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JAIME QUEZADA Y LAS PALABRAS DEL FABULADOR O EL VALOR
DE LA SOPA EN EL CHILE DE LOS 60

Jaime Quezada: Las Palabras del Fabulador. Gramaje Ediciones.

Por Magda Sepúlveda

Texto-ensayo leído durante la presentación de la nueva edición del libro
Las Palabras del Fabulador (Gramaje Ediciones, Colección “El Árbol de la Memoria”, Santiago, 2015 ), del poeta Jaime Quezada,
Espacio Estravagario, Fundación Pablo Neruda,
martes 16 de junio de 2015.


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Cuántas veces usted ha escuchado esta frase: “tengo que hacerlo porque con esto llevo el pan a la mesa”. La alimentación justifica rompimientos de lealtades e incluso crímenes. Primo Levi, el escritor judío italiano que sobrevivió al holocausto, cuenta la historia verdadera de un hombre que estaba más allá del pan. Era Lorenzo Perrone, un albañil que trabajaba por sueldo en el campo de concentración donde estaba prisionero Levi. Perrone había sido contratado por una firma italiana a quien le habían asignado un proyecto de construcción en las instalaciones del campo. Levi fue designado para trabajar a su cargo. Pronto comenzaron a charlar en italiano.Varios días después Lorenzo le trajo, para sorpresa de Levi, un tarro lleno de sopa. Desde ese momento, cada día durante un período de 6 meses, Perrone le llevó a Levi un tarro de sopa. Levi comprendió entonces qué es un hombre.

Jaime Quezada desarrolla también este vínculo entre comida y condición humana.

El libro de poemas de Jaime Quezada, Las palabras del fabulador (*), simboliza los relatos o fábulas sobre la comida y el fracaso de la condición humana. Una cantidad apreciable  de estos poemas menciona la fábula o enseñanza moral y muestra la ineficacia de la ley humana cuando está en juego el alimento. Observemos qué pasa con la ley en el poema “Testimonio”:

“Escribió en una tabla:
 no robar
 no matar

y salió en busca de su alimento
encontró en el bosque a un hombre
que estaba cuidando su ganado.

 Y mató al hombre
 y se llevó un venado”.

En este texto, el poeta reproduce la ley, pues escribe “no robar” y “no matar”. Pero introduce un sujeto que viola esa ley, pues necesita su alimento. Por comida, ese sujeto mató y robó. La violencia permite al agresor llevar un “venado”, metáfora que connota a los cuerpos más frágiles. ¿Por qué un poeta buscaría volver a escribir la ley? Porque la ley se relaciona con la escritura. Las tablas de la ley son un ejemplo de que la ley es escrita. Este texto tematiza entonces la función de la escritura, impugnando su poder de verdad al evidenciar la contradicción entre lo dicho en ella, la ley, y lo realizado en la acción práctica.  Se imagina usted por qué el poema se llama “Testimonio”, qué testimonia. La voz testimonia el fracaso de la ley.

En la segunda estrofa es refutada la ley presentada en la primera, es decir, la acción eliminó el mensaje de prohibición  expresado en la escritura; por tanto, la moraleja es la falsedad implícita del discurso verbal moral. La voz testimonia así el fracaso de la escritura y de la condición humana frente al tema de la comida.

Quezada, en Las palabras del fabulador, va mostrando la crisis entre palabra verbal, ley, cuando lo que está en juego es la comida. Analicemos en qué se parece el asesino del poema “Testimonio” al sujeto descrito en el poema “La gula”:

“Se come el pan
se lo traga
engorda su panza
y enumera uno a uno los pecados capitales
y cuenta
y vuelve a contar
hasta quedarse dormido en su sillón de cuero”.

Ya se habrán dado cuenta ustedes que tanto el asesino como este obeso dicen lo que no cumplen y su relación con la alimentación los delata. Aquí, nuevamente, se vuelve a exponer la falta de concordancia entre lo dicho verbalmente, los pecados capitales, y las acciones prácticas. El poema recrea sonoramente la sensación de estar atorado con tanta comida, pues las palabras “comer”, “cuenta”, “contar”, “cuero” reiteran el fonema /k/. El goloso además tiene dinero, ya sabemos lo que ha dicho Freud sobre los avaros, nada desecha el egoísta, ni su propia fecha, todo quiere saberlo, conocerlo, tragarlo. De manera que la gula, el contar y el sillón de cuero apuntan a crear un burgués que por su alimento transgrede las leyes.

El deseo de terminar con las fábulas acerca de las justificaciones de la comida, lleva al poeta a examinar el rol de la alimentación en las relaciones familiares. Por ejemplo, el poema “La herencia”  simboliza la transmisión de los relatos de comidas entre madres e hijos:

“La madre engaña a su hijo con un cuento
y el plato de sopa queda limpio
el hijo crece
se hace hombre
se casa. Y tiene un hijo
y el hijo engaña a su madre con un cuento
y el plato se ensucia con el llanto”.

En este texto, hacerse hombre equivale a traspasar la herencia de la ley del engaño que lleva a un individuo a alimentarse y a crecer apoyando el orden establecido. Sin embargo, en esta herencia no hay identidad propia, solo se ocupan lugares culturales, como el de la madre o el del hijo. La sopa ocupa un papel protagónico en el traspaso de relatos, especialmente porque la sopa es el alimentos de los bebés cuando dejan de ser lactantes y el de los enfermos, por tanto la sopa es la comida de los desvalidos y en ese aspecto los frágiles ante los relatos que les enuncian.

La sopa es la comida casera en su función remedio, por ello cuando al sujeto le falta sopa carece de familia y de salud. Lo casero y la salud aparecen representados en el poema “Imagen y Semejanza”:

“Esto de no tener casa
de no tener sillas que arrimar a una mesa
me vuelve inútil la santa paciencia:
mi palidez no tiene sopa
y siento los glóbulos rojos
subir por una de mis piernas
hasta mancharme enteramente la cabeza:
tomo el tren o el aire
y huyo también de las moscas”.

El hablante declara no tener hogar y expresa la desesperación de no tener cobijo. La resolución a esta falta de afecto es huir, lo cual se expresa en el sema de movilidad que contienen algunas palabras del poema, como “tren”, “huyo”, y “subir”. Esta movilidad acontece incluso en el cuerpo del hablante, el sujeto puede transitar desde la palidez hasta el color rojo.   El verso “mi palidez no tiene sopa”, puede interpretarse como “mi palidez no tiene remedio”. El sujeto enferma producto de la estructura familiar en que se haya inserto y por ello, al decidir alejarse de ella toma la opción de no ser “imagen y semejanza” de ese orden que no desea modificarse.

El remedio para el hablante es crear su propia narrativa sobre la alimentación. Ahí la escritura juega un rol fundamental. El que escribe crea mundos y puede producir su propio “retrato hablado”. Observemos cuál es la propiedad de la escritura en el poema “Retrato Hablado”:

“Digo pan
y la mesa  extiende su mantel
como un cuaderno de dibujo
y en un abrir y cerrar de ojos
ya no existe el pan
ni la mesa
ni el mantel:
sólo el retrato hablado de mi hambre”.

En este poema no se cumple la frase coloquial “es el retrato hablado de su padre”, por el contrario, el hablante polemiza con esa frase hecha, auto- definiéndose como “retrato hablado de mi hambre”. Este complemento del  adjetivo, a saber, “de mi hambre” potencia el vacío del hablante. El poema comienza con el verso “digo” que funciona como enunciación de la creación de un mundo. Al nombrar los alimentos y la mesa, el sujeto crea un espacio de cobijo distinto del familiar que había conocido. Es decir, la familia acogedora no tiene más realidad que en la escritura, configurándose así el hogar de procedencia como la falta. La escritura tendría relación entonces con una huerfanía original. Por ello, “hablar” y “hambre” se funden fundiéndose en la aliteración del último verso.

La tarea humana de hablar está entonces ligada a la alimentación. En palabras simples, guagua que no llora, no mama. Hablar es pedir desde lo más básico, el alimento hasta lo más complejo, los afectos.

Quezada ha poetizado las fábulas por las cuales nos enseñan a robar y a matar para obtener y defender nuestra comida. Detrás de esta polémica está el deseo del poeta por re inventar las narrativas sobre la alimentación y de esta manera mantener la dignidad que nombra lo humano. Quezada dice esto en 1968, justamente cuando se disputa una modificación social con el fin de repartir mejor los beneficios. Frente a ello, el poeta toma la posición de invitar a dejar el orden tradicional y crearnos otras narrativas alimentarias.

Nos invita a ser como Lorenzo Perrone que sabía que llevar esa sopa podía significar quedar de prisionero, pero prefirió hacerlo porque tenía claro que la comida más deliciosa es la que se comparte.

 

 

Magda Sepúlveda
Pontificia Universidad Católica de Chile. Facultad de Letras.
Doctora en Literatura. Especialidad: poesía chilena, poesía de origen mapuche, estudios urbanos, localidades e imaginarios sobre comidas y bebidas.

(*) Jaime Quezada: Las Palabras del Fabulador. Editorial Universitaria, Colección Alerce, Santiago, 1968.



 



 

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Jaime Quezada y Las palabras del fabulador o el valor de la sopa en el Chile de los 60.
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