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Con el poeta en Lautaro
y la historia de una famosa fotografía

Por Javier Campos
Publicado en http://www.revistaaltazor.cl/ abril de 2020



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Al poeta Jorge Teillier (1935-1996) lo conocí hace mucho tiempo cuando yo era estudiante de la Universidad de Concepción, Chile, y aprendiz de poeta. En ese entonces yo frecuentaba la amistad de escritores como Gonzalo Millán, Sergio Hernández, Enrique Valdés, Omar Lara, Oliver Welden, Ramón Riquelme y Jaime Quezada, en el Concepción a fines de los 60 y comienzos de los 70. Fue en el otoño de 1970, abril, cuando en Temuco hubo un gran encuentro de poesía donde estuvieron los poetas chilenos más importantes desde Pablo Neruda, Nicanor Parra a Gonzalo Rojas, y otros, además invitaron a poetas jóvenes de tres revistas poéticas que circulaban en ese tiempo: Trilce, Arúspice Tebaida.  Con los poetas Ramón Riquelme, Edgardo Jiménez y yo fuimos ubicados (por otro poeta de Temuco) a alojar en la casa de un sacerdote quien vivía en una iglesia y era el cura principal. Muy aficionado a la poesía y conocedor muy bien de la juventud de Neruda cuando vivía en Temuco. Al recibirnos notamos su acento español. Recuerdo que nunca habló mal del Neruda comunista. Llegamos en la tarde y nos invitó a la cena en la casa parroquial. Pero antes nos mostró el lugar donde Neruda, en una parte de la iglesia, decía él, había escrito o Crepusculario o parte de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Después de darnos ese tour literario nos sirvieron a cada uno unos gigantescos platos de tallarines con salsa y carne. Nosotros comimos como si hubiéramos sido unos Lázaros de Tormes recibidos por un sacerdote de sotana negra pero más generoso que el avaro cura de El lazarillo de Tormes.

Al día siguiente hubo lecturas de poesía en Temuco y allí estaba Jorge Teillier escuchando a los jóvenes poetas que veníamos de Concepción. Esa misma tarde invitó a un grupo de poetas a Lautaro, pueblo que no estaba muy lejos de Temuco. En Lautaro fuimos a parar a una casa que parecía estar sumida entre los arbustos de frambuesas. Aun no sé cómo, desde mis recuerdos, los poetas jóvenes nos desplazábamos tan fácilmente de un lugar a otro. Ni tampoco quién pagaba el transporte. Desde este presente de 2020 me imagino a un grupo de jovencísimos poetas viajando como lo hacía Don Quijote de la Mancha: deseosos de aventuras, pero sin ninguna moneda  en los bolsillos. El asunto es que en total éramos un buen número de poetas. Cerca de nueve poetas, pero de los que recuerdo estaban: Omar Lara, Jaime Quezada, Gonzalo Millán, Javier Campos, Floridor Pérez, Ramón Riquelme, Enrique Valdés, Oliver Welden, Edgardo Jiménez, Sergio Hernández, el poeta narrador y hermano de Jorge, Iván Teillier, y el fotógrafo Jorge Aravena Llanca. Llegamos quien sabe cómo a la casa del padre de Jorge, don Fernando Teillier Marín que en ese entonces era el “alcalde comunista” de Lautaro. Es interesante ver una reciente entrevista al fotógrafo Jorge Aravena de 2017 que está en YouTube quien fue un amigo personal de Jorge Teillier. Aravena habla allí de su relación con Teillier y entre otras cosas, asunto que por primera supe viendo esa entrevista,  menciona que por el apellido Sandoval de la madre, Jorge era pariente de Nicanor Parra. Nunca leí en ninguna parte que Nicanor Parra mencionara que Teillier era su pariente.

Jorge Aravena quien siempre llevaba colgadas dos máquinas fotográficas en el cuello ese día en Lautaro le tomó varias fotos a Jorge, incluyendo esa famosa donde está sentado en los rieles de la estación de Lautaro que es de abril de 1970. También unas junto a su hermano Iván. Lo curioso es que Aravena no tomó ninguna fotografía de los 9 poetas en la casa del padre de Jorge comiendo empanadas y bebiendo chicha dulce de manzanas. Ni menos luego cuando fuimos a dar a una casa de unas bellas muchachas que cuento más abajo. Pero viendo ahora ese video y lo que cuenta Aravena en esa entrevista entiendo por qué no se le ocurrió sacarnos fotos que hoy día sería un hermoso testimonio de esa visita a Lautaro. Aravena dice que él no tenía idea quiénes era toda esa gente, solo poetas hombres, entre muy jóvenes y otros de más edad, que estaban comiendo y tomando en la casa de Teillier. Aravena dice que no sabía nada de poetas chilenos, excepto de Neruda y de Teillier. En esa entrevista de 2017, luego de 47 años, Aravena se siente culpable de ese desconocimiento que tenía de la poesía joven chilena o no tan joven que llegó como un ejército a la casa del padre de Jorge Teillier. Aravena vivía en Argentina y hace muy poco había llegado a Chile por eso aquel desconocimiento total de los poetas chilenos, dice en esa entrevista. Fue Jorge Teillier quien le dio la idea que como era fotógrafo debía especializarse retratando a escritores, empezando por Pablo Neruda, pero no le dijo que retratara a los jóvenes poetas o aquellos que no eran tan populares como Neruda, Parra o Gonzalo Rojas, entre otros.  Nos perdimos esa vez de haber tenido un gran registro fotográfico de aquel abril de 1970, cuatro meses después del triunfo de Salvador Allende como presidente de Chile, y tres años antes del golpe militar en septiembre de 1973.  Muchos de esos poetas después de septiembre de 1973 partieron a otras partes y nunca más quizás se volverían a encontrar. Algunos sí se reunirían en el exilio chileno en alguna ciudad europea, o en Canadá o en Estados Unidos.

Entonces en la casa del padre de Jorge, luego de unos vasitos de chicha de manzana cuyas botellas habían estado enterradas por algunos meses para que fermentaran, entró el padre de Jorge con una bandeja de empanadas de horno que nos ponía generoso en su mesa, sin siquiera preguntarnos antes quiénes éramos y cómo nos llamábamos. Nos sirvió más chicha de manzana y allí estábamos en el living de su casa de madera. Recuerdo que había algunas bellas muchachas (quizás primas, hermanas, amigas de la familia Teillier) que no estaban presentes en el círculo de poetas, pero sí yo las veía detrás de una puerta, sonriendo, mirando a hurtadillas a esos poetas amigos de Jorge. A lo mejor ellas hacían (sin duda) las empanadas, o enterraban las botellas con chicha de manzana, u horneaban pasteles de frambuesas. Como una fotografía de daguerrotipo recuerdo a esas muchachas que se movían detrás de unas puertas y cortinas de la casa. Ese día conocí y conversamos bastante con Iván Teillier (1940-1991) tomando más chicha de manzana dulce. Iván era de un carácter muy humilde y siempre sonriendo. También era un poeta que apreciaba el mundo de la aldea como su hermano. Allí me regaló su breve novela que aun recuerdo, en formato muy pequeño, El piano del bosque, que recién había publicado en febrero de 1970, ambientada en un pueblo de La frontera del sur chileno.

Mientras tanto en el comedor de la casa seguían apareciendo empanadas calientes, las que rápidamente iban desapareciendo entre las manos de los poetas. Recuerdo que aquella tarde (luego de comer muchas empanadas y nunca averiguar quiénes eran esas muchachas hermosas y jóvenes) nos fuimos a caminar por la línea férrea de Lautaro y es en ese momento donde Jorge Aravena le tomó varias fotos a Teillier. Una de ellas luego fue la portada de la edición sus obras completas: Muertes y maravillas (Editorial Universitaria, 1971). En la portada se ve a Teillier sentado en unos rieles cerca de la estación de Lautaro. Esa es la foto que más se ha usado cuando se escribe sobre él.

Pero el poeta Oliver Welden -entre los del grupo de invitados- debía tomar esa noche el tren que lo llevaría de regreso a Santiago y luego se iría en bus hacia Arica donde vivía. Todos los poetas, incluido el fotógrafo Jorge Aravena, andábamos a las ocho de la noche bastante contentos y con una sublime mirada de placer dulce por tan hermosa tarde. Todo el grupo fuimos a dejarlo a la estación que a mí me parecía construida en un tiempo remoto. Recuerdo que Jorge Teillier llevaba dos copias del reciente libro del poeta Welden bajo su brazo. “Uno para ti, Jorge, y el otro para la biblioteca de Lautaro”, dijo muy seriamente Oliver Welden. Luego de irse el poeta -entre el sonido de una locomotora a vapor y la oscuridad olorosa de Lautaro – los cinco que quedábamos nos fuimos a visitar unos lugares a los que suelen ir sólo los hombres. Al entrar, fue no más ver al “poeta Teillier” para que todas las muchachas se le fueran encima a saludarlo como si fuera su hermano o su tío. Quizás estuviéramos dos horas allí tomándonos varias botellas de chicha de manzana. Los cinco en una mesa que la cubría un mantel de cuadros rojos y blancos, y más botellas de chicha de manzana aparecían sobre la mesa. Las muchachas sonreían al “tío” Jorge y a los demás. Antes de irnos, Jorge, en un gesto que nunca he olvidado, y mirando dulcemente a una muchacha hermosa, joven y de rostro asiático -a la que le decían “la vietnamita”- le dio como regalo… el libro del poeta Welden que originalmente iba destinado a la biblioteca pública de Lautaro.

Con toda seguridad, y por aquel suceso de una noche de abril de 1970, es que ahora la biblioteca del pueblo de Lautaro quizás no cuente entre sus libros con la primera edición de ese hermoso poemario de amor del poeta Welden porque debió sin duda ser parte, quizás por muchos años, de la biblioteca privada de una hermosa muchacha de rostro asiático a la que por esos tiempos y en ese contexto histórico la llamaban “la vietnamita” y  que Jorge Teillier , muy tiernamente , le regaló  el libro cuyo  hermoso título era  “Perro del amor”.

 

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Nota.
 La foto que acompaña a esta crónica fue tomada por Jorge Aravena Llanca en el mes de abril de 1970 en la estación de Lautaro, Chile, cuando un grupo de poetas fuimos a parar a la casa del padre de Jorge. Teillier sentado sobre los rieles.



 

 

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