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La poesía "larica" de Jorge Teillier

Por Jorge Boccanera
Publicado en revista "Crisis", N°57, Buenos Aires, Argentina, enero/febrero de 1988



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Jorge Teillier es oriundo de Lautaro, Chile, esa zona donde se arraciman los pueblos de nombres araucanos y la lluvia deshace fantasmales castillos de madera. Desde su primer libro Para ángeles y gorriones al último Cartas para reinas de otras primaveras, su voz no ha dejado de recrear con una variada tropología ese sur mítico cruzado de leyendas. Coincidiendo con la salida en Chile de la compilación Todo Teillier, bajo el sello Galisnot, ofrecemos un acercamiento crítico a sus obsesiones, los poemas inéditos "Hotel nube" y "A un viejo poeta", y otros no difundidos en la Argentina.

 

Nacido el día de la muerte de Carlos Gardel -un 24 de junio del '35-, Jorge Teillier ha publicado una decena de libros y sustentado una corriente: la poesía "lárica", que más que escuela literaria implica una manera de nombrar el mundo y un modo de preservar las imperceptibles palpitaciones de las cosas sencillas. Así, además de emparentarse con la producción de otros escritores chilenos como Rolando Cárdenas y Efraín Barquero, su voz se sobreimprime a la de poetas tan lejanos en el tiempo como el soviético Sergüei Esenin y el cubano Eliseo Diego, para mencionar sólo dos ejemplos. Los reúne un impulso atenuado en la contemplación del que reivindica, para su poesía, una vocación de humildad. Porque solamente así es posible descifrar lo maravilloso. Para más datos y coincidencias, el mismo Teillier escribió el prefacio de una antología al español de Esenin donde, al utilizar una cita del crítico Suren Gaisarián, prácticamente se autoprologa. Gaisarián sitúa a Esenin dentro del "secular apego a la tierra, la exaltación del atraso de la aldea y el miedo a la ciudad y -además- el ingenuo carácter soñador y la animadversión a los señores. Plegarias. óleos y granujadas"


el cielo cae con las hojas

El mundo real y el mundo soñado por Teillier habitan en el árbol de la memoria; de ahí que el poeta se asome al centelleo de sus hojas y, tras el ventisquero, recoja un puñado de vidrios rotos. De eso está hecha su poesía, de las imágenes que transitan esos espejos fragmentados, de los constantes desdoblamientos cuando un bosque de sombras recibe a los forasteros que llegan a intercambiar sus rostros en el agua del lago. Es aquel mundo -dejo hablar a Teillier- que "no refleja nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro". El visitante intenta descifrar una fotografía; pero desde el papel amarillado por el tiempo alguien lo imita: dos caras separadas por una lluvia fina tratan de dibujarse en la memoria y sólo logran componer un perfil borroso. Es el mismo poeta, habitante y extranjero de su lugar: "Todos bebimos en la misma medida/ y volvimos como nuestros antepasados/ ebrios al pueblo que un día nos rechazará".

La galería de personajes que va del jinete furtivo a los fantasmas que conducen los trenes nocturnos, del borracho del pueblo a la niña que creía en los duendes, permite a Teillier introducir una gestualidad de narrador. De ahí el entramado de las historias impregnadas de misterio, el clima de leyenda incluyendo los títulos de sus poemas, donde es común la alusión a cuentos, relatos y cartas.

Si la poética del chileno se revela como un anclaje en un sur mítico que se transforma constantemente, cada eslabón, cada texto, asume, de algún modo. sus obsesiones: el contacto con la tierra donde se gesta y se sepulta: una memoria desde la cual se discierne y es permanente usina de ficciones; el sobreviviente cuyo destino está ligado a una edad perdida que lo contiene en otros rostros; la nostalgia ("sí, pero del futuro -aclara Teillier- de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos"): lo cíclico anunciando sucesivos retornos; el tránsito de las cosas hacia lo invisible; la paradoja de contraponerle a un estado de pérdida el oleaje de aquello que vuelve o que subyace como esencia: y además, una recurrencias la prosopopeya que propone un umbral intangible entre cosas que dialogan creando un universo danzante al uso huidobriano, esa: "manifestación animista y singular de lo inanimado".

Lo cíclico en Teillier (esos "anillos de la corteza del árbol", por ejemplo) tiene que ver con una lectura del deterioro de lo que lo rodea y el hecho de contraponerle una cosmogonía, una metamorfosis que borda nuevamente el paisaje sobre la tierra arrasada: "Tú me dices que todo se recupera/ y que mi rostro aparecerá/ en un rio que ya he olvidado". Tal visión fue explicada por el propio autor al señalar que el poeta lárico se afirma en el "mundo del orden inmemorial de las aldeas y los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas".

La poesía de Teillier inauguró -como dijimos al principio- una tendencia dentro de la poesía chilena que él mismo definió como "lárica". El crítico Jaime Quezada dio cuenta de esta corriente al situarla como una de las dos líneas principales de la mitad del siglo para acá, y referirse a ese modo de poetizar "que se acerca a la tierra, a la familia, a la infancia, a la casa natal. Todo a través de una angustiosa lucha contra el tiempo, la edad de oro, la nostalgia elevada a categoría mítica". El viento helado que resuena en los muros del pueblo de Georg Trakl, es también el viento de los locos que sopla en la aldea de Teillier, que dispersa sombras mientras amplifica la voz de Rainer María Rilke, quien veía alarmado cómo la casa de la vida iba tornándose incómoda, inhabitable, en el acopio de objetos sin sentido, de gratificaciones vacuas. Porque "las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y no de fiar), sino su valor humano y lárico".


crónica del forastero

En el poema "Semana valdiviana" incluido en Cartas para reinas de otras primaveras, Teillier monologa viendo cómo se desvanece un pueblo, un paisaje, un puñado de amigos: "ya no existe el lenguaje que asombraba tu infancia" escribe, advirtiendo sobre la pérdida de una manera de fabular que incluye al habla misma en un momento determinado. Se desintegra un mundo y en su caída se lleva las palabras. Se caen las cosas en el pozo del tiempo y arrancan, en su naufragio, la lengua de aquel que las nombraba. El poeta es para Teillier el sobreviviente de una edad perdida, "el guardián del mito y la imagen hasta que lleguen tiempos mejores", el custodio de la edad de oro. Pero ese país de nunca jamás no acaba en la infancia, sino que expande sus fronteras hasta incluir "el paraíso perdido que alguna vez estuvo sobre la tierra". Es claro que la infancia ocupa un lugar preferencial en esta poética. Se entrecruzan así lecturas escolares, futbolistas, historias de filibusteros, atlas, pugilistas y los veinte tomos de El tesoro de la juventud, arrasados por un incendio en Traiguén (de todos modos el tiempo, que también es fuego, habría dado con ellos), y Huckleberry Finn, Robinson Crusoe y Buffalo Bill y Sandokán y muchos otros.

El realismo secreto atribuible a la poesía de Teillier, se levanta sobre una cuidada estructura formal. Su obra registra, en una constante, los desplazamientos apariencia-esencia donde hace gala de un significativo caudal metafórico. Sus figuras nacen, casi siempre, de comparaciones concretas: la nieve con la ceniza, las estrellas con los agujeros y "nosotros" con las sombras. Pero sucede que la segunda parte del símil aparece articulada al mundo de la aldea: porque esa ceniza es además un cielo antiguo, esos agujeros pertenecen a la carpa de un circo pobre y las sombras están siendo fustigadas por un viento que intenta dispersarlas. Mucho más que esas dos entidades que reúne la metáfora, pesa la historia de una de ellas; vale decir la historia que le atribuye el poeta. Fluyen, asimismo, imágenes que mantienen cierta autonomía en el cuerpo textual y que podríamos ver como composiciones: como esa locomotora de lata en el bote de basura o una caravana de automóviles atravesando la espesura de construcciones demolidas. Lo pictórico ha sido reconocido por el poeta en algunas entrevistas y figura como una de sus características, según lo anota el crítico Daniel Barros, quien se refirió a verdaderos "cuadros" que el chileno logra merced a su manera de describir y al mundo cromático que recrea. Si la poesía es pensamiento por imágenes, Teillier logra componer un vasto mural a lo largo de su obra. Su riqueza se exhibe mejor cuando a ese universo de hechiceras, brujos, conjuros y rituales, nos acerca un gato por cuyas pupilas pasa un cortejo de bodas campesinas, o un bosque que nos atrapa cuando cierra sus párpados.

Tal manejo de recursos no traba la comunicación que busca Teillier con el lector, alejado de toda clase de efectismos en el convencimiento de que la poesía debe ser usual: "un respirar en paz/para que los demás respiren". Su conversacionalismo no resulta del enfoque directo que llegó a gran parte de la poesía latinoamericana de la mano de Pound y Eliot, sino que se enlaza con la lírica francesa, precisamente con una vasta zona que parte de Apollinaire (quien hace dialogar "perfumes y colores y sonidos") y llega al vanguardista Reverdy, a René Char, a Poul Eluard y a Robert Desnos.

La salida en estos días de su obra completa es, sin lugar a dudas, un acto de reparación para esta voz significativa; la de un poeta que alguna vez se definió como un simple hermano de los seres y las cosas.

 

 

BAJO EL CIELO NACIDO TRAS LA LLUVIA

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.

O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.
O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer,
y el ruido de una puerta cerrándose tras la fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa en calma
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.

Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huida de toda una estación.

Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.

 

 

HERMANA

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . a Marín Sorescu

Vivo en la apariencia de un mundo
Tú no sabes ni puedes saberlo
Tú no puedes conocer a mi hermana.
Yo mismo apenas la conozco
Porque murió antes de que yo naciera
Y esa llaga adelantó mi llegada.

Por eso crecí antes de lo debido
Y la primavera es una rápida hojarasca
Y el verano un congelado reloj de arena.

Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermana muerta.
El vacío de mi hermana me sigue cada día.
Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte.

 

 

HOTEL NUBE

He visto a un hombre que pensaba
ser perseguido
por la policía de todo el mundo.
Cambiaba de aviones, de buses y de trenes
y desconfiaba hasta de su soñolienta sombra.

He visto a un hombre buscando algo
que creía haber perdido en alguna parte
y no se acordaba dónde.

He visto a un hombre
siguiendo sin saber por qué un cortejo fúnebre.
Bajo el sudario ceremonial de la lluvia
escuchó un himno que lo llevó al Hotel Nube
donde creía llegar sin dejar huellas
y tras hacer la señal de asilo de los desamparados
confió en las puertas que se abrían piadosas.

En la sala de espera
había tipos que contaban nuestros pasos
esperando nuestra llegada
sin ocultar siquiera entre sus mangas sus cuchillos asesinos
bendecidos por un Poder sin Gloria.

 

 

A UN VIEJO POETA

"Tú, que de la nada sabes más que los muertos"
Tú que temblabas sobre el papel en blanco
Acuérdate que es tiempo de no llevar archivos.

Acuérdate del tiempo de no llevar archivos
A mí no me conmueven estas líneas que escribo
Ni el vuelo de las golondrinas cada vez más oscuro
Qué fácil lo cambiaría por un oro invisible.

Tú que temblabas sobre el papel en blanco
Acuérdate de quienes escriben cuando les da la gana
Que nunca han renegado de una sola palabra
Que no esperan ya oír el canto de los tripulantes.

He encontrado la nada en unos brazos desnudos
He encontrado la nada en el llanto de un recién nacido
He encontrado la nada en flippers y Museos
"Tu que de la nada sabes más que los muertos".



 

 

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