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Luis Zaror en el Alféizar de la memoria
(Eutópia Ediciones, Santiago, 2020)

Por Jaime Quezada



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Luis Zaror (1943), valdiviano de identidad y fidelidad suprema a su fluvial ciudad, que entre publicaciones científicas y libros de su especialidad (el microbiólogo y micólogo que rigurosamente es) en años de docencia académica y universitaria, no ha dejado nunca de lado su otra también rigurosa vocación-oficio del poeta que vive y viene en él desde muy temprano: la Poesía, y con mayúscula, como don de oficio y como arte de vida.

Esa Poesía, casi silenciosa y casi para sí mismo, que en Luis Zaror, a pesar de sus afanes y fervores, parecía estar destinada a páginas o registros de publicaciones grupales o prestigiosas revistas de poesía mayor (Trilce, por gracia) y que contribuyó a fundar desde la década de los sesenta, o de antologías diversas que daban noticias de su vivir viviendo y de su constante proceso creativo.

Pasarían, sin embargo, varios años —los años del naufragio nacional— para que Zaror, autor sin atarantamiento publicante alguno, sacara a flote su propia  y misma poesía y  tuviera sello en formatos y ediciones que van de un Primer diálogo (1988) al Octavo día de la creación (2019) y de Archipiélago de palabras ( (1991) a su Judas siempre está dentro ( (2011),  en un mencionar y dar órbita de tiempo y de espacio a una escritura poética admirativa y sorprendente; así sean  sus  Fractales (1995), su Candil (2000) y su Búsqueda (2001) en un ahondar en esa escritura convocadora de sencilleces, cotidianidaes y resueltos lenguajes, y en sus sensitivos y reveladores temas en la singularidad de lo muy suyo familiar y nostálgico, y, a su vez, en la pluralidad de un mundo  -su mundo muy suyo también- actual y contemporáneo.

De estas vertientes o vasos comunicantes en sus temas y escrituras, Luis Zaror publica ahora su Alféizar de la memoria (Eutópia Ediciones, Santiago, 2020), poniendo de relieve un trato y afinidad que bien caracteriza esta poesía: directa y concisa, breve y sensitiva, dolorosa y denunciante (sin delirio alguno), evocadora y portadora de lo numinoso, soñadora de lo posible, y en lo posible la palabra paz en una búsqueda desde un ayer a un tan hoy incesante. Bien pareciera así un libro de ordenadas y armónicas páginas antológicas, y no a la manera convencional de textos preferidos o muy suyos, de libros anteriores, sumados a otros nuevos e inéditos, sino obra de tema y contenido resueltamente única, paradigma de una poesía transfigurada en los secretos dominios de los sueños y los recuerdos, y en la realidad de lo humano-humanidad de épocas y seculares circunstancias.

Porque Alféizar de la memoria es un reencuentro y un permanente rehallazgo con una legendaria geografía palestina (Jerusalén, Ramala, Belén, Levante Mediterráneo) y un territorio, y una aldea nutricia y natal, y un huerto de olivos, y, en fin, semejanzas, rostros, patriarcas y signos de Viejo Testamento, de tierra prometida, de jardín del edén. Tierra-alma-talismán en un saquito vuelta peregrina por el mundo. También, y sobre todo y leitmotiv, la evocadora y directa viva presencia con las gentes de aquellas geografías en una nunca perdida huella genealógica y familiar:  antepasados, que del abuelo van y vienen al abuelo, en sus ancestros y en sus sangres. Y en sus exilios, errancias y destinos. Destierro de una lengua y de una patria que el recuerdo hace luminoso y trascendente, y “el color de la distancia” acerca. (Verbi gratia: Alma de árabe, tan epigramático en su verso e imagen y tan dramático en su sentido y retrato: un grano de arena disperso en el viento, pero no de la sangre y de la memoria).

Alféizar –palabra de origen arábigo, por cierto-, algo así como el vano de una ventana en su vierteaguas con pendiente hacia fuera, y que aquí, en las páginas de este libro, de elemento arquitectónico se vuelve sensitivamente viertememoria, que escurre más allá de ese marco ventanal hacia evocaciones y emociones lejanas y próximas. Ahí, en ese vano, afirma su dominio el poeta para revivir lo humano y lo primigenio de un universo-paraíso-tierra guardado en su ayer y en su hoy, es decir, en su Siempre que es la Memoria, y “en cuyos arábigos signos palpita una cadencia ancestral”.

Santiago, Lo Cañas, agosto, y 2020.



 

 

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Luis Zaror en el Alféizar de la memoria.
(Eutópia Ediciones, Santiago, 2020)
Por Jaime Quezada