Disculpen que hable de mí en el inicio. Hablar de mí es, de alguna manera, hablar de Jorge Teillier. Nací en el sur de Chile. Carahue, mi lugar de nacimiento, y Lautaro, lugar de nacimiento de Jorge Teillier, son ciudades de la región de la Araucanía. Las separan 100 kilómetros de distancia. Leer a Teillier es para mí como volver a tocar mi Carahue de la infancia con el pensamiento y los sentidos.
Carahue y Lautaro forman parte de nuestras poéticas. Pero mi lugar de nacimiento no es la aldea mítica, humildemente paradisiaca de Teillier. Es el lugar del hermoso recuerdo y también un lugar conflictivo. En mi aldea, permanentemente lluviosa, con sus molinos y aserraderos, con su flora y fauna primitiva o doméstica, como en el Lautaro de Teillier, aparece el conflicto. Hay una edad de oro en el conflicto.
Ambos vivimos desde nuestra juventud el exilio. El suyo es un exilio interno, el mío es un exilio externo. A los veinte años me fui a vivir a un valle de la zona norte de la Patagonia argentina. Esta experiencia del desarraigo me ayuda a entender el sentimiento de la pérdida y la nostalgia en la poesía de Jorge. Quien no la tenga difícilmente captará el sentido profundo que tienen las imágenes de sus versos.
El recuerdo del lautarino no está cruzado directamente por el poder. Es su actitud de reacción frente a una sociedad deshumanizada la que hunde su poesía en una raigambre ideológica. Teillier reniega de la función política de la poesía. Más que una poesía partidaria, su poesía es por esto una poesía de resistencia. Lucha sin ninguna ilusión “contra el universo que se deshace”. Es una lucha perdida. Él lo sabe y eso lo une a la desesperanza. La poesía de Jorge Teillier está tocada desde su primer libro por la desesperanza.
Nació en Lautaro, pueblo en aquel tiempo, hoy pequeña ciudad, próxima a Temuco. Lautaro vivía bajo el humo de sus chimeneas, bajo las lluvias del sur de Chile. Sus trenes cruzaban su sector urbano y el río Cautín lo orillaba con su flora y fauna. En estos pueblos del sur lo urbano está unido a lo rural. Teillier vivía a una cuadra de las vías. Observaba el paso del tren en su niñez, sentía el temblor diario de su paso por el pueblo, su presencia móvil marcaba los horarios del día. Por eso son una constante en su poesía.
¿Qué es ser poeta para Jorge Teillier? Para Teillier es más importante ser poeta que escribir buenos poemas. Así lo dijo. ¿Qué necesita el ser humano para convertirse en poeta? Transgredir lo cotidiano y edificar una vida poética, una existencia alejada de la vida práctica. Desprenderse de la vida condicionada y asumir una vida auténtica abierta a los seres y a los elementos.
¿Qué puede esperar un poeta viviendo así? Migajas de la sociedad. Incomprensión, burla, desprecio. Teillier lo sabía. Manifestaba que no importaba que no lo entendieran sus contemporáneos. Confiaba en un futuro de aceptación. Así fue. Hoy es unos de los poetas chilenos más leídos.
Sabemos que su poesía está cruzada de punta a punta por la nostalgia, por el sentimiento del paraíso perdido. ¿Cuál es el origen de ese sentimiento? ¿Dónde está la raíz temática de su poesía? He visto análisis de su obra que edifican esa aldea perdida en el mundo exclusivo de su imaginación. Teillier alentaba ese tipo de interpretaciones porque opinaba que ese mundo perdido era un refugio de su inventiva para evadir ese mundo práctico que el poeta está obligado a no obedecer.
Cuando se tiene la experiencia del exilio se puede entender más claramente ese sentimiento del poeta. El desarraigo implica una ruptura brusca de un mundo conocido, un alejamiento de familiares y amistades, compartir con gente que tiene otras costumbres y otra estructura mental para interpretar el mundo. En ese mundo nuevo sientes que no hablas como ellos, que no nombras las cosas como ellos, que te alimentas de comidas que antes no comías y extrañas las que antes comías, etc. Esa aparición de lo nuevo con lo que ya no se puede experimentar otra vez causa frustración, desesperanza, dolor.
Con el paso de los años, la frustración de no volver a vivir ese mundo que te cobijó, te empuja a negarlo, a buscar las formas de evadirlo. La poesía de Teillier es el refugio de ese mundo perdido y también su evasión. El poeta, en primer lugar, por el solo hecho de ser poeta, tal como lo postulaba Teillier, requiere huir de ese mundo práctico que es la contracara del sentimiento poético, y en segundo lugar, la experiencia de vivir el exilio interno (deja un Lautaro aldeano y llega a Santiago) lo empuja a alejarse de ese mundo nuevo con la construcción estética de un mundo edificado en los valores de un pasado desvanecido. Esta construcción doble del exilio (el que vive el joven provinciano y el poeta en su condición de poeta) es lo que cruza toda la obra del lautarino.
En ambas situaciones hay una necesidad de evasión, de olvido de lo que se está viviendo. Esta hostilidad constante de la sociedad en ambos sentidos obliga al poeta a construir refugios mentales, sociales, estéticos. ¿Dónde aislarse de ese mundo práctico de la cotidianidad? Teillier responde: “En el mito de la aldea eterna que está dentro de uno”. Y también en los bares, esos reductos que protegen de la deshumanización de la sociedad, lugares que albergan formas tradicionales de relación y que reciben, sin condiciones de horarios y urgencias, a los parroquianos que buscan escapar de las obligaciones diarias.
Creo que Lautaro prefigura la imagen de la aldea ideal, el lugar del silencio, de la sencillez, de la vida simple, auténtica. Sin embargo, todo este regreso mental configura la forma de un mundo inventado, de un mundo que el sentimiento de la vivencia del exilio idealiza.
Para Teillier la poesía es contemplación. El poema surge de una imagen o de una idea más o menos espontánea que luego se asocia a otras relaciones. Teillier construye su poesía a partir de lo que ve y de lo que perciben sus sentidos. El ejercicio intelectual, sin una relación con los elementos, no tiene lugar en sus versos. El sentido de lo visual adquiere enorme relevancia. ¿Cómo lo advertimos? En las imágenes de esos lugares que constituyeron la infancia y la adolescencia. ¿Cuál ese es ese lugar? Lautaro, pueblo de la Región de la Araucanía.
Creo que su mundo perdido tiene más de Lautaro que de un reducto mental, o es justamente ese Lautaro idealizado el que se constituyó, mentalmente, en ese paraíso perdido de su doble exilio. Allí pervive esa protección familiar, afectiva, social, geográfica que el poeta, en su adultez perdió, y ese mundo del desapego de lo práctico y lo material. La niñez comparte con el poeta la visión desinteresada, original sobre las cosas.
El paso de los años señala al poeta que esa imagen del pueblo inicial entra en contradicción con la imagen modificada por el tiempo. Cuando el poeta regresa a su pueblo natal advierte que ya no es el mismo. Desde el idealismo de su aldea eterna advierte que las calles han cambiado, que ya no existe el cine y que sus amigos o compañeros de escuela ya dejaron la niñez y adolescencia y tienen una mirada pragmática de la vida.
Voy a la Sidrería Allí están los parroquianos de siempre y me saludan mis viejos compañeros de curso que sueñan con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta.
(poema Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal)
Esta desilusión es propia del sentimiento del desarraigo. La imagen de su aldea mental, edificada desde la realidad de su experiencia infantil, inmovilizada en la conciencia, no coincide con la aldea real que un día abandonó. La desconexión entre el mundo ideal y el mundo real provoca un sentimiento de rechazo y una última toma de conciencia: el hablante siente que ya no pertenece a ninguna parte.
Pienso por primera vez que no pertenezco a ninguna parte, que ninguna parte me pertenece.
(poema Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal)
La anulación de la prolongación de la vida en la realidad de la aldea ideal quiebra la comunicación del autor con lo que lo rodea. Se siente extraño, se siente un extranjero. El único país posible es el país de la nostalgia, aislado del paso del tiempo, y el reducto imperecedero del sentimiento poético.
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Por Jorge Carrasco