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Beber menos y mejor

Por Jorge Teillier
Puro Chile, Santiago, 28 de Octubre de 1970


 



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Me gusta un rincón central de Santiago en donde sinuosamente se pierde la uniformidad ajedrezada que heredamos de los alarifes españoles, y con un poco de imaginación nos podemos batir, bajo un vuelo de palomas y entre maullidos de gatos vagabundos que nunca faltan, en una ciudad del centro de Europa. Entre otras, las calles tienen nombres como París y Londres, y una sombra china e ignorada, gemela a la de Jack el Destripador, degollador de prostitutas en el Londres de fines de siglo, planea sobre los hoteles de paso que en los años 30 fueran casas de las entonces grandes familias santiaguinas.

En este sector -además de las peñas folklóricas- está situado un Club de Abstemios que el otro día pasé a visitar "no por simple capricho de poeta", como diría Nicanor Parra, sino porque me interesaba íntimamente todo lo relacionado con el alcoholismo, más aún después de que en una librería de viejo logré encontrar Días sin huellas, el estremecedor libro del recientemente fallecido Charles Jackson que dio origen a la película en que Ray Milland llegó a lo que damos en llamar la fama. No soy ningún moralista, y mi tejado en el aspecto alcohol es de vidrio puro. Si le hago caso al SNS estaría por lo menos dentro del millón de chilenos bebedores excesivos. Como tal se considera al que ingiere por término medio más de una botella de vino diaria o su equivalente en alcohol. (Los franceses son más piadosos: es alcohólico el que bebe más de tres litros cotidianos.) Para retomar el relato, diré que entré de visita al Club de Abstemios (uno de los 93 que funciona en el país) y estuve conversando con varios de los socios, que no tienen ninguna reticencia en contar sus historias. En total son más o menos semejantes: perdieron hogar, trabajo, amistades por el beber excesivo, hasta terminar en las "Embajadas" (como se llama entre el gremio a las hospederías), o aun en la calle pidiendo limosna, con el clásico tarrito en la mano. A veces por sola voluntad, otras veces tras un tratamiento antialcohólico, abandonaron el vicio. Agrupados en su Club, reproducen el mismo ambiente del bar, con la diferencia de que sólo se bebe refrescos o café. Porque el "curado" chileno encuentra en el bar su lugar metafísico, en donde está libre de la rutina cotidiana, y por algo un amigo mío decía: "Quiero mucho mi hogar porque es mi segundo bar" (contaba, eso sí, con una esposa complaciente que lo proveía con la generosidad de una cantinera de la Guerra del Pacífico). Así, los ex alcohólicos pueden hacerse una terapia solidaria con la ayuda de algunos médicos, aunque en el fondo el alcohólico tiene más confianza en sus congéneres que en el doctor. "El alcohol es la más terrible de las enfermedades", escribió Edgar A. Poe (por algo muerto a los 39 años de delirium tremens) y el enfermo confía más en quien se ha mejorado por su voluntad, ganando en carne propia la batalla contra sí mismo.

Por eso, creo que los clubes de abstemios son bastante positivos y debieran recibir una más efectiva ayuda estatal.

Naturalmente, no soy ningún hipócrita para preconizar que haya una campaña de "ley seca" (en estos momentos estoy pensando que he sido invitado a la botillería de un amigo a probar cierto tinto de buena cepa), y por eso pienso que el programa de la Unidad Popular (en una de las 40 primeras medidas) tiene razón cuando dice que el alcoholismo debe combatirse creando mejores medios de vida y erradicando el clandestinaje. El "borracho dionisíaco", como lo definió Pablo de Rokha, es el chileno típico, y ningún decreto hará cambiar una conducta etílica heredada por generaciones. Por algo nuestro primer cronista Góngora y Marmolejo describe a Pedro de Valdivia como excesivamente aficionado a la chicha y los araucanos perdieron muchas batallas por dedicarse a celebrar el triunfo tras ganar una, como le suele pasar ahora a nuestros deportistas. Pero el beber vinos baratos y falsificados, por comerciantes inescrupulosos, el beber sin comer, ha hecho que Santiago -como lo dice una autoridad, el Dr. Hernán Romero- sea la ciudad con mayor índice de mortalidad por cirrosis hepática en el mundo, y que la tasa de enfermos alcohólicos sea más grande que la ya elevadísima de tuberculosos que tuvo el país en la fase epidémica por la que atravesamos años atrás. Parece entonces que llega la hora de que "los más y los mejores" empecemos a tomar la sabia medida de "beber menos y mejor".



 



 

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Beber menos y mejor
Por Jorge Teillier
Puro Chile, Santiago, 28 de Octubre de 1970