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Teófilo Cid: El naúfrago de la vida

Por Jorge Teillier
Publicado en revista Plan, 1967



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"Abridme esta puerta que golpeo llorando. La vida es variable como el Euripo". A Teófilo Cid le gustaba repetir estos versos de Apollinaire. Muchas veces se los escuché en esos "lugares donde comen los pobres" o en las madrugadas cuando escuálidos gatos deambulan entre los tarros de basura y la corriente última de la noche arrastra lóbregos taxis, panaderos soñolientos y ágiles excursionistas que se preparan para ir a la nieve. Los repito ahora en su homenaje, en este mes de nieblas, mes que fue el de su muerte. La vida sigue siendo variable aunque cada día se cierra físicamente otra puerta y detrás de esa puerta los viejos amigos no nos respondan. Su voz humana no, nos responde, pero si, la voz, más que humana del recuerdo donde el poeta vive entre quienes alguna ves lo escucharon.

¡Tiempos aquellos! como diría Nicanor Parra. De pronto sé que han pasado más de diez años de la primera vez que vi a Teófilo Cid, en el brumoso fondo de la sala de redacción de un periódico. Allí él escribía esos artículos que yo seguía como los episodios de las viejas seriales (sin embargo, después Teófilo me dijo "No crea en mis artículos: en ellos entrego el recorte y no la hostia".).

Fui a verlo para llevarle mi primer libro de poemas. Nada más como una tarjeta de presentación. Me sorprendieron su aspecto indefenso, de niño mirando al vacío, su compuesta voz, su inesperada afabilidad. A la semana siguiente (y no era el único crítico literario) apareció un articulo sobre ese libro primerizo, el único articulo (perdonen la vanidad) en donde se hablaba del trasfondo de lo que yo, el adolescente de ese tiempo, había querido decir.

Reuniendo valor de joven provinciano, me atreví a la salida de la Biblioteca Nacional en donde solía verlo, a invitarlo a tomar una cerveza. Las cervezas fueron agrupándose en la mesa como en las mesas de conscriptos con permiso dominical. Temas de conversación de Teófilo en esa tarde de 1956:

—"Faulkner es un desordenado, no tiene claridad mental. Prefiero leer al maestro Balzac" (en verdad, Teófilo con unos grados de alcohol en la cabeza se consideraba sosías de Balzac, su autor más admirado). — "Qué poeta más idiota es Fulano de Tal (no puedo nombrarlo porque aún vive). Vea usted como dice: "Tu vino con sabor a catedrales" para elogiar a Francia. Debe ser un vino con gusto a moho y porquería". —"Si, este es el mes de la muerte de Gardel. Pero le tengo odio a Gardel, porque una vez llegué a Pitrufquén y hallé en la estación a mi novia llena de lágrimas ¿Pero qué es esto? le dije, he estado ausente sólo un día". -"No, me respondió. Estoy llorando porque se acaba de morir Gardel." Los restaurantes y el alcohol y las bibliotecas aparecen al recordar a Teófilo Cid. "Escritor de café" lo llamaron alguna vez, para darle un tilde vergonzante. Sin embargo, en nuestro pequeño ambiente no se entiende que un escritor también lo puede ser de café. Si Teófilo Cid hubiese vivido en el Quartier Latín escribiendo sus cuartillas sobre una mesa de mármol, todo el mundo lo hubiese dejado tranquilo. Aquí parece una pose, para nuestra provinciana mentalidad.

Y es que el era una "rara avis", uno de los pocos sobrevivientes de la especie llamada "hombre de letras". Teófilo estaba siempre atento a las últimas manifestaciones del arte y la literatura, trasladaba noticias, ejercía un gratuito apostolado y magisterio que muchos jóvenes debieran reconocerle. Generoso y estimulante para quienes valían (recuerdo sus opiniones vaticinadoras sobre Alberto Rubio, Galvarino Plaza, Armando Uribe y Rolando Cárdenas, por ejemplo). era también insolente y mal hablado contra el filisteo y el parvenu. Pero la mediocridad de nuestro ambiente lo fue envenenando. En el fondo, Teófilo Cid no podía claudicar. Su aspecto desastrado y repulsivo exteriormente era la forma de rebeldía, contra el orden burgués y mojigato. Pienso que no es verdad que la sociedad le negó todo. Al contrario, cualquier arribista hubiese trepado a alturas insospechadas a partir de las posiciones que muchas veces tuvo Teófilo Cid. Funcionario de ministerios; secretario de redacción de revistas y diarios, las cartas de triunfo estuvieron muchas veces en sus manos y las desdeñó. Despreciaba la sociedad actual e incapaz de integrarse a ella, escogió el suicidio disimulado tras el alcohol.

Contradictorio personaje, alguna vez lo oímos decir que todas las noches le rezaba a la Virgen. Pero al mismo tiempo se declaraba socialista, partidario de los bolcheviques, y recuerdo siempre su gran alegría cuando Gagarin surcó por primera vez el espacio, en un vuelo que su poesía había pronosticado hacia veinte años. Perdido en la ciudad, náufrago de este mundo, Teófilo Cid como relación frente a nuestro malsano modo de vida, mantenía una aspiración hacia un mundo de orden más elevado y puro, en el cual las relaciones humanas no estuviesen regidas por el interés y la sordidez. Amaba la tierra natal, el sur, la casa paterna: "la casa del recuerdo como el rumor del mar en los viejos caracoles". Sabia que "la soledad es un estanque con faunas de alcohol" y para superarla se inclinó en su libro "Camino del Ñielol" al lar sureño, al "brocal donde brillan las raíces". Luchó por recuperar a través de la poesía un mundo mejor y cayó en esa lucha. Cayó junto a esa amada del Sur: "Cómo olvidar que en el curso del Toltén/ Inclinamos los dos juntos, sombra amada/ La cabeza para ver/Nuestra alegría reflejada". Cayó en su empresa que fue la del último mandragórico, el único que tal vez no condescendió con la realidad inmediata al negar la realidad misma.

Su obra literaria lo sobrevive y espera el justo juicio. Difícil juicio entre nosotros. Hay que estar vivo para recibirlo, o ser un muerto cómodo, a punto de cumplir su centenario. Teófilo Cid derrochó su talento, pero su obra de cuentista, narrador, autor teatral y poeta está viva y espera esa resurrección que da la desinteresada posteridad. Sus amigos no pudieron salvar de la atracción de la muerte su cuerpo perecedero. (Sus amigos: Jorge Onfray, Guillermo Atías que tan justamente lo llamó el "Dandy de la miseria", Ricardo Tirado, Armando Menedín, y esos ángeles guardianes que eran los gásfiters y vendedores viajeros que al final eran sus chilenos compadres). Pero sus amigos mantendrán, como lo dijo Diaz Casanueva, en su memoria el recuerdo de Teófilo Cid como el fuego vivo de la poesía. Se había perdido él mismo: "No se puede jugar con nafta sobre el fuego ni beber de botellas que no acaban nunca", decía en un poema postrero. Y aunque él haya también dicho para el sol invernal que fue el de su muerte: "Aunque el sol en plumaje de guerrero etrusco y soleado/ borre con la esponja de su canto/ la indescifrable desdicha de la vida", yo sé que la vida no es esa desdicha indescifrable, sino que más allá de si misma, esa alba de oro recibe a todos los poetas y los hace resucitar en el verdadero mundo.



 

 

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