La enseñanza secundaria.
Mi primen lectura de Joaquín Edwards Bello fue por imposición del profesor de castellano del Liceo. Unas páginas aparecidas en una Antología, para ser más preciso. Ellas me decidieron a aventurarme por En el Viejo Almendral, cuyo inusitado volumen me desalentaba, lo que se unía además, a la innata desconfianza hacia cualquier prosista del país. Allí encontré, pese al casi medio siglo de diferencia, una semejanza casi exacta, en rasgos generales, de la situación liceana de 1950 con la de principios de siglo: la pedantería de muchos profesores, el estado de insalubridad de las aulas, la promiscuidad, la enseñanza memorística, la introducción de esquemas mentales importados del exterior, el aburrimiento de soportar materias y materias que se sabían inútiles. "La enseñanza es una de las plagas del mundo, como el cáncer o la lepra: es lo antinatural. Los estudios nos embalsaman vivos, nos destruyen el aura americana". Así decía Edwards Bello cuando miraba el Liceo de 1900, importado junto al paso de ganso y los cascos prusianos de Alemania, y así podríamos repetirlo los alumnos del 50. No creo, por lo demás, que la situación haya cambiado mucho en estos últimos tiempos. Siempre se está oyendo hablar de reforma, pero el enfermo sigue igual. Todavía hay alumnos que se suicidan en épocas de examen, y otros que podrían volverse locos como el muchacho que en el Liceo porteño de tiempos de Edwards Bello se sube al techo del WC para, antes de ser llevado al nosocomio, declarar:
"Yo soy esporongio primero, rey de los pistalambres y de las culibranquias pentámeras; de los petaloidópilos, del androceo y del gineceo. Vengo a declarar feroz guerra a los hipotenusios y a los
catetófilos, de la Crestomancia de Lope, para destruir a todas las curcubitáceas con ritmo yámbico y pedúnculo aristolóquico"
La visión de Joaquín Edwards Bello sobre la educación secundaria es amarga. Dice que es "como la camiseta de lana que mató al fueguino, acostumbrado a andar desnudo". Que los rudimentos de la cultura europea fueron introducidos a Chile para que pudiéramos servir de tinterillos a las colonias extranjeras. Que: "heredar conocimientos librescos y dinero es nada; heredar un conocimiento práctico para ganar, es todo". Cita, como podríamos citarlos todos, casos de chilenos triunfadores en cualquiera actividad que jamás completaron o cursaron humanidades. Y pese a esto, sigue existiendo entre nosotros (1968) la superstición de las humanidades, se las exige hasta para los empleos que nada tienen que ver con ellas, hasta para ser ascensorista o dependiente de tienda. Sin embargo, cae Edwards Bello en el error —creemos— de considerar que el fracaso económico de Chile, la falta de conciencia económica de los chilenos se debe a la formación del Liceo. Pero eso es material para otra variación. Eso sí, nuestro escritor reconocía virtudes al Liceo: hallaba excelente la calidad moral del profesorado ("¡Profesores!, el gremio más despreciado en este siglo de Gog y Magog, escribía en una crónica), sus profesores tenían gran capacidad para dar lecciones prácticas de decencia, economía, disciplina y selección. Y reconoce que gracias al Liceo aprendió a querer y conocer el idioma castellano.
II
Padres e hijos Para Joaquín Edwards Bello, y eso es una señal de su salud mental, de su capacidad y visión, nunca "todo tiempo pasado fue mejor". Si añoraba no era para despreciar el presente. Y su relación con la juventud y los niños era bastante decidora. En innumerables de sus crónicas escribía que la infancia de su generación, los niños del 900, fue desdichada por el abismo infranqueable que existía entre padres autoritarios e hijos sometidos a reglas rigurosas, sin ninguna confianza ante sus progenitores, confinados al silencio. Le daba envidia, ya escribía en 1940, ver niños que opinaban, jóvenes que se alegraban bailando, liberados de prejuicios, constataba con alegría el progreso de la educación sexual. Para él, los padres debían ser amigos y compañeros de sus hijos, y muchas veces sostiene que la gente de su generación que triunfó en la vida, fue aquella de origen modesto, extranjeros casi siempre que acompañaban a sus padres en sus empresas, se tuteaban, trabajaban junto a ellos. No, la paidocracia nunca tuvo su enemigo en Edwards Bello. Para él, nunca el niño fue un ser imaginario, inexistente, como lo era Alicia para el Unicornio.
III
El matriarcado
Perpetua, se llama la protagonista de VAPARAISO. FANTASMAS. En ella —especie de "servante au gran coeur" chilena— deposita Joaquín Edwards Bello todas las virtudes de la mujer simple de nuestra tierra, a la cual opone la "lunática" y aristocrática doña Flora. Para JEB toda la historia social del pueblo chileno se resume en el abandono del hogar por el hombre irresponsable, y su sucesión por la mujer que "le pone el hombro" al trabajo. Sostiene que Chile es desde 1891 un país de matriarcado, que las mujeres imponen la educación ("el 90% de las
madres son las que visitan los colegios para saber de sus hijos y no los padres") las mujeres imponen el "machismo", manejan las finanzas. Y en 1944 profetizaba que "llegará el día en que las mujeres usen pantalones con marruecos", y luego no podremos sino "esperar el Juicio Final". JEB exalta a la mujer de pueblo chileno, y también a nuestras "niñas de la vida", las que para él son indispensables dispensadoras en todas partes del mundo del sentido del hogar al caminante solitario y fatigado.
IV
Primeras lectoras
Las lecturas de infancia, aun cuando se pueda ser un gran lector posteriormente, siempre "imprimen carácter". Joaquín Edwards Bello una y otra vez vuelve a contar la fascinación que sobre él ejercieron las historias de Calleja, como aquella de "El Feísimo Lentejilla": del Romancero Español, luego de los folletinistas, desde el Sienkiewics de QUO VADIS hasta ROCAMBOLE de Ponson du Terrail. Pillémoslo en un gazapo: en El Viejo Almendral, narra que cuando llegó a Santiago por primera vez, el protagonista exclama: "Yo te conquistaré, ciudad orgullosa", tal como lo hace Rocambole. En verdad, la exclamación es de Rastignac. De estas lecturas aprendió tal vez el fácil descuido que crea la amenidad, la desenvoltura, el hacer aparecer y desaparecer como un prestidigitador tantos personajes, tantas peripecias. Sus novelas son folletines, en el buen sentido que podamos darle al término. Luego, su maestro fue Eça de Queiroz. Y alguien más, de quien está tan cercano, y a quien casi nunca nombra: el enfurruñado vasco Pío Baroja.
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Variaciones sobre obsesiones de Joaquín Edwards Bello
Por Jorge Teillier
Pubicado en Árbol de letras, Nº 4, marzo de 1968