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Jorge Teillier

Por Reinaldo Edmundo Marchant

 

El 24 de junio el poeta Jorge Teillier cumplirá 74 años.

Nació el mismo día y año de la muerte de Carlos Gardel, a quien admira. Hay que anotar esta fecha y aquellos que son genuinamente poetas, podrán brindar con un buen mosto  unido  a uno de nuestros mejores bardos. La Unión Chica de la mítica calle Nueva York, El Torre Molino del sector Lastarria, o El Molino de Ingenio de la Ligua, son puntos de referencia.

No importa el  lugar: el espectro viviente y perdurable de Teillier peregrina en todas las latitudes  que huelen a poesía. Si van por él a las casas de estudios o a las oficinas donde guisan los híbridos textos de literatura, habrán perdido la hoja de ruta para siempre.

El poeta, rodeado de parajes azules, no dejar de vocear un grito desesperado: ¡hay que regresar a los boliches sombríos, a esperar a nadie, a conversar con una muchacha que amará sin decir jamás su nombre, a  escuchar los poemas de nuevos vates, y contemplar por alguna ventana cómo cae el mundo en minúsculas cenizas!

Dice él: los poetas son seres invisibles. Ordenan las letras en los límites de  los océanos. La exposición pública es potestad de las aves y de los ríos, porque los lujos de la creatividad se procrean en silencio.

Que nadie piense que Teillier propone el desorden. No. Transfiere   contraseñas  lúdicas para retornar al Siglo de Oro, donde hablantes líricos acceden a universos más ordenados, bañados de esa nostalgia que traspasa  la tierra húmeda de las aldeas remotas.

Aún pueden escuchar sus versos, que parten de recuerdos inocentes, que buscan tomar lo mejor de las vidas pasadas, el origen de la Naturaleza y el hombre, casa, tierra, árbol, y lo hace sumergido en imágenes soñadas, en una profunda relación de los pueblos y el mito. 

Nuestro vate, copa en mano, afirma: el escritor no debe significar sino simplemente ser. 

Hay que seguir visitando a Teillier. Ramificarse como un sobreviviente de un paraíso que nunca existió. Lo estéril y desahitado se ilumina en las tardes lentas y melancólicas. Se hace desde el abandono. Armado de quietud y la huida. Él lo explica más claramente.

Si lo encuentran, supongamos que en La Unión Chica, caerá en gracia una sorpresa: verán a un hombre silente instalado en la infancia y en los recuerdos, cercado de la felicidad del tiempo, casi oculto en espacios secretos que encubre el bullicio de la ciudad, parado en la frontera buscando reencontrar un asunto que quizás no llegará incluso después de muerto.

No hay problema: él sabe esperar lo que no existe.

Nutridos de estos alimentos, Jorge Teillier – que estará de cumpleaños el 24 de junio, no olvidar-, se armó como un poeta potente, originalísimo, imposible de declarar ausente.

En la barra de un boliche  brinda por los vivos.

Quienes deseen llegar a  la auténtica complexión de los cantos poéticos, pueden recorrer los campos nocturnos que nutrieron al trovador. El vaso,  las botellas, la mesa, la semilla, todo está intacto. Hay que tomar ubicación e imaginar que en cualquier instante saltará una mariposa.

Si por casualidad alguien pasa por el cementerio de la Ligua, lo hará enhorabuena. Desde 1996 tiene en descanso sus restos mortales en una cripta. Nada especial ni trágico lo  rodea. Naturalmente, hay flores. Y los gorriones pían en una  higuera aledaña

Ahí sueña y su corazón  corea el rocío de geografías láricas.

¡Salud, Poeta!

 


 

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