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EN LIBRE PLATICA.
APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE JORGE TORRES


Juan Armando Epple





La poesía como recurso de amparo

Este último tiempo he estado quemando
antiguos objetos de adoración.
Doblando la cerviz
según las circunstancias.
Estoy cansado de ejercer este oficio
de ventrílocuo aficionado.
Estoy quemando mis últimas naves
y topando fondo.
Pero aún me niego
a aceptar mi renuncia
y menos a preparar
mi cóctel
de cicuta.
(Jorge Torres, "Clase de historia").

Los autores del libro "Las plumas del colibrí", un importante estudio y registro antológico de la poesía que comenzó a escribirse en Concepción durante el período de la dictadura militar, caracterizan en estos términos el panorama socio-cultural que debió confrontar la poesía chilena a partir de esa ruptura histórica:

Los poetas que escriben en este período enfrentan y perciben una realidad en la cual predominan los signos de la muerte, el deterioro, el fracaso, el dolor y la violencia. "Los pobres símbolos huyen despavoridos" ante una realidad que se resiste a ser verbalizada a través del lenguaje poético tradicional al constituirse en un mundo impensable dentro de los parámetros en que se había desarrollado una idea de sociedad y de nacionalidad. Podemos decir que el rostro de Chile que emerge después del 11 de septiembre es tan sorpresivo para los poetas como lo fue el del nuevo mundo para los descubridores. Esta homología, salvando todas las diferencias pertinentes, enfatiza la común dificultad para encontrar un alfabeto, un idioma que designe la irrupción brusca de lo otro, la irrupción de la cara oculta de la realidad. Al contrario de los conquistadores cuya colonización verbal del Nuevo Mundo consistió en hacer ingresar lo descubierto, despojándolo de su identidad, en los parámetros de la lengua española, los poetas chilenos enfrentados a las cenizas de su mundo debieron preguntarse por la verdadera identidad de Chile, releer la historia y la poesía; encontrar un lenguaje capaz de dar cuenta del cambio ocurrido. En este empeño ineludible y nunca diferido, la poesía chilena, convertida también en testimonio, se abre en múltiples direcciones. Larismo desvaído, larismo renovado, experimentalismo y neovanguardismo, historización del agonismo y del carácter crítico de la "emergencia" (promoción del 60), utopismo, realismo histórico, objetivismo, continuidad de la antipoesía con distintos resultados, etc., son algunos de los conceptos con los que la crítica ha intentado sistematizar o designar al menos esta abundantísima respuesta poética. Se trata, en efecto, y valga el símbolo, de un mar tormentoso y heterogéneo de poesía ("llovían palabras") que guarda, sin embargo, algunas directrices fundamentales. La primera de ellas hace referencia a la definitiva y asumida cancelación del silencio. La poesía rescata la palabra de la censura, de la desconfianza, del temor. Ello se traduce en la eclosión de la productividad poética que señalábamos. La poesía, la literatura, asumen frente a los discursos políticos periodísticos y oficiales, roles de sustitución, llenando el vacío discursivo de la disidencia y la crítica. La poesía suple la ausencia verbal, sustituye los discursos clausurados, combatiendo la mudez, a la que han sido condenados por un discurso hegemómco, los modos de decir tradicionales de una sociedad (Alonso. 36).

En los estudios introductorios se destacan algunos rasgos diferenciales del nuevo discurso poético: el sentido de menoscabo o pérdida de la intimidad y su sustitución o enmascaramiento en un sujeto lírico pluralizado, la autorreferencialidad del discurso, que se extrema hasta poner al descubierto sus propias estrategias textuales, el juego de eliciones semánticas que apela a la capacidad de un lector cómplice para codificar implicaciones meramente aludidas u oportunamente silenciadas, y una renovada predilección por las opciones de la coloquialidad o la mimesis del lenguaje oral. Una poesía que reacciona contra la sospecha y la mala fe escenificando su propio tinglado. Pero sobretodo, una poesía que trabaja sus estrategias textuales desde las rasgaduras o la opacidad del silenciamiento. Es un silencio que transfiere al receptor, entendido como co-partícipe de la experiencia de extrañamiento, lo no dicho. Es el lector quien debe inferir, por asociación receptiva, lo que está subyacente o sobreentendido en ese juego de eliciones que elabora el sujeto poético, un hablante que ya no se siente con la responsabilidad de decir para quién trabaja.

Jorge Torres estuvo vinculado inicialmente a esa promoción de poetas que inició su actividad literaria a mediados de los sesenta, una promoción que se preció de puente dialogante antes que avanzada rupturista, y a la que hoy se le reconoce el mérito de ampliar los espacios culturales del país situando a las provincias en el mapa activo del debate y la creación. Uno de esos polos se constituyó en Valdivia, donde al amparo de dos universidades regionales se promovieron encuentros literarios, peñas folklóricas, representaciones de teatro y ballet, escuelas de temporada y trabajos voluntarios programados para diferentes enclaves sub-regionales del sur del país (el área cordillerana, el litoral de la costa y la provincia de Aysén, etc.). Hubo incluso algunos entusiastas aspirantes a cineastas (Lucho Bustamante, Carlos Olivares, Carlos Flores y Leo Kocking), que se propusieron organizar un festival de cine chileno, esgrimiendo como garantía institucional el Cine Club de la Universidad Austral, que se precia de ser el más antiguo del país. A la publicitada convocatoria sólo respondió Raúl Ruiz, conocido hasta entonces por sus películas Tres tristes tigres y Palomita blanca (los organizadores lo homenajearon con un paseo por el río).

La promoción poética de los sesenta ha comenzado a ser objeto de una demarcación historiográfica y crítica diferenciada, tanto en ensayos de aproximación general como en estudios específicos dedicados a algunos de sus cultores. Surgida en una período coyuntural, donde las requisitorias de cambio social estimulaban una actitud de cuestionamiento y reformulación de las práctica culturales vigentes en el país, es explicable que la lectura actual de esta poesía este orientada a caracterizar los referentes socio-culturales que contextualizaban su producción de sentidos y a someter a un escrutinio severo sus formulaciones.

Federico Schopf y Gonzalo Millán, dos integrantes de esa promoción poética, buscan dar cuenta del clima cultural que dinamizaba y entrababa las propuestas poéticas de sus congéneres, en artículos que diseñan un mapa rememorativo de sus actividades grupales, sus dilemas y afanes, pero sin aventurarse todavía a un ajuste de cuentas con el período (Schopf, 1983; Millán, 1985).

Los trabajos de Soledad Bianchi y Javier Campos, desde una óptica histórico-cultural, trazan sobre todo el entramado dialogante de esta poesía con la tradición nacional, situándola en un periplo de afirmación y diversificación de poéticas ya establecidas, y donde los supuestos "renovadores" de la generación "emergente" se alojan con cierta comodidad en esa tradición ya decantada de la modernidad, donde los signos de ruptura están de algún modo prescritos en los modelos discursivos en uso.

Grínor Rojo, en el que es hasta ahora el cuestionamiento crítico más severo de la praxis poética que asumió esta generación, destaca sus líneas de continuidad con la tradición proveniente de la vanguardia histórica y la contradicción entre una práctica continuista y un modo de vida social que comenzaba a hacer evidente el quiebre de la sociedad chilena (Rojo, 1988).

Carmen Foxley y Ana María Cúneo, con una estrategia de lectura que acentúa el análisis textual, sitúan la obra de esta generación en los términos que hacía falta: a partir de los paradigmas socio-culturales con los que vinculaba, en términos de producción y recepción. Este acercamiento busca poner en evidencia los dilemas ideológicos y cognoscitivos que textualizaba esa poesía y el proceso tanto de cuestionamiento como de relegitimación de códigos culturales que los obsesionaba: sus rituales de argumentación poética.

Creo que en el plano cultural, la poesía chilena que surge en la década del sesenta se sostiene en la convicción de constituir una práctica capaz de evolucionar a partir de su propia tradición. Para Grínor Rojo, una de las razones que explican su incapacidad o reticencia para producir un cuestionamiento más radical de los modos de producción literario en un momento de crisis de la estructura general del país se debió "también a la soberbia estructural de una práctica que entre nosotros ha poseído y sigue poseyendo una abundancia de recursos que es muy superior a la de otras esferas de la productividad del país" (Rojo, 73). Para los poetas novicios, esta tradición parece gravitar más como un peso ineludible que como un reto.

Waldo Rojas explicará años después este arraigo problemático a la tradición fundada por los mayores. En su prefacio a la segunda edición de La pieza oscura destaca el terreno en que buscaba afirmarse la que él ilamó "la generación emergente":

Bajo la bóveda poética luminosísima que la tradición chilena explayaba en el cielo literario de esos años, los jóvenes de turno habíamos comprendido quizá mejor que sin ignorar el brillo de ciertas constelaciones ni ser deslumbrados por ellas, se trataba de buscar en un terreno así iluminado un derrotero propio.

Y en una nota aclaratoria, agrega:

Noción entonces provisoria, nos sirvió antes que nada para dar cuenta de nuestra renuencia a justificar la identidad de dicho grupo reivindicando la pertenencia a una "generación" en el sentido de distinción provocativa y de acometividad colectiva ante la tradición. Resistencia también a atribuirnos por esa eventual filiación un cualquier destino histórico. El termino "emergente" quería señalar simplemente un estado de cosas relativo a la conciencia que compartíamos del hecho de surgir en el extremo de una tradición vigorosa y plural, sin rupturas ni aspavientos vanguardistas, sin exclusiones ni exclusivos, y asumir su prolongación natural asimilándola.

Si bien la realidad social, en tensión de cambio, invitaba a ensayar una poesía diferente (algo que ocurría en el vitalismo lírico de la nueva narrativa, en el teatro y en la canción popular) lo cierto es que estos poetas parecían más preocupados de dirimir diferencias contra las limitaciones de la llamada "poesía social" según el modelo estimulado por la cultura política de izquierda que de afirmar sus propias propuestas. Las opciones del poeta cívico o profético ya venían siendo derogadas, con sutil ironía, por Neruda a partir de Estravagario, para ser luego sometidas a distanciamiento paródico por Nicanor Parra y sobre todo Enrique Lihn en La pieza oscura (1963), posiblemente el libro que tuvo mayor influencia en las exploraciones que acometió esta generación. Es sintomático, al respecto, ver que los pocos textos de temática social que escribieron estos novicios escépticos, textos coyunturales destinados a revistas, no fueron incluidos posteriormente en sus libros.

La opción elegida resulta, en este sentido, si no legitimizadora del termino "emergente" propuesto como deslinde generacional, al menos coherente: a nivel del aprendizaje cultural primaba la preocupación por entenderse con ese legado poético, sopesar afinidades y diferencias, y en el plano de la creación personal el camino se orientó rápidamente a la reflexión sobre el acto de poetizar, a una praxis volcada hacia los dilemas de la producción textual. En este sentido, si la sociedad estimulaba en ese momento una reflexión crítica y movilizadora sobre los medios de producción social y las condiciones de producción, en la poesía al parecer se privilegiaron como prerrogativas las cuestiones que atañían a la autonomía de los procesos creativos en oposición a la concepción programática de la cultura que exigían los partidos políticos, y que tendían a verla como una expresión subsidiaria del hacer político.

Pienso que por aquí se puede explicar esa aparente contradicción que se señala a los escritores (y sobre todo a los poetas) de los 60: su reticencia a formular credos programáticos para la literatura o a definir una política cultural para el nuevo gobierno. Esas políticas quedaron en manos de los militantes profesionales, mientras que los escritores aceptaron el lugar provisorio de la "quinta rueda", a la espera de validar su capacidad motora.

Pero una lectura atenta de sus textos permite detectar en esa poesía signos de alarma frente a la confianza gozosa en los cambios o de reticencia a aceptar de buenas a primeras las buenas nuevas de la utopía. En varios de estos poetas se advertía un marcado esfuerzo por indagar tanto en los supuestos ideológicos de la realidad chilena del período como en las verdades "provisorias" propuestas por la tradición poética.

En correspondencia con lo anterior, el quehacer poético se entiende no tanto como discurso autosuficiente sino como especulación coyuntural, y el libro [son poetas que extremaron la fiscalización de sus publicaciones] como entidad provisoria, sujeta a reformulaciones. A veces nos preguntamos por qué publicaron tan pocos libros teniendo buenas posibilidades editoriales, y sobre todo una crítica receptiva e inmediata. Pienso que la explicación está justamente en esta desconfianza crítica y autocrítica frente a los parámetros del discurso cultural en que estaban insertos. Poetas que se sentían a la vez protagonistas generacionales de los 60 y voces fuera de lugar, terminaron autopercibiéndose como un grupo en inter-dicción: separados tanto de los lenguajes sociales (que exigían una poesía más comprometida, de "toma de posiciones"), como de la supuesta eficacia representativa de la poesía cívica (el poeta que habla en nombre de la comunidad) Esta percepción del mundo desde una perspectiva de inter-dicción legitima esa mirada que se ejerce desde los márgenes, ventanas, resquicios, y que se asienta siempre en espacios coyunturales (el motivo del puente, de la isla, etc.) O que privilegia el motivo literario del juego (el azar).

A partir de esa fecha de ruptura que ahora pesa como una referencia obsesiva en la memoria nacional, el poeta Jorge Torres quedó aislado en una zona quizás más difícil que la del exilio externo: el de la ciudad otra vez provinciana. Ello le permitió oficiar de testigo directo y (des)autorizado de la experiencia cotidiana bajo el sistema dictatorial, y su sistema de exclusiones. Pero lo que es más importante, lo forzó a entenderse críticamente con los parámetros de la tradición poética en que se insertaba con cierta comodidad su generación.

Pese a la condición de doble aislamiento en que quedaron los que persistieron en el oficio literario en el sur de país, o quizás gracias a esta situación que los eximía de tutelajes, un escaso pero voluntarioso grupo juvenil se empeñó en rearticular una presencia cultural en ese terreno minado de la provincial. La historia de ese "noviciado" deberá recapitularse algún día, pero ésta es tarea de sus protagonistas.

Por mi parte quiero limitarme a señalar algunos de estos proyectos. En 1977 un grupo de docentes y estudiantes de la Escuela de Castellano de la Universidad Austral de Chile organizaron el "Primer Encuentro de Poesía Joven del Sur de Chile", que reunió a escritores provenientes de la zona que va de Concepción a Chiloé. Más que una tarea de deslinde generacional, lo que se manifiesta aquí es el deseo de prolongar el estilo convocatorio del desaparecido grupo "Trilce", cuando las aguas empujan hacia la dispersión y el ostracismo. El poeta Walter Höefler, que había quedado como una especie de eslabón involuntario de una cadena que nunca alcanzó a consolidarse, asumió la tarea de editar la antología resultante de ese encuentro. El libro fue publicado con el patrocinio de la Universidad Austral, para ser retirado posteriormente de la circulación. El editor fue exonerado de la Universidad, y antes de partir al exilio obtuvo el premio de poesía de la Municipalidad con un poema que merece un lugar especial en el historial literario valdiviano, un poema que cifra y a la vez cancela esa contradicción generacional entre la tradición y la ruptura: "Me despido de la ciudad".(1)

El trabajo poético de Jorge Torres no sólo es un testimonio de las condiciones marginales en que se fue re-constituyendo un espacio para la voz poética, sino que hace presente y convierte en acto discursivo justamente este proceso de pérdida y recuperación de la voz.

Relegado a ese plano doblemente disminuido del exilio interno, desde esa condición marginal comenzó a redefinir su voluntad expresiva como un proceso de "reciclaje" de lenguajes tanto de la tradición poética inmediatamente anterior como del discurso censurado o permisible de la crónica diaria. En la serie que forman Recurso de amparo (1975), Palabras en desuso (1978), el sujeto poético se define como una presencia marginal, despojada de autoridad "poética" y hasta del derecho a la palabra, que sobrevive alimentándose de los signos dispersos de sistema de referencias culturales antes "legibles", pero que ahora sólo sirven para metaforizar el desamparo. Estos retazos de signos, materiales en desuso similares a los que usaban las arpilleristas, sirven de base primaria para revertir la condición mendicante a que ha sido forzado el poeta y de rearticular una humanidad íntima que interpela la lógica excluyente del nuevo sistema. Su arte, intento de reconstitución para recomponer y hacer legibles los deshechos que han quedado en el camino como huellas del tránsito abrupto a una "modernidad" impuesta manu militari, se reformula inicialmente como un acto verbal de supervivencia.

Su libro Graves, leves y fuera de peligro (1988) selecciona y ordena un periplo creativo que abarca dos décadas (de 1967 a 1987). Autoselección que no aspira a constituirse en una summa significativa de trayectoria poética, sino a deslindar las etapas de una biografía creativa donde el sujeto expone las vicisitudes de su trato con el lenguaje.

Jorge Torres estuvo por varios años atado al moroso suplicio de la máquina dializadora, y gracias a un trasplante exitoso de riñon, pudo normalizar su vida. El título alude por una parte a esa experiencia personal y por otra metaforiza el vía crucis del cuerpo social y cultural del país, sometido a una drástica e inmovilizadora operación quirúrgica. De paso confronta irónicamente el haz metafórico, de impronta biologista, que adoptó el discurso del régimen para explicar su modus operandi sobre la nación. El sujeto convalesciente se convierte así en el territorio íntimo sobre el que gravitan los procesos de manipulación social y cultural de la identidad, la operación afásica que se le propone como remedio para cortar los lazos problemáticos con el pasado o como sedativo existencial.

Me interesa revisar aquí las claves poéticas que me parecen más relevantes de este texto.

Hay dos coordenadas que orientan su propuesta poética: por una parte el tópico clásico de la vida como tránsito, actualizado como temporalidad histórica, y por otra, una disposición u ordenación discursiva en que la poesía se entiende como bitácora. Pero como la experiencia central que la articula no es el desplazamiento territorial, que puede solazarse con la variedad de otros espacios sociales y culturales, sino que está in situ en un espacio original sometido al cambio, a la desarticulación de sus antiguos referentes humanos, se trata de una bitácora que asedia los signos de la cotidianidad y la capacidad desmitificadora de la palabra.

El libro está dividido en cuatro secciones que establecen entre sí una relación dialogante y sugieren una lectura dialéctica de los temas y motivos configurados. Desligados antes en las circunstancias de su escritura, estos poemas se conciertan ahora para proponer el diagnóstico de los padecimientos.

En la primera parte, el personaje asume su escritura como un ejercicio de eficacia dudosa, pero a la vez como gesto de salvación. Son textos que surgen inicialmente mimetizados en las formas manipuladas del lenguaje oficial: el de los medios de comunicación, las actas judiciales, y algunos tropos reconocidos de las versiones publicas de la historia local y nacional. El poema busca poner en jaque la pertinencia de esos lenguajes falsos y alienantes, pero sin llegar a someterlos al escarnio o la irrisión.

Escribir es la vez un acto protector y desafiante: un recurso de amparo.

"Recurso" como actividad que se pone a prueba a si misma, consciente de sus limitaciones como acto de comunicación social, y ahora también de sus posibilidades paródico-burlescas. "Recurso" también como alteración y modificación táctica de la palabra, explorando sus virtualidades de juego o bricolage. Y ''amparo" como potenciación de un (im)probable poderío de la palabra poética para defender al hablante, en tanto conciencia individual y social, y salvarlo no en el sentido jurídico del término, sino ético.

Esta era la convicción que orientaba su primer poemario post-golpe. Recurso de amparo (1975), publicado antes de que el término fuera rescatado como un concepto legal. En todo caso, el título le creó algunos problemas con las nuevas autoridades, parte de la escasa edición fue requisada, e incluso apareció una nota en la prensa capitalina donde se aseguraba que sería rechazado un recurso de amparo presentado por un señor en Valdivia.

Esta antología, en todo caso, no pretende autoevaluarse como una poesía de ruptura, ni menos adherirse a la actitud adánica que empezó a imponerse en la poesía de los ochenta, con más voluntarismo que pruebas al canto. Al contrario, todavía adscrita a esa actitud dialogante que buscaba mantener su generación, la que se preció de acumuladora de lecturas antes que de tranagresora, deja entrever con cierta ostentación sus vínculos con una doble vertiente de la tradición chilena inmediatamente anterior. Por una parte, privilegia una adhesión a esa naturaleza provinciana, supuestamente depositaría de valores anteriores a las consecuencias de la modernización y sus detritus o perversiones oficiales, que levantó como señal de alarma la poesía lárica, cuyo exponente más destacado y consecuente fue Jorge Teillier. Por otra, se hace eco de la desconfianza en la eficacia del verbo como vehículo ejemplifícador de verdades y de la necesidad de abrir las pociones del lenguaje a la configuración iconoclasta de las contradicciones de lo humano, tal como se expresaba en la poesía de Enrique Lihn. Doble vertiente que reformula sus opciones en la escritura tentativa de un autor para quien el quedecir poético es también un acto de re-inserción en las lecturas de sus coetáneos. Estas vertientes gravitan en un discurso que debe hacerse cargo ahora de la violenta alteración del habitat cotidiano. La alienación y la minusvalía extrema afectan a la poesía en un período de cosifícación grosera de las relaciones sociales y humanas y de endiosamiento de las leyes del mercado.

La segunda parte distiende una requisitoria en torno al motivo del tiempo, entendido no como abstracción metafísica sino como percepción agónica y a la vez lúdica de la temporalidad. Una temporalidad encarnada en las vivencias cotidianas y en la recuperación de un vínculo solidario con quienes comparten el deseo imperioso de rescatar un mínimo tejido humano como base de las relaciones sociales, aunque ese tejido esté por ahora traspapelado en las huellas de la memoria y sea objeto de exploración nostálgica y de interpelaciones que se traban en un código de guiños y subentendidos.

Una figura ominosamente presente en esta sección es la muerte. Pero es una muerte con la que es posible dialogar, no con una retórica sarcástica sino con la ironía distanciadora con que se sopesan las intenciones de una nueva y obsecuente "compañera de ruta". Siendo un motivo literario inserto con autonomía significativa en el libro, el trasfondo experiencial que hemos destacado más arriba le otorga un sedimento dramático que resulta muy difícil reducir a formulaciones tópicas o recursos estilísticos: es un topos que se impone corporizándose.

La tercera parte configura una sene poética centrada en el motivo del amor el amor no como conquista complaciente ni recuerdo nostálgico de los nectares de la juventud, sino como ficción salvadora. Momento privilegiado de la consumación de experiencias de comunicación, es la dudosa pero deseada antítesis de la muerte. A la vez, la tesitura reflexiva que el sujeto le impone a esta experiencia atrae v somete a distanciamiento irónico algunos de los códigos de la poesía amatoria que los jóvenes escritores de su generación reciclaban de la retorica romántica.

Finalmente, la serie titulada "Después del amor" remite a esa tradición reflexiva de la experiencia amorosa que se encuentra en los clasicos latinos, se reformula en el barroco español (Quevedo, por ejemplo) y en Chile se actualiza como iconoclasta en la antipoesía de Parra pero sobre todo en la fervorosa recepción del bolero y el tango.

En relación al periplo biográfico que define el sujeto poético, el amor se articula como una ficción salvadora: el personaje ha explorado sus opciones, ha consumado sabia o atolondradamente los dones del amor, creyendo que consumar es consumirse, es arder en el gesto: pero luego el distanciamiento reflexivo lo pone anímicamente fuera de peligro. Hay aquí una confrontación a la vez dramática y lúdica de las formas tradicionales de la retórica amorosa con la percepción sensorial (y sensaul) de la experiencia. El lenguaje poético asume con soltura y fuerza expresiva tanto esa tonalidad coloquial que privilegia la poesía de Nicanor Parra como la condensación objetivista de la poesía de Gonzalo Millan.

Esa experiencia amatoria le propone un cierto sentido a su identidad ahora desmedrada, pero no es suficiente para salvar su discurso. Por eso termina aceptando como principio antologico, su condición mendicant: e "Me bato en retirada. Me alejo/. Entonces tu figura/ se convierte en nebulosa para ser solo un punto fijo/ en el nacimiento de la nariz / obligándome a convertirme/ en un turnio irremediable/ que debe recurrir a los servicios/ de un lazarillo/ para no andar a topetones" ("Se necesita un lazarillo").


De la poesía considerada como una rama de la arqueología

La venta de cosas que no existen, pero que se espera que existan, se entenderá hecha bajo
condición de existir, salvo que se exprese lo contrario, o que por la naturaleza del contrato aparezca que se compró la suerte.
(Artículo 1813. "Código Civil Chileno")

Recibimos ancianos, cualquier estado desde 10.000.
(Aviso en la prensa)

Los náufragos tendrán libre acceso a la playa y serán socorridos por las autoridades locales.
(Artículo 604, Código Civil Chileno)


¿Registro de algunos niveles pre-poéticos de la escritura o signos autosufícientes de un discurso surrealista? Los textos que hemos citados son "reales" en la medida en que se han "recortado" del discurso público que gobierna el país en los años del régimen dictatorial, destacando esos códigos que enuncian la lógica económica, social y jurídica de un sistema. Son irreales en la medida en que su eficacia referencial es permanentemente cuestionada por la misma realidad que busca reglamentar: un discurso que parece parodiarse a sí mismo, haciendo irrisión de sus fundamentos falaces.

A la vez que seleccionaba esos materiales "en desuso" para tratar de rearticular un espacio de expresión individual, coleccionaba tijera en mano los lenguajes "en uso" presintiendo que allí se conjugaba una (futura) crónica de época que habría que leerse en su momento con ojo inquisitivo.

El collage compaginado por Jorge Torres bajo el título de Poemas encontrados y otros pre-textos (1991) es a su modo una crónica "poética" del período de silenciamiento de las opciones "creadoras" del lenguaje, sobre todo si se la lee buscando aquellos sub-textos que oculta (por omisión tácita o como artimaña trasvestista) el mensaje. Se trata de una recopilación de citas, noticias de la prensa, avisos económicos, declaraciones, párrafos marcados del código civil y de reglamentos municipales, párrafos de entrevistas, etc., que pudo haber reunido cualquier desocupado lector del país. Sobre todo aquel que necesitaba un pasatiempo terapéutico para entretener su forzada cesantía: su exilio social y profesional.

El conjunto textual que recoge y organiza Jorge Torres, en la tradición del "ready made", no se propone como un discurso fiscalizado por una perspectiva autosuficiente y con parámetros acotados sobre la realidad, ni se satisface en la superposición de significados para declarar lo que ya se sabe del país objeto de atención "literaria": la patética fragmentación de su lógica discursiva.

La recopilación recuerda inicialmente esos álbumes destinados a fíjar una bitácora personal para satisfacción de la memoria privada. Pero los materiales aquí reunidos se refieren a otra historia: lo que se va diseñando aquí es la radiografía de un discurso publico que se fue difundiendo sin apelaciones criticas, una radiografía de la contingencia autoritaria que se lee como realidad fragmentada y huérfana de totalizaciones simbólicas convincentes.

Se trata, en síntesis, de un esfuerzo irónico de desconstruccion del discurso hegemómco, pero sin que se intente fundar otro alternativo.

Como propuesta estética, nos encontramos aquí con un repliegue hacia el estado mas inerme y paralogizado del intento de alocución cuando la poesía ha cancelado sus posibilidades expresivas, y el poeta se instala en la banca de la reserva para bosquejar un catastro de los lenguajes que han usurpado esa posición protagónica con que se auto-designaba en tanto productor de poesía. A partir de esta "crisis expresiva", la mudez verbal es reemplazada por el ojo que lee. Es esta posición desmedrada la que articula el proceso de compaginación textual si al poeta se le han cercenado las posibilidades de oficiar la palabra, de configurar un orden de sentidos mas o menos confiable, la coyuntura del silencio que padece le deja al menos la posibilidad de desmontar y rearticular lo dicho por otros. La operación creativa, en su sentido tradicional, se reduce al mínimo, o aparentemente se autoanula, pero sólo para potenciar esa facultad complementaria que el sistema de signos hegemónicos le permite ejercer: la operación de lectura.

Entre el proyecto de la antipoesia, que se instaló en las contradicciones de la cotidianidad para desarticular los códigos de una tradición poética que aún privilegiaba la facultad fundadora del poeta cívico, y que terminó propiciando en sus entusiastas seguidores una retórica predecible, y los proyectos neo-vanguardistas de Juan Luis Martínez y Raúl Zurita, el último de los cuales orienta su poesía al diseño de una refundación textual del país, Jorge Torres instala su mirada en ese estadio límite en que se han borrado las fronteras entre la irracionalidad del presente social y la autoridad del saber poético. La recopilación puede leerse como el pastiche en que se ha convertido el país al asumir, vía dictadura, los signos ilusorios de la modernidad: una modernidad periférica, desigual y en ultimo termino superficial.

Inserción que legitima la heterogeneidad de signos y significaciones simbólicas, pero descentradas de un tronco cognitivo auténtico.

Como señala José Joaquín Brunner, refiriéndose a este desfase entre las propuestas de la modernidad y la inserción dependentista de nuestros países en el "nuevo orden":

Lo que resulta de esta doble y explosiva participación-segmentada y diferencial- es algo semejante a lo que proclaman ciertos representantes del postmodernismo: un descentramiento, una de-construcción de la cultura occidental tal como ella es representada por los manuales; de su racionalismo, de su secularismo, de sus instituciones claves, de los hábitos y estilos cognitivos que ella supuestamente impone de manera uniforme (Brünner, 218).

En este catastro de mensajes heterotópicos consumidos sin fiscalización reflexiva por el lector cotidiano, el efecto "postmoderno" se reduce -y en eso consiste a nuestro juicio la validez del libro- a la simple constatación de la segmentación del discurso "nacional" y del desajuste "agónico" entre el paradigma oficial del país "moderno" y las razones tradicionales de la "autoridad" literaria.

En su presentación al libro, David Miralles define el fundamento de esta propuesta de lectura como una actividad de desarticulación semántica:

Su fuerza estética proviene del gesto constructivo que los recorta de su propio y anodino contexto; del hecho, en suma, de "llamarlos" poemas, estableciéndolos, mediante este acto soberano, dentro de un régimen lectural que permite el despliegue de una semanticidad obliterada en su origen. El conjunto de estos pre-textos no puede leerse, por lo tanto, como la suma de unos significados cuyo vínculo con la realidad (su característica más obvia) nos obliga a repensar nuestra inserción en una contingencia histórica desmesurada y traumática, sino, más allá, como el producto de una operación semántica que revela la profunda irracionalidad de semejante Historia.

Aunque el poeta, como productor de mensajes, parece haber quedado marginado de esta contingencia histórica, amenazado por la afasia y obligado a ese gesto mínimo que es apuntar las realidades de papel con el dedo, todavía es un sujeto que guarda sus últimos recursos bajo la manga. La urdimbre poética que, como lector-compilador, le imprime al conjunto textual que no escribió consiste básicamente en recuperar y re-activar el abc de los procedimientos primarios del ejercicio poético: en efecto, encontramos allí, en estado bruto pero claramente ejemplificados, la comparación, la metáfora, la antítesis, el oxímoron, etc. El lector, visualizado idealmente como un "elector" y compaginador de signos (al modo del Elector que busca hacer presente Cristóbal Nonato, de Carlos Fuentes), debe descifrar por sí mismo el haz de contradicciones que hace presente el discurso oficial de la cotidianidad: las contradicciones entre el autoritarismo y la libre empresa, el subdesarrollo y la ilusión de modernidad, la razón y esa versión chilena del surrealismo, y que Lihn denominaba "surreachilismo", destacándola como la contribución más auténtica del país a la cultura contemporánea.

El repertorio textual que "recorta" este sujeto avisado, este picaro sin escuela, es lo suficientemente amplio y variado como para dejar establecido que en el país ahora cabe de todo, y que se ha convertido realmente en un libro abierto, en provincia fértil señalada que aún no ha sido a dominios poético sometida.

En una entrevista fechada en 1985 , Jorge Torres definía en estos términos la perspectiva del libro que venía compilando:

Con Poemas encontrados y otros pre-textos quiero abrir mi espacio creativo con la recuperación de una tradición un poco olvidada en la poesía chilena. La poesía encontrada, poesía visual, el collage. Pero esta búsqueda no nace de la casualidad. Como siempre, la casualidad no es sino una mala excusa de la causalidad. Digo, esta búsqueda obedece a una realidad de primera mano, palpable, puesto que esta realidad estaba siendo muchísimo más rica, un verdadero venero de materiales poéticos de los que yo estaba escaso, amén de los problemas con la censura y la autocensura. Me doy cuenta de que nunca es más cierta la expresión "por la boca muere el pez" y comienzo a tomar entonces del propio discurso periodístico oficial -a prueba de desmentidos- mis materiales. Así las cosas, recortes de avisos económicos, ordenanzas municipales, artículos de crónica roja, noticias insólitas ("En noviembre será licitado el volcán Villarrica"), el acta de defunción y descripción del estado físico de un cadáver NN, etc., van dando cuerpo a un conjunto de materiales que no se terminan en la expresión de un libro sino que invitan al probable lector a que se inicie en la aventura: "La poesía será hecha por todos o no será" (Lautremont). Por esta razón es que no tiene este trabajo la formalidad de un libro. La realidad fuera de contexto junto con ser poética es subversiva e incitadora. Ya no se puede leer un texto sin pensar en el subtexto, y más aún, sin pensar en el texto que no se escribió, o que el lector hubiese escrito. A estas alturas comienza a cerrarse el círculo para abrir otros más amplios y fecundos, espero. (Chihualif, 15)

El catastro pre-poético del libro se clausura -aunque en rigor se abre, al publicarse en 1991- con los gestos grandilocuentes y las palabras de despedidas del que ofició como voz rectora del pastiche cultural de la modernidad "chilensis".

El Primer Magistrado, que entre sus numerosos títulos recibió de yapa el de Patrono de unas cuantas universidades, marcó a su modo la cancha de la literatura. La última página del libro recoge esta declaración, subrayada de una de sus entrevistas:

"-¿Quiere que le diga una cosa? . Odio las poesías. Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada".

El álbum de Jorge Torres está destinado, entonces, a complicar una interrogante: ¿qué poesía se va a escribir en Chile una vez que pierda vigencia el discurso- de suyo anti-poético- del férreo portavoz de la economía libre de mercado?


Ejercicios para recuperar la voz

Usted y yo hemos ensayado demasiado.

Mientras tanto el país cambia. O se habitúa a su ilusoria respiración republicana. Algunos queman sus banderas y otros las parchan con colores más contemporizadores. La ecuación tranquilizadora se expresa en una palabra despojada de aristas polémicas, y que puede identificarnos a todos y nadie en particular: renovación.

En 1963, Enrique Lihn sometía a una duda corrosiva esa confianza un tanto ingenua en el advenimiento natural de la edad de la plenitud. El "profeta irrisorio" que gratifica su escepticismo replegándose en La pieza oscura, su caverna platónica, cuestiona la capacidad volitiva de la generación, su declarado "entusiasmo", anticipando un futuro de claudicaciones versallescas:

Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y estos son, pues, los años venideros.
Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos toda la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.
"Destiempo".

En los tiempos que corren, esta "renovación" se traduce en muchos casos en un acomodo sensato a los patrones en uso, relegando a un cauto olvido las requisitorias utópicas de la juventud.

Un poema de José Emilio Pacheco ("Antiguos compañeros se reúnen") sintetiza esta claudicación de modo lapidario.

Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.

Poemas Renales (1992), el libro más reciente de Jorge Torres, está estrechamente vinculado a Recurso de amparo y Graves, leves y fuera de peligro. Forman parte de un decurso expresivo cuya preocupación básica es someter a prueba la validez significativa de las palabras, las facultades (ahora exoneradas) de la escritura poética, pero no para sumarse al coro de los que se fascinan con su apostasía sino para rescatar su urdimbre salvadora.

El sujeto que declara su voluntad de sobreviviente en este libro, y cuyo título es una antítesis del corpus de la expresividad romántica, aparece como una figura inmovilizada, pero que no se resigna a comulgar ni con el "desencanto" del burgués huérfano de ideologías protectoras ni con formulaciones trascendentalisias.

Confrontado a una experiencia límite, al trato inesperado con la presencia de la muerte, este personaje"desvalido de dársenas" reacciona frente al dolor visceral y los códigos de la conformidad ejercitando vehementemente su facultad expresiva. Galeno de si mismo, ausculta sus signos vitales, que se manifiestan esencialmente como respiración verbal.

El motivo del diálogo con la muerte tiene antecedentes inmediatos en dos poetas chilenos: Arte de morir (1977) de Oscar Hahn, y Diario de muerte (1989), de Enrique Lihn. Pero en este caso su formulación se distingue tanto del distanciamiento carnavalesco de Hahn como de la meditación filosófica de Lihn. La muerte se personifica como la última y aviesa tentación que aguarda al desahuciado: la tentación del silencio, coronada postumamente con loas cívicas y epístolas bíblicas.

La enfermedad metaforiza una situación extrema de orfandad social y cultural, donde el sujeto que yace postrado en el Cuarto de Derrota debe defenderse tanto de los dictámenes del Cirujano como de los del Legista: un "coro de salmos y recetas". Frente a este ofertorio claudicante (someterse al hábito del silencio o al estímulo ilusorio de una "renovada" alquimia semiológica en la que sospecha una retórica más de consolación), asume su convalescencia como vigilia y su pasión vital como un ajuste de cuentas con el lenguaje.

Se recupera aquí, en forma coyuntural, la unicidad del sujeto poético, pero con una función muy precisa: para resituar al hablante como un poeta-cedazo, una figura que va registrando y cerniendo, en un gesto de "piloto gemebundo", esas fórmulas discursivas de variada tesitura que se han ido empozando en el mapa ya enrevesado de la poesía chilena, y que acoge desde la nostalgia lárica hasta el ludismo postmodernista. Es una voz que, enfrentada a la dispersión evidente de esa geología cultural a la que antes se le otorgaba una cierta configuración sistémica ya sea privilegiando el mito de la hermandad generacional o el de la sucesión dinástica de tendencias reguladas por una matriz "nacional" de la cultura, decide curarse en salud de la "esquizopoiesis" que afecta a la escritura poética del momento (el diagnóstico es de Waldo Rojas), donde la heterogeneidad de voces se sublima como espectáculo intertextual: sometiendo su experiencia a una operación de desarticulación de los engranajes retóricos que podrían amortajarla, nos ofrece la radiografía elemental de una voz que aprende a ejercitar su propio ritual de incertidumbres. Pero no para plegarse a la estrategia complaciente de la ambigüedad discursiva. Su ejercicio reivindica una práctica de la escritura como oficio de dudas, postulando una poesía que aprenda a reinsertarse en la cotidianidad histórica y, con una renovada capacidad de asombro ante la vida, sepa dar testimonio de una cierta residencia en la tierra.

 




OBRAS CITADAS

- Alonso, María Nieves, Juan Carlos Mestre, Mario Rodríguez y GilbertoTriviños. Las plumas del colibrí. Quince años de poesía en Concepción (1973-1988), Estudio y antología. Santiago: Ediciones Chile y América/INPRODE, 1989.

- Bianchi, Soledad. "Prólogo" a Entre la lluvia y el arco iris. Algunos poetas jóvenes chilenos. Rotterdam: Ediciones del Instituto para el Nuevo Chile, 1983.

- Brunner, José Joaquín. "Modernidad y posmodernidad en la cultura latinoamericana". Un espejo trizado. Santiago: FLACSO, 1988.

- Campos, Javier. "La joven poesía chilena en el período 1961 - 1973", Cuadernos Hispanoamericanos 415 (1985); 128-144.

- Campos , Javier. La joven poesía chilena en el período 1961-1973. Minnesota/ Concepción: LAR, 1987.

- Chihuailaf, Elicura. "Jorge Torres, un poeta escéptico". Poesía Diaria 7. Temuco (1985): 14 - 17.

- Foxley, Carmen y Ana María Cuneo. Seis poetas de los sesenta. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1991.

- Lihn, Enrique. La pieza oscura. 2ª Edición Madrid: LAR, 1984. (Prólogo de Waldo Rojas).

- Millán, Gonzalo. "Promociones poéticas emergentes: el espíritu del valle" Postdata 4. Concepción (1985): 2-9.

- Rojo, Grínor. Crítica del exilio. Ensayos sobre literatura latinoamericana actual. Santiago: Pehuén, 1988.

- Schopf, Federico. "Las huellas digitales de Trilce y algunos vasos comunicantes". LAR: Revista de literatura 1. (1983).

- Ricardo Yamal. ed. La poesía chilena actual (1960 - 1984) y la crítica. Concepción. Editorial LAR, 1988.

- Torres, Jorge. Graves, leves y fuera de peligro. Concepción, Chile: Editorial LAR. 1988.

- Torres, Jorge. Poemas encontrados y otros pretextos. Valdivia: Ediciones Paginadura, 1991.

- Torres, Jorge. Poemas Renales. Valdivia: El Kultrún/ Barba de Palo, 1992.





Una parte de este estudio fue publicada en la revista Plaza 14-15, primavera-otoño 1988, Department of Romance on Literature, Comitee on Latín American Studies, Graduate Council, Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts. Este mismo estudio, en su versión completa, ha sido publicado en Arte de recordar. Ensayo sobre la memoria cultural de Chile. Santiago/ Minneapolis: Editorial Mosquito/ Instituto for Study of Ideology and Literature, 1994.


(1) El poema está publicado en Poets of Chile. A Bilingual Anthology 1965- 1985, de Steven White (Ed. Greensboro: Unicorn Press, 1986.

 

 

 

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En libre plática. Aproximación a la poesía de Jorge Torres.
Por Juan Armando Epple.
Edición a cargo de Sergio Mansilla.
Ediciones Barba de Palo, 1994