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JORGE TORRES:
"NO SER ETERNAMENTE EL TÁBANO SOBRE EL CULO DEL CABALLO"


Por Yanko González Cangas
Publicado en en revista Far West Nº1, Instituto de Ciencias Sociales, Universidad Austral de Chile, 1993


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... Si digo:
LA POESÍA ES UNA CASA DE PUTAS
Y LOS POETAS SUS CAMPANILLEROS,
me acusarán de obsceno y procaz.
Por eso cierro el pico.
So pena me acusen de complicidad.

(Jorge Torres)


Completamente sureño.

Valdivia lo tiene en mente. Su lluvia siempre lo ha mojado. Actor y director teatral de profesión, "creador y representador", como afirma él.

Sobreviviente de una generación cuya historia literaria está por hacerse. Nexo entre "Trilce", el grupo de poesía más relevante de los año 60, y la generación de los años 80 con los grupos "Matra" e "índice" Allí están sus cinco volúmenes de poesía publicados, sus artículos de la realidad local en diarios de la zona. Allí, los tantos oficios que habitan el desván de su memoria: librero, dueño de bar, bolerista ocasional, profesor, político, editor y otros.

Fue el primer poeta chileno que publicó después de 1973. Heredero de la poesía epigramática y de la antipoesía, hoy está en la búsqueda de "un nuevo lenguaje", "recreando poemas de hace 500 años", y "ampliando su círculo de lectores de veinte a veintitrés o veinticuatro". Premiado en numerosos eventos literarios regionales y nacionales, este año fue galardonado con el premio de la Municipalidad de Santiago por su último libro: Poemas renales. Una vida que se inicia en Valdivia, en 1948, que estuvo a punto de parar en los años 80 producto de una grave enfermedad.

Nos encontramos para hablar de poesía, de su escepticismo, de sus juicios polémicos, de "su palabra mezquina en adjetivos" y su "locura". Anclado en un café, Jorge trae un montón de libros regalados en el último Congreso Nacional de Escritores. Lentes oscuros, bluejeans y chaqueta de cuero opaco, entra a grandes zancadas, arrastra un maletín. Elevado sobre una silla, inclinado, con una mano sobre su barba, pide una cerveza para el día asoleado. Se esmera en caber en una silla angulosa, incómoda para su cuerpo. Una voz grave, de actor, inunda la esquina donde se posesiona del papel de poeta interrogado. Arde un cigarro, ultra suave, y habla gesticulando palabra a palabra...

— Yanko González: ¿Te interpelan aquellos versos de Enrique Lihn: "No fui feliz, pero escribí"? ¿Te sientes reconocido?
— Jorge Torres: Estoy bien como estoy. No busco fama, estoy fuera de ese juego; te lo digo leal y realmente. No creo que el reconocimiento sea sustantivo.
Hay que manejar, también, los prejuicios que existen en un pueblo pequeño sobre la poesía y los que escriben poesía. Hay gente que quiere situarse en la poesía y parte a la "conquista" de Santiago. Aunque lo he dicho, me considero un poeta de ninguna parte y me llamo poeta porque escribo poesía. No quiero irme a Santiago ni a ningún otro sitio, quiero escribir lo que tengo que escribir aquí. Soy un poeta con "domicilio conocido"... Estoy por la idea de hacerle perder la aureola de personaje extraño a la figura del poeta. Creo que bastante ya se ha abusado del malditismo, de la imagen del "tocado", del "iluminado" y todas las que de nuestro oficio se tienen. Somos seres comunes que ejercemos un oficio como el que más, poco redituable es cierto, pero no por ello hemos dejado de ejercerlo. Todo esto más allá de las consideraciones de la crítica o de la comunidad en que te ha tocado vivir. Se ha dicho por ahí que un hombre de carácter es aquel que continúa haciendo lo que está llamado a hacer pese a la indiferencia y a los fracasos... pues bien, en este sentido, soy un hombre de carácter.

Hay un entrevista tuya titulada "Jorge Torres Ulloa: un poeta escéptico" ¿sigue tu escepticismo?
— Esa entrevista fue hecha en un momento muy particular de mi vida. Sufría una enfermedad muy complicada, tenía que dializarme cada tres días durante cuatro horas, por tanto, mi visión de mundo era naturalmente bastante deprimente. No obstante, en esa frase hay algo de verdad. Yo estoy constantemente cuestionando la posibilidad de la palabra como vehículo de comunicación, pero la amo. Es una relación de amor/odio inevitable. No sé otra mejor forma de comunicarme. Soy un hombre en el que el escepticismo es una constante, es decir, constantemente estoy dudando, descreyendo, desacralizando, desmitologizando, estoy en contra de toda mitologización que no sea literaria.
Siendo así, un tipo escéptico y descreído de tantas cuestiones, no puedo expresar en mi poesía mensajes eufóricos, de optimismo, porque pertenezco a una generación que anímicamente fue borrada del país literario, del país cultural del cual sobrevivimos unos cuantos. Ese es el apelativo que debe aplicarse a cualquier poeta de mi generación. Si miras tú a Hernán Miranda, a Juan Cameron, al mismo Juan Luis Martínez, claramente no es una poesía optimista. La marca nuestra es una poesía que ironiza mucho, que descree de todo, y que no tiene una propuesta frente a lo que fuimos nosotros, una generación de poetas expectantes, haciendo algo por cambiar un mundo que se nos vino abajo y que terminó casi por aplastarnos. No puedo dejar de lado el escepticismo frente a la percepción que tengo de la vida. No he sido formado en la escuela del optimismo, como creo que ningún poeta ha sido formado en esa escuela. Estamos en permanente cuestionamiento de la sociedad y las palabras son las que nos llevan a manifestar ese cuestionamiento de una u otra manera. Nuestro oficio es dudar, ser una suerte de tamiz de la cotidianidad. Más finos, más delgados, somos eso: tamices, cernidores, cedazos, cribas.eso es lo que somos.
Yo tomo esto como una artesanía, como un oficio en el cual me aplico. Por eso mi palabra es parca, mezquina en adjetivos. Mi palabra es muy reprimida, no quiere estar en el discurso retórico ni grandilocuente. No soy un poeta innovador, ni he planteado ningún revolucionarismo en la literatura. Soy un persona con una pasión muy coherente con lo que estoy llevado a hacer: escribir y representar. Fernando Pessoa, poeta al cual quiero y admiro mucho, decía que el poeta es un fingidor. Es un fingidor y tiene que asumir muchos papeles, entre ellos el papel del dolor del otro para poder trasuntarlo. No basta, entonces, con representarlo, también tiene que vivirlo; si no nadie le creería lo que escribe.

¿Te gustaría haberte situado en forma diferente frente a la poesía, a como la has vivido?
— Mira., mira, yo ya no me voy a situar en una posición en la poesía del Sur de Chile y ni ser el dictador o el tiranuelo del resto.
No tengo la idea de hacer una "carrera literaria" como otros la tienen y creen en ella, y ven incluso en uno a un posible competidor, una persona que le pueda salir al camino, para ganar un cierto espacio... Este oficio es de personas muy celosas; celosas de lo que haces, de las amistades, etc. Son cuestiones humanas que se proyectan a la literatura, que creo hay que desterrar.

¿Y tú las reproduces?
— Yo creo que inconscientemente sí, pero conscientemente me hago el propósito de no hacerlo. Esto se vincula con lo del reconocimiento del poeta. Los reconocimientos no vienen de tus pares, los reconocimientos no vienen de pensar que tu obra es una obra que va a perdurar en el tiempo, eso es subsidiario. Creo que lo que debe permanecer en una obra es su calidad, eso es lo que va a trascender.
En el ambiente artístico hay una fuerte vanidad: yo, yo, yo. Es un problema grave entre los escritores y creadores en general. Aunque también esta vanidad es un poderoso motor que hace a la gente escribir. Yo no creo que sea negativo. Se dan en los poetas vivos las mismas disputas que se dieron entre los poetas muertos.

¿Eres intolerante?
— No cabe duda que he sido bastante intolerante en el sentido de no transar con la mentira (en mi vida personal puede que sea un mentiroso), no sé, pero en el arte y en la creatividad aspiro a cierto grado de honestidad en relación al trabajo de terceros.
Yo diría que los años lo van haciendo a uno más tolerante. Al final de cuentas, uno no puede aspirar a ser eternamente el tábano sobre el culo del caballo. No, no puedo estar haciendo ese papel. Pero cuando puedo digo mi verdad. Hoy falta una crítica sistemática, eso hace mucho daño . Una crítica que no sea descalificadora, pero que coloque las cosas en su lugar, que objete, gratifique, que eduque tanto al lector, como al poeta. El espacio de la crítica en Chile hoy es tierra de nadie. No podemos seguir aceptando que se cometan arbitrariedades de parte de personajes que gustan de las formas absolutistas. Es por esto, creo, que las nuevas generaciones están exentas de rendirle tributo y peaje a algún grupo de venerables y sabios que estén enquistados en el poder de la "república de las letras".

¿Qué opinión te merecen las nuevas generaciones de poetas?
— Soy de opinión de que hay que desalentar a la gente joven a escribir. Y la única manera de desalentarles es haciéndoles ver que, en muchos casos, su poesía es la reiteración de los que otros han dicho de mejor manera que el aporte de uno es mínimo.
Tenemos que tener cierta estimación por nuestro trabajo, pero una estimación que se ubique en la gran obra de todos, de muchos, de todo lo que se está escribiendo. En ese contexto, podemos preguntarnos ¿quién soy yo?, porque objetivamente tenemos que mirarnos y dar una opinión: yo soy esto y me sitúo aquí.
Entonces, no hay que aceptar la ignorancia, no aceptarla, combatirla. Hay que dejarla en evidencia. Ya ves, no se descubre nada, se recrea y uno lo puede hacer mejor a peor que otro. Pero volviendo más específicamente a tu pregunta, creo que la actual generación tiene la libertad de crear en el espacio que quiera, sin complejos, sin personajes tutelares, sin ángeles custodios, sin comisarios políticos, en fin, constituye una generación, en ese sentido, con mucho más libertad para hacer su trabajo que la nuestra.
Creo que estamos al borde del colapso de una forma de poetizar y de ejercer el oficio de un modo dinástico. Parra, que llevaba el último pandero, está ahora diciendo nada, en un lenguaje agotado y gratuito. El hizo mucho por nosotros pero se acabó. En lo personal estoy por una búsqueda de un lenguaje más elaborado, volviendo a las fuentes y recreando. Por eso leo y releo a Garcilaso, a Quevedo, a Góngora. Aun más, he perdido el miedo a citar sin nombrar el autor, versos completos que yo introduzco en mi propio trabajo, cuestión que tampoco es nueva. Ezra Pound ya lo hizo mucho antes. De Góngora, había un verso que decía "No me sirvieron madres las yerbas", yo quería citarlo, pero me doy cuenta que hay una nota a pie de página que dice: "este verso pertenece a una canción de la época". Ahora yo lo voy a recrear 500 años más tarde, porque la incluyo en uno de mis poemas. Por esto creo que se escribe para la incomprensión de los que hoy no te pueden leer, pero para la comprensión de otros que algún día te leerán. Hoy día se lee a Góngora con mayor atención e interés, a pesar de que sea el tipo que escribe con más retruécanos, con un lenguaje dislocado y unas figuras retorcidísimas.

¿Cuáles son tus locuras, Jorge?
— Yo no sé si las tengo. Lo que si tengo son pasiones, y la pasión que comparto con la literatura, es el teatro, a pesar de que sigue siendo otro pariente pobre de las artes. Vivo montando obras con grupos de aficionados, universitarios, etc. Soy el único que cree en el montaje de esas obras hasta que convenzo al resto... debe ser una locura esto, porque cansa mucho; uno termina prácticamente deshecho.

El sol ha borrado el brillo de los ventanucos, el bar gira sobre sí; el poeta levanta un brazo y desaparece en un Valdivia raramente seco.


 

 

 

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