Estudiantes de Chile: Maestros del futuro
Jesús Sepúlveda
[El presente texto fue escrito la Noche Triste del 4 de agosto en respuesta a un infame artículo de un periodista que denostaba al movimiento estudiantil acusándolo de querer adueñarse de Chile. Fue publicado en los portales www.surysur.net, www.rebelion.org y en el blog -o pasquín electrónico- www.volcanquetrupillan.blogspot.com]
"Execrable sistema, clima en nombre del cielo,
del bronquio y la quebrada,
la cantidad enorme de dinero que cuesta ser pobre…"
César Vallejo.
Los estudiantes no son dueños de Chile. Los dueños de Chile son los Chadwick, los Piñera, los Frei, los Ruiz-Tagle, los Errázuriz, los Lagos, los Claro y toda esa casta de políticos putrefactos y empresarios hediondos que en sus trajes de tela y corbata combinan poder con dinero y medios de comunicación. No, los estudiantes no son dueños de Chile, son dueños del futuro.
Y si aquellos apoltronados no quieren ceder ni perder sus granjerías y haciendas de poder desde donde ofrecer migajas, el grito debe ser unánime: ¡Basta ya! ¡Que se vayan todos! ¡Plebiscito Nacional! ¡Asamblea Constituyente Ahora! ¡Fin a la Constitución de Pinochet!
Chile no sólo se merece una reforma educacional, sino una educación gratuita y de excelencia para todos y para todas. La educación no es un bien de consumo. La educación es un derecho inalienable que forja el espíritu de la humanidad para que a través de ese mismo espíritu los seres humanos mejoremos como especie y nos volvamos individuos más conscientes.
Los aprendices de mercadotecnia todavía creen que los seres humanos somos mercancías transables en el mercado de los mercachifles modernos. Esa es ideología del siglo pasado y no se condice con el mundo ecológico y armónico al que la raza humana aspira en este preciso momento.
Ya se ha lucrado mucho en nuestro triste país. Su venta, que comenzó el mismo 11 de septiembre de 1973, ha transformado a Chile en un pasillo de mall comercial con muertos a un lado de la vitrina y artículos de consumo al otro, entre los que se ofertaba y se oferta la salud, la educación y la dignidad. Ese no era el país al que aspirábamos los pingüinos de la década del 80 cuando nos tomamos el Liceo A-12 y otros colegios, haciendo salir al entonces Ministro de Educación -un tipo de apellido Aránguiz- y retroceder al régimen militar apoyado tanto por el hermano del actual presidente de Chile, ministro entonces, como por su primo hermano, ministro ahora.
Los pingüinos de esa época fuimos traicionados por la baladita aquella de la alegría, que no fue sino una sonrisa cínica en los labios de un señor golpista de apellido inglés y de otro señor hijo de…su padre con rostro adusto y estilo aburrido de tecnócrata y empresario. Son todos los mismos, que se apretujan y hacen enroque para no quedar fuera del club y tener un puesto en la mesa. Pero ya nadie les cree porque ese velo ha sido descorrido, y tal visión de la desvergüenza es una imagen clara.
Desde mi lejanía aplaudo con humildad y respeto a esos jóvenes estudiantes que se han vuelto un jardín de alegrías para el pueblo chileno -y que hasta ahora estaba zombificado por las pantallitas y el celofán de las cápsulas de rescate-. Aplaudo también a todos los profesores que los acompañan, y especialmente a esas madres temerosas, traumadas todavía por el recuerdo de la cruel dictadura, que ven partir a sus hijos con mochilas al hombro llenos de sueños, porque de ellos es el futuro y no de la farándula vocinglera de la casta de politicastros y empresarios de plástico que venden espectáculos para ensombrecer y acallar.
Desde la lejanía, pido también a todos los escritores, intelectuales y seres sensibles de América Latina y del mundo entero que apoyemos a nuestros chicos, que no los dejemos solos, que abramos el corazón para que finalmente se abran algún día las grandes Alamedas estrechadas por los esbirros de color verde-oliva que también son zombies recibiendo órdenes.
Cada muchacho, cada colegiala, cada alumno universitario es un árbol en el que se acumula toda nuestra historia. Talarlos, talarlas, no es sólo matar la memoria, sino también la posibilidad del futuro.
Pido, desde mi lejanía, que haya inscripción automática en ese registro electoral en el que ya nadie cree y voto universal para todos los chilenos residentes en el país y en el extranjero. Pido dignidad y pido un país diferente. Mucho se ha hablado de la falta de credibilidad y de referentes para producir los cambios necesarios. Los estudiantes de Chile han recobrado para todos nosotros -indignados y decepcionados- esa credibilidad y tersura que ningún político tiene.
Entendámoslo de una vez: Chile no es un país ni tampoco un proyecto de país. Es un gran supermercado con mano de obra barata en el que unos pocos se han adueñado de los negocios, de la política y del espectáculo. Son esos pocos los que no creen en el futuro porque de otro modo amordazarían sus propias bocazas angurrientas y escucharían con atención lo que los estudiantes tienen que decir y enseñar. Porque ellos -los estudiantes, y no otros- son, hoy por hoy, los grandes maestros de Chile.
4 de agosto de 2011.