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Con la lengua de quien ronca cuando sueña
"El río Sábado", Juan Santander Leal. Overol 2022, 48 páginas

Presentación

Por Martín López
Publicado en LO QUE LEÍMOS, 2 de junio 2023

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“Mientras las piedras están quietas junto a la maleza de la mañana, un zángano las aprecia como arte, y el olivar asustado se aleja de la playa de los retóricos.”

Un poco como con el ánimo de aquella sonrisa recta, subiendo no sólo los cachetes sino toda la boca, guiño al que recurrimos al cruzarnos con un más o menos conocido que no da para saludar, cuando Juan Santander lee, emana cierta desgana de la inexpresión horizontal de sus cejas y le ondula la paradoja de no abrir mucho la boca pero sí los labios, como si dejara apenas escurrírsele el concatenado hilar de las palabras antes que elevarlas entonadas; gesto a regañadientes entre el que marchan los flujos, la presión y el destartalamiento, como si aunque con desgana no hubiera que apretarlo mucho para que suelte y suelte.

 



Juan Santander Leal

 

“Las dificultades que pongo a mi deleite vagan como motas de polvo entre la luz y mis ojos. Leo Una plegaria para amigos de pelo negro y es fácil entender de que se trata. No diluyo la nostalgia que me produce este libro; disfruto cuando un sueño se divide en capítulos para jóvenes que escapan de sí mismos”.

Estos breves brillos con tintes de tedio resultan de una inaudita cercanía dada su contingencia, y contrapesan de este modo la distancia que le es propia al estar con la cabeza en las nubes, sumergido en una sarta de estímulos que atochan la inmovilidad, la improcedencia; cual composición de un sedimento de capas impermeables, son las diez mil ideas que culebrean al fondo de la mente en blanco.

“En un museo pude visitar la palabra alambique, y me perdí entre estímulos autorizados por mis contemporáneos. Allí aprendí que el verbo prometer deriva de la palabra Prometeo.”

Por El río Sábado uno se desliza sin lograr leer del todo, revolcándonos afablemente, así es sumergirse sentado en una sillita a verlo pasar, a la distancia y del todo librados de compromiso. Un mundo flotante, a menudo de fábula en su tratamiento arquetípico de la escritura como práctica, en cuyos versos pesa una cierta cabizbajura cuya fuente pareciera venir del hecho de que estos estados de gracia emerjan del borrón, de una cierta clase de enajenación que nos maravilla a la vez que ausenta del mundo.

“En ese tiempo mi única obligación era estudiar lo que estaba por construirse, y tenía bastante tiempo para la sinestesia.”

En este, su nuevo libro, el poeta Santander tantea hábilmente los complejos orientativos, los esfuerzos por situarse, pulsándose en reacción y cadena a las dislocaciones permanentes y la elucubración de puentes que sortean las distancias; en un reconocimiento del propio cuerpo, del cuerpo del entorno, y del cuerpo de las ideas y las palabras, vueltos todos un gran amasijo de cuerpo que intenta mirarse las manos; el cuerpo del mundo como un garzón con ímpetu de pulpo, tan grácil como agotado, pero no menos entusiasta.

 


 

 

Poemas de "El río Sábado"

 

PUERTAS

El orgullo crece alrededor de la autoestima y tropieza cuando llega al río Sábado. Busco armonías en esa cinta y un testimonio que se expanda diariamente. Los ciclistas no olvidan cómo caminar pero los choferes olvidaron cómo andar en bicicleta. Mientras llueve las babosas reptan dibujando piernas. Los vestidos florales me recuerdan que la moda tiene pena de sí misma, sobre todo si atraviesa la colina cuyo pasto nace ahora. Contrario a lo que pienso borracho en el verano, siempre aparecen nuevas historietas; por ejemplo: La sonrisa del personaje que enmudeció a los árboles. Cuántas puertas fueron botadas a la basura para que hoy los eclipses parezcan divertidos, y cuántas teorías sobre la contracción del tiempo quedaron obsoletas. Las pantallas explican y las plantas investigan; solo hay que mantenerse quieto, preparado para pasar días sin expresarse.

 

MONTAÑA

Viajo con alas prestadas y pienso que el tiempo no confronta las arrugas cuando alguien destruye las murallas. La industria del cine regula la velocidad de mis ojos desde la primera película, el poder será ejercido con más fuerza cuando ya no se impriman calendarios. ¿Qué soy para una montaña cuando es de noche y busco algo de comer en mi equipaje? Como mucho se me permite bostezar, por eso existo en el negocio de la indolencia. Me interesa lo que resucita, lo que no posee subjetividad y resucita, porque no uso la palabra amor con los objetos. Y escucho: «Solo estoy a tu lado si no puedes verme. Te espero en el expresionismo de siempre; no decaigas». La serie de televisión donde tomaban prestada una orquídea me recuerda los hombros del desierto, que son tantos que parecen uno.

 

MISIÓN

Mi cocina es rectangular y a veces no puedo entrar en ella, por un candado que confunde su misión con sumisión. Ensamblo una vida que entrega la saliva suficiente para no dar instrucciones. La región en la que vivo está cruzada por el deseo de salir de casa, y no importa si no hay respuesta a mis mensajes. Recuerdo cuando mi misión era una piedra en el zapato, una colección de rutinas ordenadas de la más insigne a la más insana. Cuando termine mis clases pensaré en cuántas personas han utilizado mi cabeza. La ración de comida que gané mirándome al espejo sobrevive y la caricia que no di me será pedida una tarde similar a las alas de un flamenco. Por todo esto, mi cocina es inconducente y desconozco los propósitos de mi candado.

 

MÚSICA

Bajo los puentes el río Sábado es un hilo de agua sucia pasando entre los adoquines. El acto de memorizarlo ha sido alterado por la proliferación de imágenes. Un río es posible fuera del tiempo, pero no es posible sin música. Desde los edificios, casi nadie se emociona con la manzana girando en una mano de la estatua. Un cartel publicitario afirma: «Te hemos dicho tantas veces que no busques». La ciudad está repleta de mensajes, por tanto, es difícil ingresar al habla una frase tan simple como «no quieras». No quieras esto, no quieras lo otro. Al construir o destruir una ciudad es inevitable que se produzcan imágenes. Sin embargo, el río solo necesita música para invadir la indiferencia.

 

PASTO          

Nos queda el pasto del parque para recostarnos en el planeta, y el cielo tras la lluvia es amigo de la planta que regamos y no es nuestra. Cada visita permanece en la memoria, los apuntes no son azulejos sino el moho que crece entre ellos. Es posible reformular lo que estaba totalmente claro hasta que pocos lo entiendan: el teatro al que asistimos, la canción más escuchada, la violencia doméstica. El pasto es una amenaza si las instrucciones son seguidas pensando en la posteridad. Las emociones se atenúan en un sitio donde cada objeto es público, así es el descrédito de lo que crece libremente. Estamos de acuerdo en cuanto al daño que el presente hace al verbo esperar. Nada está listo para ser parte de un verso.

 

EMBLEMAS

Una gran mano separada de su brazo viaja por calles y huertos. Mientras las piedras están quietas junto a la maleza del mañana, un zángano las aprecia como arte y el olivar asustado se aleja de la playa de los retóricos. Una encrucijada para todos o diez mil encrucijadas para uno, es lo mismo.

En el marasmo de la cabeza se anuncia: no más soluciones enhebradas con obsesión, no más esperanza exprimida del ocaso. ¿Cómo insistir cuando no hay fuerza suficiente para retroceder? He visto al uno convertirse en dos, en tres, he visto al uno convertirse en treinta. Biblioteca de proyectos desechados: escucha lo que tengo que decir.

 

ZONAS

Cuando las colinas eran verdes solíamos pensar poniendo en riesgo nuestra colección de madrigueras. De lo que nos perseguía brotaba el pigmento con el que dibujábamos. ¿Dónde hicimos por primera vez el animal que trazábamos una y otra vez? Era una zona donde los sueños se cocinaban lento y la mansedumbre decoraba el espacio en que dormíamos. Como abalorios esperando ser llamados por algún collar, esperábamos en las filas para ser escuchados. Dividíamos los años en pedazos, también lo que sentían nuestros dedos en contacto con manos ajenas. Hacíamos observaciones en condición de forasteros, la lectura doblegaba nuestra personalidad. Las bibliotecas eran cuevas donde se mezclaba ascetismo y bufonería. Descreídos y comprometidos, cínicos y simples; así nos íbamos formando. Durante la liberación de las palabras rojas que llevábamos dentro, las cartas fueron enviadas. Las recibía un ángel de madera sin leerlas.

 

RUEDA

Cuando los ojos son superados por la luminosidad aparecen indicaciones para la personalidad anfibia. Un membrillo rueda hacia quien lo desea al desprenderse del sol durante marzo. Es necesario hablar del río Sábado buscando las palabras apropiadas, antes de que lleguen los ejercicios recomendados por el otoño, antes de que aparezcan los deseos de construir una pirámide. Ahora es cuando la mano perfecta se deja examinar.

 

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