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González Vera: De muchacho anarquista a hombre de izquierda [*]
Por Sergio Grez Toso
Universidad de Chile
Anales de Literatura Chilena. N° 19, Junio de 2013
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RESUMEN
En este artículo se analiza críticamente la afirmación sin matices acerca de la condición anarquista de José Santos González Vera, desde el momento en que tuvo conciencia de los problemas sociales hasta el último de sus días. Para ello, el autor utiliza numerosas fuentes que, a pesar de ser bastante conocidas, no habían sido puestas hasta ahora al servicio de un ejercicio de este tipo. De ese modo queda demostrado que luego de una docena de años de activa militancia en las filas ácratas, González Vera evolucionó hacia posiciones de izquierda bastante distantes de las posiciones anarquistas de su juventud.
Palabras clave: José Santos González Vera, anarquismo, política, historia política.
ABSTRACT
This article discusses critically the anarchist condition of José Santos González Vera from the moment he gained conscience of social problems until his death. In doing so the author of the article uses a large number of well known sources, that were never employed before to this sort of practice. As a result of the analysis it will proved that after having been part of the anarchist movement González Vera evolved to left wing positions far away from those of his youth.
Key Words: José Santos González Vera, anarchism, politics, political history.
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Introducción
Cuando se escribe o se habla de José Santos González Vera, es un lugar común referirse a su condición de anarquista sin mayores precisiones acerca de la profundidad, alcance y duración de su compromiso con “la Idea” libertaria. Admiradores y detractores, exégetas, críticos, literatos, historiadores, periodistas, tesistas, compiladores de sus escritos de prensa y un sinfín de estudiosos de su obra han coincidido en subrayar el anarquismo como el rasgo político ideológico central de su existencia, desde los primeros años de la adolescencia hasta su muerte. Si bien dicha afirmación contiene elementos de verdad, puesto que las trazas de su actividad en la corriente ácrata chilena en la segunda década y la primera mitad de la tercera década del siglo XX son numerosas, y ello coincide, además, con su propio testimonio, no es menos cierto que, como veremos a continuación, el anarquismo de González Vera a partir de la segunda mitad de los años 20 queda en entredicho si se analizan con atención numerosas fuentes relacionadas con este escritor.
Muchacho anarquista
Probablemente la primera vez que José Santos González Vera se enteró de que existía la palabra “anarquista” fue siendo un niño de corta edad, cuando escuchó que su padre, ateo o librepensador profundamente anticlerical y recientemente afiliado al Partido Radical, le dijo a modo de elogio a su hermano Efraín, por quien tenía debilidad: “¡Mi hijo será anarquista!”. No obstante, cuando años más tarde, al salir de la adolescencia, el futuro Premio Nacional de Literatura le confesó a su padre que era ácrata, este se desagradó ya que hubiese preferido que fuera socialista, “porque en un partido, aseguró, una persona asciende” (Cuando 44).
Como suele ocurrir en la formación política de cualquier persona, en González Vera confluyeron muchos factores para que en sus años de adolescente y de adulto joven adhiriera fervorosamente al proyecto anarquista. Como marco general tiene que haber pesado el contexto social y político de la época (los años inmediatamente posteriores al Centenario de la Independencia nacional), de profundas conmociones provocadas por crisis económicas y de decadencia de la República Parlamentaria oligárquica con sus correlatos de agravación de los males de la “cuestión social” y de ascenso del movimiento obrero. Ligado a este último fenómeno y estimulando su radicalización, emergían corrientes más radicales que las tradicionales tendencias mutualista y demó- crata que habían hegemonizado casi sin contrapeso el movimiento de los trabajadores hasta comienzos del siglo XX. Los anarquistas se destacaban particularmente por su bullada aparición en los últimos años del siglo precedente, por su participación no menos retumbante en algunos conflictos sociales en la alborada del nuevo siglo, y por una profusa y esforzada labor de publicación de periódicos y panfletos, de creación de sociedades de resistencia, ateneos obreros, centros de estudios sociales, de impulso a huelgas y manifestaciones de protesta y un cúmulo de actividades que intentaban encarnar los ideales de la acracia en la “región chilena” [1].
También tienen que haber influido en la definición política de José Santos factores más directos e inmediatos como su entorno familiar y social (recordemos que su familia era muy representativa de los estratos más modestos de una clase media baja de origen rural avecindada en la capital en los primeros años del siglo), sus amistades y relaciones sociales y una serie de experiencias de vida que él mismo relató después en diversos escritos, especialmente en el libro Cuando era muchacho. En la capital, su familia se instaló en el viejo barrio de La Chimba, por cuyas arterias –Recoleta, Independencia, Maruri, Rivera, Vivaceta– transcurrieron los últimos años de la infancia y los de la adolescencia de González Vera.
En las viejas casonas y conventillos del sector habitaba una heterogénea masa popular compuesta por obreros, artesanos, pequeños comerciantes, modestísimos empleados, taberneros, mendigos y delincuentes. Algunos párrafos de la pluma del escritor nos entregan una imagen muy fresca de lo que era ese mundo y esas calles en las primeras décadas del siglo XX:
En marzo fui admitido en la segunda preparatoria del Liceo Santiago. Sin perjuicio de estudiar, vagué por el barrio y no dejé rincón sin conocer. Existían calles formadas únicamente de conventillos, que se comunicaban por el interior y permitían hacer viajes pintorescos, sabiendo orientarse en la red de puertas y pasajes. […]
En Rivera hay una iglesia que se continúa en un convento de altos muros y se extiende hasta Fermín Vivaceta y tuerce a la derecha otra larga cuadra. Casi alcanza a Retiro. Por Vivaceta hay una puerta descomunal, maltratada por el golpeteo de los pedigüeños. A mediodía un fraile dejábala franca y se apostaba ante un fondo de sopa. Una treintena de harapientos ponían sus ollas y el lego las llenaba sin decir palabra. Apenas los pedigüeños se dispersaban, venía el cierre del portón. Durante minutos sentíase el ruido de barras y de trancas.
Así los piadosos habitantes protegíanse de latrocinios y demasías.
Vivaceta o el callejón de las Hornillas, contaba con apreciable número de cantinas. Hacia el poniente había calles sin urbanizar en donde se guarnecían incontables cuchilleros. Dábaseles ese nombre no por hacer cuchillos, sino por emplearlos, a menudo, en abrir el vientre de sus semejantes, a los cuales también robaban. No moría gente cada día, pero sí cada semana o cada mes (Cuando 53).
Durante su estadía en el Liceo, José Santos hizo gala en más de una ocasión de su carácter rebelde y contestatario. Su padre consiguió que lo eximieran de la asignatura de religión, pero por iniciativa propia, el muchacho empezó a saltarse las clases que no eran de su agrado o que le parecían inútiles: caligrafía, gimnasia y canto. Al poco tiempo, sus problemas de conducta lo pusieron al borde de la expulsión. Podría haber evitado una medida tan drástica, bastaba una pequeña súplica para lograrlo ya que sus notas eran buenas en los demás ramos. Por firmeza de carácter o acto irreflexivo no lo hizo. Fue expulsado cuando aún no terminaba de cursar el primer año de Humanidades (equivalente al 7° Básico actual). “¡Ahora trabajarás!” fue la sentencia simple e inapelable de su padre (Cuando 72-79).
El niño rebelde pasó rápidamente a formar parte activa de la clase trabajadora. Fue ayudante de pintor de brocha gorda, ayudante de buscador de antigüedades, mozo en varias sastrerías, en una casa de remates y en la oficina de una fundición, lustrador de botas en el Club de Septiembre y luego mozo de la biblioteca del mismo club. Más tarde tuvo una fugaz experiencia como aprendiz de una barbería cuyo propietario era Gualterio Stones, un anarquista hijo de ingleses. Enseguida fue aprendiz de zapatero en el taller de otro ácrata, el viejo Manuel Antonio Silva, y cuando el trabajo escaseó en ese lugar se trasladó al taller del zapatero Nicolás Navarrete, simpatizante anarquista. Ya más crecido, gracias a sus inclinaciones literarias y al contacto con intelectuales bohemios como José Domingo Gómez Rojas, se convirtió en administrador de la revista Selva lírica y en su principal vendedor. Luego fue editor de una revista propia, La Pluma, de efímera existencia, corresponsal de un diario provinciano, mozo de una clínica, cobrador de tranvías en Valparaíso, redactor de un periódico en Temuco, cronista de un diario en Valdivia y empleado en una fundición en la misma ciudad, para rematar su itinerario de trabajador manual o en oficios de poca monta entre mediados de los años 20 y 1932 como ayudante de corrector de pruebas en la imprenta de la Penitenciaría de Santiago y, finalmente, vendedor de una peletería (Cuando 78– 271).
El trabajo asalariado, el contacto con la cruda realidad social y las relaciones con numerosos elementos anarquistas que pululaban en los sectores donde transcurrió su vida adolescente y juvenil, se sumaron al anticlericalismo heredado de su padre para conformar su primera adscripción política, la más conocida, decidida y clara de su existencia. Con el paso de los años el escritor tomaría distancia crítica frente a su propio proceso de definiciones ideológicas, que analizaría con notable honestidad. Respecto de sus sentimientos frente a la religión y sus instituciones diría que el origen de su anticlericalismo, aparte de la admiración que sentía por su padre, no tenía bases sólidas porque aún carecía de experiencia para sentirlo con convicción, y el ateísmo que de ello derivó a muy temprana edad había sido “recitativo y prematuro”, agregando que, no obstante ello, al sentirse afligido no podía redimirse sino invocando el nombre de Dios... (Cuando 62).
Con todo, por aquella época, cuando aún era estudiante y durante los años en que se desempeñó en diferentes oficios como trabajador no calificado, José Santos reafirmó sus convicciones anti-religiosas y anticlericales. Por encargo de un amigo del patrón de una fundición en la que se empleó cierto tiempo, se abocó a repartir La Linterna, periódico anticlerical, lo que le permitió conocer, entre otros, al anarquista Juan Gandulfo, estudiante de Medicina que poco después desempeñaría un destacado papel en la directiva de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH). En 1913, cuando aún no cumplía los dieciséis años de edad, José Santos participó de las combativas manifestaciones contra la venida a Chile del Internuncio Papal Monseñor Sibilia, escuchó las conferencias de la librepensadora feminista española Belén de Zárraga, de marcado tinte anticlerical, y participó en las tumultuosas manifestaciones en su apoyo en las que se mezclaban ateos, masones, librepensadores, ácratas y socialistas (Cuando 103-104, 108-112).
Respecto de su también temprano anarquismo González Vera no sería tan explícito en sus confesiones y balances de la madurez, pero, como veremos más adelante, también los años temperaron esta adhesión situándolo en un área política, la de una izquierda genérica y no partidaria, que en realidad poco tenía que ver con los preceptos de la acracia.
Pero, por ahora es necesario continuar la reconstrucción y análisis de su recorrido en las filas de los partidarios de “la Idea” libertaria.
Tanto por sus contactos con los medios anticlericales como por el ejercicio de ciertos oficios manuales y su hábitat (míseros conventillos), José Santos se familiarizó con militantes y simpatizantes anarquistas, especialmente obreros y artesanos. Uno de ellos era el pintor Valdebenito, quien lo llevó a escuchar a Belén de Zárraga; otro fue el zapatero Manuel Antonio Silva, pero, según su propio testimonio, quien ejerció mayor influencia en su definición ideológica fue su maestro, el zapatero Augusto Pinto: “Nos unía la más profunda afinidad y cuanto él decía encontraba en mí eco perdurable. Siempre estábamos imaginando, detalle a detalle, la organización futura, la anárquica, la de los iguales” (Eutrapelia 69-70). Por aquella época, 1913-1914, González Vera se incorporó decididamente a trabajar por “la Causa”. Domingo por medio, cuando no tenía turno de trabajo hasta la noche, y más tarde, todos los domingos, asistía a las conferencias y actividades del Centro de Estudios Sociales Francisco Ferrer, de la capital, donde vio por primera vez al joven poeta ácrata José Domingo Gómez Rojas, con quien llegaría a establecer amistad no exenta de un sentimiento de gran admiración (Cuando 118 y 119-122-123, 145). Su gran amistad de casi toda la vida con el también entonces joven anarquista y literato Manuel Rojas data de la misma época.
De regreso de una breve estadía en Valparaíso donde trabajó como cobrador de tranvías, comenzó a tener un contacto más estrecho con Gómez Rojas y empezó a leer, entre otros a Kropotkin (Eutrapelia 76-80). Según el testimonio del propio González Vera, escrito varias décadas más tarde, su formación político-ideológica ácrata comenzada entonces de manera más sistemática tuvo las características de devoción, rigidez, dogmatismo y exclusivismo característico de los recién convertidos a un evangelio (sea este religioso o de redención social):
Me cuidé de no leer tratado alguno que contrariase mis ideas. Habíalas acogido con fervor, con religiosidad, tal si fueran dogmas. Creía haber descubierto la verdad y sentía por mis semejantes un piadoso desdén. ¿Qué les impedía ver lo que yo veía y pensar como yo pensaba? De Kropotkin pasé a otros rusos y, en seguida –sin percatarme– a los franceses, los nórdicos, los españoles, a cuantos tenían como horizonte la mejora social (Eutrapelia 80-81).
En 1914 escribió algunos breves artículos para el periódico anarquista santiaguino La Batalla, uno de los más radicales y de larga duración producidos por la corriente ácrata en las dos primeras décadas del nuevo siglo. En ellos reflejaba una adhesión fervorosa al credo libertario y odio por los enemigos del pueblo (explotadores, burgueses, frailes y militares) [2]. Más tarde, principalmente, entre 1919 y 1923, colaboró con mayor regularidad aún en el órgano ácrata Verba Roja, en Numen y en la revista Claridad de la Federación de Estudiantes. Por esos años su compromiso con la corriente anarquista alcanzó su punto mayor antes de comenzar a diluirse en los avatares de su vida y de la situación política del país. En marzo de 1919 proclamó con claridad sus convicciones y programa:
Queremos, sencillamente, el advenimiento de una organización social que no quebrante los derechos del individuo, ni sancione la explotación del hombre por el hombre, ni someta a las mayorías productoras al dominio de una minoría parasitaria, que sin derecho alguno absorbe y amenaza las actividades colectivas.
Convencidos de que la sociedad se mantiene y progresa por el esfuerzo constante de todos sus miembros, queremos que retribuya este esfuerzo, este sacrificio dando satisfacción plena a las necesidades materiales e intelectuales de cada uno.
Aspiramos, pues, a una organización que contemple el libre desarrollo de cada personalidad y asegure la igualdad económica de todos los seres humanos [3].
En la variada gama de posiciones anarquistas, José Santos adhería a aquellas de corte más evolucionista y pacífico. En ninguno de sus escritos de aquella época que hemos podido pesquisar se trasluce la menor alusión a la necesidad del empleo de la violencia revolucionaria para vencer la resistencia de los explotadores y enemigos del pueblo, como sí lo hacían otros exponentes de la vertiente ácrata. En el artículo recién citado, agregaba a continuación un llamamiento que no dejaba dudas respecto de su inclinación por los métodos meramente pacíficos y persuasivos:
Consecuentes con este ideal, abogamos por la purificación individual y colectiva y fomentamos intensamente el acercamiento, el acuerdo fraternal de todos los hombres, para la realización de estos principios.
Esta doctrina, perfectamente lógica, humana y justiciera, no encierra un peligro para nadie; pero muy a pesar nuestro vemos que ciertas gentes las interpretan a su antojo, tergiversan su sentido y de ese modo nos identifican como asesinos, como ladrones y demás elementos antisociales [4].
González Vera ya marcaba con un sello peculiar su compromiso con la causa anarquista. Su adhesión no estaba exenta de matices y de una mirada crítica, a semejanza de la que desplegaría sobre la corriente ácrata y su rival socialista, tal como se puede apreciar en un escrito de su autoría publicado en octubre de 1919:
Los socialistas y anarquistas, en diez años de actividades de lucha –podría decirse– no han acumulado más opinión que la que tenían al comenzar.
Han derramado sus doctrinas sobre grupos heterogéneos y estos grupos han asentido, pero no se han plegado. Hay en el ambiente vagas simpatías; mas, falta el convencimiento.
Los socialistas y anarquistas, como ayer están aislados, como ayer se les persigue y se les calumnia, y también como ayer no son comprendidos por la masa.
¿Y por qué? Porque han gastado el tiempo que debían a la lucha, en hablar entre sí, y con esto no han logrado convencerse más, sino mantener un círculo vicioso. Además están divididos por enemistades personales. […]
En los sindicatos y en las federaciones hay mucho trabajo que realizar.
Los recientes movimientos huelguistas han carecido de impulsión y han demostrado que las fuerzas proletarias son inconsistentes, y lo peor es que no se esgrimen bien.
El proletariado todavía no conoce sus armas, y por eso el partido que se saca de ellas es casi nulo.
Ustedes, compañeros socialistas y anarquistas, podrían unir estas dos fuerzas, disciplinarlas y hacerlas aptas para que sus movimientos fueran siempre triunfales [5].
Estos posicionamientos eran el resultado de su maduración intelectual y política. Si cinco años antes no leía nada que contrariara sus ideas comunistas libertarias, acogidas, según su propio testimonio, “con fervor, con religiosidad, tal si fueran dogmas” (Eutrapelia 80), ahora su pensamiento se desplegaba libre e independiente:
Antes de un lustro empecé a leer autores que no pretendían sino reflejar la realidad o decir lo que se les antojaba. Necesité valor al principio. Después me fui acostumbrando a la libertad mental. Es un placer que embriaga y que confunde. El verse de súbito frente a todos los caminos, dificulta la elección.
Los hombres independientes, los que pretenden ser libres, no hay duda que responden a una vocación y forman parte de una familia distinta a la de los simples creyentes que van, presurosos, a un término ubicable.
Caminan sin rumbo fijo los buscadores libres, van dispersos, no tienen mira común. Sus pequeñas conquistas no pesan ni abultan. Les gusta desplazarse por lugares y senderos elegidos al azar, pero si se considera el número de ventanas que abren aquí y allá, se justifica su móvil. Son iluminadores. Y cuando los otros, los del dogma o del sistema, se han comprometido y los valores de la convivencia están en trance de sucumbir, ¿quién saca un vozarrón más retumbante? ¿Quién clama más alto? El hombre que busca su verdad, aunque no vaya por camino conocido, suele encontrarla por todos (Eutrapelia 81-82).
Aunque estos juicios fueron escritos tres décadas después del término de la militancia de José Santos en las filas anarquistas y eran el fruto de una reflexión de hombre maduro que hacía una relectura de su pasado, no cabe duda que reflejan más o menos objetivamente la evolución que el joven militante estaba sufriendo a fines de la segunda década del siglo XX. Estos cambios comenzaron a producirse en el último tiempo del gobierno de Juan Luis Sanfuentes, época en que nuestro personaje, a pesar de seguir siendo un modestísimo trabajador que deambulaba de una ocupación a otra, frecuentó los medios de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Hacia 1920 la FECH era un foco de bullentes discusiones y actividades de signo contestatario respecto del orden social y político imperante en la fase de acelerada descomposición de la República Parlamentaria [6]. En su seno florecían todo tipo de tendencias y posiciones, destacándose las que se inscribían en una perspectiva de crítica social, política y cultural. González Vera diría más tarde que:
Entre los estudiantes había radicales, anarquistas, católicos, masones, hinduistas, liberales, positivistas, románticos puros, socialistas colectivistas, demócratas y muchachos casi en estado silvestre. Los unía la idea del cambio social y la simpatía al obrero.
Los libros de Sempere y los de otros editores de España, ponían en la mano de cualquier lector a los moralistas griegos; los utopistas de todas las edades; a sociólogos, a profetas, a soñadores empecinados en hacer felices, con prontitud, a sus semejantes (Cuando 204-205).
Poco tiempo después, en julio de 1920, el local de la Federación de Estudiantes fue atacado por una horda enardecida de pijecitos católicos que, haciéndose eco de las acusaciones lanzadas por los sectores más reaccionarios de la oligarquía contra los jóvenes universitarios, pretendían acabar con supuestos “agentes peruanos”. José Santos se contó ese día entre los defensores de la FECH, sufriendo los rigores de los atacantes y de la represión policial que, en vez de refrenar y castigar a los culpables, se ensañó con los estudiantes y sus aliados del movimiento obrero. El ambiente de persecución lo persuadió a abandonar por un tiempo la capital, dirigiéndose a probar suerte primero a Temuco y luego a Valdivia (Cuando 208 y 219). Su autoexilio interior duró poco. En febrero de 1921, semanas después de que asumiera la Presidencia de la República Arturo Alessandri Palma, González Vera decidió volver a la capital:
Me cogió la nostalgia –explicaría después–, esa nostalgia que hace al santiaguino cuando mora en otra ciudad levantar la cabeza, a menudo, en busca de la cordillera. Mas, no era solo la cordillera lo que me faltaba. Eran las calles, las gentes, los amigos, los cafetines. Hasta los antipáticos se evangelizaban en mi recuerdo (Cuando 243).
Apenas retornó a Santiago, José Santos empezó a escribir artículos para Claridad, el semanario de la FECH. Aunque no se trataba del único colaborador “externo” (recordemos que no era estudiante universitario) fue uno de los más asiduos dentro de esta categoría [7]. A veces firmaba con sus apellidos (González Vera, a secas), en otras ocasiones con seudónimos: Elías Aguirre, Demetrio Rudín o Demetrio Rubio, o incluso solo con las iniciales G.V. [8]. Su primera colaboración para el órgano estudiantil trató acerca del proyecto de la formación de un Partido Laborista o Partido Único de la Clase Obrera que había surgido desde algunos sectores de la Federación Obrera de Chile (FOCH) que pretendían reunir a “los trabajadores socialistas y demócratas, conservadores y radicales, liberales, religiosos y ateos” para que avanzaran “de la mano a la conquista del poder político” [9]. Su base sería la fusión de la central sindical con el Partido Obrero Socialista y el Partido Democrático [10]. Desde una posición típicamente anarquista, González Vera desechó la iniciativa por considerarla perjudicial para la clase obrera. Los laboristas en el Parlamento no serían, argumentó, sino una ínfima minoría incapaz de hacer aprobar ni una sola ley en beneficio de los trabajadores. Su labor se limitaría “a pronunciar discursos expositivos y a obstruir el despacho de los proyectos de camufiage [sic]” [11]. Solo a muy largo plazo podría, quizás, dicha acción dar algún resultado y mientras tanto, “como consecuencia de la organización política, empezaría a fallar la organización gremial, a debilitarse la lucha directa y también empezarían la discordia y el materialismo repulsivo a envenenar moralmente al proletariado” [12]. Un partido para hacerse poderoso, inevitablemente empezaría a “contemplar todos los intereses, a ceder, claudicar un poco, solidarizarse con elementos extraños, perder su consistencia doctrinaria y obrar casi siempre con olvido de sus principios” [13]. Así había ocurrido con los partidos socialistas alemán e italiano, y en general con los de todo el mundo, que habían engañando al pueblo con reformas que no aliviaban realmente su situación y terminaban retardando la emancipación del proletariado. Su conclusión era drástica:
Siempre los partidos socialistas han hecho de almohadones entre el capitalismo y los trabajadores.
Mientras el proletariado acepte intermediarios, se haga representar y transe, tendrá menos pan del que necesita y menos comodidades de las que ha menester; pero cuando comprenda que su salvación está en lo que por sí mismo pueda hacer, entonces sentirá que sus ataduras no son tan sólidas y que el poder de sus contrarios no está amasado con materia indestructible… [14].
Sus posiciones políticas habían alcanzado un perfil ácrata completo. No solo en los principios generales, sino también en las cuestiones de táctica, tal como quedó reflejado en un artículo sobre las huelgas y la acción directa publicado pocos meses más tarde en el mismo órgano de la Federación de Estudiantes. José Santos se pronunciaba por el protagonismo de los obreros aconsejándoles resolver por sí mismos sus problemas, prescindiendo de elementos ajenos que se inmiscuían en sus organizaciones (en clara alusión a los partidos políticos) y abandonando definitivamente todo recurso oficial. “La acción que nace en la calle –sostenía con convicción– debe desarrollarse y terminar en la calle. Se debe resistir toda acción centralizadora y toda intromisión de individuos ajenos al núcleo en conflicto” [15]. También era necesario acudir frecuentemente a la solidaridad de otros gremios y modificar la estructura de estos, ampliándolos, convirtiéndolos en sindicatos que abarcaran a todos aquellos que trabajaran en profesiones análogas o complementarias. De este modo se crearía solidaridad práctica y se liberaría al obrero del círculo de la especialidad [16]. Igualmente apegada a la doctrina anarquista era su visión de la actividad política institucional:
La política como profesión individual supone un renunciamiento espiritual casi absoluto y hace que los hombres pospongan sus propias ideas en beneficio de las ideas dominantes.
El aspirante a un sillón o a una cartera ministerial renuncia a pensar por sí mismo y obra de acuerdo con las ideas protocolizadas, con los moldes mentales impuestos por los ancianos [17].
Estas posiciones se entrelazaban con su reiteración, justo en el momento de la inauguración de la Convención de la FOCH de fines de 1921 que discutiría la posibilidad de formar un Partido Laborista, de la necesaria independencia de los sindicatos frente a los partidos políticos:
¿Tiene acaso la Federación algo de común con los partidos mencionados?
Nosotros realmente no se lo descubrimos en parte alguna. La Federación es un organismo de productores; los partidos son organizaciones políticas y sus miembros están vinculados por las doctrinas.
La Federación lucha por medio de la acción directa, sin más objetivo que la conquista de los medios de producción.
Los partidos luchan a través del Estado y obtienen solamente lo que éste les permite. Pueden obtener reformas que, más que aminorar, acrecientan el poder del Estado.
La Federación, valiéndose únicamente de la fuerza de sus sindicatos, puede conseguir mucho más de lo que podrían darle los políticos, logrando además la capacitación de sus miembros. […]
Nosotros consideramos que el parlamentarismo como arma sindical produciría el aletargamiento de los gremios y la ruptura de la Federación.
Todo este perjuicio sería aprovechado por una docena de ambiciosos que aspiran a ocupar cargos de diputados [18].
Otros artículos de su autoría referidos al patriotismo, el sindicalismo, la guerra y la paz, el fascismo, también estuvieron marcados por el sello inconfundible del anarquismo [19]. Su posición frente a la evolución de la Revolución rusa también reflejó las críticas que la corriente ácrata internacional venía desarrollando a medida que el poder bolchevique se consolidaba bajo la forma de la dictadura de un partido único. Sin renegar sobre el apoyo inicial que los anarquistas habían prestado a la revolución, González Vera sostenía que esta había sido sobre todo una redención moral porque las condiciones materiales del pueblo de ese país no tenían nada de envidiables, haciendo una diferencia clara entre la revolución y el régimen surgido de ella:
Nuestra simpatía por la revolución no llega al régimen que hoy se impone en Rusia, porque este régimen es tanto o más autoritario que los de los otros países.
Como en los demás países todo se ha pretendido resolver por medio de leyes y se ha incurrido en el inmenso error de impedir la iniciativa popular y de subordinar los sindicatos de oficios a los intereses más o menos parciales del Partido Comunista.
Lenin, a pesar de su genio, no ha hecho otra cosa que traicionar el objetivo de la revolución.
Si logra mantenerse convertirá a Rusia en una república ligeramente colectivista, en donde, seguramente, los trabajadores estarán mejor rentados; pero en donde subsistirá la burguesía, transformada en burocracia.
No olvidemos que al estancamiento de la revolución han contribuido, por una parte, la falta de cultura general, la poca preparación técnica, y, por otra, el hecho de que los demás países se han mantenido en una posición contrarrevolucionaria [20].
Su crítica abarcaba también la política internacional del bolchevismo, especialmente las relaciones con el movimiento obrero de otros países. La Internacional de Sindicatos Rojos (Profintern), emanación de la Internacional Comunista con sede en Moscú, no era para González Vera más que un instrumento de subordinación, “algo así como la factoría del Partido Comunista”. Los sindicatos rojos no habían tenido vida independiente ni un solo momento: “Nacieron para servir los intereses del comunismo político y cumplieron su programa escrupulosamente”, sentenció en un artículo escrito en octubre de 1922 [21]. El proletariado había sido traicionado, la estratagema comunista había borrado la acción antiparlamentaria sostenida durante casi medio siglo por las organizaciones obreras. Por eso, numerosos sindicatos abandonaron la Internacional Roja, que había quedado convertida en “una máquina de notas” [22]. Cabe recalcar que estos y otros severos cuestionamientos a la política del comunismo nacional e internacional fueron formulados en una época en que José Santos trabajó en el diario de La Federación Obrera, órgano oficial a la vez de la FOCH y del POS, primero, y de la FOCH y del Partido Comunista después, junto a Recabarren y Luis Víctor Cruz, los dos principales líderes de ese partido. Aunque en el testimonio que años más tarde publicara nuestro escritor en la revista Babel, no precisa las fechas de su desempeño en el órgano fochista-socialista/comunista, de seguro aconteció en algún momento entre agosto de 1921 y junio de 1924, fechas entre las que transcurrió la vida de dicho periódico [23]. Es altamente probable que ello haya ocurrido hacia comienzos de ese período ya que en febrero de 1922 el joven escritor publicó en La Federación Obrera un artículo titulado “Lucha de clases” en el que realizó un breve recorrido de los enfrentamientos sociales en la historia de la humanidad [24].
Las críticas de González Vera alcanzaban también a su propio campo, señalando como un error la pretensión de algunas organizaciones disidentes que, reunidas en Berlín, habían pretendido “subordinar el sindicalismo a ciertos postulados anarquistas, haciendo de ese modo imposible la formación de una Internacional amplia” [25].
Casi un año más tarde, a fines de septiembre de 1923, en un nuevo artículo publicado en Claridad en respuesta a una encuesta sobre el estado del movimiento obrero en Chile, sostuvo que en la provincia de Santiago este se presentaba en forma decadente: los proletarios no se preocupaban de su preparación material ni menos intelectual, solo se limitaban a obedecer y propagar lo que algunos interesados les ordenaban. La sociabilidad obrera era mediocre, algunos centros de resistencia que habían logrado ciertos triunfos, se encontraban en retirada, dejando el campo libre a los aprovechadores, otros, de reciente formación se habían visto obligados a abandonar la lucha debido a la intromisión de “los pancistas de entidades político-mutuales”. Para revertir esta negra situación, José Santos propuso realizar una “activa y desinteresada propaganda ideológica”, distribuir a los mejores cuadros obreros en las ciudades con mayor concentración industrial e invitar a todas las colectividades del país que aún permanecían organizadas por oficios y “apolilladas por los histriones de catadura democrática y comunista dictatorial”, a que enviaran sus delegados a la Convención que realizaría en Santiago la anarcosindicalista International Workers of the World (IWW) [26].
Su visión contrastaba con la de otros exponentes del movimiento anarquista que habían respondido la misma encuesta, en particular con la expuesta por Armando Triviño, uno de los principales dirigentes de la IWW, quien sostenía que, a pesar de las dificultades, de los pesimistas, de los oportunistas y de los flojos, la organización obrera no había decaído ni reducido su combatividad. No había, para este cuadro wobblie, decadencia ni crisis, solo “transpiración, es decir, selección, definición”. Según Triviño, los conceptos antagónicos del comunismo autoritario (representado por el Partido Comunista y predominante en la FOCH) y el comunismo libertario o anárquico (encarnado en la IWW y en los Centros de Estudios Sociales) estaban claros y nítidos [27]. González Vera, en cambio, profundizó su análisis crítico sobre la realidad del movimiento obrero. Al día siguiente de la conmemoración del 1° de mayo de 1924 redactó otro artículo publicado poco tiempo después en el que sostuvo que la organización obrera se encontraba, quizá, peor que nunca:
De un lado están los sindicalistas netos, IWW, encasillados en su espíritu de clase, adormecidos con discursos y preocupados exclusivamente de sus intereses. En otro plano, la Federación Obrera, que debió ser una de las organizaciones más poderosas de Chile, se orienta cada vez más francamente hacia el comunismo, perdiendo, en consecuencia, la cooperación de los trabajadores independientes. Los gremios autónomos carecen de toda orientación ideológica y no existen más que en el momento de declarar una huelga [28].
Y anunciando lo que podría ser, tal vez, un punto de partida de un distanciamiento de las certezas que venía sosteniendo durante una década de fervorosa adhesión a los postulados ácratas, concluyó:
El sindicalismo, como norma de acción absoluta, fracasará siempre, y ya se ha quebrado en todo el mundo, porque es demasiado particular y porque sus soluciones, en el hecho, favorecen solo a una parte de los trabajadores manuales. No se puede luchar al amparo de ideas y de sistemas preconcebidos si se quiere formar una fuerza. La realidad es demasiado rara e inmensamente compleja para dominarla con conceptos.
Otro tanto se podría decir del comunismo. Peca de rigidez y se limita solo a negar [29].
Conviene señalar que en 1923 José Santos había publicado su primer libro, Vidas mínimas, compuesto por dos novelas breves de carácter autobiográfico: “El Conventillo” y “Una Mujer”, que fue bien recibido por la crítica, y que en consecuencia la literatura comenzaba lentamente a ocupar un espacio más relevante en su vida.
Las huellas de su actividad ácrata militante se pierden luego de 1924. En septiembre de ese año colapsó la República Parlamentaria y se instauró el poder de la Junta de Gobierno militar que prometió realizar una “revolución” regeneradora de la vida nacional que nunca llegó a concretarse. De González Vera poco se supo después de esos hechos. Solo hemos encontrado trazas de su posición política en la edición del 13 de diciembre del mismo año del diario comunista-fochista Justicia, en un artículo de análisis de la situación política desde el desmoronamiento del gobierno de Alessandri Palma hasta ese momento. Es interesante seguir las líneas centrales de su argumentación porque a través de ellas es posible intuir algunos elementos de la evolución de su posición insinuada poco antes. Según su análisis, Alessandri había sido el símbolo de un renacimiento, el anuncio de una etapa. En torno suyo se habían agrupado los partidos de oposición, y para defenderlo se habían movilizado miles de trabajadores que habían depositado en él sus aspiraciones. Pero llegado el momento de la realización de su programa, el entorno del “León” actuó imbuido de la mentalidad tradicional y con los mismos procedimientos de sus antecesores. El movimiento militar de septiembre si bien había despertado simpatías y esperanzas, rápidamente causó decepción, entre otras cosas, porque los militares jóvenes habían cometido el error de entregar el poder a sus superiores quienes habían torcido el rumbo del movimiento a favor de la oligarquía. El nuevo gobierno había olvidado sus promesas, entre otras la de convocar a una “libre asamblea constituyente”, y había dictado una ley electoral favorable a los poderes tradicionales. Las perspectivas a fines de 1924 eran inciertas. Los últimos párrafos de su artículo transparentaban las dudas que lo atormentaban, al igual que a otras personas identificadas con la causa popular:
La revolución militar ha muerto por falta de atmósfera. Con un poco de oposición hubiera echado raíces y con un poco de simpatía habría sido fecunda, habría creado el ritmo que nos falta; pero nosotros somos un pueblo de atrofiada epidermis; no somos capaces de oponernos ni de exaltarnos ni de crear nada. La nada ha sufrido los acontecimientos sin el menor impulso de defensa ni de adhesión. Para que la revolución no feneciera, habría sido menester que una fuerza nueva, menos disciplinada pero de más rica iniciativa, hubiera hecho suyo el programa e intentado, a la vez, realizarlo siguiendo un camino paralelo. De esa manera, las posibles influencias conservadoras que parecen haber inspirado la obra del gobierno, hubieran sido neutralizadas y apagadas por la avalancha. Por desventura, las masas que debieron ser las más interesadas en modificar la organización social, no aportaron esa fuerza y perdieron una valiosa oportunidad de dominar los acontecimientos y aun de desviarlos hacia su propio cauce [30].
El cambio de su perspectiva de análisis era evidente. En ningún pasaje se podían apreciar los conceptos característicos del anarquismo, presentes en todos sus artículos hasta a lo menos mediados del mismo año. ¿Qué había ocurrido? ¿Era solo el efecto del tremendo impacto que había producido en su ánimo y en el de otros luchadores populares la irrupción del poder militar? No está de más recordar que tan solo seis días después de publicado su artículo en las páginas del diario comunista, Luis Emilio Recabarren se suicidaría en su casa de Santiago, decepcionado, según algunas versiones, por la incapacidad de respuesta del movimiento popular frente a los graves acontecimientos que conmovían al país (Grez Historia 336-345). También hay que tener presente que a mediados de los años 20 comenzó la imparable decadencia de la corriente ácrata chilena. Surgieron profundas divisiones en su seno y su obstinada oposición a la legislación social recién promulgada terminó por aislar a los anarquistas de vastos sectores de los trabajadores. A ello se sumaría a partir de 1927 la implacable persecución contra comunistas y anarquistas desatada por el dictador Ibáñez y la cooptación por su régimen de un considerable número de anarcosindicalistas [31]. En todo caso, la falta de fuentes más precisas nos impide responder las interrogantes formuladas más arriba, solo podemos constatar el cambio en los análisis de González Vera cotejándolos con sus anteriores textos y comparándolos también con sus escritos y declaraciones posteriores a fin de determinar si se trataba de un hecho aislado o de una evolución más profunda.
Hombre de izquierda
A pesar de ser un opositor a la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927- 1931), González Vera vivió bajo ese régimen sin grandes sobresaltos [32]. Su militancia en el campo ácrata ya era cosa del pasado y por aquellos años reorientó su vida hacia el trabajo como ayudante de corrector de pruebas en la Penitenciaría de Santiago y luego dependiente en una peletería. En 1928 publicó su segundo libro, Alhué, probablemente su obra mejor acogida por el público. Según Mariano Picón-Salas, “la actitud social en lucha” que se adivinaba en Vidas mínimas parecía sustituirse en Alhué “por una visión más objetiva de la vida, o por un como desengaño de la lucha, que no renuncia, sin embargo, a su carácter de protesta” [33]. Ello coincidiría con su mutación ideológica, desde un anarquismo doctrinario e inflexible a una posición de izquierda menos marcada por la adscripción a rajatabla a una ideología en particular. Así lo percibió también el reportero del órgano conservador El Diario Ilustrado, que fue a entrevistarlo a fines de 1928 a la Peletería Londres de la capital donde el escritor se desempeñaba como dependiente:
Entre las lujosas capas, y los abrigos opulentos, González Vera abriga vagos sueños de renovación social, tiempos mejores en que el armiño o a lo menos el conejo, esté al alcance de todas las mujeres sin distinción de castas… o no castas. Pero como es profundamente bueno, su sonrisa resignada oculta el gesto amargo que le provocan las desigualdades; y las hermosas clientes, que no han visto al poeta, bajo el disfraz del comerciante, menos pueden imaginar al luchador, tras la suave benevolencia del apóstol, que les dice:
- Lleve no más el ‘petit-gris’. Puede pagarlo a plazo [34].
El anarquista militante había quedado atrás. En su lugar surgía un hombre de izquierda no afiliado a partido alguno, libertario en un sentido muy genérico, pero no ácrata doctrinario. Los vaivenes políticos acompañaban la evolución de su vida íntima. En 1932 contrajo matrimonio con María Marchant Riquelme, profesora de inglés de origen popular (sus padres eran verduleros de La Vega), a quien había conocido una década antes cuando ella era una combativa estudiante universitaria (Moraga 363-365, 383 y 387). Hacia esa misma época ingresó a trabajar como funcionario de la Universidad de Chile donde alcanzaría más tarde a ocupar un puesto de alta responsabilidad. No es ocioso señalar que su mujer fue una destacada militante comunista, que llegó a ser regidora en representación de su partido. También en 1932, en compañía de Manuel Rojas y otros amigos, impulsó la publicación del periódico Célula en el que vertió sus nuevas ideas acerca de la realidad social y política.
En un artículo titulado “En torno al proceso social”, aparecido en la edición de junio-septiembre de 1932 de este nuevo periódico, después de un rápido recorrido por la historia republicana del país, con énfasis en los acontecimientos del siglo XX, González Vera asumió la defensa de los obreros en contra de los abusos de la oligarquía y las pretensiones de la mesocracia de gobernar sola, sin los proletarios, en su exclusivo beneficio. La conclusión de este escrito es un buen indicador de su nuevo horizonte ideológico:
O se gobierna a las clases para mantener el capitalismo, y entonces se abandonan las banderas contrarias, o se va, también claramente, hacia el socialismo. Y, en este caso, se rompe el contubernio con los elementos desplazados de todas las categorías sociales, y se establece el consorcio técnico y obrero para reestructurar la sociedad de modo tal que las mayorías pobres tengan la seguridad de trabajar siempre, y con su trabajo obtener lo que la vida en condiciones razonables exige [35].
Del mismo modo como venía ocurriendo desde mediados de la década anterior en este y en todos los textos de su autoría que aparecerían posteriormente, los conceptos y el lenguaje característico del anarquismo habían desaparecido. El escritor ya no invocaba la acracia, ni el comunismo libertario, tampoco la acción directa ni la huelga general revolucionaria. Solo suaves referencias a un “socialismo” un tanto vago, de contornos imprecisos, que se diferenciaba ciertamente del régimen que en la Unión Soviética de Stalin se presentaba como tal a los ojos del mundo, pero que tampoco era definido más allá de alusiones genéricas a la libertad.
Sus menciones al Partido Comunista de Chile eran moderadas (¡su mujer era militante de ese partido!). Así, por ejemplo, a fines de 1932, en presencia de la candidatura presidencial del dirigente comunista Elías Lafferte, representante, según sus términos, de “los comunistas ortodoxos” (para diferenciarlos de los disidentes que encabezados por Manuel Hidalgo terminarían formando la Izquierda Comunista), describía al abanderado del Partido Comunista como “un hombre honrado y sincero”, que a semejanza del candidato conservador, sabía lo que quería e iba “recto a su fin”, pero “sin concederle nada a la realidad y sin darle importancia ninguna a las peculiaridades nacionales”, rematando su juicio con un par de frases amables y lapidarias al mismo tiempo: “Su modestia, su fe y su incomprensión de la política lo mantendrán siempre en la misma línea. La vida nacional circula equidistantemente de conservadores y comunistas” [36]. Estos juicios, moderados en la forma pero severos en el fondo sobre el comunismo oficial contrastaban con su admiración por León Trotsky, sentimiento compartido por Manuel Rojas, Laín Diez, Mauricio Amster y Enrique Espinoza del grupo nucleado en torno a la revista Babel, lo que les valdría durante mucho tiempo la hostilidad de los comunistas [37].
Años más tarde, seguramente gracias a la militancia de su esposa, González Vera llegaría a un modus vivendi con el Partido Comunista, organización a la que en sus años mozos había catalogado como representante del “comunismo autoritario”. María Marchant contaba que cuando él llegaba a la casa y la encontraba reunida con sus camaradas, esbozaba una sonrisa y soltaba una de sus típicas frases cargadas de irónica simpatía: “Hay culto aquí”. Y cuando su mujer se presentaba como candidata por el Partido Comunista en las campañas de regidores, él le preguntaba llamándola con un cariñoso sobrenombre: “Jefe indio, ¿debo ir a rayar las murallas?”. Pero cuando ella y sus camaradas lo invitaban a participar en las reuniones de partido, él se excusaba diciendo: “No saben el riego que corren. Yo soy un gran hablador. Tomo la palabra y ninguno de ustedes me va a decir nada más” [38].
Alejado del militantismo ácrata de su juventud, González Vera se mantendría hasta el último de sus días como un independiente de izquierda que, regularmente votaba por los socialistas. Enrique Espinoza, gran amigo y compañero de empresa en la edición de la revista Babel, nos dejó una preciosa pista acerca de la evolución del antiguo muchacho anarquista:
Como su maestro Augusto Pinto, se va inclinando hacia un socialismo humanista. Óscar Vera, su primo por afinidad electiva, traduce por entonces al castellano textos clásicos del socialismo francés. El anarquista que celebró el cuarto aniversario de la Revolución Rusa con sentido crítico, no desecha ninguna de las escuelas surgidas del socialismo alemán (Espinoza 93).
Un par de entrevistas al propio González Vera publicadas en 1942 entregan más luces acerca de algunas de sus concepciones alejadas de cualquier definición doctrinaria muy precisa, aparte un horizonte humanista y de izquierda. A la pregunta formulada por Georgina Durand del diario La Nación sobre cuál debería ser la posición del escritor frente a los problemas generales de la sociedad, respondió:
Opinar honradamente. Hacer abstracción de que el país está dividido en clases, mantener su independencia, y defender lo que es más esencial para su vida: la libertad, cualquier régimen basado en la libertad en su sentido más amplio. Un escritor que apoya la fuerza, pone su talento y su dominio del verbo al servicio de cualquier posible tirano o defiende totalitarismos o dictaduras proletarias, es un escritor que no se respeta, que no tiene conciencia de su destino, de su gran misión en la vida. El escritor, aunque económica y socialmente ocupe el último lugar, como conservador de los valores espirituales, tiene el sitio más alto en la sociedad y en el tiempo [39].
Aunque su rechazo a “los totalitarismos o dictaduras proletarias” y sus plumarios (en clara referencia al régimen estalinista y a sus epígonos) era categórico, su precepto de hacer abstracción a la división de la sociedad en clases sociales no tenía nada de anarquista, ningún punto de contacto con sus propios postulados de dos décadas antes.
Algunos meses después de realizada esa entrevista, respondió de la siguiente manera a la pregunta de cómo consideraba la función del escritor en relación directa con la realidad social, formulada por un reportero de la revista de arte y literatura Millantun:
Considero que el escritor contribuye a formar, claro que en grado mínimo, la realidad social. Sus ideas, sus sueños, sus proyectos, andando el tiempo crean la nueva realidad. El escritor lucha por mantener, con toda razón, los valores espirituales: la verdad, la justicia, la belleza, el respeto al ser humano, sin los cuales no habría posibilidad alguna de orden ni concierto en las sociedades. De una manera u otra el escritor es depositario de estos valores. Su responsabilidad es grande por tal motivo y es deber suyo mantener puro su instrumento de expresión, escribir en buen idioma y estar abierto a las aspiraciones permanentes del mundo. No puede, en consecuencia, el escritor, ponerse al servicio de ninguna secta, ni servir al bandidaje que obedece a los nombres de fascismo o de nacismo ni aceptar el mantenimiento de clase alguna en el gobierno de los países. El escritor debe ser solamente un servidor de la verdad [40].
Como para que no quedaran dudas de que su orientación era un humanismo de izquierda sin apellidos, al término de la entrevista, afirmó que cuando acabara la Segunda Guerra Mundial, vendría un movimiento que rectificaría los errores del comunismo ruso, esto es, que revalorizara al hombre, porque el sentido de la cultura moderna, sin lugar a dudas, era “hacer del hombre un fin” [41].
Al cumplirse el primer aniversario de la muerte de González Vera, el escritor Hernán del Solar comentó en un artículo publicado en El Mercurio que si bien al desaparecido Premio Nacional de Literatura se le agrupaba junto a los escritores “comprometidos”, en realidad este no había tenido más compromiso que con la verdad: “Sus personajes viven como son: hombres y mujeres infortunados que no trepan por su infortunio para desde lo alto predicar. También ellos, como su autor, quieren ser reales, fidedignos” [42].
Varios analistas de su obra han coincidido en señalar la misma idea, esto es, la de un compromiso con la verdad, con la justicia social y con los oprimidos, sin concomitancia con una bandería particular. Hernán Díaz Arrieta (Alone), afamado crítico literario de tendencia conservadora escribió en 1950:
En el espíritu de González Vera coexisten curiosamente las ideas agitadas (empezó anarquista y se ha detenido en el límite del comunismo) y una forma impasible, una actitud imperturbable. Revolucionario teórico, llevado al terreno de la acción, probablemente se paralizaría si fuera preciso lanzar palabras vanas, frases declamatorias, como es preciso hacerlo en una revolución. Ante todo, el buen gusto. Y como el buen gusto es medida, proporción, equilibrio, yo no le tendría miedo a un movimiento revolucionario, dirigido por González Vera. Al contrario. Me gustaría verlo, participar en él (Espinoza, 89).
Desde otra vereda ideológica, el escritor y dirigente comunista Volodia Teitelboim sostuvo algo parecido:
Este anarquista en sus mocedades no fue un hombre de partido, pero siempre reconoció su lugar dentro de lo que él era, del pueblo, que en González Vera alcanzó la altísima finura de pueblo hondo y señor de que hablaba Antonio Machado. A la Izquierda siempre, y sin alardes y sin flaquezas, y no un desengañado de todo y para siempre como pretendieron presentarlo algunos retratistas suyos, incluso de su intimidad más próxima (Espinoza 114).
Son numerosos los indicios y testimonios que señalan que González Vera siendo aún muy joven (en torno a los 30 años de edad) había abandonado sin estridencias, rencor ni reproches el campo ácrata. Ricardo Latcham al comentar en 1959 el libro Algunos de reciente aparición, afirmó que su autor “conservaba parte de su temperamento de 1922”, “forjado en el molde anarquista de esos años”, y que seguía siendo leal a su ideal de juventud, pero definido este ideal de una manera que no podría ser de ningún modo catalogado como anarquista:
[…] moderadamente anticlerical y antimilitarista, adicto a la razón y al libre examen, no encaja en la literatura elemental de estos tiempos sectarios y dominados por la consigna del partido único y monolítico [43].
Elena Caffarena, quien fuera una amiga muy cercana del escritor y de su mujer, escribió en 1972 que:
González Vera tenía una personalidad apacible, casi evangélica. No atacaba a nadie. No hablaba mal de nadie: ni de políticos, ni de escritores ni de amigos. No menciono los enemigos porque no los tenía. Era esencialmente un ecléctico que perdonaba los defectos de los hombres y trataba de encontrar los aspectos positivos de los seres, de las cosas y de las doctrinas.
No fue militante de nada, salvo, quizás de la ‘no violencia’ [44].
Ricardo Latcham fue un poco más lejos, señalando que su “anarquismo” había sido solo de actitud: “Más que un anarquismo militante, fue uno de actitud, de gesto, de simpatía oculta, que en González Vera se resume cuando dice que nunca le satisfizo ser mandado” [45]. “No hay en la literatura social de González Vera el azote panfletario, el reproche político, no incita a la rebeldía. […] No hay un solo reproche, una sola queja, no hay odio”, diría uno de sus comentaristas años después de su muerte [46]. Enrique Espinoza, quien fue su amigo desde mediados de la década de 1930, sostuvo que González Vera “no perteneció a partido político alguno, sí siempre fue hombre de izquierda, para usar un término convencional de fácil comprensión. Votaba siempre por los socialistas” (Espinoza 34). Más aún, es sabido que en la campaña presidencial de 1964 fue dirigente del Comité de Escritores y Artistas de la candidatura de Salvador Allende, por quien venía votando elección tras elección [47].
Otro de sus colegas, Carlos Ruiz Tagle, también aportó un testimonio anecdótico sobre la posición política de González Vera que corrobora el de Espinoza y el de otros contemporáneos. Cuenta este autor que en 1969 Allende visitó a González Vera para que apoyara su cuarta postulación a la Presidencia de la República. La respuesta del escritor, además de dar testimonio de su fino y proverbial humor, deja claro cuál era desde hacía mucho tiempo su ubicación en la escena política nacional:
“Yo estoy muy retirado de la política, Salvador –observó González Vera– pero voy a votar por usted porque estoy acostumbrado a hacerlo” [48].
Conclusión
Esta revisión de diversas fuentes referidas a las posiciones políticas asumidas por José Santos González Vera desde los primeros años de su adolescencia hasta el
último de sus días, demuestra fehacientemente que su adhesión al anarquismo, aunque fervorosa y consecuente, duró solo una docena de años aproximadamente. Los rastros de su actividad militante en la corriente ácrata desaparecen a mediados de la década de 1920. Desde entonces su principal pasión sería la literatura a través de la cual expresaría su compromiso social e ideas de hombre de izquierda que mantendría durante toda su vida. Optó por un socialismo genérico, sin apellidos ni representantes partidarios que monopolizaran sus banderas. Así, desde la década de 1930 votó sistemáticamente por los socialistas, o sea, por los mismos a quienes en sus años ácratas había calificado como “almohadones entre el capitalismo y los trabajadores”. Cuando le dijo a Allende que en la elección de 1970 votaría por él porque estaba acostumbrado a hacerlo, a pesar del tono jocoso, estaba diciendo una verdad que nadie podía poner en duda.
¿Qué quedaba entonces del anarquista? Poco o casi nada de aquel militante al que si le hubiesen preguntado la fecha del advenimiento de la “hermandad perfecta” “y del consiguiente cambio social, no hubiese vacilado en considerarla terrenal dentro de cinco años” (Eutrapelia 69). Un ácrata jamás votaría en las elecciones de los cuerpos representativos del Estado –menos aún de manera regular– por los representantes del socialismo parlamentarista, ni sostendría las posiciones que González Vera mantuvo durante los cuarenta y tantos últimos años de su vida. El anarquista no se caracteriza, como equivocadamente señaló Mario Ferrero al adjudicarle dicha etiqueta a nuestro personaje, por la “esperanza desesperanzada” ni por “una actitud de evasión, una conducta marginal en el proceso histórico de la sociedad” (Ferrero 209). Tampoco basta para ser ácrata no haber pertenecido jamás a ningún partido político, ni haber sido partidario de ninguna dictadura ni de ningún sistema dictatorial, como alegó su amigo Manuel Rojas para afirmar que González Vera nunca había dejado de ser anarquista (Espinoza 115). Los ácratas propugnan la supresión inmediata de las estructuras de poder y su sustitución por la auto-organización de los productores como un medio para instaurar la sociedad Anarquista o Comunista Libertaria, que prescinda del Estado y de la propiedad privada y funcione solo con las estructuras generadas directamente, y sin intermediarios, por los hombres y mujeres. Nada de eso puede apreciarse en los escritos y declaraciones de González Vera a partir de fines de los años 20. Su espíritu libertario no había mermado, del mismo modo que no había disminuido su simpatía por los explotados y oprimidos, pero ello no basta –reiteramos– para hacer un ácrata. En realidad, González Vera había abandonado los principios doctrinarios, el discurso, las imágenes, concepciones de lucha y de acción política del anarquismo. Pero nunca renegó de su pasado ácrata. Al contrario, lo reivindicó y valoró:
Mi vida literaria no existiría –y me adelanto a decir que no sería una pérdida irreparable– de no haberme hecho anarquista en mi adolescencia. Cuando conocí esas ideas y el plan de sociedad de iguales a que el Anarquismo aspira, tuve el deseo vehemente de propagarlo. No sabía hablar en público. No me quedó otra posibilidad que escribir para que tan hermosas ideas llegaran a todas partes [49].
No ridiculizó sus convicciones pasadas ni despotricó contra sus antiguos camaradas como suelen hacer los conversos para ganarse las gracias de sus nuevos compañeros de ruta o de los poderes frente a los cuales han claudicado. Al contrario, en la revista Babel, primero, y en sus libros Cuando era muchacho y Eutrapelia después, trazó valiosos retratos de los anarquistas de las primeras décadas del siglo XX, tratándolos con gran ternura y consideración, sin por ello dejar de deslizar sutiles comentarios humorísticos y suavemente irónicos sobre el mundo ácrata, de acuerdo con su inveterada costumbre al escribir sobre los temas más disímiles. Pero no caben dudas sobre su alejamiento de la corriente libertaria, sin brusquedades ni polémicas, conforme a su carácter. Tal vez de ese horizonte ideológico solo conservaría –según la fórmula de Rafael Gumucio– “una forma radical de escepticismo social y de individualismo salvaje, moderado por un alto sentido de la compasión y de la moral colectiva” [50]. Nada más, pero tampoco nada menos.
Para sintetizar nuestra conclusión sobre la evolución, ordenada y coherente, de su pensamiento político, nada mejor que citar sus propias reflexiones de hombre maduro expuestas en Eutrapelia:
Creo que la vida humana no tendría tanto arraigo si uno no pudiera forjarse planes de mejora social, si no imaginara que alguna vez habrá un nivel mínimo, pero satisfactorio, del cual nadie pueda descender y sí ir subiendo, por un más sabio empleo de las manos y del espíritu, a estados superiores en que cada hombre y mujer pueda realizarse para goce suyo y goce ajeno. Uno sería asaz empedernido si no concibiera la sociedad del porvenir de modo inevitablemente idílico (Eutrapelia 113-114).
El anarquista había dado paso al hombre de izquierda sin abandonar un horizonte de emancipación.
* * *
Notas
[*] Agradezco a Tamara Ortega Uribe su colaboración en la búsqueda de fuentes para este artículo.
[1] Sergio Grez Toso. Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile (1893-1915). Santiago: Lom Ediciones, 2007.
[2] Véase de José Santos González Vera, “Cuadros de la vida”, La Batalla. Santiago: primera quincena de febrero de 1914; “Tiembla”, La Batalla. Santiago, primera quincena de abril de 1914; “Los Caínes”, La Batalla, Santiago, segunda quincena de agosto de 1914.
[3] González Vera, “Lo que queremos”. Verba Roja. Santiago: 10 de marzo de 1919.
[4] Ibid.
[5] González Vera, “Necesidades del instante”. Numen, Santiago: 4 de octubre de 1919.
[6] Sobre la FECH de esa época véase, Fabio Moraga Valle, “Muchachos casi silvestres”. La Federación de Estudiantes y el movimiento estudiantil chileno 1906-1936. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 2007.
[7] A pesar de no ser universitario, González Vera no se inhibió de escribir y opinar sobre los problemas estudiantiles. Así, por ejemplo, en un artículo firmado con uno de sus seudónimos, se pronunció contra la concepción que pretendía limitar el rol de la FECH al impulso de los deportes y la protección mutua, señalando que, sin abandonar esas tareas, la organización debía convertirse en “un centro de opinión” en cuyo seno se discutieran y comentaran todos los problemas y se resolvieran en una perspectiva teórica. “Elías Aguirre [seudónimo de González Vera], “Cuestiones estudiantiles”. Claridad. Santiago: 29 de octubre de 1921.
[8] Los dos primeros seudónimos fueron señalados por Enrique Espinoza (Samuel Glusberg), quien fuera Director de la revista Babel e íntimo amigo de González Vera. Enrique Espinoza. José Santos González Vera. Clásico del humor. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1982: 91. El mismo estilo de escritura y la similitud de los enfoques, nos permiten concluir sin mayor riesgo de equivocarnos que los artículos firmados por Demetrio Rubio y G.V. también salieron de la pluma de González Vera.
[9] “Hacia la organización del Partido Laborista”. La Nación. Santiago: 31 de octubre de 1921.
[10] Un desarrollo detallado de este abortado proyecto en Sergio Grez Toso. Historia del comunismo en Chile. La era de Recabarren (1912-1925). Santiago: Lom Ediciones, 2011: 159-167.
[11] González Vera, “La formación de un partido de clase”. Claridad. Santiago: 14 de febrero de 1921. Cursivas en el original.
[12] Ibid.
[13] Ibid.
[14] Ibid.
[15] González Vera. “La acción directa y las huelgas”. Claridad. Santiago: 30 de julio de 1921.
[16] Ibid.
[17] González Vera. “La voz disonante”. Claridad. Santiago: 3 de septiembre de 1921.
[18] Demetrio Rudín [seudónimo de González Vera]. “Por la independencia de los sindicatos”. Claridad. Santiago: 24 de diciembre de 1921.
[19] González Vera. “El patriotismo es ansí…”. Claridad. Santiago: 22 de julio de 1922; “Posición de los anarquistas dentro del sindicato”. Claridad. Santiago, 9 de septiembre de 1922; “Las hordas del fascio…”. Claridad. Santiago: 28 de octubre de 1922; “Interpretaciones”. Claridad. Santiago: 23 de diciembre de 1922.
[20] González Vera, “Algunas palabras sobre la revolución”. Claridad. Santiago: 5 de noviembre de 1921. Las cursivas son nuestras.
[21] González Vera. “La Internacional de Sindicatos Rojos”. Claridad. Santiago: 21 de octubre de 1922.
[22] Ibid.
[23] González Vera, “Luis Emilio Recabarren”. Babel, Revista de arte y crítica. Año XI, vol. XIII, 56 Santiago: cuarto trimestre de 1950: 200-206.
[24] González Vera, “Lucha de clases”. La Federación Obrera. Santiago: 15 de febrero de 1922.
[25] González Vera. “La Internacional de Sindicatos Rojos”, op. cit.
[26] González Vera. “Respondiendo a la encuesta”. Claridad. Santiago: 29 de septiembre de 1922.
[27] “Armando Triviño responde a la encuesta”. Claridad. Santiago: 30 de junio de 1923, reproducido en Víctor M. Muñoz C., Armando Triviño: Wobblie. Hombres, ideas y problemas del anarquismo en los años veinte. Vida y escritos de un libertario criollo. Santiago: Editorial Quimantú, 2009:11 y 112
[28] González Vera. “Ideas y críticas”. Claridad. Santiago: junio de 1924.
[29] 29 Ibid.
[30] González Vera. “La revolución no hubiera fracasado”. Justicia. Santiago: 13 de diciembre de 1924.
[31] Muñoz, op. cit., 31-45; Jorge Rojas Flores. La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931), Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos– Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1993: 85-103; Grez, op. cit., 199-221.
[32] Una década después del término del régimen de Ibáñez, González Vera escribió un severo artículo enrostrándole sus atropellos, crímenes y malversaciones. González Vera. “La caída del Tirano. Reminiscencias”. La Nación. Santiago: 24 de enero de 1942.
[33] Revista Chilena, Santiago: enero-febrero de 1929. Citado por Mario Ferrero. Premios Nacionales de Literatura. Santiago: Zig-Zag, 1962: 211.
[34] “El autor de ‘Alhué’”. El Diario Ilustrado. Santiago: 19 de diciembre de 1928. Las cursivas son nuestras.
[35] González Vera, “En torno al proceso social”. Célula. Santiago: junio-septiembre de 1932. Reproducido en Carmen Soria (compiladora), Letras anarquistas, Artículos periodísticos y otros escritos inéditos. Manuel Rojas, José Santos González Vera. Santiago: Planeta, 2005: 128-132.
[36] González Vera, “Grove, Zañartu, Alessandri”. Célula. Santiago: diciembre de 1932. Reproducido en Soria 143-146.
[37] Daniel Schweitzer. “Homenaje a González Vera. El Hombre y el Escritor”. El Mercurio, Santiago: 28 de febrero de 1971.
[38] “Último deseo de González Vera. ‘Que esparzan mis cenizas en el jardín’”. El Siglo. Santiago: 28 de febrero de 1970; Agapito, “Ahora, cenizas”. El Clarín. Santiago: 3 de marzo de 1970.
[39] Georgina Durand. “Un espíritu travieso se oculta en González Vera”. La Nación. Santiago: 8 de marzo de 1942.
[40] “El escritor debe solamente ser un servidor de la verdad”. Millantun 1. Santiago: septiembre de 1942: 2 y 31. Las cursivas son nuestras.
[41] Ibid.
[42] Hernán del Solar. “La bondad de González Vera”. El Mercurio. Santiago: 28 de febrero de 1971.
[43] Ricardo Latcham. “Algunos, por González Vera (Nascimento, 1959)”. La Nación. Santiago: 21 de junio de 1959.
[44] Elena Caffarena de Jiles. “González Vera”. El Siglo. Santiago: 2 de junio de 1972.
[45] Ricardo Latcham. “La copia y otros originales”. La Nación. Santiago: 24 de diciembre de 1961.
[46] Carlos Ruiz Saldívar. “A 10 años de la partida de J. S. González Vera”. La Estrella. Valparaíso: 27 de febrero de 1980.
[47] Gonzalo Drago. “González Vera y Unidad Popular”. La Región. San Fernando: 17 de marzo de 1970.
[48] Carlos Ruiz-Tagle. “Encuentro con González Vera. El Mercurio. Santiago: 23 de septiembre de 1990. La cercanía de nuestro personaje con Allende era muy antigua. En 1951 le había dedicado uno de los acápites de su obra autobiográfica. González Vera, Cuando era muchacho, op. cit., 143.
[49] Citado en Gustavo Donoso. “Notas sobre González Vera”. Rayentru, Literatura chilena 14. Santiago: marzo de 1999.
[50] Rafael Gumucio. “González Vera: coleccionista de fósforos”. El Mercurio. Santiago: 5 de septiembre de 2010.
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Bibliografía
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