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POEMAS INÉDITOS DE JORGE TEILLIER[1]

Por Verónica Cortínez
Publicado en
Revista Hispánica Moderna. N°55, Año 2002





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En una mañana santiaguina de 1964, Jorge Teillier oyó el sorprendente murmullo de nuevos pájaros, todos trinando en un lugar inesperado, en una pequeña ciudad de su lárico sur, y no pudo evitar prestarle atención. Después de mucho considerarlo, decidió que ese murmullo contenía elementos afines a su propio canto y, contrario a su mala costumbre, en abril de 1965 decidió aceptar la invitación de Omar Lara, fundador del grupo Trilce y coterráneo suyo de La Frontera, a leer sus poemas en Valdivia. La solemne ocasión fue el "Primer Encuentro de la Joven Poesía Chilena" que además celebraba los diez años de la fundación de la Universidad Austral de Chile, cuyo rector de entonces, Félix Martínez Bonati, siempre apoyó de manera determinante las actividades de Trilce.[2] En ese momento, el grupo también incluía a Carlos Cortínez, Eduardo Hunter, Enrique Valdés y Luis Zaror, quienes acaso buscaban la aprobación de un verdadero poeta que además tuviera sus raíces en la región.[3] En su tierno poema "El poeta en Valdivia", dedicado "A los amigos del Grupo Trilce", Teillier describe su relación con el grupo:

La casa del poeta
no tiene llave
la llave puede ser
la azada
con que el amigo revuelve las papas
en el gris desorden del huerto
o la mesa
donde las revistas de poesía de todo el mundo
coexisten con la chicha de manzana
la sal y la harina (no pudimos hallar el aceite)
y no olvidemos
la voz que desde Japón transmite
la pelea de Stevens
que nos emociona a todos

la llave es perder el tiempo en el Hotel España
desdeñar los municipales fuegos de artificio
comer mariscos en el Mercado
escuchar un lejano aire de gaitas escocesas

y no somos —como se puede pedir—
ni santos
ni pájaros
ni niños

pero vale la pena estar vivos.[4]

Las actividades culturales del grupo Trilce coexistían y armonizaban con las asombrosas creaciones del ballet clásico de Matilde Romo, esposa de uno de sus integrantes, Carlos Cortínez. Fue el mismo Omar Lara quien una vez dijo que Matilde era "la musa de Trilce". A pesar de que son mis padres, no creo estar exagerando mucho si digo que la pareja de Carlos y Matilde precipitaron una serie de eventos artísticos de alta calidad que la ciudad nunca había visto antes, cuyos efectos duraron décadas.[5]

En 1965, Jorge Teillier se enamoró de esa mujer que veía por primera vez en casa de Neruda, pero no fue sino hasta tres años más tarde, cuando ambos ya estaban solos, que él se atrevió a confesarle su secreto.[6] Si bien casi cada línea de los documentos inéditos que quiero dar a conocer esta tarde reitera que ese amor fue asimétrico, imposible, ellos a la vez son evidencia de que fue un amor poéticamente fructífero. Los poemas y las cartas que Teillier le escribió a Matilde —todas las cartas dirigidas a Simone Simon, y firmadas por El Forastero, y la mayoría de los documentos enviados desde Santiago a Valdivia— permanecieron encerrados en el baúl de los tesoros de la leal destinataria hasta la muerte de Teillier en abril de 1996. Matilde prometió depositarlos en las manos del buen amigo Omar Lara para su número de Trilce en homenaje a Teillier, pero esta promesa escrita en agua valdiviana no llegó a cumplirse, como tampoco se cumplieron las múltiples promesas posteriores de inminentes envíos. Finalmente, se vio obligada a mandárselos a una hija perseverante que quería leerlos para esta ocasión.

Me referí a un amor asimétrico e imposible; asimétrico porque nunca tuvo respuesta definitiva y porque no hay nada escrito por ella, e imposible, en parte porque la naturaleza de los dos era infranqueablemente distinta. Hasta aquí estamos en una región de conjeturas y de fuertes impresiones. Lo que sí sabemos con certeza es que cada uno era una especie de arquetipo de un modo de vida radicalmente ajeno al del otro. Ella es una bailarina clásica que siempre sabe poner los pies en el lugar preciso de la tierra firme, con gracia y alegría. En una carta escrita en octubre de 1968, Teillier se describe, citando las primeras líneas de un poema que está escribiendo en esos días:

Amo la vida pese a la vida
Sumergido en el oleaje de tus horas
No sé cómo poner pie en tierra...

Ella vive en un tiempo histórico en el que cada hecho tiene su importancia y en un espacio concreto y exacto; él, en un lugar fuera del tiempo, anterior al tiempo, dentro del tiempo, en "los pueblos donde el tren no se detiene", y en un bosque donde "los anillos que muestran la edad de los árboles serán señal de nuestros esposales".

Pero no vayamos demasiado lejos en esta dirección. Primero, porque sería de mal gusto establecer límites para el amor. El amor es un relámpago que aniquila cualquier barrera que se le interpone. Segundo, porque también exactamente lo contrario de lo que he dicho es cierto. En este punto, las cartas nos ayudan: "Sé que tú eres 'terrible como todo ángel', pero también sé que de algún modo 'estamos cosidos a la misma estrella'"; "demasiados signos me habían anunciado que eras la desconocida que yo siempre he estado esperando, desde que en mi infancia desapareció (y con mi infancia) la única persona que de verdad me hubiese amado". También me gustaría leer un pequeño poema que sólo se entiende a cabalidad si se sabe que Teillier está hablando de una bailarina. Es en este sentido que debemos entender la palabra "cuerpo" y también acaso la palabra "río", pues es necesario recordar que en medio del río Calle-Calle en Valdivia, Matilde montó un alucinante espectáculo de "El lago de los cisnes". El poema se titula "Valdivia, 1968":

Cuando una ciudad
se reduce a un día
que tiene la forma de un cuerpo
también la sangre
pasa a ser el río
que cesará de correr
cuando alguien olvide nombrarme.

El poeta siente que sólo ella puede entender sus versos y que ambos están hechos el uno para el otro, de manera tan evidente que es incluso visible para todo el mundo. En una carta no fechada, Teillier le dice: "En fin, escribo estas líneas deshilvanadas como si aún fuera un adolescente. Es que tú me haces volver a serlo. Estoy escribiendo muchos poemas sobre mi viaje al sur y mi encuentro contigo que es para mí providencial y un día te los enviaré, y tú sabrás leerlos, nadie más que tú". Del mismo modo, Teillier siente que sólo él conoce a la verdadera Matilde. En un poema inédito, Teillier le escribe:

Toda mujer amada tiene tres nombres:
Uno
El por cual la llama todo el mundo
Dos
El nombre que alguien le puso y alguien lo conoce
Y el tercero
Su verdadero
Con el cual ella sueña frente al fuego
Y sólo lo conoce
Quien la ama.

Y en otro inédito poema, extraño y hermoso, leído durante uno de los recitales de Omar Lara en Valdivia, Teillier escribe, entre borrones, el siguiente poema:

Terminarían por encontrarse
Decían todos
Tal para cual
Lo decían con un poco de envidia
Sin saberlo
Y cada cual volvía
A su pan de cada día
Mientras los hijos de la noche
Vivían un tiempo más claro
Que los ojos de un caballo dejado en libertad.
Terminarían por encontrarse
No importa dónde
Porque alguna vez habían llegado a ver juntos el fin del mundo
Ella y él estaban separados ese día
Pero fueron los únicos sobrevivientes
En la ciudad donde un día
Sólo quedaría la huella de ellos
Ellos sabían que el hallarse es separarse
Que el amor es la boda con la muerte
Y sobre la tierra
Como sus antepasados
Derramaban el vino
La embriaguez de sus venas
Las ventanas por donde la noche miraba el sol del amor
Terminarían por hallarse
Decían
Sin saber
Que para hallarse
Tenían primero que perderse
Y luego
Ser los desconocidos
Que eran tal para cual
Antes de que empezara el mundo.

Pero la mayor parte de los demás poemas escritos para Matilde pertenecen a un cierto tipo de poemas de amor. Todos son poemas que describen la ausencia, no la feliz presencia de la amada. Son poemas del vacío, de la mala suerte, no de la plenitud ni de la felicidad. Casi todos describen sólo los terribles primeros momentos después de una felicidad intensa y breve. El siguiente poema, titulado "Un vals para Matilde", fue escrito una mañana en la casa de Matilde, en Aníbal Pinto 2031, en su propia máquina de escribir:

La lluvia escribe tu nombre con letras desparejas
En el camino donde ya estoy
Un día viernes
Situado al final de un mundo

Las cosas tienen un aire sorprendido de sobrevivir
Después que el fuego ha sido apagado
Aquí está el ruido terrible de la mañana
Del que duerme confiando en despertar en libertad
Condenado al viaje sin fin
Del que no se atreve de verdad a mirarse en el pozo
Me sentaría a escribir un vals para ti
Con las hojas de los álamos
Los cursis discos puestos en tu honor en un Wurlitzer
Pero está el ruido de las horas como las aspiradoras eléctricas
Ya no puedo escribir música con sentido
Hasta luego, te digo,
Hasta luego
Mientras la lluvia borra todos los nombres que recuerdo.

Y, para volver a citar uno de los poemas que leímos antes, "El amor es la boda con la muerte". Y en el único poema que Teillier escribió en forma de acróstico, en el que las primeras letras de cada verso deletrean el nombre de Matilde Romo, fechado el 2 de noviembre de 1968, dice:

Me veo con la llaga del insomnio
abierta por tu ausencia que teme despertarse.
Tengo que inventar tu cuerpo y tus palabras,
inútilmente llamo el silencio de tus ojos:
las islas donde habitan las gaviotas del sueño.
De nuevo soy el huérfano de los puentes sin término
esperando la limosna de un día de tu sol,
rodeado por la lluvia y los rieles de la ausencia.
Otro día ha pasado, reflejo de sí mismo,
mientras tu lejanía torna en carbón el corazón del bosque,
o es el torrente que deshace tu imagen que no alcanzo.

Las cartas también contienen un mensaje similar de desesperanza, desolación, soledad, y de insomnio, que después de todo es una desarmonía con el mundo. Por ejemplo, en una carta del 2 de noviembre, leemos: "debo ser, repito, como un reloj que sigue funcionando en una casa vacía". En otra carta, Teillier escribe: "Y aquí no hay sino el sonido del tiempo sobre el tiempo". Otra carta, no fechada, comienza así: "Querida Simone: La medianoche, hora de las confesiones y de las secretas cristalizaciones, y debo escribirte, porque si no es así, estaré dialogando contigo en el desolado insomnio de Santiago, donde las estrellas están demasiado lejanas para que siquiera consuelen algo con su música". Esta carta termina con las siguientes palabras, subrayadas: "Es terrible no verte, no poder estar contigo". Pero tampoco debemos exagerar la desolación. Esta misma carta nos adviene que el insomnio señala no sólo la desarmonía, sino también el tiempo fuera del tiempo de la creación poética, "las secretas cristalizaciones".

En la mayor parte de estos poemas, Teillier describe solamente su propia alma encandilada, espantada, agitada, y ni siquiera trata de describir la causa de su actual estado. Es como si un hombre cuya casa ha sido aniquilada por un relámpago intentan ajustar cuentas con el relámpago haciendo un detallado inventario de la destrucción. Debido a que los poemas privilegian tanto esta tarea, no dan cabida a un retrato de la amada. La paradoja es que los poemas no parecen tener ninguna imagen de ella, pero están a la vez completamente llenos de ella. Como dice en su carta del 2 de noviembre: "Te voy a enviar unas páginas escritas estos días, donde siempre estás presente, aun cuando no lo puedas o debas querer". Según Matilde, esas "páginas" se refieren a poemas publicados alrededor de esa fecha, aunque no sabe exactamente cuáles puedan ser. En este sentido, los poemas son un diálogo tan fino y tan oblicuo que la misma destinataria aún no acaba de descifrar del todo.

Teillier, que recordaba a sus antepasados venidos de Bordeaux y de Cognac, en estos poemas a veces me hace pensar en un trovador del siglo XIII, cuya costumbre era hacer música de su propia angustia para deleitar las noches de la inalcanzable y gloriosa dueña a quien no tenía casi ninguna esperanza de besar. Fuera del castillo pero con la mirada fija en una alta fenestra, está el poeta soñando con la claridad de un cuerpo. En un poema fechado el 27 de octubre de 1968, Teillier escribe:

Un día he salido en libertad
Tú abres las puertas del día
Y yo ciego aún
Por la claridad de tu cuerpo
Perdido en las islas de tus ojos
Que acogen a todos los pájaros insomnes
No he sabido encontrarte
Rostro amado
Que desapareces
Como los columpios de la infancia en la memoria.

Ahora
Rodeado del viento y el acero
De la ciudad sin compasión
Perdido en los rojos ríos de la sed no aplacada
Te entrego esta agonía de días antiguos
Entre los cuatro muros que yo mismo levanté
Y que derribarían
Un soplo de tus labios lejanos.

Los últimos versos de este poema introducen otra dimensión, la de un hombre que levanta un muro entre él y su amada, acaso contra su voluntad, acaso obedeciendo a sus demonios. Una carta también sugiere lo mismo, sin explicarlo: "Siento a veces que yo mismo he cerrado una puerta que tú me abrías". Obviamente, las puertas del castillo quedan cerradas para siempre.

Me gustaría terminar con dos poemas, muy diferentes entre sí, pero que tienen ciertos rasgos en común. Los dos son más sólidos y más extraños que los otros seis, más insondables, como si fueran verdaderos descubrimientos de la propia naturaleza de Teillier y de la naturaleza del amor. Y, cada uno a su manera, encuentra un posible espacio de felicidad. El primero, "Carta escrita en el agua", fue creado antes de su amor por Matilde, pero reescrito para ella en su casa de Valdivia, la misma mañana y en la misma máquina de escribir que "Un vals para Matilde":

Cuando al fin te des cuenta
Que sólo puedo amar los pueblos
Donde los trenes nunca se detienen
Ya podrás olvidarme
Para saber quién de veras soy

Sabrás quién soy de veras
Y los anillos que muestran
La edad de los árboles
Serán señal de nuestros esposales
Y podrás entrar al bosque
Donde te hallé antes de conocerte

Y en el bosque donde te hallé sin conocerte
Oirás las hojas de mis palabras
Y la noche estará iluminada por los ojos de los caballos
Que vienen a beber las aguas del recuerdo
Y son el blasón del amor que no muere

Porque siempre hay un amor que no muere
Y eso te lo dirán los pueblos donde el tren no se detiene
Y el guitarrista ebrio
Que entona la canción que aún no he escrito
Se detendrá en el remolino de las calles
Para mostrarte el camino hacia el bosque
Donde una vez te hallé sin conocerte.

El último poema, titulado "Querido cuchillo", puede parecer algo humilde, pero es quizás el más hermoso y memorable de todos los que Teillier le escribió a Matilde. Como dijo el poeta inglés W.H. Auden, ante la presencia de una parábola pura, el crítico se encuentra en una posición incómoda pues hay tantas interpretaciones como lectores y el crítico deja de ser un privilegiado. Más aún, siempre existe el riesgo de falsificarla, empobreciéndola. Sólo quiero ofrecer una interpretación modesta, tentativa, a modo de puente hacia el verdadero sentido. Si digo que el pequeño cuchillo simboliza su poesía, estaría ofreciendo algo demasiado formulaico que empobrecería la misteriosa imagen en el corazón del poema, aunque nos orienta en la dirección correcta. Además, si fuera un poema sólo sobre su propia poesía, cabría preguntarse por qué se lo dedica a Matilde. Parece que algo sobrevive la destrucción del relámpago del amor. Hasta ahora Teillier nunca había percibido la hermosura, el valor, el secreto poder del pequeño cuchillo brillando sobre su mesa que acaso sea lo más preciado que tiene, pequeña cosa en armonía con todos los antiguos objetos láricos y al mismo tiempo ferozmente opuesto a todos ellos:

Querido cuchillo
de mis antepasados
descansa cerca de mí,
vigila mi sueño,
canta junto al fogón;
cuando bebo, ponte alegre,
no transijas con nadie
con nadie seas dulce,
sé lo opuesto a las flores
brilla terriblemente en la noche;
mi avergonzado corazón te lo agradece.

 

 

 

 

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Notas

[1] Este trabajo fue leído en el Congreso Internacional de Poesía Hispánica, Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile, el 11 de enero de 2001. Agradezco a Karl Maurer sus valiosos comentarios y sugerencias.
[2] De hecho, Martínez Bonati inauguró el encuentro con sus palabras de "Bienvenida a los poetas": "Es para mí gratísimo dar la bienvenida en la Universidad Austral de Chile al ilustre grupo de escritores que esta semana honrará nuestra casa de estudios con sus recitales y con sus argumentaciones. Puesto que la Universidad alberga y atesora permanentemente la poesía, bien está que siquiera de vez en cuando hospede a los poetas, aquéllos en cuyo oficio, por lo demás, se funda lo transitorio de sus moradas. Si contemplamos en su esencia esta conjunción de los poetas y la academia, se manifiesta primero su contraste inmediato y al final su profunda y necesaria afinidad" (13). En una entrevista personal, Martínez Bonati me explicó la razón de su constante apoyo a Trilce: "La universidad tiene que cobijar a los poetas, aunque sea de manera algo marginal. Me pareció natural estimularlos, sin sacrificios considerables y con grandes ventajas La ayuda era muy modesta, que correspondía con el presupuesto de ese momento; fundamentalmente los dejaba usar la imprenta de la universidad y que usaran las salas para sus recitales. Este tipo de actividades favorecen la vida universitaria" (4 de febrero de 2001). Como constata Omar Lara en su entrevista con Soledad Bianchi, el siguiente rector de la Universidad Austral de Chile, William Thayer, "quitó todo apoyo a la actividad nuestra" (41). En 1966, Carlos Cortínez y Omar Lara publicaron las actas del encuentro en un libro titulado Poesía chilena (1960-1965).
[3] Estos fueron los cinco poetas antologados por Jaime Concha en Poesía del grupo Trilce. Sin embargo, los contornos exactos del grupo fueron cambiando con el tiempo. Como explica Carlos Cortínez: "Mientras viví en Chile, hasta 1968, el núcleo local de Trilce lo formamos los cuatro que he mencionado [Omar Lara, Enrique Valdés, Federico Schopf y yo]. Pero en los años siguientes muchos otros poetas ingresaron y fueron incluidos en las actividades del grupo. Todo este proceso, de entrar o salir de Trilce, no estaba especificado en nuestros estatutos —que, por cierto, tampoco tuvimos nunca. No había ni cuotas de incorporación, ni formularios ni ceremonias. La burocracia y la reglamentación eran una peste de la que huíamos. Todo era más o menos improvisado y esto causaba menos problemas que un saludable efecto de libertad y fraternidad... Había un capitán del barco, Omar Lara, y los demás éramos gustosos tripulantes" (102-103). Omar Lara también destaca la apertura del grupo: "El grupo 'Trilce' era muy, muy elástico, un espacio muy abierto: había mucha gente, incluso de otras áreas, que se sentían parte de él: fotógrafos —como Guillermo Monforte y Luis Bustamante—, músicos —como Enrique Valdés, que en esa época, además, escribía cuentos—. Había críticos: Jaime Concha, el mismo Carlos Santander, Eugenio Matus... Nunca fue un grupo estrictamente formal, teníamos un director, que era yo, pero eso era una simple manera de ordenar el trabajo" (cit. Bianchi 26).
[4] En la publicación original, Muertes y maravillas, este poema aparecía dedicado exclusivamente "A Omar Lara" (86). Esta referencia proviene de su libro posterior Para un pueblo fantasma (124).
[5] En un reportaje de la revista Paula, Amanda Puz escribe: "Matilde Romo, directora, coreógrafa y maestra del Ballet Austral, tiene subyugados a los valdivianos. Porque ha logrado en apenas cuatro años de estada en la ciudad, organizar, partiendo de cero, una academia y un conjunto estable de ballet que han arrancado aplausos entusiastas. Con su esposo, el poeta Carlos Cortínez, forman un binomio artístico que hizo un milagro: la descentralización artística de la provincia. Valdivia muestra ahora con orgullo al resto del país una cara artística remozada, vital, propia" (114). En la creación de la Academia de Ballet y luego del Ballet Austral, Matilde destaca el estímulo de Félix Martínez Bonati (115).
[6] En 1965, después de conocer a Neruda en el restaurante El Parrón de Providencia, Matilde fue a Isla Negra, acompañada por Eli León y Nena Ossa, visita que Nena Ossa relata en un artículo publicado ese año en P.E.C. Ese mismo fin de semana, Neruda también había convidado a su casa a un grupo de poetas jóvenes, entre los que se encontraba Teillier, en compañía de su segunda esposa, Ximena Quiñones de León. Años más tarde, Neruda le escribiría un poema a Matilde, titulado "Para la otra Matilde", que apareció publicado en el reportaje de Amanda Puz en Paula

Una Matilde oscura
es clara,
Una Matilde pura
es cara,
Una Matilde dura
es rara,
y si, para la risa
se compara
a una Matilde con una camisa,
una Matilde oscura, clara, pura,
cara, dura y rara
es, creo, una camisa de once varas.

 

 

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Obras citadas

- Auden, W.H. "The I Without a Self". The Dyer's Hand. New York: Random House, 1962. 159-167.
- Bianchi, Soledad. "Trilce". La memoria: Modelo para armar. Grupos literarios de la década del sesenta en Chile. Entrevistas. Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1995. 19-54.
- Concha, Jaime, ed. Poesía del grupo Trilce. Valdivia: Universidad Austral de Chile, 1964.
- Cortínez, Carlos. "El temblor poético de Trilce en el sur de Chile". Revista Chilena de Literatura 51 (noviembre de 1997): 99-115.
- Cortínez, Carlos y Omar Lara, eds. Poesía chilena (1960-1965). Ediciones Trilce. Santiago: Editorial Universitaria, 1966.
- Martínez Bonati, Félix. "Bienvenida a los poetas". Poesía chilena (1960-1965). Eds. Carlos Cortínez y Omar Lara. Ediciones Trilce. Santiago: Editorial Universitaria, 1966. 13-14.
- Puz, Amanda. "Matilde Romo de Cortínez: triunfa en punta de pies". Paula 10 (abril de 1968): 114-115.
- Teillier, Jorge. Muertes y maravillas. Santiago: Editorial Universitaria, 1971.
---------------- Para un pueblo fantasma. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1978.



 

 

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Poemas inéditos de Jorge Teillier.
Por Verónica Cortínez.
Publicado en Revista Hispánica Moderna. N°55, Año 2002