¿Un
Eliot erótico?
Joaquín
Trujillo
Revista Talión,
Junio, 2005.
www.talion.cl
T. S.
Eliot:
Canción de Amor de San Sebastián
.............. Apareceré con
mi hábito de estameña
.............. Apareceré con
la lámpara en medio de la noche
.............. Me sentaré a los
pies te tu escalera,
.............. Me flagelaré hasta
sangrar
5 ............Tras horas y horas de
oración
.............. Tortura y placer
.............. Hasta que mi sangre rodee
la lámpara
.............. Y destelle a su luz;
.............. Me levantaré y
seré tu neófito
10.... Y apagaré la luz
.............. Para seguirte donde me
guíes,
.............. Para seguirte donde tus
pies sean blancos
.............. Hasta tu cama en la oscuridad
.............. Donde esté tu
manto blanco
15.... Junto a tu manto, el pelo trenzado.
.............. Entonces me aceptarás
.............. Porque yo no era odioso
a tus ojos
.............. Me aceptarás sin
avergonzarte
.............. Porque yo estaría
muerto
20.... Y cuando llegará la mañana
.............. Reclinaría la
cabeza en tu pecho.
.............. Llegaría con
una toalla en la mano
.............. Apoyaría tu cabeza
entre mis rodillas;
.............. Tus orejas tienen un
curioso pliegue
25... Nadie en el mundo tiene un pliegue
igual.
.............. Cuando todo el mundo
se derrita al sol,
.............. Se derrita o se congele,
.............. Recordaré ese
pliegue de tus orejas.
.............. Me demoraría un
momento
30.. Seguiría la curva con el
dedo
.............. Tu cabeza debajo de mis
rodillas:
.............. Creo que por fin lo comprenderías.
.............. Ya no habría nada
más que decir.
.............. Me amarías porque
yo te habría estrangulado
35 ..Y a causa de mi infamia;
.............. Yo te amaría más
porque te habría mutilado
.............. Porque ya no serías
hermoso
.............. Para nadie excepto para
mí.
* * *
Nuestra más generalizada concepción de T. S. Eliot,
lo ha relegado a una identificación con cierto ascetismo no
sólo estilístico sino sabidamente teológico y
moral; se le repiten a diario frases memorables y explicativas de
la existencia misma tales como “La
humanidad no soporta demasiada realidad”, que encontramos anudada
algo violentamente en Burn Norton y algo menos en Murder
in cathedral. Además, siguiendo a Donoghue, vemos que hasta
para autores muy pechoños sus versos abstractos y trascendentales
contrastan con su experiencia más sensibilizada. Con su declaración
de principios en 1928 “Clasicista, monárquico y anglocatólico”,
Eliot se colgó un cartel que él mismo, posteriormente,
confesaría, sirvió para interpretar demasiados aspectos
de su obra. Y es que Mr. Eliot no pretende la estética de lo
políticamente incorrecto, a diferencia de lo que podría
llegar a afirmarse de su amigo Pound.
La caricatura de Eliot que conoció el mundo a partir de sus
propias declaraciones de principios y de sus obras integrantes del
nuevo teatro poético inglés -que a lo sumo, no eran
menos graves-, es puesta en entredicho con algunos de sus poemas que
aparecieron en un cuaderno de su juventud (cuando aún era un
dandy con ciertos aires de WASP): Inventions of the March Hare,
de donde hemos extraído este poema: Canción de San
Sebastián, cuya misteriosa “trama” constituye un aparente
revés de los postulados teológicos y morales, posteriores,
más firmes de su autor.
Preso, el hablante, de una excitación tan mística como
sexual (v. 4-6), se aproxima con temor del recibimiento que le dará
la figura apolínea, aunque cristianizada, del tradicional retrato
de San Sebastián soportado en las estampas católicas
(v. 14 y 15). La flagelación, además de ser concebida
como un acto de erotismo, es acaso la penitencia que resulta de un
pecado que aun está por cometerse (v. 10 y ss.). La fijación
por el pliegue de las orejas es elevada a una evocación en
los tiempos futuros de la redención del tiempo mundano (v.
27 y 28) que encontraremos después en los Four Quartets.
Ese estrangulador y mutilador del objeto de su pervertido pecado,
que es en verdad un santo, ese martirizador putativo de San Sebastián
mártir, es su completo enamorado que pretende casi acceder
a él sin serle advertido. Esta imposibilidad del santo de ver
en su propia belleza física, el móvil de una mente proclive
al pecado, resulta de un desconocimiento conciente o no, de su propia
exterioridad corporal. Como en la primera de Las elegías
del Duino, de Rilke, “los ángeles no sabrían si
andan entre los vivos o los muertos”, de modo similar aquí,
quien accede a la carne del santo está muerto (v. 18 y 19)
para la inmensidad de aquél como un zancudo recreando su sed
de sangre sobre la piel de un héroe griego. ¿Es su neófito
o es su asesino? Es ambos. Así también, los fieles son
una multitud de discípulos, devotos y victimarios suyos. Cuando
lo mata para poseerlo, no ha matado nada, porque solamente ha matado
el objeto de su amor (v. 36 – 38). Este poema erótico, al igual
que algunos de San Juan de la Cruz, se niega a sí mismo, para
dejar el alma del santo, como imitación del Cristo, libre de
la admiración que la contemplación de su cuerpo barroco
causa en el aspirante al amor de Dios, un amor no reconocido como
tal porque persiste en su forma pervertida. El problema del sujeto,
que aquí es el hablante, no es el problema intrínseco
del Cielo. Un erotismo que se ha clausurado en eso, un erotismo a
secas, es una singularidad restringida a lo que es: un hecho en el
mundo, o bien, inmiscuida en los fundamentos de su propia negación
-de lo cual podría resultar la reducción del todo al
sexo-, se trata de una cuestión que difiere de la aceptación
de lo sublime, que en este poema está generado por la intuición
de un ámbito sagrado al que se teme no sin justa razón.