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«Secoya» de Jesús Sepúlveda
Por Álvaro Leiva
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Secoya o Secuoya, es un término para referirse al árbol conífero, Taxodiaceae Sempervivens, habitantes que se extienden desde Monterrey, California hasta el sur de Oregon. Secoya es el cronotopo de un montón de pergaminos ya no arrumbados en el suelo sino que erguidos como el imponente árbol en medio del jardín de la morada del poeta.
Secoya es el título del conjunto de poemas de Jesús Sepúlveda (Colección “El gato cimarrón” Sudaquia Editores, Nueva York, 2015). Secoya se sostiene sobre la base de 7 momentos para no hablar de subdivisiones, apartados. Un aspecto que se resalta en este libro, es la constante de Sepúlveda --desde su Lugar de origen (1987)-- en lo que Martin Heidegger llamaría como “la determinación poética de poetizar expresamente la misma esencia de la poesía”, por ende el acto de poetizar conlleva a referirnos a “la poesía del poeta”. La pregunta que planteara Heidegger al respecto, dice así: “¿no es [acaso ésta] una actitud desesperada, no es algo tardío, el fin? (13-15). Esta idea de poetizar sobre el poeta y sus andanzas, los periplos por un mundo de magia y naturaleza mutante siempre han estado presente en la literatura universal. Como no vale al caso responder al viejo sabio, el poeta simplemente dialoga y responde: “Somos cristales / ¿Qué somos? / Perlas enlodadas que limpian la mente / Residuo turbio del pedregal / Perlas pedregosas que palpitan / Turbulento río que entra por la boca/y sale del cuerpo”.
Esta actitud de poetizar al parecer no es desesperada ni final, por el contrario, se transforma en una invitación a viajar desde el interior hacia el exterior; dejando, por un lado, mundos abstractos y oteando, por otro lado, lugares concretos (el aquí y el ahora). Al mismo tiempo que en Secoya, la vida del poeta va experimentando mudanzas como en el poema “Wirikuta” ---lugar de peregrinación de los chamanes Huicholes de México: “Cuando el jaguar se alimenta alguien muere / Un halcón surca el desierto / Queda su estela flotando / Valle de carne / Peregrinos del venado azul / La montaña yace en silencio / Abre sus ojos en la oscuridad”. No obstante, Sepúlveda no se detiene en la oscuridad romántica, el claroscuro, sino más bien recurre a esos viajes del poeta desintoxicado que visita sus muertos: poetas y poetas amigos, padres, abuelos para restablecer ese diálogo imprescindible que alimenta la palabra resonante de los chamanes. Es así como en Secoya “[e]l poeta escribe en su cuerpo / tatuaje de luz y sombra” tiñendo cada imagen, cada momento del libro –con hilo perfecto, sin dejar puntada- sus raíces y también ramajes para culminar con un poema extenso como la geografía de Chile. Nos referimos a “200 años”, un poema que (nos) cuestiona otra esencia: la comunidad imaginada, esa imposible tribu llamada país con sus “muebles tristes”, “flores del papel mural”, junto al poeta “Pezoa”, “montañas”, “bombarderos”. Una geopoética mirada desde quien habita el extrañamiento pero sin la melancolía que ya hemos leído en la poesía de Lihn, Cavafis ni con esa “actitud desesperada” que señala Heidegger. Muy por el contrario, Sepúlveda termina diciéndonos: “No te extraño, viejo amigo, sólo te quiero / a la distancia”.
Pichidangui, Chile, julio 2019.