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UNA APROXIMACIÓN AL DISCURSO DEL NIÑO EN LA NARRATIVA BREVE DE JULIO RAMÓN RIBEYRO

Fernando Carrasco Núñez
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle La Cantuta
Presentado en el Congreso Internacional “Julio Ramón Ribeyro, por tiempo indefinido” 2014


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PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Dentro del proceso de la literatura peruana, el cuento se desarrolla y cobra importancia a lo largo del siglo XX. Muchos de nuestros escritores han alcanzado notoria trascendencia con el desarrollo de esta especie narrativa. Se han abordado innumerables tópicos desplegando una serie de estrategias con maestría. Y en sus historias han destacado personajes de toda índole. Entre los protagonistas del cuento peruano, el niño ocupa, sin duda, un lugar de relieve. En cuentos memorables de Abraham Valdelomar, César Vallejo, José Diez-Canseco, José María Arguedas, Enrique Congrains, Carlos Eduardo Zavaleta, Julio Ramón Ribeyro, Óscar Colchado y otros, este personaje aparece representado como un ser singular, enfrentado a circunstancias dramáticas de la vida, en un contexto nacional, y dotado de cualidades diversas. En torno a la aparición del niño como protagonista en la literatura peruana, el investigador Jorge Basadre afirma lo siguiente, refiriéndose al libro El caballero Carmelo y otros cuentos, de Abraham Valdelomar, publicado en el año 1918: “es aquí donde recién aparece el niño como protagonista de la literatura peruana, que había sido tan adulta en el gimoteo romántico como en la risa de los epigramáticos” (Basadre 2003: 32). Efectivamente, en este libro, el niño aparece, por primera vez, como personaje importante en más de un relato. Además del sobresaliente cuento que da título a todo el volumen, también presentan a un niño como personaje principal, los cuentos “Los ojos de Judas”, “El buque negro”, “Yerba santa” y “El vuelo de los cóndores”.

En el presente trabajo, nos proponemos analizar algunos de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, donde los personajes niños ocupan un lugar protagónico. Nuestro análisis estará centrado en el aspecto psicológico y en el rol que asumen estos personajes dentro de la diégesis. Nos interesa resaltar la visión o el discurso del niño en torno a su propio contexto y sobre sus vivencias y conflictos personales, poniendo énfasis en temas como la marginalidad, la violencia, la rebeldía y la muerte. Al mismo tiempo, resaltaremos algunos elementos de orden simbólico.

DESCUBRIMIENTO DE LA MUERTE

Es bien sabido que en numerosos cuentos de Julio Ramón Ribeyro se aborda el tema de la muerte. Esta recurrencia no es gratuita. Recordemos que el autor de La palabra del mudo ha sostenido que su visión escéptica y hasta pesimista de la vida y del mundo está vinculada a la precariedad de nuestra existencia: “El hecho de no poder perdurar, de no poder ser eternos, para emplear esa palabra pomposa, hace que la vida sea un fracaso” (Ampuero 1998, 108). En algunos de sus relatos, casi siempre de carácter autobiográfico, se aprecia a un narrador protagonista que rememora hechos cruciales e impresiones de la niñez, asociados al tópico de la muerte. Pensemos en cuentos como “Página de un diario”, “Los moribundos” y “Por las azoteas”.

En el cuento titulado “Página de un diario”, perteneciente al libro Cuentos de circunstancias (1958), el narrador autodiegético relata un recuerdo impactante de la niñez: la muerte del padre. Esta breve historia se centra en los hechos más sustanciales que se produjeron durante el sepelio. El narrador-niño rememora los sentimientos que produjeron en él este trágico e imborrable acontecimiento familiar. Podríamos comenzar señalando que en este cuento de Ribeyro, el niño siente de golpe su primer estremecimiento ante la visión de la muerte de un ser fundamental en su vida. Esta primera impresión de la muerte es percibida como una presencia malsana que no solo se contrapone a la vida, sino a toda forma de goce y felicidad. Notemos que cuando su madre lo junta con sus hermanas para rezar ante el cuerpo inerte del padre, el niño se siente confundido ante esa falta de relación entre las invocaciones de júbilo de las oraciones y la presencia del muerto. Luego, al observar con mayor detenimiento el cadáver de su padre y percibir su rigidez y orfandad, es asaltado por un profundo temor, es el temor a la muerte que en algún momento de su existencia experimenta todo ser humano. El narrador-niño describe este primer encuentro con la muerte de la siguiente manera: “… me había detenido a examinar los pies de mi padre, que estaban descalzos, cubiertos solo con unas medias de seda. Estaban inmóviles, ligeramente separados de las puntas y al observarlos sentí por primera vez miedo de la muerte” (Ribeyro 1994, 174).

De otro lado, el niño de este relato, como en otros cuentos similares de Julio Ramón Ribeyro, se muestra sumamente crítico frente ante la actitud que asumen los adultos en distintas circunstancias. Durante el velorio, él siente que la presencia de los mayores en su casa es un simple formalismo, y que en lugar de haber asistido a un sepelio muy penoso pareciera que se encontraran ante un burdo espectáculo de entretenimiento. Este hecho desencadena, en su interior, un rencor muy profundo: “… los circunstantes observaban las maniobras con algo de impaciencia, como si esperaran la función de un teatro. Los odié a todos intensamente y busqué de nuevo refugio en el jardín” (Ribeyro 1994: 175). Al amanecer, el niño observa que ya todas las personas han partido. Llega al salón donde se encuentra la cámara mortuoria y el cuerpo de su padre, y siente una honda tristeza, pues considera que bastante pronto ya todos se han olvidado de él. En el desenlace del cuento, el niño ingresa a la oficina de su padre, toma asiento en el ancho sillón y encuentra la pluma fuente que este llevaba siempre consigo. Nota que incluso tiene las mismas iniciales de su nombre. Y de pronto lo invade la grata sensación de que su padre no ha muerto. El niño advierte que la muerte de su progenitor no es completa, pues ahora él se siente como su prolongación, más aún, como si él mismo fuera su padre. Es acaso el niño, como titula este cuento, la “página de un diario” que ha quedado como testimonio viviente de la anterior existencia del padre. El cuento cierra de esta manera: “Entonces comprendí, por primera vez, que mi padre no había muerto, que algo suyo quedaba vivo en esa habitación […] ‘Pero si yo soy mi padre’, pensé. Y tuve la sensación de que habían transcurrido muchos años” (Ribeyro 1994: 176). La impresión final que tiene el niño sobre la muerte de su padre es muy distinta de esa visión adulta, pesimista y desencantada que manifestaba Julio Ramón Ribeyro acerca de la muerte y la condición humana. Esta idea del narrador-niño sobre la muerte se ve más afín a la visión de muchos otros artistas que consideran que su trabajo creativo los sobrevivirá y los hará trascender más allá de la muerte. Esta imagen de la muerte nos remite a un célebre poema en prosa de César Vallejo: “Y yo te digo: Cuando alguien se va alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado”.

Ya en otro cuento de Julio Ramón Ribeyro titulado “Los moribundos”, texto perteneciente al libro Las botellas y los hombres (1964), también nos encontramos frente a un narrador autodiegético que recuerda un hecho impresionante de la niñez vinculado al tema de la muerte. La historia nos remite a la penúltima guerra Peruana-Ecuatoriana y se ambienta en la ciudad norteña de Paita. Al inicio del cuento, el narrador-niño evoca que al segundo día de iniciada la guerra, su hermano lo llevó a ver los muertos que eran traídos desde la frontera y transportados hacia el interior del hospital. Cuando el niño observa las camionadas de cadáveres, estos le producen una sensación muy distinta a la que le hubiera producido tal vez la presencia conmovedora de un muerto, familiar y solitario, como en el cuento comentado líneas arriba:

“Me llamaba la atención la risa de los muertos, una risa que yo encontraba, no sé por qué, un poco provocadora, como la risa de aquellas personas que lo hacen sin ganas, solamente por fastidiarnos la paciencia [….] Ya no parecían hombres los muertos en camionadas. Parecían cucarachas o pescados” (Ribeyro 1994, 227).

En estas circunstancias, la imagen de la muerte pierde su carácter dramático y sagrado para dar paso a una visión desacralizada, una mirada que se detiene en detalles y trastoca la realidad inmediata, donde el temor termina dando paso también al rechazo, a la total aversión. Para el narrador-niño, los muertos han perdido incluso su condición humana al compararlos con cucarachas o pescados. En un breve ensayo titulado “La muerte y la vida”, Manuel Gonzales Prada apunta una idea interesante en torno a la fuerte impresión que causa en los hombres los cuerpos muertos en proceso de putrefacción: “El cadáver en descomposición, eso que según Bossuet no tiene nombre en idioma alguno, resume para el vulgo lo más tremendo i espantoso de la muerte”. (Gonzales Prada 1977, 265).

El cuento titulado “Por las azoteas” forma parte también del volumen Las botellas y los hombres (1964). Así como en los dos cuentos anteriores, aquí, de igual manera, se percibe un tono autobiográfico donde aparece la voz de un narrador-niño. El protagonista reina en la azotea de su casa, lejos de los bajos donde gobiernan los adultos: “…donde todo era obediencia, manteles blancos, tías escrutadoras y despiadadas cortinas” (Ribeyro 1994, 252). A inicios del verano, buscando expandir sus dominios, en una azotea vecina, el protagonista conoce a un amigo, un hombre joven sentado sobre una perezosa. Este outsider, típico personaje ribeyriano, ha sido recluido en ese lugar por sus parientes, debido a que padece una enfermedad contagiosa. Al poco tiempo, entre el niño y el hombre enfermo comienza una relación de amistad. Con el transcurrir de los días, el pequeño percibe con preocupación que el calor, poco a poco, va consumiendo a su amigo. Cuando los padres del niño se enteran de que el pequeño ha entrado en contacto con este hombre, le prohíben volver a subir a la azotea, ese lugar donde, según el narrador-niño: “las personas mayores enviaban las cosas que no servían para nada” (Ribeyro 1994: 251). Finalmente, como otros personajes niños de Ribeyro, el protagonista actúa a escondidas de sus padres y demás familiares para ir a visitar a su amigo. Ha llegado la primera lluvia del otoño y el niño, presuroso, sube en busca del hombre de la perezosa. La historia culmina cuando el narrador-niño toma conciencia de la muerte de su amigo, hecho que, sin duda, marcará parte de su existencia.

Existen otros cuentos de Ribeyro donde se aborda también el tema de la muerte con la presencia de un personaje niño. Nos referimos a cuentos como “El ropero, los viejos y la muerte”, “El chaco” y “Sobre las olas”.

NIÑOS VS ADULTOS

Es sabido que en la obra cuentística de Julio Ramón Ribeyro se aprecia una oposición constante entre el sector oficial y el mundo marginal. De la misma manera se plantea, en algunos cuentos, una polaridad bien marcada entre el mundo de los adultos y la visión particular que presentan los niños en torno del mundo que los rodea. Los niños aparecen como personajes marginales frente al orden impuesto y gobernado por los adultos. Esta situación los conlleva, muchas veces, a reacciones como la desobediencia o incluso a la rebeldía en su afán de satisfacer sus necesidades más inmediatas, de hacer justicia o de liberarse de la opresión de los mayores. En este sentido, como señala la estudiosa Giovanna Minardi, los niños son: “los portavoces de un discurso ingenuo inocente y, al mismo tiempo, crítico, subvertidor de ciertos valores preestablecidos, y, por lo tanto, de esperanza de un futuro más humano” (Minardi 2002, 55).

En el cuento “Los merengues” del libro Cuentos de circunstancias (1958), el niño Perico se siente en pugna contra los adultos de su entorno. Este cuento presenta un narrador heterodiegético, pero el uso efectivo de la focalización interna en la narración nos permite adentramos en el mundo interior del protagonista. Desde hace algún tiempo, Perico desea comprar unos merengues, sin embargo, debido a que carece de dinero ha sido echado de mala forma, por el empleado del lugar, en varias ocasiones. El niño se debe contentar solo con mirar los merengues detrás de la vidriera de la pastelería. Pero estos dulces se han convertido para él en una obsesión, por ello se las arregla para conseguir el dinero necesario. Una mañana, después de que la madre ha salido de casa, coge subrepticiamente parte del dinero que ella tiene ahorrado. El niño no opta por solicitar las monedas, tampoco pide a su madre que le compre los merengues. Tiene la certeza, tal vez, de que no obtendrá buenos resultados por esa vía. Prefiere actuar por su parte, a espaldas de la autoridad materna. El niño está convencido de que el dinero le confiere autoridad y que lo acerca o lo iguala a los adultos, por ello, a pesar de la poquedad de sus años y su apariencia humilde se presenta, ahora, sin ningún temor ante el dependiente de la pastelería para comprar los merengues. Se muestra con voz segura y una expresión de triunfo: “Ahora ya no sentía vergüenza alguna y el dinero que empuñaba lo revestía de cierta autoridad” (Ribeyro 1994, 198). Sin embargo, así como los demás personajes de Ribeyro, también el niño Perico culminará marcado por el fracaso y el desengaño. En un inicio exige, pero culmina rogando que le vendan los merengues. Ni el dependiente ni los parroquianos que se encuentran en la pastelería en ese instante lo toman en serio. Al momento, el pequeño tiene que marcharse, totalmente vencido, después de haber recibido el cocacho de siempre por parte del empleado del lugar. Camina por los alrededores hasta que decide sentarse en el acantilado contemplando el mar. Perico ha descubierto que el dinero poco o nada vale en las manos de un niño. Se siente incomprendido, confuso, marginado, dentro de ese orden injusto impuesto por los adultos, donde los niños como él no pueden hacer escuchar su voz ni imponer su voluntad. Al final, lleno de rencor contra los adultos y con terribles ansias de venganza, arroja al acantilado, una a una, todas las monedas que lleva consigo. “Al hacerlo, iba pensando que esas monedas nada valían en sus manos, y en ese día cercano en que, grande ya y terrible, cortaría la cabeza de todos esos hombres gordos, de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor” (Ribeyro 1994: 200). Una situación similar se aprecia en el cuento titulado “La botella de chicha” donde el enfrentamiento entre el niño y los adultos es planteado con un trasfondo de humor e ironía, pues Ribeyro muestra aquí, además, un cuestionamiento a las convenciones sociales y a la hipocresía de nuestra clase media.

En el cuento “Los gallinazos sin plumas”, uno de los más emblemáticos de Julio Ramón Ribeyro, que forma parte del libro del mismo nombre publicado en 1955, encontramos a dos niños como protagonistas: Efraín y Enrique. Ambos se rebelan contra los abusos cometidos por el abuelo don Santos. Como es conocido, los hermanos tienen que conseguir, todas las mañanas, alimento para el cerdo Pascual. El conflicto surge cuando los niños enferman y el animal se queda sin recibir su comida por unos días. Este hecho desata la furia del viejo don Santos, quien intenta dar una golpiza a sus nietos. Enrique accede a salir al basural en busca de desperdicios para el chancho, pero al volver a casa se entera de que el abuelo ha matado a su perrito Pedro para dárselo como alimento al cerdo Pascual. El niño coge una vara y se enfrenta al abuelo, lo golpea en el rostro y este cae dentro del chiquero. Luego, Enrique va en busca de su hermano Efraín y juntos abandonan la casa. Como se puede percibir en este cuento, el enfrentamiento entre los niños y el abuelo es directo, donde la violencia conduce a un final trágico. El golpe que Enrique propina a su abuelo con la vara rompe el orden impuesto por el segundo e inicia una liberación de los niños que solo se completa cuando abandonan la casa. Esto significa el fin de una etapa en la que vivían sometidos y eran considerados, literalmente, como animales, pues ese era el trato que les imponía el abuelo. Recordemos que, en una escena, cuando Enrique vuelve a casa con el perro, el abuelo se niega a aceptar al animal con estas palabras: “¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes! (Ribeyro 1994, 20). Por su parte, los niños también perciben al abuelo como un ser animalizado, en todo caso, como un ser que ha ido perdiendo sus rasgos humanos: “Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar los ojos del abuelo creía desconocerlos, como si ellos hubieran perdido su expresión humana” (Ribeyro 1994: 22). Esta representación animalizada de ciertos personajes marginales se repite en algunas de las historias que hemos visto. En este último cuento, por ejemplo, los niños son vistos por el abuelo como gallinazos sin plumas y también como perros, animales con cierta connotación negativa por su relación con los basurales y la carroña. Sin embargo, estos animales también destacan por su constante lucha por la sobrevivencia. En el cuento “Por las azoteas” el hombre de la perezosa se designa a sí mismo como el rey de los gatos y el narrador-niño le responde: “Bueno, te dejo los gatos. Y las gallinas de las casas de al lado, si quieres: Pero todo lo demás es mío” (Ribeyro 1994, 253). En el cuento “Los moribundos” los cadáveres en camionadas son percibidos por el protagonista como cucarachas o pescados. Hay otro cuento de Ribeyro titulado “Scorpio”, perteneciente al libro Cuentos de circunstancias (1958), que muestra a un animal con una carga simbólica. En esta historia también encontramos a un niño como protagonista. El pequeño Ramón, cansado de los abusos cometidos por su hermano mayor, decide vengarse de este. Para ello usa a un animal como verdugo: un escorpión. El niño se siente identificado con el alacrán, pues este también había sido atormentado por su hermano Tobías. No es gratuita la presencia de este animal en la narración, que incluso da título al cuento, pues como señala Juan-Eduardo Cirlot (1994) el escorpión simboliza también al verdugo, aquel que produce la muerte.

Como se puede apreciar, Julio Ramón Ribeyro apela también a la simbología, en los cuentos que hemos revisado, para representar a sus personajes más importantes.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

En los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, los niños son seres reflexivos, sensibles y emprendedores. Salen en busca de un objetivo y, por lo general, terminan marcados por el fracaso. Estos aparecen en un contexto nacional y en situaciones bastante dramáticas que van a tener una implicancia decisiva en su formación. El niño también aparece como símbolo de continuidad, de esperanza, de la vida misma. También es presentado como símbolo de la exclusión, hecho que lo lleva a la rebeldía. La niñez aparece representada como la etapa de los grandes descubrimientos, el periodo incipiente de la vida, donde, entre otras cosas, se descubre el temor a la muerte, la soledad y el poder absoluto de los adultos.

 


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BIBLIOGRAFÍA

AMPUERO, Fernando.
1998  “El enigma de la transparencia”. COAGUILA, Jorge. Julio Ramón Ribeyro. Las respuestas del mudo. (Entrevistas). Lima: Jaime Campodónico. Pp. 101-113.
BASADRE, Jorge.
2003 [1928] Equivocaciones. Ensayos sobre literatura penúltima. Lima: Universidad de San Martín de Porres, Instituto de Investigaciones.
CIRLOT, Juan-Eduardo.
1994   Diccionario de símbolos. Barcelona: Edit. Labor.
GONZALES Prada, Manuel.
1997  [1894]  Pájinas libres. Lima: Peisa.
MINARDI, Giovanna.
2002 La cuentística de Julio Ramón Ribeyro. Lima: Banco Central de Reserva del Perú.
RIBEYRO, Julio Ramón.
1994   La palabra del mudo. Tomo I. Lima: Jaime Campodónico.
VALLEJO, César.
1999  Narrativa completa. Edición de Ricardo Silva Santisteban y Cecilia Moreano. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.


 

 

 

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