En Crónicas del forastero, antología poética de Jorge Teillier preparada por Jaime Valdivieso para Ediciones Colihue (1999), llama la atención la repetición no exacta de un poema medular. Diecisiete años separan la segunda versión de la original. El poema "Sentado en el fondo del patio", de apenas siete versos, apareció en el libro El árbol de la memoria (1961) que consagró al autor entre sus compañeros de generación. En 1978, reaparece dentro de un conjunto titulado "Cosas vistas" en el libro Para un pueblo fantasma; ha perdido el título y simplemente se marca con el número 7 dentro de la serie.
¿Es algo irrelevante? ¿Basta acaso con la sencilla aplicación que era necesario completar un conjunto? ¿O fue una repetición poco prolija? Puede ser. Sin embargo, el tiempo transcurrido entre una y otra aparición justifica otras consideraciones, quizás especulativas.
Habían transcurrido 17 años cruciales, con un golpe de Estado de por medio: un aire de tragedia se abatía sobre el país, padres, amigos y parientes estaban dispersos, exiliados muchos, algunos muertos. La vida del poeta había cambiado de sentido. El tiempo lo abrumaba, no tenía trabajo y lo ahogaba el alcoholismo que lo deterioraba rápido. Sobre todo, le pesaba la tristeza. ¿Por qué no repetir, en otra clave, un poema próximo a sus sentimientos y por qué no hacerle algunas variantes?
El poema es y no es el mismo. Hay cambios. ¿Mejores, peores? No importa. Con todo, el segundo parece desolado. Ya el poeta no siente que pierde el tiempo (que, como joven, tuvo ilimitadamente a su disposición) cuando mira moscardones que revolotean. A los 25 años pensaba que el oro en las alas de los insectos que contempla era el único que podía alcanzar, porque no le interesaba la fortuna. A los cincuenta y tantos, en la circunstancia en que estaba, ve al moscardón como un recuerdo de infancia y ese oro es el único que podría atrapar, es decir capturar para no soltarlo. Cree ahora que pierde el tiempo saludando al caballo, una imagen de la niñez desdibujada por el olvido. No lo ve con la cabeza "pobre", en el sentido de humilde
y dócil, con mirada beatífica, sino que la percibe desnudamente como una "triste cabeza", como un signo de congoja entre las plantas.
Hay algo mucho más sugerente. En el primer texto, el poeta dice "pierdo mi tiempo" y en el segundo, pierde "el tiempo", el poco tiempo que siente le queda. En el prólogo de la antología, Jaime Valdivieso comenta: "En ese 'pierdo mi tiempo' está implícito que gano mi tiempo, es el pasatiempo, el tiempo del poeta, el que se gana para los sentimientos, para el espíritu, para la vida, el que se valoriza, el que se aprovecha mirando los moscardones".
Diecisiete años después, Teillier pierde el tiempo, ese que presunta y objetivamente le resta para vivir, ése que termina con la muerte, que se agota sin que valgan estratagemas y que no debe desperdiciar ni en los segundos que gasta en saludar a un caballo viejo.
Sentado en el fondo del patio (1961)
Sentado en el fondo del patio,
trato de pensar qué haré en el futuro.
Pero pierdo mi tiempo mirando los moscardones
cuyo oro es el único que podría alcanzar
y saludo a un caballo al que puse nombre
un oscuro mediodía de infancia
y que asoma su pobre cabeza entre los geranios.
Cosas vistas (1978)
7. Sentado en el fondo del patio
trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora
asoma su triste cabeza entre los geranios.
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Por Hernán Soto
Publicado en Punto Final N°616. 2 de junio 2006