Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Jorge Teillier | Autores |
JORGE
TEILLIER
Memoria de un tránsito eterno
Por Jorge Aravena
Llanca
Berlín, Alemania. Abril del 2005
Las mesas del Bar El Bosco
En el ya lejano año 1964, cuando retorné de Buenos
Aires a Santiago después de haber estado ausente de mi país
casi toda una vida, lo primero que me deparó la suerte fue
conocer a Jorge Teillier. Ese día, que hoy recuerdo con no
poca nostalgia, ignoraba yo que Jorge era poeta. En la mesa del antiguo
Bar El Bosco, donde nos encontramos y conocimos -creí entonces
que de pura casualidad- no se habló en ningún momento
de poesía. Él
y Rolando Cárdenas me tildaron de inmediato de personaje pintoresco:
mi acento porteño, arrabalero, les pareció entretenido.
Y la pinta, más todavía: guitarra en mano y con la correa
de la cámara fotográfica terciada al pecho. Rolando
de inmediato se interesó por la guitarra; y Jorge por mi cámara
Konta-Reflex que examinó con gran curiosidad. Yo tenía
en los bolsillos unos papeles con poemas que no quisieron ni mirar,
menos leerlos: su sed de letras se saciaba en espacios ajenos a un
bar; y en fuentes de personales soledades. Lo que nos aunó
de inmediato y plenamente fueron los tangos que empezamos a cantar
para regocijo de los demás parroquianos. Yo tenía en
mi repertorio "Marionetas" el tango de Tagini y naturalmente
los más clásicos que cantaba Gardel. Así estuvimos
hasta altas horas de la noche cantando tangos y recordando anécdotas
que yo tenía frescas -viniendo de Buenos Aires pensaron que
serían genuinas- de Discépolo, de Leguizamo, de las
esquinas, dichos y cosas de los bonaerenses y de las calles porteñas
donde los poetas se inspiraron para lograr sus tangos, como Manzi
para su inmortal "Sur" en el barrial de Pompeya;
de Borges y su "Jacinto Chiclana"; de Celedonio Flores,
el boxeador, por su "Mano a Mano" y de ese peringundín
de la calle San Martín, en el bajo, donde una mina lo engrupió
a gusto mientras él daba saltitos y tiraba piñas arriba
del ring; de los caballos y las carreras en el Hipódromo de
Palermo de donde sacó Le Pera la letra para su "Por
una cabeza"; tangos que se sabían de memoria y me
apostillaban a cada compás, corrigiéndome cada error.
Cuando se enteraron de que yo era chileno, para más, querendón
de Pichilemu, se rieron de buena gana de su equívoco. Hasta
que llegó"Leguizamo solo"a la meta por una
cabeza y con "Paciencia" de Juan D´Arienzo
la conversación se tranquilizó, dedicándose ambos
a aconsejarme que debía recuperar mi verdadera nacionalidad;
que ser chileno era una verdadera causa por la cual vivir - una ideología,
casi una virtud, un don de Dios- y que Chile era un país donde
era grato hasta morir.
Rostro Poético de Chile
A los pocos días Jorge me recomendó que fotografiara
a los poetas; que en Chile eran una inmensa cadena, con tantos eslabones
como rostros. Él mismo sugería los nombres; y me daba
hasta las direcciones de cada uno de ellos. Después comprobé
que no le daba gran importancia a la calidad de los recomendados,
pues decía: "en Chile todos son poetas, pero son más
valiosos los que no escriben". Así comenzó
mi itinerario fotográfico. Después me recomendó
que hiciera una exposición con todos esos retratos. Hasta me
sugirió un título para ella: ROSTRO POETICO DE CHILE,
nombre con el que, en el año 1971, se hizo la exposición
de 280 retratos en la Biblioteca Nacional de Santiago, entonces dirigida
por Juvencio Valle.
Alguien afirmó que a los cincuenta años cada uno tiene
la cara que se merece. Porque en ella, lenta pero inexorablemente,
han ido dejando huellas los sentimientos, las pasiones, los afectos
los rencores, la fé, la ilusión, los desencantos, las
muertes que vivimos o presentimos; los otoños que nos entristecieron
o desalentaron, los amores que nos hechizaron, los fantasmas que nos
visitaron. Y los enmascaramientos de nuestras propias ficciones, también;
esos que nos expresan y traicionan al mismo tiempo.
Así prolongué el cautiverio, en la prisión de
la memoria visual, de los poetas como pasajeros de su vida por este
país llamado Chile; en esos retratos están ahora detenidos,
para siempre, con la sentencia de sus propios versos. Jorge me decía:
"la gente necesita de toda su atención para entender
las cosas más evidentes; sin duda imprime a su cara, a través
del prolongado esfuerzo mental, una expresión aguda o, por
lo menos, despierta". Quería decir que nadie tiene
cara de poeta, lo que me llevó tiempo entender: que los locos
tienen cara de locos; los genios de genios; los idiotas de idiotas
pero los poetas pueden tener la cara de cualquiera de estos tipos
o de cualquier cosa. ¿Qué es eso de tener cara de poeta?
Sólo los poetas muertos adquieren un rostro. En la calidad
de su poesía, que el tiempo les legaliza en la memoria colectiva,
pasan a ser verdaderamente lo que intentaron representar. Porque como
me dijo un fotógrafo amigo: "¡No me vas a creer,
pero hay poetas que no asumen la responsabilidad de su cara!"
porque ninguna cara es poesía. En la cara de los poetas, la
poesía es sólo apariencia; pues nadie carga en ella
la obligatoria pasión de la poesía.
Además, me dijo Teillier, las caras de los poetas se me antojan
poco saludables; y no digo nada sobre el aspecto que adquieren después
de que se toman el primer vaso de vino. Y agregó risueño:
¡miren quién habla!.Los fotógrafos nos imaginamos,
le ocurre también al pintor y ahora a los modernos camarógrafos,
que más allá de esa cara con la que nos topamos y penetra
por el iris en nuestro visor, no hay un plano seco y desértico,
parcial, unilateral, sino algo más: eso que el espejo matutino
a todos nos devuelve de acuerdo a como nos miramos al amanecer, cuando
nos echamos los primeros vistazos a la carota, -la única que
tenemos y nos acompaña; y de la cual, ¿cuántos?
nunca han estado conformes- para corroborar que aun existimos; ahí
es cuando nos imaginamos vivos dentro de nuestro propio ser. El portador
de la cámara fotográfica piensa -cuando enfoca- que
podría hacer para darle a esa cara lo que le falta. La ubica
en el ángulo de luz más apropiado para lograr que sea
la mejor imagen la que quede detenida en el papel -con puntos pequeñísimos,
que van del más negro, pasando por el gris, hasta los detalles
blancos- Lo que más nos asombra a los retratados, es divisarnos
después, detenidos dentro de un negro casi en penumbras, o
de contraluz: los rasgos más suaves, más atenuados,
con un jacinto beneplácito en el que hasta insinuamos una sonrisa
de Mona Lisa -o de Al Capone- para darnos relieve.
En el instante de la toma, en ese cuadro, en esa imagen se vive y
se muere de inmediato, ¿es posible morir en el celuloide? Pues
sí, de la mima manera que en él se puede vivir eternamente,
porque en esa imagen plástica están detenidos todos
los sentimiento, la humanidad entera de un ser o de un grupo, y el
que vuelve a mirarse, ahora detenido para siempre en el papel, ¿recuerda
los pensamientos de ese instante? La foto hace perder la memoria al
que se fotografía; pero le abre otras perspectivas emocionales.
Al ocular, el recuerdo entra cuadrado, anguloso. Detenido y en silencio
queda todo aquello que sabemos del personaje; piensa sólo el
que mira: el otro se deja estar. Después metemos las fotos
en un libro o las dejamos en un cajón o un álbum de
tapas negras para siempre retenidas. Muerte al fin.
Contaba el escritor Carlos Fuentes, que según consta en los
anales mexicanos de Cuautitlán, le dieron rostro al dios Quetzalcóatl.
Y que cuando este conoció su cara se asustó y avergonzó.
Y que esa noche bebió y fornicó; y que gracias a ese
rostro, con que Quetzalcóatl se conoció a sí
mismo, fue hombre; y porque un dios fue hombre con rostro, los hombres
se sintieron libres y poderosos, pero culpables a la vez de su libertad
y de su fuerza, porque para tenerla debían compartir la luz
con las tinieblas; porque para desear la libertad, antes debían
perderla. Descubrieron un rostro que es espejo del tiempo; un tiempo
que es reflejo del deseo; un deseo que nace de la necesidad. Al día
siguiente Quetzalcóatl huyó hacia el mar avergonzado
y triste. Desde entonces los rostros de esos poetas, creadores de
ficciones, en esas latitudes viven enmascarados.
Poesía e imagen
El poeta Teillier decía que la poesía es la universalidad
que fundamentalmente se obtiene por la imagen. ¿Qué
imagen? ¿La que nos impacta el alma cuando leemos un poema
o la que imaginamos del poseedor de esos sentimientos? O la imagen
del objeto descrito, de lo etéreo de la poesía en cuanto
a sus valores estéticos.
De acuerdo a la etimología el vocablo "poiesis" significa
hacer, crear. Y así lo entendía Platón cuando, por la boca de Sócrates,
nos dijo: "un poeta, para ser verdadero poeta, no debe componer
discursos en versos, sino inventar ficciones".
Entenderemos, afirmaba Teillier, como dar a la imágen ese poder
de ficción; pero con un destino. Y este destino es ser, en
definitiva, la comunicación humana. Así lo predicaba
Valéry. Los poetas cercanos y seguidores de Teillier comprendieron,
por su lectura, la prédica de estos conceptos y los adoptaron
a la poesía llamada de los lares; al amor del hogar materno
y a la conservación de la memoria de sus antepasados. Aun lo
veo y lo escucho afirmar que existir es, para todo ser humano, algo
más que encontrarse en el mundo:"es transformar ese
mundo que se nos da por antagonista y escenario".
Poesía sin ubicación de tiempo ni espacio
Para analizar la poesía de Jorge Teillier no es necesario
ubicarse en un país determinado, ni hacer mención de
poetas que le precedieron, circundaron o acompañaron durante
el tránsito de su vida. Tampoco es necesario distribuír
su poesía por áreas florales o desérticos paisajes,
como hacen críticos y ensayistas que -como cartógrafos-
la ponen en mapas, dando relieve a fronteras, escribiendo en grandes
letras el nombre del país; y pintando en colores el curso de
los ríos. Tampoco es necesario mencionar quién es Premio
Nóbel, o quién no lo es; ni encuadrar a los grandes
en numeraciones del primero al cuarto; me refiero, sin respeto por
esos números, a Vicente Huidobro, a Gabriela Mistral, a Pablo
de Rokha y a Pablo Neruda. Teillier no fue ninguno de ellos; porque
ninguno de los nombrados tenía la condición o espíritu
esencial que él poseía, y que en su poesía se
proyectó con el vino amargo de la soledad: ese color y sabor
personal que solamente los poetas hijos de emigrantes en primera o
segunda generación suelen poseer. Los cuatro antes nombrados,
fueron Gente de Chile; mestizos chilenos con mayor o menor mezcla
de sangres y de culturas; con antepasados enraizados por siglos en
la tierra que los vió nacer. Estos poetas fueron chilenos que
se envolvieron en sí mismos, separándose y confirmándose
en el auténtico apelativo de castizos. Sus antepasados, en
varias generaciones, les dejaron una herencia sanguínea y material;
y la mestiza impronta cultural necesaria para solventar los avatares
en la prosecución de sus vidas en la tierra que los vió
nacer y morir. Ellos hicieron su poesía con el ánimo
sereno de los grandes versificadores. Pero sin ese color y
sabor.
Los cuatro nombrados fueron todos hombres de Chile; mestizos chilenos,
que con mayor o menor mezcla de sangre y de cultura con antepasados
con cientos de años enraizados en la tierra que los vió nacer. Estos
poetas, tomándolos como ejemplo, fueron auténticos chilenos, que con
mayor o menor mestizaje, se envolvieron en sí mismos, separándose
ya en un primer cruce racial, confirmándose en el apelativo de castizos,
pues sus antepasados en varias generaciones dejaron, en un claro mestizaje,
y en su impronta cultural la prosecución y los avatares de sus vidas;
su herencia sanguínea y material en la tierra que los vió nacer y
morir, e hicieron su poesía con el ánimo sereno, pero sin secretos,
del versificador que ejerce sin presiones más que las requeridas por
el ejercicio mismo del oficio.
El color y sabor de Teillier
Quiero decir que toda la poesía chilena enfrentada a la de
Teillier, es otra cosa; o que la de Teillier fue algo distinto. De
ahí que, al entregar una creación poética con
un sabor y color original, y una melodía que es toda una sinfonía
de incisivas cuerdas metálicas, sea tan influyente en las nuevas
generaciones. Su estilo, sin embargo, no es distinto a la poesía
de los poetas que más lo impresionaron desde el comienzo de
su creatividad. No fueron chilenos los más incidentes, sino
aquellos europeos en los que encontró un verdadero parentezco;
no por el paisaje de su infancia, las vivencias de la niñez,
ni por la soledad, sino por arraigos paralelos, por el desborde humano
que estos europeos le comunicaron, lo conmovieron y a la larga lo
formaron como el mismo dijo: "Nunca he pensado escribir una
poesía original, ni me tengo por un ser sin antecedentes poéticos.
Cada poeta tiene una línea. Es la mía la de Francis
Jammes, Milocz, en algunas de sus etapas, René Guy Cadou -un
poeta con cuya visión del mundo creo tener afinidad-, Antonio
Machado, y los principales poetas de la lengua que puedo leer en versión
original". Nombra después a Esenin, Trakl, Georg Heym
y entre los prosistas a Robert Louis Stevenson, Alain-Fournier, Selma
Lagerlöf y Edgar Allan Poe.
Saludo a Francia
De acuerdo a nuestros abservaciones en la relectura de los poemas
de Teillier, sus inspiradores, sus guías, fueron entre otros:
Mallarmé, Boudelaire, Verlaine, Rimbaud, Claudel, Guide, Valéry;
en los cuales reconocía él sus angustias personales
y sentía que con ellos palpitaba la mitad francesa de su sangre.
La mayoría de sus poetas referentes fueron franceses, y al
decir esto nos acercamos al meollo existencial y al estilo poético
esencial de la poesía de Teillier; a su modo de visionar el
mundo; a su paralelo espiritual y visual con seres de otros continentes
y al peso inevitable de lo cercano, lo maternal, que es el primer
amor, del que se recibe la lengua y las primeras imágenes del
mundo. Y su mundo fue el infinito verde de los bosques de Lautaro,
corazón de la Frontera; un territorio de araucanos. Y de otros
seres en su mayoría mestizos; sino en lo sanguíneo,
hondamente mestizos en el plano cultural, social, religioso y económico.
¿De dónde adquirió esas vivencias lacerantes
o por qué no decir confusiones creadoras? Pensamos que de lo
inmediato al paisaje materno, al proceso sociológico del araucano
del sur histórico, de sus guerras desiguales, de su casi exterminio
y de vivir en un medio que el conquistador, luego el colonizador y
por último el mismo mestizo chileno intentó arrebatarle,
y que después lo relegaron a un trayecto de civilización
paternalista que aun no termina. De esa melancólica pasividad
y casi resignación indígena y de ese sur lluvioso el
poeta impregnó la mitad de su cultura sanguínea, unida
a la ávida y angustiosa lectura de poetas europeos. Primero,
a los decimonónicos que vivieron un derroche existencial, inútil
y a veces siniestro. Y después, entre dos guerras mundiales,
a los de un mundo en busca de un orden territorial, cultural y económico.
Esto último, por cierto, no es muy diferente a lo vivido en
nuestra tierra. Por eso aquí se forjó indeleble toda
una ideología, un temperamento, un ser psicológico que
perdura en la personalidad de todo chileno de la Frontera, aunque
viva lejos de ella; la herencia de la sangre injustamente sacrificada:
Poema XVIII: "Sangre color planeta muerto. / Ves correr
la sangre de tu mano por alambres de púa. / Conoces la sangre
que destilan los pinos, / aquella confundida con el pecho imperial
de la lloica, / la de las tablas en el aserradero / y sabes que los
ríos son heridas afligidas por el / cielo a la tierra.".
Dos paisajes sanguíneos
En la poesía de Teillier todo puede surgir en cualquier parte
y sugerir emociones diversas a cualquier lector, tanto de Europa como
de Latinoamérica; porque, reiteramos, Teillier reunía
dos condiciones culturales y psicosomáticas inherentes a un
hijo de emigrante: por una parte la resultante del enfrentamiento
con su realidad de mestizo -por paisaje y sangre materna- y por otra,
la de ser hijo de franceses en segunda generación. Ambas partes
dieron una connotación diferente a su poesía; que entendió
y practicó a su manera. Hizo así posible el estilo de
ver y sentir, de vivir y morir de su creación poética.
Todo en él devino de un complejo desarraigo involuntario, de
un tumultuoso cúmulo de vidas pasadas en la que se gestó
la poesía motivadora, con esquemas para él desconocidos.
La poesía de hombres y vidas desgastadas en otros continentes,
seres a los cuales estaba ligado intelectualmente por la mitad de
su sangre francesa. Y por la otra mitad, su niñez chilena,
llena de paisajes de aldeas vacías; de abandono en lo más
proclive e indefectible del mestizaje chileno. Sus emociones terráqueas
y subterráneas nacieron en Lautaro, en medio de comunidades
araucanas: porque Teillier fue mitad francés y mitad, aunque
lejano, mestizo de español-semita y araucano; mitad de cultura
francesa y mitad de la cultura del paisaje y del hogar materno enclavado
en el corazón de la araucanía.
Dos fuerzas ciclópeas; le fue imposible sustraerse a ellas.
Ambas se confrontaron y conformaron su querer volver siempre a alguna
parte sin saber por qué, y para qué, porque toda la
niñez y la juventud fue el sur sembrado, el patio de su casa,
los árboles frutales; por el pan y por las tiernas manos maternas.
Para su madre dice en Ella estuvo entre nosotros: "sus
manos que podían dar de comer / a la noche convertida en paloma".
Le quedan grabados ecos de trenes que van y vienen; de vino y amigos
en bares de nombres olvidados, todo interpretado por la forma de pensar
y sentir que aprendió de los poetas y escritores europeos en
sus libros de poemas memoriales en plena vigencia interpretativa.
Pero sin dejar nunca de lado a los poetas hispanoamericanos, como
el mismo afirma en el prólogo de "Muertes y Maravillas"::
"Sobre el mundo donde verdaderamente habito": Rubén
Darío, López Valverde, Neruda, Huidobro, Mistral, de
Rokha, Eduardo Anguita, Omar Cáceres, Pezoa Véliz, Rojas
Jiménez, Romeo Murga, Teófilo Cid, hablaban el mismo
idioma con él; y, en las mismas tiendas, con las muchachas
de su pueblo. Por eso nunca hizo distinción entre poeta
chileno y poeta extranjero.
Pero la poesía de Teillier prevalece y vive más cercana
a la posición francesa de la estética; por ejemplo la
de Mallarmé y de aquellos simbolistas para los que cada conciencia
humana es única, y en ella cada experiencia, también
única y evanescente, sólo puede expresarse por medio
de sonidos y ritmos especiales y asociaciones e imágenes sabias
y audaces, mezclando deliberadamente lo material y lo espiritual,
lo sencillo y lo complejo, lo bajo y lo sublime, lo pasional y lo
frívolo, lo extraordinario y lo cotidiano, lo soñado
y lo real externo, y lo sibilino, es decir, por medios en parte utilizados
ya por los románticos; y mucho antes por Shakespeare; y también
por los grandes poetas del barroco español.
El vuelo misterioso de las cosas de los
franceses
En todos sus referentes poéticos franceses, hombres y lenguaje,
se ama lo exquisito y novedoso. Estos poetas, para lograr ubicarse
en su expresión adecuada, rompieron las reglas de la métrica
clásica -que habían respetado los románticos
y los parnesianos- dando libertad al verso y alimentándolo
de personales esencias expresadas en símbolos oscuros y a veces
incomunicables, sin la precisión y la claridad con que brillan
en clásicos como la Divina Comedia de Dante. Mallarmé
opinaba, que los clásicos, al representar las cosas le quitaban
"el vuelo misterioso que las cubre", y le robaban
al lector el "divino placer" de creer que está
creando su propio poema al leer el ajeno. Teillier opinaba lo mismo:
que hacer poesía no es hacer ciencia, ni pintura, ni representar,
sino más bien sugerir estados íntimos del alma y evocar
lo lejano y lo pasado; crespúsculos y aldeas grávidas
de encanto; acercándose a lo revolucionario y al ser libre
lleno de mística y musicalidad; por ello el dolor, la soledad
y el tedio; el desprecio de las muchedumbres y la búsqueda
de los paraísos perdidos; la confesión sincera de todas
las flaquezas humanas; la ironía, el recuerdo y la nostalgia
de una vida mejor; el lujo, el pecado, el ansia de aniquilamiento
y el anhelo de la beatitud en la belleza a riesgo de que cayese toda
su humanidad. Por eso Teillier se refugiaba en tiempos idos, en exóticos
recuerdos de la niñez, en su aldea y sus paisajes y en amores
imposibles, de La última isla: "De nuevo vida
y muerte se confunden / como en el patio de la casa...".
Por ser desolado como Verlaine "por torcerle el cuello a la
elocuencia", quiso musitar un canto gris, asordinado y vago
en que la "música lo fuese todo", en la evocación
memorial de los estímulos del momento en que se vive. E igual
que Rimbaud fue errabundo, intenso, estremecido e indomable, perseguía
tan sólo la poesía que encarna las cosas viejas, pasadas
y a veces marchitas.
Libertad de la memoria
Teillier contó en su creación con el pasado francés,
y rezó con los sonidos de sus recuerdos; fue elegante y soledoso
buscando la quietud de la muerte. A la larga, ágil y doloroso.
Dependía del arte por el arte, fuera de la torre de marfil
donde, libre en el espacio de su memoria podía saborear los
frutos de la alta cultura, y dejó de lado el patrimonio exclusivo
de minorías refinadas amantes de la belleza, él fue
amante de la belleza más noble y más verdadera "que
la verdad misma" según opinaba Anatole France: en
un campo libre, contrario al de aquellos a quienes rodea una fuerte
alambrada de púas donde, pese a todo, entra cualquiera; aquellos
que se encajonan, sin tomar conciencia de ello, como prisioneros voluntarios,
y que sin talento poético, versifican en estilos, formas y
efectos que no corresponden a esa "verdad misma".
Me atreveré a nombrar a unos pocos verdaderos creadores poéticos
-el tiempo se encargará de confirmar o desmentirme- que, sin
superar a Teillier, por edad corresponden a su generación:
por un lado a David Rosenmann Taub, a Enrique Lihn y a Oscar Hahn,
también hijos de emigrantes venidos a menos; de padres condenados
a la irrealidad, donde todo intento de instalar un yo fue condenado
al fracaso y la pérdida. Vivieron ensañados en precariedades,
sin resentimientos ni falsas ilusiones. Y por otro, a criollos: Armando
Rubio, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero y Sergio Hernández;
enraizados trágicamente a la tierra que los vió nacer,
sin la dualidad existencialista y amarga de los hijos de emigrantes
en primera o segunda generación. Son, mestizos por cultura
o sangre, poetas con expresiones sinceras; respiran libres con las
mismas inspiraciones y los mismos patrones de Jorge Teillier, de Rosenmann,
Hahn y Lihn. Fueron independientes dentro de sí, intentando
romper todas las ataduras caducas de originalidad y haciendo suyas
las del lenguaje oportuno cargado de humanismo. Naturalmente sabemos
que los nombrados, los de apellido español, iban tras las huella
y el estilo de Teillier.
Fronteras poéticas
A los poetas chilenos, los analistas profesionales los ubican por
territorios y designaciones de años, por generaciones. Algunos,
obligados, se resignan, otros aceptan con placidez y orgullo que los
clasifiquen dentro de las regiones que dicta el orden administrativo,
material y acomodaticio. Así quedan, supuestamente, circunscritos
históricamente a un espacio y tiempo determinado: de la Frontera,
como siempre se les llamó, a Ercilla, a Bascuñan Piñera,
a Oña y otros que forman la cola de un luminoso cometa y, entre
otras numerosas clasificaciones, a la enorme cantidad de poetas láricos,
encabezados involuntariamente por Teillier.
Estos poetas láricos de la estrellada vía lactea de
Teillier, viven y escriben representando un mundo existente sólo
desde una cercana lejanía que idealizan, dolorosos y despedazados,
con postura sísmica, atroz de soledad, después que voluntariamente
abandonaron el hogar materno. Estos poetas seguidores, recolectores,
no sembradores, buscan recuperar el pasado del cual conservan un indefinido
boceto en el cual se identifican. Los más logran sólo
eso, ser un boceto de ellos mismos. Estos poetas seguidores, han asumido
un cuadro de aparente estabilidad idiomática, algunos con crecimiento
creativo y logros significativos pero de sugerencias similares, emparentadas
por el dolor del desarraigo de su tierra natal; que las más
de las veces queda sólo a escasos centenares de kilómetros
de distancia de la mejor ciudad donde decidieron vivir para mayor
comodidad.
La vida interior y el resultado poético del idioma de estos
poetas es un cuadro que mira al exterior, que sustenta tan sólo
huellas de una forma de vida de vagos recuerdos. Diría que
al margen de los pocos nombrados, la poesía de la mayoría
de los poetas que forman el arco iris alrededor de Teillier, carece
del contenido "de la verdad misma", como repetía
conminatorio Anatole France.
Lo lárico para Rilke
Lo lárico, ¿qué es lo lárico? El término
"lárico", que a Teillier no le satisfacía
y del cual ni siquiera fue el creador como se sabe, él mismo
afirma que la palabra y la idea la tomó de Rilke; que a Teillier
le gustaba citar porque en la poesía del alemán-austriaco
veía la misma desolación y la nostalgia del mundo que
se ha perdido. Escribía Rilke: "Somos tal vez los últimos
que conocieron tales cosas, (se refería a los valores religiosos
de sus abuelos judíos) sobre nosotros descansa la responsabilidad
de conservar no solamente su recuerdo sino su valor humano y lárico".
Sin pensar, talvez, en el terrible significado religioso que las palabras
de Rilke, que era judío nacido en la Austria-alemana, tenían
en cuanto al verbo sagrado de la "palabra" en su religión
y a su identificación con ella en su poesía, y al recuerdo
de la impotencia por la esclavitud de sus antepasados progenitores
y por la tragedia de la diaspora iniciada en Babilonia, cuando fueron
liberados durante el reinado de Dario, allá por el siglo VI
a-C. Patria y hogar perdido por los judíos y nunca recuperado
hasta los días actuales en que Israel ha podido ver realizados
sus sueños de recuperación merecida y legítima
de la tierra propia, un hogar y una verdadera patria en buen juicio.
Teillier acuñó la palabra al margen de lo religioso
judío -ignorando talvez a qué y a quién dirigía
Rilke la expresión- para referirse y definir a una poesía
que regresa al mundo chileno de su infancia provinciana. Sin ideología
religiosa, sino, podríamos decir, con una expresión
laica de la poesía; en donde lo religioso alcanza a ser, posteriormente,
el conjunto de actitudes con que los poetas asumen hoy día
esta práctica de mirar el pasado, dándole religiosidad
al conjunto, como algo sacrosanto de su propia beática actitud.
Ninguno de estos misticismos estaba en Teillier, por cierto muy alejado
de lo religioso y lo político, pero si está en sus seguidores
que han hecho una religión de lo lárico. Teillier retuvo
el término "larico" y lo interpretó a su manera.
Con profundo talento creativo a la vez lo trasciende, descifrando
en su caudal de significados símbolos ocultos y descubriendo
en si mismo la permanencia de su vida, Chile y Francia, en un mundo
místico, intemporal, "el orden inmemorial de las aldeas
y de los campos", o bien "Edad de Oro de la cual
se tiene un recuerdo colectivo inconciente". Pero del término
lárico, como lo convirtieron los que lo siguen usando posteriormente
"lárico", así a secas, renegaba por no sentirse
con él del todo identificado por eso de los recuerdos colectivos
"inconcientes".
Lo lárico para los romanos
El término proviene etimológicamente del latín
Lar: cualquiera de los dioses domésticos, protectores de la
casa u hogar. Fueron los lares, dioses secundarios de la mitología
romana que guardaban estrecha relación con los penates, y unos
y otros eran objeto de un culto común. Los lares propiamente
dichos, eran los manes, los espíritus de las personas difuntas,
de una familia, divinizados por ésta; mientras que los penates
eran los dioses o genios protectores del hogar doméstico, los
que presidían todo lo concerniente a una casa. El término
dio lugar a una amplia semantización: nombre en la toponimia
de España y latinoamérica; a una planta en el idioma
vulgar filipino, convirtiéndose en un patronímico desde
la antiguedad mitológica, hasta en un poema de Byron; una familia
ilustre de España mencionada en las crónicas y en el
Romancero; en España y en nuestro territorio latinoamericano
como un apellido, y por último, en una denominación
o estilo poético. Pero el poeta Rilke, el término "lar",
lo asigna al conjunto de actitudes, asumida frente a la vida, que
le proporcionó la religión judía a sus abuelos
que asume, y en sus recuerdos la adopta como una sagrada obligación
de guardar y perpetuar la memoria del ancentral hogar abandonado milenios
de años antes por los judíos en su diáspora desde
el cautiverio sufrido entre los babilónicos hasta el nuevo
hogar de sus abuelos entre los austriacos- alemanes, donde se detiene
un dolor y empiezan otros fecundos en el lenguaje pero lacerantes
en el alma.
Para Teillier, su lar no fue Lautaro donde nació, de donde
tuvo que apartarse y donde se inspiró, sino la Francia natal
de sus abuelos, con todos los valores y enunciados de sus poetas.
Las grandes elocuencias dejan de serlo en la poesía de Teillier
por la humildad de su actitud de hablante y del lenguaje del Teillier
que conocimos. El yo poético de Teillier dialoga con su entorno
de tú a tú, sabe que las respuestas, o la esperanza
de unas respuestas, se encuentran dentro de él en esa inconciente
comunicación o querer integrarse con el espacio sagrado de
los dioses protectores de los lares latinos, de la casa, el pueblo
y la naturaleza de sus antepasados añadiéndole el color
local, y el Teillier frente al Teillier, de tú a tú,
desdibujado en el intento de recuperar, por las amarga experiencia
de la urbe, la mirada maravillosa de su infancia, dentro de un ambiente
europeo, y en volver a compartir el "lenguaje de las cosas"
del pasado de sus abuelos, en ningún caso de su religión,
-eran todos laicos- que sin embargo, viviendo apartado de asunciones
religiosas Teillier nunca renegó de ellas, ni menoscabó
las prácticas ejercidas incluso dentro de los recintos familiares
de amigos cristianos o mapuches.
El exilio de los abuelos
El verdadero lar de Teillier es Francia hacia atrás, hacia
muy atrás; está en el origen de sus ascendientes paternos
que por generaciones y generaciones desarrollaron su existencia dentro
de otro ámbito geográfico, de una civilización
de amplitud cultural de profunda influencia en el mundo entero en
el momento de su exilio. Nada se perdió de esa memoria acumulada
por siglos, Teillier la heredó en lo esencial; fue el destinatario
de todos los sentimientos acumulados desde el momento decisivo del
exilio de sus abuelos; todo el pesado paquete de trastocaciones de
esa ruptura estuvieron en sus manos y se convirtió en el transportista
emocional de la generación familiar que en Chile le precedió;
los desarraigos y encuentros emocionales que ellas provocaron en sus
ascendientes paternos, toda esta complejidad de efectos psicológicos
fueron madurando a través de las vacilantes preguntas del pequeño
Teillier en respuestas de vagas miradas, que el niño fue absorbiendo
en silencios e interrogaciones, en complejos sueños de paraísos
perdidos, poco a poco hasta asumir por completo esa maraña
compleja de sueños no siempre realizados bajo el prisma de
la idealización.
Francia irradiada a todo el mundo; a sus y otros emigrantes de ¿cuántos
países europeos? les llegó al fin el corte umbilical,
ese casi suicidio al abandonar, esos hombres, la tierra de sus ancentros
para afincarse en otra patria, en este caso Chile, en el último
confín del mundo, donde su descendencia tuviera lo más
imprescindible, en el caso de la culta familia Teillier, un futuro
en un plano de igualdad social y en pleno ejercicio de libertad. La
poesía de Teillier está poblada de referencias al pasado,
pero no al pasado de la llamada Frontera chilena, aunque revestida
con ropajes más o menos idénticos a ella, sino a un
territorio desconocido, a la Francia de sus mayores, a una cultura
leída y releída en libros de autores de esas latitudes.
A estas referencias extranjeras, ejercitada en su poemática,
Teillier añadió -a mi entender- al contenido conjetural
de dónde debió nacer y no nació, las letras que
con la sangre aprendió de los bosques destrozados, de aldeas
vacías, de alocados trenes que se llevaban a sus amigos y que
nunca los devolvía al lugar de su nacimiento, ese pueblo de
Lautaro, en Chile, enclavado en una tierra de empecinados indígenas
aun en una etapa matriarcal.
Sus referentes heredenciales inmediatos fueron la cultura de los
primeros Teillier en Chile, su abuelos paternos, Georges Teillier
Panellier nacido en Ruffec, Charentes y de Melanie Morin según,
Sebastián hijo de Jorge nuestro poeta, presumiblemente también
nacida en Ruffec, que enfrentados al bagaje histórico, a los
cientos de años de residencia en Chile de su progenie materna,
los de doña Sara Sandoval Matus, de quien dice el poeta: "De
ti guardo el amor a las casas de madera / el olor de la harina tostada
/ y del pan amasado / y del fuego que crepita dulcemente en la chimenea
/ y de contar sólo hermosos sueños".
De su madre, que también era poeta, quedó impregnado
Teillier de significancias altamente fieles a un subconciente imposible
de racionalizar, sino fuera porque es la poesía, que a veces
es vaga, confusa y que sólo se la puede sentir no entender,
la que utilizó como medio de expresión. Una poesía
de violencia involuntaria, silenciosa, contenida, personal de un enfrentamiento
con su destino que fue el intentar encontrar sus raíces y los
valores supuestos de cada una de ellas. Pegado como estaba a la tierra
-Chile lo hace con todos y lo logra- del lugar que lo vió nacer,
Lautaro en plena Frontera, su mundo lárico francés no
lo encuentra nunca, (tampoco el de las representaciones de los poetas
y escritores con los cuales se sintió identificado desde la
infancia como Seguie Esenin, Georg Trakl, Francis Jammes, René-Guy
Cadou, Dylan Thomas, Antonio Machado y Eliseo Diego, a quienes cita
o alude frecuentemente en su obra), pues no sabe cual es o debió
haber sido el suyo, si el lugar de nacimiento de sus antepasados franceses
que desconocía o el de su madre chilena que le era familiar:
el único, en definitiva, que tenía como referente memorial,
enclavado en un singular paisaje y que instuía, debían
ser entre ambos diferentes.
Creció y vivió entre dos fuerzas antagónicas
que se desconocían entre sí y se encontraban dentro
de su mismo ser espiritual donde se repelían y se mestizaban
cada vez más, ignorando que este mestizaje cultural, vía
sanguínea, sería el engendrador de esa poesía
diferente a la de todos los poetas chilenos que se esencializa, ascendente,
en los sentimientos poéticos de Teillier, que lo hace, como
él se sentía y así lo escribió, y nosotros
lo ratificamos, diferente a todos por la verdad misma del ser auténtico
del hecho poético: Tantos milagros "Tantos milagros
para nada / cuando al oír un solo nombre / cae nieve legendaria
haciendo inclinarse las ramas.../... que las aves de las más
alta esperanza / pueden jamás soñar alcanzar".
Mestizaje poético
Ese mestizaje fue en él una fuerza incontenible, una carga
literaria que palpita tras su voz, que tiene que ver, sin duda, con
su talento, erudicción y lucidez del lenguaje; a la vez que
es un idilio medido en ese mundo lárico imaginado como un choque
de violencia, que él, sin quererlo debió enfrentar por
nacimiento; por las vivencias de la niñez; de la pubertad y
de esa oscura relación terráquea que tuvo que abandonar,
que nunca supo como realmente era porque no nació en Francia.
Estas dos fuerzas de tensión, eléctrica tensión
que aun mantiene la Frontera por sus históricas luchas defensivas,
están frescas y aun hirientes en la poesía de Teillier:
por un lado, la lucha por retener o recomponer la experiencia utópica
y la mirada del niño; por otro, la lenta, implacable y multiple
pérdida de todos los valores y las esperanzas de su ensoñación,
es la acción, el cuerpo de vida y su contenido, esta lucha
interna e intensa, es lo que finalmente termina predominando en él.
Se hace cargo de los todos los males pasados por los seres humanos
de su tierra, y esa incorrecta culpabilidad histórica es una
de sus mayores fuerzas -que cuesta descifrar- en el mensaje de su
lenguaje poético.
El esfuerzo por recuperar lo irrecuperable es destinado fatalmente
al fracaso; el retornar, en "Otoño secreto",
el primer poema de su primer libro Para ángeles y gorriones,
a los lares de sus antepasados a "las amables palabras cotidianas"
es un camino inexorable que conduce a la nada, a la tragedia a "el
silencio nos revela el secreto que no queríamos escuchar"
.
Las distancias, otra de sus constantes, su viaje y radicación
en Santiago donde vive como un extraño: "nosotros /
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los
árboles, / toda mañana como una carta que nunca abriremos",
fueron menores que las imaginadas afectivamente en su poesía,
ese espacio y su cambio de costumbres, el transformarse en otro huérfano
de patria ¿Hacia dónde fue? ¿Se alejó
en busca de qué fronteras? No creo que se diera cuenta que
su búsqueda no era ese espacio verde de la Frontera chilena,
de donde es el título de uno de sus libros Crónica
del forastero, donde el hablante que narra su infancia en el pueblo
ya se reconoce como un extranjero -"forastero"- en
ese mundo, sino las que sus antepasados paternos abandonaron, de lo
que heredó sólo interrogantes y respuestas vagas a preguntas
angustiadas. No pudo o no supo, para una sicológica solución
de vida, congeniar ambas inconcientes búsquedas. Se desbordaban
sus ideas poéticas, contraponiéndose, enfrentadas en
una lucha llena de contradicciones oníricas. Eran repetidos
sus viajes de retorno a la esencia del hogar ¿a cuál
hogar qué cambió el tamiz de su sensibilidad, de su
presente y de su inexistente realidad en cualquier lugar que habitaba?
¿alguno en Francia o en la araucanía? ¿al pasado
que Rilke quería por amor y un deber sagrado hacia sus abuelos
judíos recuperar? Es decir la utopía del pasado dentro
de un presente que tampoco conocía ni aceptaba, porque en su
poesía está presente un querer siempre volver a un lugar,
a un amor, a una estabilidad emocional refrenada por improntas manchas
de intenciones inconcientes y desbordados desconocimientos. En Para
un pueblo fantasma (1978), se enfrenta al derrumbe abrumador de
todo lo que le ha sostenido. Malvive en la capital: "En la
casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua. / Sigo refugiado
en los mesones / mirando los letreros que dicen "No se fía".
/ Mi futuro es una cuenta por pagar".
La poesía de Teillier es una poesía de finales que busca
lo terminal, el fin del mundo, -le tocó a él y a su
hermano Iván pagar con el vino del desamparo y del desconcierto,
las cuentas que dejó el exilio de sus abuelos- y en ese idealizado
final, ya una necesidad, será el único que permanecerá
vivo observándolo todo, y será así mismo, el
último en abandonarlo, entonces será el desamparado
universal hacia el que convergerán todas las miradas; el huérfano;
un habitante sin espacio; ausente de comunicación; sin poder
comulgar con nadie; el agredido sin ser agresor; el resumen del asombro
de un hijo de emigrantes, de Cuando todos se vayan: "Cuando
todos se vayan a otros planetas / yo quedaré en la ciudad abandonada
/ bebiendo un último vaso de cerveza, / y luego regresaré
al pueblo donde siempre regreso / como el borracho a la taberna /
y el niño a cabalgar / en el balancín roto".
Su poesía estará contaminada de un confuso lugar de
origen al cual siempre hay que retornar y despedirse, pero que nunca
se logra como en casi todos los sueños, es como un anhelo de
alcanzar el mundo entero que fracaza y vuelve a su objeto convertido
en paisajes destruídos; espíritus sin ánimo de
proseguir; intentos frustrados aunque sea a la fuerza, forzándolos
intencionalmente: Despedida "Me despido de mi mano
/ que pudo mostrar el paso del rayo / o la quietud de las piedras
/ bajo las nieves de antaño". En ese intento de encontrarse
a sí mismo, sin saber qué busca, lo que encuentra en
la desaparición de sí mismo devorado por los avatares
incontenibles de la vida, adjetivos que él acumula en su poemática.
Su poesía es un destino de vida que se desgranó lentamente,
se desintegró y diseminó entre el presente de su cultura,
acumulada en profunda erudicción en todas direcciones y el
pasado lárico de sus parientes europeos y chilenos. Todo dentro
de un cuadro cargado de humanidad en el cual nuestra identificación
es plena, porque todos recorremos los mismos caminos de la angustia
hacia la muerte
El eterno saludo de despedida
Teminó estando fuera de todos los lugares por eso saludaba
de manera muy peculiar: "Me despido de los amigos silenciosos
/ a los que sólo les importa saber / dónde se puede
beber algo de vino / y para los cuales todos los días / no
son sino un pretexto / para entonar canciones pasadas de moda".
En las ciudades es un sobreviviente que resiste sin casa ni amparo
reponiéndose en brazos femeninos en los que no calza; ni quiere quedarse eternamente; no se adhiere a nada ni a nadie,
ni en bares, que tenía muchos que visitaba por turno emocional
ni en amigos que le ayudan a frecuentarlos, es decir, en el lugar
de todos los perdidos y desamparados de una tierra que no le pertenece
a nadie, pero queriendo darle al compañero del mesón
de estaño, en poemas, sugerencia de la casa que él había
perdido y que todos un día perdimos: el paisaje que solía
evocar y lo conmovía y los amigos que se alejaban sin decir
adiós al sur; a las casas viejas; a los barcos que se alejan
en alta mar; al volver con la frente marchita si es que se quiere
sinceramente volver algún día; a las marionetas que
de niño lo hacían reir; a los circos pobres convertidos
en peldaños de sueños; a los bosques deshojados; al
primer árbol que le dio su fruto; a una canción que
le rememoraba solo ausencias controvertidas del ámbito más
familiar e íntimo de su poesía. No era la luz del presente
lo que le interesaba sino aquella que fue y se apagó un día,
o que parecía una luz y no lo era, como fue la dualidad de
su propio destino: ser un francés o un cuasi mestizo del sur
de Chile "Me despido de la memoria / y me despido de la nostalgia
/ -la sal y el agua / de mis días sin objeto / y me despido
de estos poemas: / palabras, palabras -un poco de aire / movido por
los labios- palabras / para ocultar quizás lo único
verdadero: que respiramos y dejamos de respirar".
Terminó siendo una huella, gran valor entre los hombres eternos,
y lo será para varias generaciones de poetas que lo siguen
e imitan, que se empeñan en una poesía sin raíces,
pues la lucha interior de Teillier, sus profundas e incontenibles
vivencias y su amplia cultura, no la tiene nadie de los actuales poetas
chilenos, inclusive los que han seguido sus pasos y se han visto influenciados
por su estilo. Les falta el drama interior que dominó en Teillier,
drama por el cual nadie se preocupó ni comprendió estando
el poeta en vida. Es extraño y desconocido casi para todos
-el don está en reconocerlo- ser mitad de una cultura y mitad
de otra totalmente distinta pero ambas encarnadas como llagas sangrientas.
En Teillier una paterna, culta y ancentral herida abierta de francés
y la melancolía de ser hijo de mestizo español-semita
y en plena araucanidad chilena.
Reconocerse en este histórico complejo social, para muchos,
es como aceptar la infección del menoscabo en que por siglos
se han visto afectados en su crecimiento intelectual los chilenos
mestizos y los grupos indígenas de nuestro territorio. No sabemos
si tomando conciencia de esto exista una solución, no sólo
en el plano poético, sino social, sicológico y humano
de los chilenos. La lectura de la poesía de Teillier nos da
claves para la comprensión de este espinoso drama del complejo
del mestizo chileno que forma parte de su enconada y no resignada
personalidad. Estas lecciones no las encontramos en ningún
poeta chileno, es posible que exista más de uno, pero yo ignoro
quienes podrían darnos una lectura con tanto fondo existencial,
psicológico, histórico de dos realidades sin definición,
como la del contenido poético de Teillier. Descubrir este aporte
nos acerca, insistimos, a la verdad de la auténtica poesía.
El tango de los hijos de
emigrantes
Jorge Teillier Sandoval nació el 24 de junio de l935 en la
ciudad de Lautaro, territorio ancestral de los mapuches, que conserva
el incesante ritmo sonoro de sus ríos; al que ahora se añade
el sonsonete acerado de los trenes que lo cortan por el medio. Lautaro
es un pueblo joven que fue fundado el 18 de febrero de l881, por la
expedición Recabarren. Los primeros emigrantes fundadores debieron
abrirse paso a golpe de hacha entre las selvas vírgenes desafiando
a la vez el postrer empuje de las últimas lanzas araucanas
rebeldes, condenadas a ser vencidas por el winchester. Desde l885
fueron instalados allí los colonos extranjeros, principalmente
alemanes, suizos, franceses y españoles que recibían
madera para hacer una casa, 40 hectáreas de terreno, dos bueyes
y una vaca.
Era una época en que la insuficiencia del prestigio cultural
español no era indiferente en Latinoamérica. Las nuevas
naciones que habían nacido, desde l810, a la independencia
y a la libertad lo fueron en una gran actividad intelectual. La mayor
parte de los caudillos de las guerras de la emancipación eran
grandes lectores de libros europeos. Nunca y nadie podrá menoscabar,
como los españoles lo intentan, la influencia del pensamiento
liberador venido desde Francia, en libros ocultos en los bajos de
las bodegas de los barcos, que motivaron, en pensamientos y obras
la etapa de la independencia americana. Cuanto más se estudia
a las grandes figuras de la época, más resalta su profunda
antiespañolidad. En Bolívar, Carrera, incluso San Martín,
educados en un ambiente español, resalta un temperamento contrario
a la monarquía peninsular europea. Todos vivían en una
época en que la psicología no calaba en análisis
profundos; ha sido menestar llegar al siglo XX para que alguien apuntara,
como lo hizo brillantemente Teillier, que era profesor de historia,
que "Latinoamérica libre no ha producido todavía
una generación tan brillante como la de sus libertadores".
En esos tiempos se tendía a generalizaciones sencillas, decidiendo
que España era un país atrasado; y que lo certero, que
la luz y el pensamiento renovador para la humanidad, venía
de París. La cultura francesa impresionó profundamente
a los latinoamericanos y no faltaron espíritus selectos que
se diesen cuenta de que, en último término, la cultura
es flor de la sangre, y por consiguiente se podían conformar
con las sapientes formas que alguien reseñó en los términos
siguientes: "Sentimos y hablamos en español pero pensamos
en francés".
El exodo de estas familias de sus países de origen, fue producto
en Europa de crisis agrícolas, como los famosos casos de 1848-l849,
o de 1878-1893, y de crisis financieras que arruinaron grandes sectores
de la pequeña burgesía urbana en los años de
l880-l890. Procesos políticos internos como la culminación
de la unificación italiana y la de Alemania (l870-l871); o
las guerras carlistas en España; problemas sociales que implicaron
así mismo una creciente actividad de la migración. En
Francia los vencidos en los conflictos sociales de l851 y l871, y
las depresiones económicas de l888-l890, proveen un contingente
humano que en forma masiva visualizará con plena claridad a
la República Argentina, , más que a Chile, como la única
salvación y a donde se trasladarán en masa y por millares
familias enteras.
El lenguaje de las lanzas
Los mapuches de la zona de Lautaro, y de todo el sur de Chile, al
establecer contacto amistoso con los europeos, robustecieron el ánimo
y la confianza de los extranjeros recién llegados; se iniciaba
así entre ellos el comercio y el trueque de mercaderías;
de ideas nuevas para el recién llegado sobre la sobrevivencia,
entre lanzas y espadas, de idiomas ininteligibles en su comienzo;
de vida y muerte; de amores cruzados, primeras grandes sorpresas evitadas
por los más, el amor entre los hijos de los recién llegados
y las mujeres mapuches o mestizas que ancestralmente vivían
pegadas a esa tierra exuberante. Mucho de esta historia se escribió
aquí con tintes de indigenofilia o de indigenofobia.
Teillier en poemas, como los dedicados a su padre don Fernando Teillier,
"honrado como una manta de Castilla", y en numerosos
escritos nos da ideas de su eterna preocupación del problema
del araucano con los cuales estuvo en Lautaro, y a través de
su padre, en contacto desde su primera niñez. Nos dice en Retrato
de mi padre militante comunista: " .../ O llega a través
de barriales / a las reducciones de sus amigos mapuches / cuyas tierras
se achican día a día, / para hablarle del tiempo en
que la tierra / se multiplicará como los panes y los peces
/ y será de verdad para todos".
Así afirma que los inmigrantes establecidos en los campos
adelaños, "europeizaron", por decirlo así,
el paisaje, las costumbres, el carácter, y a la personalidad
del chileno le dieron el sello de viejas culturas, mestizando cuanto
tocaban, admiraban e incorporaban dentro de sí lo mejor de
la tierra de promisión, que a la larga fue la cultura y el
amor a esa tierra los sentimientos que adquirieron sus hijos. La Frontera
nace con un signo muy particular, el de la mezcla de tres sangres:
la mapuche, la europea y la semita española, palabras muy graves
en las memorias del soldado Juan Bautista Olivares Ferreira, que Teillier
descubrió entre viejos papeles de otros cronistas y que señala,
con énfasis y orgullo, en su artículo "Lautaro:
éste es mi pueblo", y en "La Araucanía y los
mapuches según tres viajeros extranjeros del siglo pasado".
Gardel y Teillier
El 24 de junio de l935, el mismo día en que nacía
Jorge Teillier en Lautaro, en Medellín, Colombia, a las 15.10
horas se incendiaba, producto de un lamentable choque accidental el
avión "F 31" de la compañía Saco de
una empresa alemana manejado por un alemán, y El Manizales,
avión colombiano que transportaba a Buenos Aires al conocido
cantor de tangos Carlos Gardel. Despues de actuar en el Teatro Olimpia
y en el Real de Bogotá el 23 de junio, Gardel había
cantado premonitoriamente: "Tomo y obligo mándese un
trago..." El fatal accidente ocurrió a pocos días
del solsticio hiemal, el de invierno que en el hemisferio boreal,
que se da del 21 al 22 de junio y que produce u origina el día
menor y la noche mayor del año completamente contrario en el
hemisferio austral. Es el tiempo o la época del año,
o más axactamente, punto de la elíptica, en que el sol
alcanza su máxima declinación Norte o Sur, en los calendario
se dice que el sol entra en los signos de Cáncer y de Capricornio,
el primero es solsticio llamado de verano para el hemisferio Norte
y de invierno para el Sur, y el segundo, de invierno para el hemisferio
Norte y de verano para el hemisferio Sur.
El 24 de junio es el día de San Juan, día clásico
de la brujería y de las pruebas mágicas; noche propicia
para quienes siguen fieles a las viejas superticiones y el día
en que los mapuches realizan algunos de sus más celebrados
machitunes. "Pero conocemos", decía Teillier,
a muchos que trasnocharán, -como él lo hacía-
no precisamente para esperar que florezca la higuera que puede
hacerlos millonarios, sino para cumplir el fiel ritual de escuchar
la voz sobria de Carlos Gardel, acompañada de guitarras u orquestas
de 1930".
La mejor manera de recordarlo era reunirse con sus amigos más
cercanos; muchos de sus cumpleaños los celebró en mi
casa, en el departamento de la calle José Miguel de la Barra
452, al lado del Museo de Bellas Artes. Colocábamos, colgando
de una pared, un vieja y desvensijada guitarra, que sólo cumplía
su misión en esa fecha y con ese exclusivo propósito,
se ponían unos claveles rojos entre sus gastadas cuerdas, y
debajo una mesa con la vieja vitrola a cuerda (mi envidiado tesoro
codiciado por todos) de donde salía de un disco de pasta negra,
por la magia de una aguja casi sin punta, la mágica voz de
Carlitos, la que celebrábamos con tristeza pero de inmediato
con alegría alzadas las copas del infaltable vino tinto y blanco
Santa Carolina de 2 ó 3 hasta 4 estrellas, y al fin sin ninguna,
a puro chuico, por el honroso cumpleaños del poeta. Jorge agradecía
sonriendo con los labios semicerrados para que no se le notara la
falta de dos de los más importantes dientes delanteros. Con
picardía y complacencia le agradecía, al "troesma"
Gardel, los instantes de placer y de emoción que le proporcionaba.
Era los momentos en que con una guitarra verdadera entonábamos
sus tangos preferidos. Rolando Cárdenas no dejaba nunca de
cantar "Casas Viejas", "Lamento borincano"
y el siempre escuchado con religiosa atención"Corazón
de escarcha"; y yo, a requerimientos de Jorge "Marionetas"
de Tagini; "Mañana zarpa un barco"; "Volver"
de Le Pera y Gardel y "Sur" de Manzi y Troilo, entre
otros. Jorge, para terminar con la ondanada de tangos láricos,
cantaba "Melenita de oro", y su privada y exclusiva
participación artística la rubricaba con "Rubias
de Nueva York" matizándola con unos pasitos de bugie-bugie.
La alegría duraba hasta la madrugada del día siguiente
para que Chamelo, todos concientes de ello, tuviera donde quedarse
a dormir sin ir a su original, lejana y consuetudinaria hospedería.
Después Teillier escribiría dejando patente su afición
a las carreras de caballos, igual que Carlitos: "Gracias al
maestro que me ha dado tanto/ pues si no brillo en las acciones/ me
acuerdo de Leguizamo/ ganando con "Lunático"/ por
una cabeza. Soñando con despertar con rubias de New York, como
el troesma / en "El tango en Broadway".
Muchas otras motivaciones entusiasmaban al poeta cuando se nombraba
al francés cantor Carlitos Gardel. Ahora pienso si era verdaderamente
conciente de los parentezcos sanguíneos que supuestamente le
daban con el cantor, y que él admitía con risueña
modestia, pues Gardel era francés, lo mismo que los abuelos
de Teillier que eran de Charente al norte de Francia curiosamente
cuna del champacne y del coñac. Gardel era de ese Languedoc,
la antigua provincia del sur de Francia, poblado de ilustres personajes,
pues Toulouse, Rosellón, Gevaudán, Velay, Vivarais cuya
capital era Tolosa (Toulouse), que fuera la capital de Aquitania,
dieron al estudio del derecho romano al erudito Jacques de Cujas,
al genial prosista Paul Groussac y al poeta Federico Mistral, premio
Nóbel de Literatura. Así en las cercanías de
los Pirineos y a las orillas del río Gerona vió la luz
el que sería el alma, la voz y la figura del cantor de tangos
por excelencia, el portavoz de la historia social, política
y cultural de todos los hombres de ultramar y también del criollismo
americano en retirada. Del mismo puerto de Bordeaux, en Francia, debió
enbarcarse la madre del cantor llevando al niño de un poco
más de dos años rumbo a una nueva nación y a
otro destino; de ese mismo puerto pocos años antes la familia
Teillier se había embarcado, con el mismo propósito
de encontrar tierras promisorias y llenos de esperanzas.
Etimología de Gardes y
Teillier
Ambos apellitos Gardel y Teillier provienen del mismo tronco germano
del tiempo en que Carlomagno rey de los Francos y Emperador de Occidente,
aproximadamente en 768, sucedió a su padre Pepino el Breve,
que inundó, conquistó y culturizó todo el territorio
de los antiguos galos. La zona del Languedoc fue la que conservó
por más tiempo la influencia sanguínea, idiomática
y cultural de los francos germanos, los conquistadores del sur de
la actual alemania, que en definitiva, tal fue la forma y fuerza de
penetración y permanencia que le dieron a lo conquistado, que
el actual territorio, origen paterno de los Gardes y Teillier, está
denominado con una palabra germana: Francia significa país
de los Francos, de donde, entre otras, vienen Francisco, franquicias,
puertos francos es decir libres. Franco en alemán es Frei,
y Francia fue para los alemanes Frankreich, es decir, Reino de los
Francos, que es lo mismo que decir "Reino de hombres Libres".
La etimología de la palabra Gardes -nombre original del cantor-
es una vieja palabra. Garde significa en alemán "guardian",
"escolta", y dio semantizaciones como garderobe; guardaropa
y gardine; guardián en castellano, la palabra proviene del
alto viejo alemán entroncado con el lenguaje de los renombrados
Godos que en el año 425, como visigodos, cruzaron el país
de los galos para afincarse en el sur de la actual Francia en los
territorios del Languedoc, y en el norte de España, cruzando
los Pirineos hasta la zona actual de Cataluña.
La palabra, en este caso el apellido Teillier, tiene la misma proveniencia:
viene del territorio de los Francos alemanes. Teillier significa entallador,
la raíz teil, (se pronuncia en alemán "tail"),
es una parte de algo, en este caso el talle del cuerpo humano, era
el cortador profesional especializado en la confección de esa
parte de los trajes antiguos, sobre todo de las damas que se encintaban
la cadera creando una significativa división entre el tronco
con una forma y, desde la cintura hacia abajo hasta los pies, con
abundantes pliegues debajo del cual estos estaban sostenido por la
ampulosa rodondez del antiguo y romántico miriñaque.
La palabra francesa"taillé", significa cortador,
fraccionamiento, división, parte, bifurcación; y dio
por extensión semántica "taller" en español,
además del exquisito "atelier" utilizado también
por los hablantes alemanes cuando quieren significar que algo es más
refinado que lo que sale de un mero y rústico taller de obrero,
alcanzando a apellidos castellanizados de origen francés compuestos
de artículo y subtantivo como Letelier y otros similares y
palabras como detalle, etc. "Teil" que es "parte"
en alemán, en español, alcanza variadísimos significados:
participante, actuante, comediante, parcialmente, fraccionar, partir,
repartir, compartir, etc., etc.
La etimología del apellido Teillier, no es como la que cariñosamente
nos entrega el escritor Enrique Lafourcade, gran amigo del poeta,
un instrumento de cuerdas tañido melodiosamente por los antiguos
semitas, sino "parte" de algo que convierte al profesional
en un entallador, en un cortador de tela, que trabaja esa "parte",
"el talle" de un vestido femenino o traje de hombre y es
de indudable proveniencia germana.
La melodía de los mismos
llantos
Más de una coincidencia emparentaban las costumbres del cantante
Carlos Gardel y del poeta Jorge Teillier, que naturalmente no se conocieron,
el cantor ni tuvo noticias de ese niño que nacía cuando
él sucumbía tan violentamente, pero sí el poeta
que cuando comprobó que ese ídolo de la canción
popular era del mismo territorio de sus antepasados y había
muerto el mismo día que el nació, alcanzó en
su espíritu de poeta rutas de emigración sentimental,
desarraigos, lamentos cotidianos que en definitiva son los que conforman
el numen de las letras de los tango de aquellos hijos de emigrantes
que en la Argentina, como ejemplo, volcaron su sentimentalidad y crearon
letras para ser lloradas y bailadas. Teillier con Pagini vió
las mismas marionetas que danzaban y bailaban; con Manzi el mirar
al sur sin encontrarse en él a sí mismo; con Pelay las
casas viejas queridas que se van por haber terminado sus vidas y son
derrumbadas; con barcos que se alejan por mares desconocidos hacia
un horizonte que no se vislumbra; en un volver con la frente marchita,
¿hacia dónde? ¿al lugar donde nació? o
¿aquél en Francia donde pudo o debió haber nacido?;
la Francia que divisaba en la serenidad y honradez del semblante de
su padre don Fernando y en el de sus hermanos, como en Ivan cuya facie
era casi germana y su identificación, talvez inconciente, lo
llevó a elegir para sus obras literarias el seudónimo
de I. A. Stern (estrella en alemán); de como en el suyo propio
enmarcado en ese horizonte sin luz, hacia donde de noche todos los
barcos, cargando en sus bodegas miles de sueños, se alejan.
Por más que se canten los viejos tangos, todos ellos no se
afincan en la memoria, por eso se siguen repitiendo una y otra vez,
y cada vez que se los canta se reaprende cada intención que
en el texto se oculta, o que el que canta desvela, porque es un canto
al compás de la desmemoria, un invento genial, porque fueron
compuestos por hijos de emigrantes que lo único que querían
era volver al origen de sus antepasados -en esto está la magia
del tango ¿y quién lo sabe?- y en esa desmemoria se
le deshojan las letras, como un árbol en otoño, sin
compás de vida, sin equilibrio, sólo el equilibrio y
la profundidad del lenguaje que da la capacidad de búsqueda,
porque en definitiva la poesía de Teillier es una búsqueda
forjada en la soledad, sin ayuda de nadie; un tango cantado de madrugada,
de costado, de reojo como una desrealidad para disipar los sueños
imposibles de cargar de día, o esos nocturnos que entristecen
más el alma al peso de fracazos, como es la poesía de
la memoria perdida, que sólo en la belleza que en las palabras
encuentran se sostienen, y en la que se encuadran está la sobrevivencia
que frase a frase, reglón a reglón, hoja por hoja el
poeta intenta hacerla suya en un mundo de refugios que todo humano
necesita.
Poesía para la vida y la
muerte
La poesía de Jorge Teillier es la sinceridad misma dentro de
la confusión del objetivo poético, por ese algo extraño
ha influenciado a todos los que, aunque busquen algo distinto con
nuevos lenguajes, se han identificado con él en lo esencial:
la confusión del lugar de origen que tiene como resultado no
saber a dónde ir, constante común en los chilenos. ¿Será
una poesía de permanencia?
En definitiva todos los hombres llegan al mismo destino final que
es la muerte, es decir, llegan a la más eficaz ayuda al desamparo,
tremendamente humano, donde nadie nos agrede y de donde emanamos todo
el cariño que de nosotros quieren evocar: el mundo que hemos
creído perder sin saber en que dirección podríamos
encontrar uno mejor o el auténtico. En la muerte al fin encontramos
ese algo íntimo, lo más íntimo, lo que nadie
podrá ya arrebatarnos, porque la muerte es lo único
que le pertenece a la vida, o a la vida lo único que le pertenece
es la muerte y la poesía no es más que hacer cultura
y alabanzas de la vida y de la muerte. Nosotros somos para la vida
y para la muerte su plena y última realización, su último
poema, el gran poema que termina siendo devorado por las ansias que
ya en vida consumen lo esencial del ser humano. La vida tiene vocación
de muerte y la muerte devoción de vida.
Despedida
Por esto y muchas cosas más, no terminarán con estas
evocaciones de homenaje a la obra de Jorge Teillier los tributos que
se merece; porque fue un gran poeta; un buen poeta; un poeta bello
en términos de humana presencia; un poeta valiente porque como
hombre fue un hombre bueno; un amigo leal y bondadoso, por ello quedará,
para siempre, en el asombro de nuestra memoria circular, inmerso en
la retina de circunstancias de lejanos y viriles sentimientos; en
el cuerpo siempre verde de nuestra naturaleza y en la creciente cultura,
a la que constribuyó con la instuición determinante
de un Dios, a lo que ahora es y promete Chile para todos nosotros:
porque Chile fue para él lo único que pudo tener -nunca
pretendió exilios dorados- y donde quiso vivir y eligió
morir, pues todo Chile, toda su historia que la tenía en su
corazón y no en los labios, le perteneció con sincero
orgullo, lo mismo que su tierra con todos sus viñedos; sus
pueblos de indígenas, de gente humilde y bondadosa que sufre
y espera amparado en pasadas glorias y en heroicas páginas
de nuestra historia, abrigados como su padre, en la "honradez
de una manta de castilla". Todo fue su tristeza y todo fue
su fin. Pero su primer y último vino fue lo más dulce
que el hombre puede anhelar. Su ausencia, una sed inaguantable, me
hace comprender que un día nosotros también dejaremos
solos a los que nos quieren.
¿Cuánto más debo agradecerle al poeta, a mi compadre
pues fue el padrino de Cristinita mi hija mayor, ahora que me sumo
con derecho a la admiración que después de su muerte
ha despertado en la juventud de nuestra patria? Sé que nadie
puede categóricamente afirmar: "éste es un buen
poeta" sin apartarse de sus simpatías y diferencias porque
las opiniones sobre lo que nos interesa si empiezan bien y somos obsecados,
terminan siempre mal. Debemos saber que a los hombre no le es posible
opinar sobre todo lo que se le de la gana, pero sí, este atributo,
le es posible al tiempo, porque el tiempo tiene la más portentosa
memoria, la misma que recobran las nuevas generaciones que no sólo
tienen la tarea de memorizar el desafío sino también
autoridad, adquirida por la fuerza y el derecho de la juventud, para
seguir divulgando el nombre del poeta y de su poesía que a
traspasado el tiempo para convertirla en un eterno tesoro.
Jorge Teillier murió el 22 de abril de 1996 en un hospital
de Viña del Mar.
Días antes había confiado a un amigo su último
poema: "Si alguna vez mi voz deja de escucharse piensen que
el bosque habla por mí con su lenguaje de raíces"
.
Y Confiaba que "su única ambición era salir
en los textos escolares"
Sin duda, la pasión en la poseía del poeta Jorge Teillier
es ahora nuestra pasión convertida en una tarea, que es la
voluntad de la memoria madurada en paisajes de noble propósito:
que el poeta Jorge Teillier no pase nunca al ingrato olvido al que
los chilenos estamos acostumbrados.
Jorge Aravena Llanca.
Abril del 2005
Berlín, Alemania.