TRIBUTO EN 70
AÑOS DE SU NACIMIENTO
EN EL MUDO CORAZON
DEL BOSQUE
POR ARTURO
VOLANTINES,
Poeta de Copiapó.
Fresco el texto, recién retirado del Fondo de Cultura Económica;
me meto a una taberna y de un trago largo e intenso me lo leo: En
el Mudo Corazón del Bosque, de Jorge Teillier. Este
libro póstumo,
de poesías creadas en distintos años, incluso con un
poema escrito por el autor a los 17 años; me acerca nuevamente
a la intimidad del poeta y a mi propia interioridad.
Sentado, enverdecido por el texto, me descubro rodeado por la aldea
vital que se vive y que funda en esta poesía: más mágica
que perfecta; pero eternamente simple, como la espuma que se queda
a la orilla de los labios.
Poemas que aquí aparecen como "Estación Sumergida",
"Conversación con Evtushenko", "Cuartetos Imperfectos
a Heidi Schmidlin" son de factura, por la sencillez y la sinfonía
del mundo posicionado por el poeta, por la despreocupación
en la construcción de los versos a favor de una frescura expresiva
y por la niebla -que recorre toda la obra de Jorge Teillier- haciendo
eterno a sencillos hechos: "como soplando las semillas de un
cardo/ echaste a volar por la tierra tus palabras..."; y volviendo,
además, cotidiano a lo histórico y a lo noticioso, como
lo puede percibir la muchacha que espera ver una estrella desde la
ventana de su pueblo.
La tradición es uno de dos paradigmas en que sustenta esta
poesía. Lo lárico, es decir, la poesía que deviene
de los ancestros tutelares, y no sólo de la ruralidad. Muchas
veces Jorge Teillier tuvo que aclarar que la poesía lárica
podía ser de la ciudad, de la montaña y del litoral.
Por eso, prefiero el concepto ethós, porque expresa mejor la
espiritualización de la vida. Incluso, el poeta consideraba
el bar como un lar moderno, donde se comparte y se viaja como si éste
fuera un barco y los parroquianos fueran sus tripulantes. La poesía
del hogar y del coloquio tiene mucha informalidad. En esta poesía
las cosas cobran vida: los bosques, los trenes y los aprecios. Lo
extraordinario: hay una "puesta al día" de las honduras
del pueblo, sin tensionar los versos y sin las piruetas culteranistas.
Lo original está en que particulariza y singulariza el mundo
poético del Sur. El poeta fue muy leal a su visión:
"si tuviera cuidado con mi poesía, sería peinadita
y encorsetada". Indudablemente es bucólico, donde pone
en evidencia la inmensa pequeñez de la existencia, como el
serrucho del queltehue cortando el aire del cielo. Pero también
se abre hacia la constelación, donde habita Milosz, René
Guy Cadou, Esenin y Trackl. Otro de los elementos que amansan la originalidad
está dada por la pertenencia al "paraíso perdido"
de la Frontera, con las influencias de las etnias mapuche, española
y francesa. Esto es fundamental en su radicalidad, irregularidad y
su actitud adámica. Por ello, muchas cosas que son nombradas
por Teillier cobran una verdadera o nueva personalidad. Y creo que
el lenguaje teillierano se volverá un lugar común: "Un
día seremos leyenda/ en cualquier lugar/ donde los aserraderos
sean carozos del bosque...". Otro elemento de su originalidad:
nunca fue arrastrado a "escribir bien", ya que su poesía
no está determinada ni tentada por el exitismo. Estaba más
cerca y le cantaba a los perdedores: a los que gastan el tiempo en
los mesones; es decir, era una especie hablante del extrañamiento
y del atrevimiento marginal. Su poesía militaba en la lentitud,
en el parco ingenio, en la guitarra de cuerdas suaves y liberadas
del pulimento oficioso. Esto le permitía decir todo sin tranzar
la esencia de lo dicho, o no preocuparse en demasía por lo
que otros poetas suelen perder en la búsqueda de una barata
perfección, como ese oro que se le resbala al pirquinero desde
el fondo de la poruña.
Lo local y lo pasado le determinan cierta atmósfera, inclusive
en este poema escrito a los 17 años. Veo en lo perdido la verdadera
sustancia de su poesía. Se refiere a lo que ya no vendrá,
con cierta nostalgia y mucha niebla constituyente. La inconformidad
le respira. Esta poesía es subterráneamente rebelde,
tiende al encuentro de cosechas mejores. Por lo tanto, debajo de la
lluvia y de los potreros abandonados se puede ver el verdadero optimismo
del poeta por tiempos angélicos y frutosos.
Nunca me encontré con Jorge Teillier. Hablamos por teléfono.
Yo estaba enojado, enojado como hoy, cuando levanto el verso. Es cierto
que no adhiero a la poesía lárica. No adhiero a la pena.
No la confundamos con la mansedumbre. Tal vez, la embrollamos con
el tedio y con el vagabundeo (fláneur), como echando para atrás
una cerveza en Lambert con León Gómez.
El poder de la poesía chilena, como una armada bajando del
océano del cielo, se verifica exitosamente aquí. No
puedo dejar de sentir niebla por lo leído, pero también
alegría por el canto original y tradicional de Jorge Teillier.
Creo que esta poesía salvará, corregirá al decir
de Seamus Heaney, a Chile de caer en una sociedad fáustica.
El ethós diezmado casi no lo vemos, pero en la poesía
del patriarca "silbando en el bosque" afortunadamente nos
alumbra, como un lúcumo bailando florecido: prometiéndonos
algo más que la muerte colgando de un segundo.