde el bautismo mismo hacia esta vocación irremediable de la poesía y su naturaleza, o sea, de la escritura en su más plena pluralidad. Todavía no escribía poema alguno, pero me estremecía leer en voz alta aquellas poesías que buscaba en libros antológicos que llegaban a mis manos. Tal vez la Mistral me enseñaba ya el latido y el sentido de “un dame la mano y me amarás” o de unas “ciruelas que cayendo al suelo se pudren”, que un Neruda me dejaba lleno de interrogaciones. En medio de mis soledades de adolescente provinciano, la poesía empezaba en mí como revelación, misterio, asombro, prodigio, hallazgo, novedad de cosas. Por ahí, pues, me empezó ese “gustito” (la escritura en su luminoso y sensitivo magnetismo), o “toque de gracia”, que se haría definitivo en mis años de imberbe poeta en la Universidad de Concepción, sobre todo en el roce constante de vivencialidad creadora con la poesía mayor. Aprendí, y sin atarantamiento publicante, de la lectura intensa, del diálogo libérrimo, del taller sin prejuicios, del encuentro en el verse y reverse consigo mismo y con los demás. Y, en fin, la poesía como voto o don o desnudez de vida, que me daría después mi tiempo de Solentiname.
—¿De qué manera afectó la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo? Cómo fueron tus días en los tiempos más duros del coronavirus. ¿Escribías? ¿Leías? ¿Qué te dedicabas a hacer?
—Encerradito en mi casa floridana al amparo salvador de relecturas y relecturas, apenas asomándome a la ventana para mirar la cordillera y sus señales apocalípticas. Por lo demás, siempre he procurado vivir como si viviera en un claustro –que lo estoy-, en mis silencios y soledades, ajeno a todo bullicio asfixiante. Entre cuarentena y cuarentena, y para aliviar mis días, me acordaba de un trisagio que me abuela materna repetía como verso u oración para espantar las pestes y los males: santus deus, santus fortis, santusinmortalis, y que yo repetía ahora como un talismán o un san Benito, pero sin resultado alguno a pesar de mi devoción y mi liturgia. Entonces mi vida, como la de muchos, empezó a llamarse zoom, que alteraba también mi normalidad pues, siendo neófito total en esas materias de relaciones virtuales, tuve que adaptarme a las señales de los tiempos: hablar en zoom, mirarse en zoom, escribir en zoom. Pero la amenaza del coronavirus estaba siempre a la vuelta de la esquina, así que no salía a calle alguna. Me volqué a los libros, que no son pocos, de mi biblioteca hogareña, en una rebúsqueda lectural diaria. Libros míos que me hablan, me recrean, me sueñan, y me desvelan. Llegué a reunir o recopilar una inédita, curiosa y novedosa antología de textos literarios, científicos, históricos, y hasta de hagiografía y gastronomía, de la más varia y sorprendente lección. Borges decía: “Todo libro que vale la pena ha sido escrito por el espíritu”. Así espero que esta antología no sea un recuerdo del pasado, sino también, y sin pandemia, del porvenir.
—¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en el país cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?
—En verdad, y por muy arúspice que haya sido en mis tiempos mozos, no sé vaticinar que ocurrirá mañana con la actividad literaria cuando se vuelva a la normalidad, si es que se vuelve, pues habrá que acostumbrarse a vivir esperando esa mentada normalidad. Algo así como la espera de Godot en el teatro de lo absurdo. Lo que fue ya no es, ni será. El Venezia ya no existe. Por lo demás, eso del ambiente literario nacional ha andado siempre al suelto antojo y capricho de los vaivenes y circunstancias del instante. Me acuerdo de un verso que viene al caso: ¿Será esto la eternidad que aún estamos como estábamos?
—¿Qué lecturas y/o autores has retomado? ¿Qué sugerirías leer?
—Vengo recién saliendo de concluir mi “obra magna”: la edición de Obra Reunida de Gabriela Mistral. Digo mí, en posesivo de humildad, de vanidad (y de gratitud de equipo también), porque fue un largo proyecto que alcanza ahora su relevancia en los ocho dignísimos tomos de poesía y prosa publicados por Ediciones Biblioteca Nacional. Obra mistraliana con la cual culmino no una parte, sino una vida entera dedicada a su lectura, investigación y estudio con rigor de lo gozoso. La poesía de Gabriela Mistral ha sido en mí un sorprendente y permanente maravillamiento desde el día primero. Así sea su prosa, vuelta recado de lengua singularísima y única en su léxico, naturaleza, geografía, pasión agraria, cuestión social, adhesión étnica, visionario mujerío, materia alucinada, Chile revivido y, en fin, todo un continente de una América nuestra muy martiana en ella. Más que sugerencia, es voluntad de ser la lectura de esta Obra Reunida, pues conlleva una mirada redescubridora del mundo, como si la mismísima Mistral lo hubiese creado. Y, sin duda, lo creó.
—¿Podrías elegir un poema de alguno de tus libros?
(De Huerfanías, Pehuén editores, 1985):
GENEALOGÍA
Botánico fue el primero que a puro nado
cruzó de mañana el Bío Bío
Y durmió en el lecho de una abuela mía lejana
Que era toda avemaría toda pan: arrímate
mi alma a la olla que tiene peumo
Y harina de Dios hay en mi sangre
Rama de árbol de peumo en mi escudo
Quezada con zeta Quezada con ese
Ruis con ese Ruiz con zeta
Qué sé yo mi abolengo mi latín mi araucaria
Mi quezada gregoriano de conquista
Mi ruiz ruiseñor en tierra australis
Si gente de cordillera soy
Gente del pehuén entre ruises y pavones*
Y doscientos años de herbarios y liturgias.
*Referencia a Hipólito Ruiz y José Pavón,
botánicos españoles en el Reyno de Chile (1781-1783).
Carlos Trujillo y Jaime Quezada
(Delaware, Pensilvania, septiembre, 2002).
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El arte en tiempo de pandemia.
Entrevista a Jaime Quezada, poeta y estudioso.
Por Carlos Trujillo.
Publicado en “El Insular”, Chiloé, 19 de julio de 2022