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Torres Ulloa | Autores |
EN LIBRE PLATICA.
APROXIMACIÓN A LA
POESÍA DE JORGE TORRES
Juan Armando
Epple
La poesía como recurso de amparo
Este último tiempo he estado quemando
antiguos objetos de adoración.
Doblando la cerviz
según las circunstancias.
Estoy cansado de ejercer este oficio
de ventrílocuo aficionado.
Estoy quemando mis últimas naves
y topando fondo.
Pero aún me niego
a aceptar mi renuncia
y menos a preparar
mi cóctel
de cicuta.
(Jorge Torres, "Clase de historia").
Los autores del libro "Las plumas del colibrí",
un importante estudio y registro antológico de la poesía
que comenzó a escribirse en Concepción durante el período
de la dictadura militar, caracterizan en estos términos el
panorama socio-cultural que debió confrontar
la poesía chilena a partir de esa ruptura histórica:
Los poetas que escriben en este período
enfrentan y perciben una realidad en la cual predominan los signos
de la muerte, el deterioro, el fracaso, el dolor y la violencia.
"Los pobres símbolos huyen despavoridos" ante una
realidad que se resiste a ser verbalizada a través del lenguaje
poético tradicional al constituirse en un mundo impensable
dentro de los parámetros en que se había desarrollado
una idea de sociedad y de nacionalidad. Podemos decir que el rostro
de Chile que emerge después del 11 de septiembre es tan sorpresivo
para los poetas como lo fue el del nuevo mundo para los descubridores.
Esta homología, salvando todas las diferencias pertinentes,
enfatiza la común dificultad para encontrar un alfabeto,
un idioma que designe la irrupción brusca de lo otro, la
irrupción de la cara oculta de la realidad. Al contrario
de los conquistadores cuya colonización verbal del Nuevo
Mundo consistió en hacer ingresar lo descubierto, despojándolo
de su identidad, en los parámetros de la lengua española,
los poetas chilenos enfrentados a las cenizas de su mundo debieron
preguntarse por la verdadera identidad de Chile, releer la historia
y la poesía; encontrar un lenguaje capaz de dar cuenta del
cambio ocurrido. En este empeño ineludible y nunca diferido,
la poesía chilena, convertida también en testimonio,
se abre en múltiples direcciones. Larismo desvaído,
larismo renovado, experimentalismo y neovanguardismo, historización
del agonismo y del carácter crítico de la "emergencia"
(promoción del 60), utopismo, realismo histórico,
objetivismo, continuidad de la antipoesía con distintos resultados,
etc., son algunos de los conceptos con los que la crítica
ha intentado sistematizar o designar al menos esta abundantísima
respuesta poética. Se trata, en efecto, y valga el símbolo,
de un mar tormentoso y heterogéneo de poesía ("llovían
palabras") que guarda, sin embargo, algunas directrices fundamentales.
La primera de ellas hace referencia a la definitiva y asumida cancelación
del silencio. La poesía rescata la palabra de la censura,
de la desconfianza, del temor. Ello se traduce en la eclosión
de la productividad poética que señalábamos.
La poesía, la literatura, asumen frente a los discursos políticos
periodísticos y oficiales, roles de sustitución, llenando
el vacío discursivo de la disidencia y la crítica.
La poesía suple la ausencia verbal, sustituye los discursos
clausurados, combatiendo la mudez, a la que han sido condenados
por un discurso hegemómco, los modos de decir tradicionales
de una sociedad (Alonso. 36).
En los estudios introductorios se destacan algunos rasgos
diferenciales del nuevo discurso poético: el sentido de menoscabo
o pérdida de la intimidad y su sustitución o enmascaramiento
en un sujeto lírico pluralizado, la autorreferencialidad del
discurso, que se extrema hasta poner al descubierto sus propias estrategias
textuales, el juego de eliciones semánticas que apela a la
capacidad de un lector cómplice para codificar implicaciones
meramente aludidas u oportunamente silenciadas, y una renovada predilección
por las opciones de la coloquialidad o la mimesis del lenguaje oral.
Una poesía que reacciona contra la sospecha y la mala fe escenificando
su propio tinglado. Pero sobretodo, una poesía que trabaja
sus estrategias textuales desde las rasgaduras o la opacidad del silenciamiento.
Es un silencio que transfiere al receptor, entendido como co-partícipe
de la experiencia de extrañamiento, lo no dicho. Es el lector
quien debe inferir, por asociación receptiva, lo que está
subyacente o sobreentendido en ese juego de eliciones que elabora
el sujeto poético, un hablante que ya no se siente con la responsabilidad
de decir para quién trabaja.
Jorge Torres estuvo vinculado inicialmente a esa promoción
de poetas que inició su actividad literaria a mediados de los
sesenta, una promoción que se preció de puente dialogante
antes que avanzada rupturista, y a la que hoy se le reconoce el mérito
de ampliar los espacios culturales del país situando a las
provincias en el mapa activo del debate y la creación. Uno
de esos polos se constituyó en Valdivia, donde al amparo de
dos universidades regionales se promovieron encuentros literarios,
peñas folklóricas, representaciones de teatro y ballet,
escuelas de temporada y trabajos voluntarios programados para diferentes
enclaves sub-regionales del sur del país (el área cordillerana,
el litoral de la costa y la provincia de Aysén, etc.). Hubo
incluso algunos entusiastas aspirantes a cineastas (Lucho Bustamante,
Carlos Olivares, Carlos Flores y Leo Kocking), que se propusieron
organizar un festival de cine chileno, esgrimiendo como garantía
institucional el Cine Club de la Universidad Austral, que se precia
de ser el más antiguo del país. A la publicitada convocatoria
sólo respondió Raúl Ruiz, conocido hasta entonces
por sus películas Tres tristes tigres y Palomita
blanca (los organizadores lo homenajearon con un paseo por el
río).
La promoción poética de los sesenta ha comenzado a ser
objeto de una demarcación historiográfica y crítica
diferenciada, tanto en ensayos de aproximación general como
en estudios específicos dedicados a algunos de sus cultores.
Surgida en una período coyuntural, donde las requisitorias
de cambio social estimulaban una actitud de cuestionamiento y reformulación
de las práctica culturales vigentes en el país, es explicable
que la lectura actual de esta poesía este orientada a caracterizar
los referentes socio-culturales que contextualizaban su producción
de sentidos y a someter a un escrutinio severo sus formulaciones.
Federico Schopf y Gonzalo Millán, dos integrantes de esa promoción
poética, buscan dar cuenta del clima cultural que dinamizaba
y entrababa las propuestas poéticas de sus congéneres,
en artículos que diseñan un mapa rememorativo de sus
actividades grupales, sus dilemas y afanes, pero sin aventurarse todavía
a un ajuste de cuentas con el período (Schopf, 1983; Millán,
1985).
Los trabajos de Soledad Bianchi y Javier Campos, desde una óptica
histórico-cultural, trazan sobre todo el entramado dialogante
de esta poesía con la tradición nacional, situándola
en un periplo de afirmación y diversificación de poéticas
ya establecidas, y donde los supuestos "renovadores" de
la generación "emergente" se alojan con cierta comodidad
en esa tradición ya decantada de la modernidad, donde los signos
de ruptura están de algún modo prescritos en los modelos
discursivos en uso.
Grínor Rojo, en el que es hasta ahora el cuestionamiento crítico
más severo de la praxis poética que asumió esta
generación, destaca sus líneas de continuidad con la
tradición proveniente de la vanguardia histórica y la
contradicción entre una práctica continuista y un modo
de vida social que comenzaba a hacer evidente el quiebre de la sociedad
chilena (Rojo, 1988).
Carmen Foxley y Ana María Cúneo, con una estrategia
de lectura que acentúa el análisis textual, sitúan
la obra de esta generación en los términos que hacía
falta: a partir de los paradigmas socio-culturales con los que vinculaba,
en términos de producción y recepción. Este acercamiento
busca poner en evidencia los dilemas ideológicos y cognoscitivos
que textualizaba esa poesía y el proceso tanto de cuestionamiento
como de relegitimación de códigos culturales que los
obsesionaba: sus rituales de argumentación poética.
Creo que en el plano cultural, la poesía chilena que surge
en la década del sesenta se sostiene en la convicción
de constituir una práctica capaz de evolucionar a partir de
su propia tradición. Para Grínor Rojo, una de las razones
que explican su incapacidad o reticencia para producir un cuestionamiento
más radical de los modos de producción literario en
un momento de crisis de la estructura general del país se debió
"también a la soberbia estructural de una práctica
que entre nosotros ha poseído y sigue poseyendo una abundancia
de recursos que es muy superior a la de otras esferas de la productividad
del país" (Rojo, 73). Para los poetas novicios, esta tradición
parece gravitar más como un peso ineludible que como un reto.
Waldo Rojas explicará años después este arraigo
problemático a la tradición fundada por los mayores.
En su prefacio a la segunda edición de La pieza oscura
destaca el terreno en que buscaba afirmarse la que él ilamó
"la generación emergente":
Bajo la bóveda poética luminosísima
que la tradición chilena explayaba en el cielo literario
de esos años, los jóvenes de turno habíamos
comprendido quizá mejor que sin ignorar el brillo de ciertas
constelaciones ni ser deslumbrados por ellas, se trataba de buscar
en un terreno así iluminado un derrotero propio.
Y en una nota aclaratoria, agrega:
Noción entonces provisoria, nos sirvió
antes que nada para dar cuenta de nuestra renuencia a justificar
la identidad de dicho grupo reivindicando la pertenencia a una "generación"
en el sentido de distinción provocativa y de acometividad
colectiva ante la tradición. Resistencia también a
atribuirnos por esa eventual filiación un cualquier destino
histórico. El termino "emergente" quería
señalar simplemente un estado de cosas relativo a la conciencia
que compartíamos del hecho de surgir en el extremo de una
tradición vigorosa y plural, sin rupturas ni aspavientos
vanguardistas, sin exclusiones ni exclusivos, y asumir su prolongación
natural asimilándola.
Si bien la realidad social, en tensión de cambio,
invitaba a ensayar una poesía diferente (algo que ocurría
en el vitalismo lírico de la nueva narrativa, en el teatro
y en la canción popular) lo cierto es que estos poetas parecían
más preocupados de dirimir diferencias contra las limitaciones
de la llamada "poesía social" según el modelo
estimulado por la cultura política de izquierda que de afirmar
sus propias propuestas. Las opciones del poeta cívico o profético
ya venían siendo derogadas, con sutil ironía, por Neruda
a partir de Estravagario, para ser luego sometidas a distanciamiento
paródico por Nicanor Parra y sobre todo Enrique Lihn en La
pieza oscura (1963), posiblemente el libro que tuvo mayor influencia
en las exploraciones que acometió esta generación. Es
sintomático, al respecto, ver que los pocos textos de temática
social que escribieron estos novicios escépticos, textos coyunturales
destinados a revistas, no fueron incluidos posteriormente en sus libros.
La opción elegida resulta, en este sentido, si no legitimizadora
del termino "emergente" propuesto como deslinde generacional,
al menos coherente: a nivel del aprendizaje cultural primaba la preocupación
por entenderse con ese legado poético, sopesar afinidades y
diferencias, y en el plano de la creación personal el camino
se orientó rápidamente a la reflexión sobre el
acto de poetizar, a una praxis volcada hacia los dilemas de la producción
textual. En este sentido, si la sociedad estimulaba en ese momento
una reflexión crítica y movilizadora sobre los medios
de producción social y las condiciones de producción,
en la poesía al parecer se privilegiaron como prerrogativas
las cuestiones que atañían a la autonomía de
los procesos creativos en oposición a la concepción
programática de la cultura que exigían los partidos
políticos, y que tendían a verla como una expresión
subsidiaria del hacer político.
Pienso que por aquí se puede explicar esa aparente contradicción
que se señala a los escritores (y sobre todo a los poetas)
de los 60: su reticencia a formular credos programáticos para
la literatura o a definir una política cultural para el nuevo
gobierno. Esas políticas quedaron en manos de los militantes
profesionales, mientras que los escritores aceptaron el lugar provisorio
de la "quinta rueda", a la espera de validar su capacidad
motora.
Pero una lectura atenta de sus textos permite detectar en esa poesía
signos de alarma frente a la confianza gozosa en los cambios o de
reticencia a aceptar de buenas a primeras las buenas nuevas de la
utopía. En varios de estos poetas se advertía un marcado
esfuerzo por indagar tanto en los supuestos ideológicos de
la realidad chilena del período como en las verdades "provisorias"
propuestas por la tradición poética.
En correspondencia con lo anterior, el quehacer poético se
entiende no tanto como discurso autosuficiente sino como especulación
coyuntural, y el libro [son poetas que extremaron la fiscalización
de sus publicaciones] como entidad provisoria, sujeta a reformulaciones.
A veces nos preguntamos por qué publicaron tan pocos libros
teniendo buenas posibilidades editoriales, y sobre todo una crítica
receptiva e inmediata. Pienso que la explicación está
justamente en esta desconfianza crítica y autocrítica
frente a los parámetros del discurso cultural en que estaban
insertos. Poetas que se sentían a la vez protagonistas generacionales
de los 60 y voces fuera de lugar, terminaron autopercibiéndose
como un grupo en inter-dicción: separados tanto de los lenguajes
sociales (que exigían una poesía más comprometida,
de "toma de posiciones"), como de la supuesta eficacia representativa
de la poesía cívica (el poeta que habla en nombre de
la comunidad) Esta percepción del mundo desde una perspectiva
de inter-dicción legitima esa mirada que se ejerce desde los
márgenes, ventanas, resquicios, y que se asienta siempre en
espacios coyunturales (el motivo del puente, de la isla, etc.) O que
privilegia el motivo literario del juego (el azar).
A partir de esa fecha de ruptura que ahora pesa como una referencia
obsesiva en la memoria nacional, el poeta Jorge Torres quedó
aislado en una zona quizás más difícil que la
del exilio externo: el de la ciudad otra vez provinciana. Ello le
permitió oficiar de testigo directo y (des)autorizado de la
experiencia cotidiana bajo el sistema dictatorial, y su sistema de
exclusiones. Pero lo que es más importante, lo forzó
a entenderse críticamente con los parámetros de la tradición
poética en que se insertaba con cierta comodidad su generación.
Pese a la condición de doble aislamiento en que quedaron los
que persistieron en el oficio literario en el sur de país,
o quizás gracias a esta situación que los eximía
de tutelajes, un escaso pero voluntarioso grupo juvenil se empeñó
en rearticular una presencia cultural en ese terreno minado de la
provincial. La historia de ese "noviciado" deberá
recapitularse algún día, pero ésta es tarea de
sus protagonistas.
Por mi parte quiero limitarme a señalar algunos de estos proyectos.
En 1977 un grupo de docentes y estudiantes de la Escuela de Castellano
de la Universidad Austral de Chile organizaron el "Primer Encuentro
de Poesía Joven del Sur de Chile", que reunió a
escritores provenientes de la zona que va de Concepción a Chiloé.
Más que una tarea de deslinde generacional, lo que se manifiesta
aquí es el deseo de prolongar el estilo convocatorio del desaparecido
grupo "Trilce", cuando las aguas empujan hacia la dispersión
y el ostracismo. El poeta Walter Höefler, que había quedado
como una especie de eslabón involuntario de una cadena que
nunca alcanzó a consolidarse, asumió la tarea de editar
la antología resultante de ese encuentro. El libro fue publicado
con el patrocinio de la Universidad Austral, para ser retirado posteriormente
de la circulación. El editor fue exonerado de la Universidad,
y antes de partir al exilio obtuvo el premio de poesía de la
Municipalidad con un poema que merece un lugar especial en el historial
literario valdiviano, un poema que cifra y a la vez cancela esa contradicción
generacional entre la tradición y la ruptura: "Me despido
de la ciudad".(1)
El trabajo poético de Jorge Torres no sólo es un testimonio
de las condiciones marginales en que se fue re-constituyendo un espacio
para la voz poética, sino que hace presente y convierte en
acto discursivo justamente este proceso de pérdida y recuperación
de la voz.
Relegado a ese plano doblemente disminuido del exilio
interno, desde esa condición marginal comenzó a redefinir
su voluntad expresiva como un proceso de "reciclaje" de
lenguajes tanto de la tradición poética inmediatamente
anterior como del discurso censurado o permisible de la crónica
diaria. En la serie que forman Recurso de amparo (1975), Palabras
en desuso (1978), el sujeto poético se define como una
presencia marginal, despojada de autoridad "poética"
y hasta del derecho a la palabra, que sobrevive alimentándose
de los signos dispersos de sistema de referencias culturales antes
"legibles", pero que ahora sólo sirven para metaforizar
el desamparo. Estos retazos de signos, materiales en desuso similares
a los que usaban las arpilleristas, sirven de base primaria para revertir
la condición mendicante a que ha sido forzado el poeta y de
rearticular una humanidad íntima que interpela la lógica
excluyente del nuevo sistema. Su arte, intento de reconstitución
para recomponer y hacer legibles los deshechos que han quedado en
el camino como huellas del tránsito abrupto a una "modernidad"
impuesta manu militari, se reformula inicialmente como un acto
verbal de supervivencia.
Su libro Graves, leves y fuera de peligro (1988) selecciona
y ordena un periplo creativo que abarca dos décadas (de 1967
a 1987). Autoselección que no aspira a constituirse en una
summa significativa de trayectoria poética, sino a deslindar
las etapas de una biografía creativa donde el sujeto expone
las vicisitudes de su trato con el lenguaje.
Jorge Torres estuvo por varios años atado al moroso suplicio
de la máquina dializadora, y gracias a un trasplante exitoso
de riñon, pudo normalizar su vida. El título alude por
una parte a esa experiencia personal y por otra metaforiza el vía
crucis del cuerpo social y cultural del país, sometido a una
drástica e inmovilizadora operación quirúrgica.
De paso confronta irónicamente el haz metafórico, de
impronta biologista, que adoptó el discurso del régimen
para explicar su modus operandi sobre la nación. El
sujeto convalesciente se convierte así en el territorio íntimo
sobre el que gravitan los procesos de manipulación social y
cultural de la identidad, la operación afásica que se
le propone como remedio para cortar los lazos problemáticos
con el pasado o como sedativo existencial.
Me interesa revisar aquí las claves poéticas que me
parecen más relevantes de este texto.
Hay dos coordenadas que orientan su propuesta poética: por
una parte el tópico clásico de la vida como tránsito,
actualizado como temporalidad histórica, y por otra, una disposición
u ordenación discursiva en que la poesía se entiende
como bitácora. Pero como la experiencia central que la articula
no es el desplazamiento territorial, que puede solazarse con la variedad
de otros espacios sociales y culturales, sino que está in
situ en un espacio original sometido al cambio, a la desarticulación
de sus antiguos referentes humanos, se trata de una bitácora
que asedia los signos de la cotidianidad y la capacidad desmitificadora
de la palabra.
El libro está dividido en cuatro secciones que establecen entre
sí una relación dialogante y sugieren una lectura dialéctica
de los temas y motivos configurados. Desligados antes en las circunstancias
de su escritura, estos poemas se conciertan ahora para proponer el
diagnóstico de los padecimientos.
En la primera parte, el personaje asume su escritura como un ejercicio
de eficacia dudosa, pero a la vez como gesto de salvación.
Son textos que surgen inicialmente mimetizados en las formas manipuladas
del lenguaje oficial: el de los medios de comunicación, las
actas judiciales, y algunos tropos reconocidos de las versiones publicas
de la historia local y nacional. El poema busca poner en jaque la
pertinencia de esos lenguajes falsos y alienantes, pero sin llegar
a someterlos al escarnio o la irrisión.
Escribir es la vez un acto protector y desafiante: un recurso de amparo.
"Recurso" como actividad que se pone a prueba a si misma,
consciente de sus limitaciones como acto de comunicación social,
y ahora también de sus posibilidades paródico-burlescas.
"Recurso" también como alteración y modificación
táctica de la palabra, explorando sus virtualidades de juego
o bricolage. Y ''amparo" como potenciación de un
(im)probable poderío de la palabra poética para defender
al hablante, en tanto conciencia individual y social, y salvarlo no
en el sentido jurídico del término, sino ético.
Esta era la convicción que orientaba su primer poemario post-golpe.
Recurso de amparo (1975), publicado antes de que el término
fuera rescatado como un concepto legal. En todo caso, el título
le creó algunos problemas con las nuevas autoridades, parte
de la escasa edición fue requisada, e incluso apareció
una nota en la prensa capitalina donde se aseguraba que sería
rechazado un recurso de amparo presentado por un señor en Valdivia.
Esta antología, en todo caso, no pretende autoevaluarse
como una poesía de ruptura, ni menos adherirse a la actitud
adánica que empezó a imponerse en la poesía de
los ochenta, con más voluntarismo que pruebas al canto. Al
contrario, todavía adscrita a esa actitud dialogante que buscaba
mantener su generación, la que se preció de acumuladora
de lecturas antes que de tranagresora, deja entrever con cierta ostentación
sus vínculos con una doble vertiente de la tradición
chilena inmediatamente anterior. Por una parte, privilegia una adhesión
a esa naturaleza provinciana, supuestamente depositaría de
valores anteriores a las consecuencias de la modernización
y sus detritus o perversiones oficiales, que levantó como señal
de alarma la poesía lárica, cuyo exponente más
destacado y consecuente fue Jorge Teillier. Por otra, se hace eco
de la desconfianza en la eficacia del verbo como vehículo ejemplifícador
de verdades y de la necesidad de abrir las pociones del lenguaje a
la configuración iconoclasta de las contradicciones de lo humano,
tal como se expresaba en la poesía de Enrique Lihn. Doble vertiente
que reformula sus opciones en la escritura tentativa de un autor para
quien el quedecir poético es también un acto de re-inserción
en las lecturas de sus coetáneos. Estas vertientes gravitan
en un discurso que debe hacerse cargo ahora de la violenta alteración
del habitat cotidiano. La alienación y la minusvalía
extrema afectan a la poesía en un período de cosifícación
grosera de las relaciones sociales y humanas y de endiosamiento de
las leyes del mercado.
La segunda parte distiende una requisitoria en torno al motivo del
tiempo, entendido no como abstracción metafísica sino
como percepción agónica y a la vez lúdica de
la temporalidad. Una temporalidad encarnada en las vivencias cotidianas
y en la recuperación de un vínculo solidario con quienes
comparten el deseo imperioso de rescatar un mínimo tejido humano
como base de las relaciones sociales, aunque ese tejido esté
por ahora traspapelado en las huellas de la memoria y sea objeto de
exploración nostálgica y de interpelaciones que se traban
en un código de guiños y subentendidos.
Una figura ominosamente presente en esta sección es la muerte.
Pero es una muerte con la que es posible dialogar, no con una retórica
sarcástica sino con la ironía distanciadora con que
se sopesan las intenciones de una nueva y obsecuente "compañera
de ruta". Siendo un motivo literario inserto con autonomía
significativa en el libro, el trasfondo experiencial que hemos destacado
más arriba le otorga un sedimento dramático que resulta
muy difícil reducir a formulaciones tópicas o recursos
estilísticos: es un topos que se impone corporizándose.
La tercera parte configura una sene poética centrada
en el motivo del amor el amor no como conquista complaciente ni recuerdo
nostálgico de los nectares de la juventud, sino como ficción
salvadora. Momento privilegiado de la consumación de experiencias
de comunicación, es la dudosa pero deseada antítesis
de la muerte. A la vez, la tesitura reflexiva que el sujeto le impone
a esta experiencia atrae v somete a distanciamiento irónico
algunos de los códigos de la poesía amatoria que los
jóvenes escritores de su generación reciclaban de la
retorica romántica.
Finalmente, la serie titulada "Después del amor"
remite a esa tradición reflexiva de la experiencia amorosa
que se encuentra en los clasicos latinos, se reformula en el barroco
español (Quevedo, por ejemplo) y en Chile se actualiza como
iconoclasta en la antipoesía de Parra pero sobre todo en la
fervorosa recepción del bolero y el tango.
En relación al periplo biográfico que define el sujeto
poético, el amor se articula como una ficción salvadora:
el personaje ha explorado sus opciones, ha consumado sabia o atolondradamente
los dones del amor, creyendo que consumar es consumirse, es arder
en el gesto: pero luego el distanciamiento reflexivo lo pone anímicamente
fuera de peligro. Hay aquí una confrontación a la vez
dramática y lúdica de las formas tradicionales de la
retórica amorosa con la percepción sensorial (y sensaul)
de la experiencia. El lenguaje poético asume con soltura y
fuerza expresiva tanto esa tonalidad coloquial que privilegia la poesía
de Nicanor Parra como la condensación objetivista de la poesía
de Gonzalo Millan.
Esa experiencia amatoria le propone un cierto sentido a su identidad
ahora desmedrada, pero no es suficiente para salvar su discurso. Por
eso termina aceptando como principio antologico, su condición
mendicant: e "Me bato en retirada. Me alejo/. Entonces tu figura/
se convierte en nebulosa para ser solo un punto fijo/ en el nacimiento
de la nariz / obligándome a convertirme/ en un turnio irremediable/
que debe recurrir a los servicios/ de un lazarillo/ para no andar
a topetones" ("Se necesita un lazarillo").
De la poesía considerada como una rama de la arqueología
La venta de cosas
que no existen, pero que se espera que existan, se entenderá
hecha bajo
condición de existir, salvo que se exprese lo
contrario, o que por la naturaleza del contrato aparezca que se
compró la suerte.
(Artículo 1813. "Código Civil Chileno")
Recibimos ancianos, cualquier
estado desde 10.000.
(Aviso en la prensa)
Los náufragos tendrán libre acceso
a la playa y serán socorridos por las autoridades locales.
(Artículo 604, Código Civil Chileno)
¿Registro de algunos niveles pre-poéticos
de la escritura o signos autosufícientes de un discurso surrealista?
Los textos que hemos citados son "reales" en la medida en
que se han "recortado" del discurso público que gobierna
el país en los años del régimen dictatorial,
destacando esos códigos que enuncian la lógica económica,
social y jurídica de un sistema. Son irreales en la medida
en que su eficacia referencial es permanentemente cuestionada por
la misma realidad que busca reglamentar: un discurso que parece parodiarse
a sí mismo, haciendo irrisión de sus fundamentos falaces.
A la vez que seleccionaba esos materiales "en desuso" para
tratar de rearticular un espacio de expresión individual, coleccionaba
tijera en mano los lenguajes "en uso" presintiendo que allí
se conjugaba una (futura) crónica de época que habría
que leerse en su momento con ojo inquisitivo.
El collage compaginado por Jorge Torres bajo el título de Poemas
encontrados y otros pre-textos (1991) es a su modo una crónica
"poética" del período de silenciamiento de
las opciones "creadoras" del lenguaje, sobre todo si se
la lee buscando aquellos sub-textos que oculta (por omisión
tácita o como artimaña trasvestista) el mensaje. Se
trata de una recopilación de citas, noticias de la prensa,
avisos económicos, declaraciones, párrafos marcados
del código civil y de reglamentos municipales, párrafos
de entrevistas, etc., que pudo haber reunido cualquier desocupado
lector del país. Sobre todo aquel que necesitaba un pasatiempo
terapéutico para entretener su forzada cesantía: su
exilio social y profesional.
El conjunto textual que recoge y organiza Jorge Torres, en la tradición
del "ready made", no se propone como un discurso fiscalizado
por una perspectiva autosuficiente y con parámetros acotados
sobre la realidad, ni se satisface en la superposición de significados
para declarar lo que ya se sabe del país objeto de atención
"literaria": la patética fragmentación de
su lógica discursiva.
La recopilación recuerda inicialmente esos álbumes destinados
a fíjar una bitácora personal para satisfacción
de la memoria privada. Pero los materiales aquí reunidos se
refieren a otra historia: lo que se va diseñando aquí
es la radiografía de un discurso publico que se fue difundiendo
sin apelaciones criticas, una radiografía de la contingencia
autoritaria que se lee como realidad fragmentada y huérfana
de totalizaciones simbólicas convincentes.
Se trata, en síntesis, de un esfuerzo irónico de desconstruccion
del discurso hegemómco, pero sin que se intente fundar otro
alternativo.
Como propuesta estética, nos encontramos aquí con un
repliegue hacia el estado mas inerme y paralogizado del intento de
alocución cuando la poesía ha cancelado sus posibilidades
expresivas, y el poeta se instala en la banca de la reserva para bosquejar
un catastro de los lenguajes que han usurpado esa posición
protagónica con que se auto-designaba en tanto productor de
poesía. A partir de esta "crisis expresiva", la mudez
verbal es reemplazada por el ojo que lee. Es esta posición
desmedrada la que articula el proceso de compaginación textual
si al poeta se le han cercenado las posibilidades de oficiar la palabra,
de configurar un orden de sentidos mas o menos confiable, la coyuntura
del silencio que padece le deja al menos la posibilidad de desmontar
y rearticular lo dicho por otros. La operación creativa, en
su sentido tradicional, se reduce al mínimo, o aparentemente
se autoanula, pero sólo para potenciar esa facultad complementaria
que el sistema de signos hegemónicos le permite ejercer: la
operación de lectura.
Entre el proyecto de la antipoesia, que se instaló en las contradicciones
de la cotidianidad para desarticular los códigos de una tradición
poética que aún privilegiaba la facultad fundadora del
poeta cívico, y que terminó propiciando en sus entusiastas
seguidores una retórica predecible, y los proyectos neo-vanguardistas
de Juan Luis Martínez y Raúl Zurita, el último
de los cuales orienta su poesía al diseño de una refundación
textual del país, Jorge Torres instala su mirada en ese estadio
límite en que se han borrado las fronteras entre la irracionalidad
del presente social y la autoridad del saber poético. La recopilación
puede leerse como el pastiche en que se ha convertido el país
al asumir, vía dictadura, los signos ilusorios de la modernidad:
una modernidad periférica, desigual y en ultimo termino superficial.
Inserción que legitima la heterogeneidad de signos y significaciones
simbólicas, pero descentradas de un tronco cognitivo auténtico.
Como señala José Joaquín Brunner, refiriéndose
a este desfase entre las propuestas de la modernidad y la inserción
dependentista de nuestros países en el "nuevo orden":
Lo que resulta de esta doble y explosiva
participación-segmentada y diferencial- es algo semejante
a lo que proclaman ciertos representantes del postmodernismo: un
descentramiento, una de-construcción de la cultura occidental
tal como ella es representada por los manuales; de su racionalismo,
de su secularismo, de sus instituciones claves, de los hábitos
y estilos cognitivos que ella supuestamente impone de manera uniforme
(Brünner, 218).
En este catastro de mensajes heterotópicos consumidos
sin fiscalización reflexiva por el lector cotidiano, el efecto
"postmoderno" se reduce -y en eso consiste a nuestro juicio
la validez del libro- a la simple constatación de la segmentación
del discurso "nacional" y del desajuste "agónico"
entre el paradigma oficial del país "moderno" y las
razones tradicionales de la "autoridad" literaria.
En su presentación al libro, David Miralles define el fundamento
de esta propuesta de lectura como una actividad de desarticulación
semántica:
Su fuerza estética proviene del gesto
constructivo que los recorta de su propio y anodino contexto; del
hecho, en suma, de "llamarlos" poemas, estableciéndolos,
mediante este acto soberano, dentro de un régimen lectural
que permite el despliegue de una semanticidad obliterada en su origen.
El conjunto de estos pre-textos no puede leerse, por lo tanto, como
la suma de unos significados cuyo vínculo con la realidad
(su característica más obvia) nos obliga a repensar
nuestra inserción en una contingencia histórica desmesurada
y traumática, sino, más allá, como el producto
de una operación semántica que revela la profunda
irracionalidad de semejante Historia.
Aunque el poeta, como productor de mensajes, parece haber
quedado marginado de esta contingencia histórica, amenazado
por la afasia y obligado a ese gesto mínimo que es apuntar
las realidades de papel con el dedo, todavía es un sujeto que
guarda sus últimos recursos bajo la manga. La urdimbre poética
que, como lector-compilador, le imprime al conjunto textual que no
escribió consiste básicamente en recuperar y re-activar
el abc de los procedimientos primarios del ejercicio poético:
en efecto, encontramos allí, en estado bruto pero claramente
ejemplificados, la comparación, la metáfora, la antítesis,
el oxímoron, etc. El lector, visualizado idealmente como un
"elector" y compaginador de signos (al modo del Elector
que busca hacer presente Cristóbal Nonato, de Carlos
Fuentes), debe descifrar por sí mismo el haz de contradicciones
que hace presente el discurso oficial de la cotidianidad: las contradicciones
entre el autoritarismo y la libre empresa, el subdesarrollo y la ilusión
de modernidad, la razón y esa versión chilena del surrealismo,
y que Lihn denominaba "surreachilismo", destacándola
como la contribución más auténtica del país
a la cultura contemporánea.
El repertorio textual que "recorta" este sujeto avisado,
este picaro sin escuela, es lo suficientemente amplio y variado como
para dejar establecido que en el país ahora cabe de todo, y
que se ha convertido realmente en un libro abierto, en provincia fértil
señalada que aún no ha sido a dominios poético
sometida.
En una entrevista fechada en 1985 , Jorge Torres definía en
estos términos la perspectiva del libro que venía compilando:
Con Poemas encontrados y otros pre-textos quiero abrir mi espacio creativo con la recuperación de una
tradición un poco olvidada en la poesía chilena. La
poesía encontrada, poesía visual, el collage. Pero
esta búsqueda no nace de la casualidad. Como siempre, la
casualidad no es sino una mala excusa de la causalidad. Digo, esta
búsqueda obedece a una realidad de primera mano, palpable,
puesto que esta realidad estaba siendo muchísimo más
rica, un verdadero venero de materiales poéticos de los que
yo estaba escaso, amén de los problemas con la censura y
la autocensura. Me doy cuenta de que nunca es más cierta
la expresión "por la boca muere el pez" y comienzo
a tomar entonces del propio discurso periodístico oficial
-a prueba de desmentidos- mis materiales. Así las cosas,
recortes de avisos económicos, ordenanzas municipales, artículos
de crónica roja, noticias insólitas ("En noviembre
será licitado el volcán Villarrica"), el acta
de defunción y descripción del estado físico
de un cadáver NN, etc., van dando cuerpo a un conjunto de
materiales que no se terminan en la expresión de un libro
sino que invitan al probable lector a que se inicie en la aventura:
"La poesía será hecha por todos o no será"
(Lautremont). Por esta razón es que no tiene este trabajo
la formalidad de un libro. La realidad fuera de contexto junto con
ser poética es subversiva e incitadora. Ya no se puede leer
un texto sin pensar en el subtexto, y más aún, sin
pensar en el texto que no se escribió, o que el lector hubiese
escrito. A estas alturas comienza a cerrarse el círculo para
abrir otros más amplios y fecundos, espero. (Chihualif, 15)
El catastro
pre-poético del libro se clausura -aunque en rigor se abre,
al publicarse en 1991- con los gestos grandilocuentes y las palabras
de despedidas del que ofició como voz rectora del pastiche
cultural de la modernidad "chilensis".
El Primer Magistrado, que entre sus numerosos títulos recibió
de yapa el de Patrono de unas cuantas universidades, marcó
a su modo la cancha de la literatura. La última página
del libro recoge esta declaración, subrayada de una de sus
entrevistas:
"-¿Quiere que le diga una cosa? . Odio las poesías.
Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada".
El álbum de Jorge Torres está destinado, entonces, a
complicar una interrogante: ¿qué poesía se va
a escribir en Chile una vez que pierda vigencia el discurso- de suyo
anti-poético- del férreo portavoz de la economía
libre de mercado?
Ejercicios para recuperar la voz
Usted y yo hemos ensayado
demasiado.
Mientras tanto el país cambia. O se habitúa a su ilusoria
respiración republicana. Algunos queman sus banderas y otros
las parchan con colores más contemporizadores. La ecuación
tranquilizadora se expresa en una palabra despojada de aristas polémicas,
y que puede identificarnos a todos y nadie en particular: renovación.
En 1963, Enrique Lihn sometía a una duda corrosiva esa confianza
un tanto ingenua en el advenimiento natural de la edad de la plenitud.
El "profeta irrisorio" que gratifica su escepticismo replegándose
en La pieza oscura, su caverna platónica, cuestiona
la capacidad volitiva de la
generación, su declarado "entusiasmo", anticipando
un futuro de claudicaciones versallescas:
Nuestro entusiasmo alentaba a estos días
que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y estos son, pues, los años venideros.
Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos toda la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.
"Destiempo".
En los tiempos que corren, esta "renovación" se
traduce en muchos casos en un acomodo sensato a los patrones en uso,
relegando a un cauto olvido las requisitorias utópicas de la
juventud.
Un poema de José Emilio Pacheco ("Antiguos compañeros
se reúnen") sintetiza esta claudicación de modo
lapidario.
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
Poemas Renales (1992), el libro más reciente de Jorge
Torres, está estrechamente vinculado a Recurso de amparo
y Graves, leves y fuera de peligro. Forman parte de un decurso
expresivo cuya preocupación básica es someter a prueba
la validez significativa de las palabras, las facultades (ahora exoneradas)
de la escritura poética, pero no para sumarse al coro de los
que se fascinan con su apostasía sino para rescatar su urdimbre
salvadora.
El sujeto que declara su voluntad de sobreviviente en este libro,
y cuyo título es una antítesis del corpus de la expresividad
romántica, aparece como una figura inmovilizada, pero que no
se resigna a comulgar ni con el "desencanto" del burgués
huérfano de ideologías protectoras ni con formulaciones
trascendentalisias.
Confrontado a una experiencia límite, al trato inesperado
con la presencia de la muerte, este personaje"desvalido de dársenas"
reacciona frente al dolor visceral y los códigos de la conformidad
ejercitando vehementemente su facultad expresiva. Galeno de si mismo,
ausculta sus signos vitales, que se manifiestan esencialmente como
respiración verbal.
El motivo del diálogo con la muerte tiene antecedentes inmediatos
en dos poetas chilenos: Arte de morir (1977) de Oscar Hahn,
y Diario de muerte (1989), de Enrique Lihn. Pero en este caso
su formulación se distingue tanto del distanciamiento carnavalesco
de Hahn como de la meditación filosófica de Lihn. La
muerte se personifica como la última y aviesa tentación
que aguarda al desahuciado: la tentación del silencio, coronada
postumamente con loas cívicas y epístolas bíblicas.
La enfermedad metaforiza una situación extrema de orfandad
social y cultural, donde el sujeto que yace postrado en el Cuarto
de Derrota debe defenderse tanto de los dictámenes del Cirujano
como de los del Legista: un "coro de salmos y recetas".
Frente a este ofertorio claudicante (someterse al hábito del
silencio o al estímulo ilusorio de una "renovada"
alquimia semiológica en la que sospecha una retórica
más de consolación), asume su convalescencia como vigilia
y su pasión vital como un ajuste de cuentas con el lenguaje.
Se recupera aquí, en forma coyuntural, la unicidad del sujeto
poético, pero con una función muy precisa: para resituar
al hablante como un poeta-cedazo, una figura que va registrando y
cerniendo, en un gesto de "piloto gemebundo", esas fórmulas
discursivas de variada tesitura que se han ido empozando en el mapa
ya enrevesado de la poesía chilena, y que acoge desde la nostalgia
lárica hasta el ludismo postmodernista. Es una voz que, enfrentada
a la dispersión evidente de esa geología cultural a
la que antes se le otorgaba una cierta configuración sistémica
ya sea privilegiando el mito de la hermandad generacional o el de
la sucesión dinástica de tendencias reguladas por una
matriz "nacional" de la cultura, decide curarse en salud
de la "esquizopoiesis" que afecta a la escritura poética
del momento (el diagnóstico es de Waldo Rojas), donde la heterogeneidad
de voces se sublima como espectáculo intertextual: sometiendo
su experiencia a una operación de desarticulación de
los engranajes retóricos que podrían amortajarla, nos
ofrece la radiografía elemental de una voz que aprende a ejercitar
su propio ritual de incertidumbres. Pero no para plegarse a la estrategia
complaciente de la ambigüedad discursiva. Su ejercicio reivindica
una práctica de la escritura como oficio de dudas, postulando
una poesía que aprenda a reinsertarse en la cotidianidad histórica
y, con una renovada capacidad de asombro ante la vida, sepa dar testimonio
de una cierta residencia en la tierra.
OBRAS CITADAS
- Alonso, María Nieves, Juan Carlos Mestre,
Mario Rodríguez y GilbertoTriviños. Las plumas del
colibrí. Quince años de poesía en Concepción
(1973-1988), Estudio y antología. Santiago: Ediciones Chile
y América/INPRODE, 1989.
- Bianchi, Soledad. "Prólogo" a Entre la lluvia
y el arco iris. Algunos poetas jóvenes chilenos. Rotterdam:
Ediciones del Instituto para el Nuevo Chile, 1983.
- Brunner, José Joaquín. "Modernidad
y posmodernidad en la cultura latinoamericana". Un espejo
trizado. Santiago: FLACSO, 1988.
- Campos, Javier. "La joven poesía
chilena en el período 1961 - 1973", Cuadernos Hispanoamericanos
415 (1985); 128-144.
- Campos , Javier. La joven poesía chilena en el período
1961-1973. Minnesota/ Concepción: LAR, 1987.
- Chihuailaf, Elicura. "Jorge Torres, un poeta
escéptico". Poesía Diaria 7. Temuco (1985):
14 - 17.
- Foxley, Carmen y Ana María Cuneo. Seis
poetas de los sesenta. Santiago de Chile: Editorial Universitaria,
1991.
- Lihn, Enrique. La pieza oscura. 2ª Edición
Madrid: LAR, 1984. (Prólogo de Waldo Rojas).
- Millán, Gonzalo. "Promociones poéticas
emergentes: el espíritu del valle" Postdata 4. Concepción
(1985): 2-9.
- Rojo, Grínor. Crítica del exilio.
Ensayos sobre literatura latinoamericana actual. Santiago: Pehuén,
1988.
- Schopf, Federico. "Las huellas digitales
de Trilce y algunos vasos comunicantes". LAR: Revista de
literatura 1. (1983).
- Ricardo Yamal. ed. La poesía chilena actual
(1960 - 1984) y la crítica. Concepción. Editorial
LAR, 1988.
- Torres, Jorge. Graves, leves y fuera de peligro.
Concepción, Chile: Editorial LAR. 1988.
- Torres, Jorge. Poemas encontrados y otros pretextos.
Valdivia: Ediciones Paginadura, 1991.
- Torres, Jorge. Poemas Renales. Valdivia:
El Kultrún/ Barba de Palo, 1992.
Una parte de este estudio fue publicada en la revista Plaza 14-15,
primavera-otoño 1988, Department of Romance on Literature,
Comitee on Latín American Studies, Graduate Council, Universidad
de Harvard, Cambridge, Massachusetts. Este mismo estudio, en su versión
completa, ha sido publicado en Arte de recordar. Ensayo sobre la memoria
cultural de Chile. Santiago/ Minneapolis: Editorial Mosquito/ Instituto
for Study of Ideology and Literature, 1994.
(1) El poema
está publicado en Poets of Chile. A Bilingual Anthology 1965-
1985, de Steven White (Ed. Greensboro: Unicorn Press, 1986.