En las librerías del Fondo de Cultura Económica en Buenos Aires se encuentra desde hace unos meses Los dominios perdidos, antología poética del chileno Jorge Teillier, realizada por Erwin Díaz y prologada por Eduardo Llanos Melussa (Colección Tierra Firme/Poetas Chilenos, F.C.E., Santiago de Chile. 1994).
Si se compara la difusión internacional de la obra de Jorge Teillier (Lautaro, 1935) con la de Enrique Lihn -acaso su contemporáneo más ilustre-. se verá que no existe proporción entre la atención merecida por uno y otro poeta. Lihn, ampliamente publicado por las editoriales madrileñas y catalanas, es -con justa razón- un nombre recurrente en las antologías de poesías latinoamericana; Teillier, fuera de Chile, es prácticamente un desconocido, un poeta de poetas. Los que lo tratan dicen que pasa la mayor parte del tiempo borracho o enfermo en su pueblo. Unos versos suyos, citados por Eduardo Llanos Melussa, en el muy buen prólogo que precede la antología que nos ocupa, explican en cierta forma esta situación: "Cuando todos se vayan a otros planetas/ yo quedaré en la ciudad abandonada/ bebiendo un último vaso de cerveza,/ y luego volveré al pueblo donde siempre regreso/ como el borracho a la taberna / y el niño a cabalgar/ en el balancín roto". Por supuesto que tal actitud se paga: contrastando con el modus operandi de ciertos especialistas en marketing, Teillier no supo, o no quiso, ser un publicista de sí mismo ni cultivó relaciones lucrativas. Ha preferido permanecer indiferente a lo que ocurre alrededor de los lugares donde se cuecen las modas literarias. Así, apegado a la utopía, a valores menos elegantes que los de nuestra época, "no viste" y difícilmente se lo invite alguna vez a leer en Buenos Aires.
Lo que ocurre en el exterior con Teillier contrasta con el lugar que ocupa en Chile: sus poemas fueron incluidos en todas las buenas antologías de
poesía de su país. Su prédica a favor de una poesía "lárica" -vale decir, una poesía dedicada a la recuperación del lar, la tierra natal, la infancia- encontró no pocos seguidores entre los jóvenes poetas chilenos. Ese entusiasmo ha obrado como una suerte de justicia paralela, permitiendo que, poco a poco, Teillier fuera reconocido por los poetas de otras partes del continente. Su nombre, lentamente, ha logrado abrirse un camino e imponerse entre el de los mayores poetas de la lengua. Quizá por eso, la filial chilena del Fondo de Cultura Económica publicó el año pasado Los dominios perdidos, antología que reúne todos los textos de Teillier escritos entre 1956 y 1994. El volumen -que solo ahora se distribuye en Argentina- constituye una empresa digna de aplauso y la coronación de una muy larga espera.
En un texto publicado en 1968 -y reproducido en 1986, en el N" 1 de Diario de Poesía-, Teillier señala que para él "la poesía no es el lado puramente estético. sino la poesía como creación del mito, de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano". Breves anécdotas de la infancia, parrandas de juventud embellecidas por la memoria, trenes que surcan la noche, andurriales trasegados por el viento se tiñen entonces de nostalgia y adquieren, así, una dimensión mayor que la que originariamente tuvieron. Como alguna vez señaló Borges, "Los hechos no son importantes cuando ocurren. Son importantes después; son importantes en la memoria, que posiblemente los deforma, pule, los pierde, los recobra y los convierte en tema de la estética".
La poesía de Teillier se nutre de una melancolía profunda: no la melancolía de la que hablan los psiconalizados, sino la de un mundo que, probablemente, nunca existió y que, sin embargo, el poeta se esfuerza en recordar y reconstruir a partir de detalles cotidianos que efectivamente existieron. El mecanismo es sencillo: con unos pocos elementos, Teillier moldea su mundo y, desde los restos del pasado, anima el presente y lo embellece. De esa tensión entre lo presente y lo pretérito, la efectividad de muchos de los poemas. En palabras de Llanos Melussa, "esta oscilación entre el mundo propio y el trasmundo (...), entre la realidad propia y la ajena, entre la vivencia y la memoria, entre la
circunstancia precaria y la plenitud del paraíso perdido y a medias recobrable, es lo que mejor caracteriza a su poesía". Por su parte, Teillier señala: "Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa,tan difícil de hallar."
La empresa de Teillier es, a todas luces, anacrónica. Su poesía, muchas veces sentimental, parece ir contra las exigencias de la época: un lenguaje sencillo, datos que seguramente podrían comprobarse como estrictamente biográficos, jirones de ideología. Con todo, Teillier no ha pretendido crear un personaje de sí. En cierta forma, el Chile que evoca -como la Normandía de Alain Fournier, el Báltico de Oskar Wladislav de Lubicz Milosz o los Estados Unidos de Thomas Wolfe- es una de las tantas representaciones de una Edad Dorada, que, aunque definitivamente perdida, sobrevive en las palabras del poeta. A algunos hombres les toca vivir de ese modo y en esa empresa, a todas luces quimérica, se les va la vida. No siempre encuentran la palabra justa, no siempre consiguen transmitir lo que les pasa; pero cuando tienen éxito su efectividad conmueve.
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Por una poesía lárica.
Los dominios perdidos, Jorge Teillier.
Por Jorge Fondebrider.
Publicado en Diario de Poesía, N°36,
verano 1995/6