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La paz de las dos damas

Joaquín Trujillo Silva

 

 

 

 

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Nota

El 5 de agosto de 1529 Luisa de Saboya, la madre del rey de Francia Francisco I, y Margarita de Saboya o de Austria, regente de los Países Bajos y tía paterna de Carlos V, se reunieron en la ciudad de Cambrai con el muy católico propósito de poner fin a las hostilidades de la segunda guerra que acontecía entre ambos señores. Dicho tratado fue mejor conocido como La paz de las damas porque fue llevado a puerto por estas dos viudas. El tratado de paz solucionaba disputas tales como los derechos de Carlos sobre el Ducado de Borgoña, y los de Francisco I en Flandes e Italia, a los cuales ambos renunciaban respectivamente, al tiempo que los pequeños príncipes  hijos de Francisco (Francisco y Enrique), rehenes en Madrid por el homónimo tratado, eran liberados. Pero el conflicto fue reanudado por ambos y las viudas puestas en su lugar. Este notable episodio de la Europa moderna contemporánea de la Reforma como de los afanes universalistas de Carlos que en él había incubado su canciller Mercurino di Gattinara, lector de De Monarchia de Dante Alighieri, dan un asunto propicio para construir un drama regido por una apócrifa métrica barroca, rica en ripios y sobresaltos.


 

 

Personajes

 

Margarita                                       Regente de los Países Bajos
Luisa                                                Madre de Francisco I
Carlos                                              Emperador
Francisco                                        Rey de Francia
María                                              Hermana de Carlos
Maximiliano                                 Padre de Margarita
Mercurino de Gattinara           Canciller imperial
Praet                                                Cortesano imperial
Agripa de Nettesheim               Astrólogo y alquimista
Fernán                                             Cortesano francés
Utrecht                                           Tutor de Carlos

Un paje, un monje, un médico, dos Consejeros, dos niños

 



Prólogo

PAJE:
La paz de las dos damas,
un drama político… pero no de este siglo
sino que del siglo XVI.
En él se dan cita dos mujeres fornidas,
Margarita, por un lado,
Luisa, por el otro,
a fin de pactar una paz perpetua
para ellas, para Europa, para el Mundo
y para ustedes, los que oyen
y no creen ya en la vieja
sabiduría de los reyes.
No importa… que valga por ahora
esa mueca mezquina, esa sonrisa
que dice: los muertos ya no saben
de nuestros problemas actuales.
Pero, como se verá, si sabían,
y, sin embargo, decidieron
hacer un Mundo propicio
para estas raras mentes, las suyas.

En cuanto a la manera de expresarse,
que no se extrañen, los personajes
todos hablan en rimas,
pues las palabras por entonces
habían nacido para que no otra habilidad
fuera tan mayor como la belleza.

 


MOMENTO I

Oscuridad. Una pequeña mesita al centro sobre la cual hay un cirio encendido; única luz en ese lugar. Junto a la mesita, la reina Margarita de Saboya, regente de los Países bajos, y el espíritu de su padre, el Emperador Maximiliano.

MAXIMILIANO:
Sé que una vez callé yo y hables tú,
las que eran mis palabras serán nada,
y ante la inocente faz de tu luz
quedarán las ofensas perdonadas.

Habla para que mi voz se diluya
en la tuya, hija que lloras mi gloria
ya pasada. Viniendo tú en mi ayuda
quedarán de nuestra parte las historias.

MARGARITA:
Ya no pensad más en voz alta
pues los pensamientos se van,
pero las palabras se quedan.

MAXIMILIANO:
Oh, hija mía, ya es muy larga
la vida de un alma real
en un cuerpo que sí, en verdad,
es la guarida de un esclavo.

MARGARITA:
Como se ensancha el tronco de árbol
es vuestro cuerpo de rey viejo,
de piedra parece sin verde,
pero ni duerme ni amanece,
ni al sol requiere, menos riego.

(Un gesto de extrañeza en Maximiliano.)

Pues no soy mujer hermosa
no me otorgaré el derecho
de mostradme mujer tonta,
así me obliguen los pechos.

(Silencio.)

MARGARITA: (Nerviosa y a veces tartamudeando.)
El Pueblo quiere y no quiere la guerra.

MAXIMILIANO:
Como el odio es más fuerte que el amor,
el Pueblo, por tanto, no quiere treguas.

MARGARITA:
¿Qué es esto de proclamar el rencor
en un monarca amigo de los besos?

MAXIMILIANO:
Mirad, los besos nunca han sido ilesos,
y el amor nunca ha sido mi política.

MARGARITA: (Cabizbaja.)
Es verdad, el amor y el matrimonio
son líos aparte.

MAXIMILIANO:
Como la física
y la geografía del territorio;
a la una no se entiende por la otra,
aunque traten sobre símiles cosas.
Ningún imperio anterior se forjó,
a costa de alianzas matrimoniales,
sin invasores, muertes y sin sangre
que no fuera la que al nuevo formó
de los herederos en la caverna
sagrada.

MARGARITA: (Resuelta.)
Hermoso… pero la guerra
que supisteis evitar en la iglesia
con nuestras ceremonias, las nupciales,
hoy, de todas las viejas inclemencias
compensa los rituales iniciales,
y sobre nosotros vive otro dios.

MAXIMILIANO: (Colérico.)
¿Otro dios? Nunca vive. Dios no hay dos.
sólo una forma nueva de probar
a nuestro Carlos, el emperador.

MARGARITA: (Suspirando.)
A quien jamás me he cansado de honrar.
Pero la tan real familia cristiana
a fuerza de mil alianzas, armada,
una cúpula es que ya no puede
cubrir a las gentes como se debe.

MAXIMILIANO:
Hija mía, sí que hubiera podido,
si Papa de Roma yo hubiere sido,
y no tan solo emperador cristiano.
Enviudé a tiempo para con el cargo
hacerme, y hábito tomaría,
pero aquellos ambiciosos prelados,
esos promiscuos curas italianos,
que sabían que yo reformaría
a la Santa Iglesia para expulsar
a esa italiana raza clerical,
erradicando la orgía latina,
confabularon de forma porcina,
—pues no saben otra forma de hacerlo—,
y votaron Papa a ese Adriano.

MARGARITA: (Como golpeada en el estómago.)
¿Adriano?

MAXIMILIANO:
Y aunque no lleguéis a creerlo
el dinero del espíritu santo…

MARGARITA: (Reflexiva.)
¿Dinero?

MAXIMILIANO:
…A través mío, no quisieron,
pues querían, los purpurados, más.

MARGARITA:
¿Vuestro?

MAXIMILIANO:
De no ser por la caridad
de los amigos banqueros judíos…

MARGARITA:
¿Los Fugger?

MAXIMILIANO:
…Financistas de Dios mismo,
cuando más habríanse mal urdido,
la elección de Carlos, vuestro sobrino.
Sin judíos no hubiera sido Cristo,
sin su dinero, menos Cristiandad.

MARGARITA: (Reacciona. Se incorpora furiosa.)
¡Ya basta! Déjate de blasfemar
espíritu mínimo y sacrílego.

(El espíritu del Emperador Maximiliano se retira, altivo. Junto a Margarita, descubierto por un foco de luz tenue, aparece el astrólogo Agripa de Nettesheim.)

MARGARITA: (A Agripa.)
Retírate, pues tus artes de lego
oféndenme tanto como a mi padre
cuya memoria tus duendes atraen
inicuamente a fin de confundir.
¿Oh, es que el Imperio se habrá de hundir
si de sus tiempos no vivo pendiente?
Llamando yo a presencias indecentes,
tras yendo de los consejos paternos,
y sus fieles y tiernos alimentos
que mi mente no sabe deducir
de una correspondencia dedicada
a temas momentáneos del lucir,
y no del sentir, del presentir mío;
a novedades quedo confinada
como a mitad de torrentoso río.

AGRIPA:
Madame, no contáis con súbditos leales.

MARGARITA:
Bien lo se.

AGRIPA:
Ni entre los flamencos más venerables.
Por Flandes no sois querida.

MARGARITA: (Mordaz.)
Prefieren entregarse a los franceses.

AGRIPA:
Dicen que vos lo hacéis a los ingleses,
porque de Amberes hacéis la más rica.

MARGARITA:
Tonterías de ese viejo partido
que contra mí convocó ese Chievrés.
Pero estando él difunto, ¿no lo ven?
¿Que Borgoña es propiedad de Carlos?

AGRIPA:
Que no os deje acongojar ese fardo.
pues hasta el más pobre de vuestros súbditos
sufre la conculcación de una herencia.

MARGARITA: (Furiosa.)
Pero ninguno lidia con esa bestia,
ese indigno, ese otro sobrino último,
el hijo de mi cuñada, el Rey francés,
no soporta en su contra justo revés,
ni cumple tratados que él mismo pacta,
buscando la amistad de Gran Bretaña
su peor enemiga desde que Juana,
la bruja de Orleáns, coronó a un delfín.

AGRIPA:
Madame…

MARGARITA: (Interrumpiéndolo.)
Pobre niña, morir por ese país.
La flor de Lis repleta de escorpiones…

(Se oyen pasos.)

MARGARITA:
¿Y ése ruido? ¿Qué clase de rufián
transita…

AGRIPA:
Madame…

MARGARITA:
…mis habitaciones
con un aplomo, en un descaro así?

(Entra el Cardenal Mercurino di Gattinara, canciller del Imperio. La habitación queda enteramente iluminada.)

MERCURINO DE GATTINARA:
Madonna…

MARGARITA: (Sorprendida.)
¡Mercurino di Gattinara!

MERCURINO DE GATTINARA:
¿Me esperabais para otra ocasión
o que a fin de a vos anunciarme, izara
la bandera propia…?

MARGARITA:
No haría falta.

MERCURINO DE GATTINARA: (Observa a Agripa, receloso.)
¿Consultabais recién los horóscopos?
 
MARGARITA: (Titubea, luego:)
Me enseñaban la nueva astronomía.

MERCURINO DE GATTINARA: (Aleccionador.)
Erasmo y la Iglesia son enemigos
de toda, ya sabéis, astrología.

MARGARITA:
Lo sé.

MERCURINO DE GATTINARA: (Continuando siempre pausado.)
Una superstición sin asunto,
sin fundamentos y sin porvenir
como la invocación de los difuntos
tan primitiva frente al devenir.
Nuestro tiempo que es posterior a Dante,
el inmediato al eterno instante
en que el Mundo será con solo Cristo
y Carlos, su rey, sí, vuestro sobrino.

MARGARITAMargarita:
Monsigneur, como siempre vais tan rápido.
¿Habeis venido a verme por el fisco?

MERCURINO DE GATTINARA:
Donna, se trata de un tema tan ácido
para vos que sois la reconocida
enemiga del rey francés, Francisco.

MARGARITA:
El emperador me había apartado
de aquellas odiosas ocupaciones.
Si en vez de liberar a ese gabacho,
a pretexto de ilusas condiciones,
lo hubiera mantenido cual trofeo
vivo en Madrid, y sin rodeos,
para el Imperio, Borgoña tuviera
nunca más como un sueño de su emblema
sino como una victoria que real
no requiere seguir las batallas
y el engaño propio de un canalla.
Le haría falta un día de frialdad
a esa tierra calurosa de España.

(Silencio.)

MERCURINO DE GATTINARA:
Los imperios no han surgido en el frío
sino en las costas del viejo mar nuestro.
Dejadme manejar la diplomacia
de un Imperio que vive del esfuerzo
de no sólo un día, pues, como Italia,
hasta un Imperio requiere de acuerdos
como de los huevos requiere un guiso.

MARGARITA: (Pausada.)
Italia fue imperio cuando no quiso
volverse una silvestre nación.
Pero mi nación, el tonto borgoñón,
prefiere ser poblado que un imperio.

MERCURINO DE GATTINARA:
Bárbaros. Por la aldeana tontería
quedaron muchas gentes reducidas
al comercio gremialista y su tedio.

MARGARITA:
La nobleza carga con la comedia
e igual los burgueses, mas con la farsa.

MERCURINO DE GATTINARA: (Coqueto.)
Madonna, es una galante tragedia
la de vuestra clase y la mía.

MARGARITA: (Retirándose)
Basta.

MERCURINO DE GATTINARA:
El emperador os manda,
con Luisa pactar la paz.

MARGARITA:
¿Pactar y otra vez pactar?

Repasemos el paso necesario,
repasemos ese nocturno esquema:
¿cómo pactar con franceses las treguas
sin afrancesar la viva razón;
y lidiar con habsbúrgico tesón
si las fuerzas de César causan penas?
Es inútil pretender la victoria
sirviéndose de tan lejana gloria;
ambas son patrimonios de familia
por entronques pasados dividida.
En fin, pasemos a otra cosa,
vieja estoy para magras sopas:
Enviudé antes de menstruar
dos veces, y el oscuro mar
fue culpable de mi naufragio,
me amarré un muy cruel epitafio
a mi cuello de dama blanca:
Aquí yace la desposada
por dos muertos de frío ardor.
Mas perdí aquella ocasión
para fallecerme ahogada
y aquí permanezco obligada
criando los reyes cristianos,
un empleo propio de esclavos
o de tutores a lo sumo,
¡ni sé por qué tanto me abrumo!

MERCURINO DE GATTINARA:
Señora, considerad
perspectivas de los hechos,
Luisa viene a negociar
armada y asesorada
por una feroz cascada
de intrigantes y viandantes
toda suerte de alacranes
educados en el fraude;
franceses de cuello largo
más aves, que sin embargo,
ser todas muy emplumadas
a la hora de la fineza
se devoran las carnadas
y de nuestra leal nobleza
hacen carroña francesa.


MOMENTO II

Austero aposento de Luisa de Saboya.

LUISA: (Entrando.)
Los curas han visto en mí, vanidad,
porque hay cuanta menos claridad
en su gran frivolidad que en la mía.
La de ellos se propone ver la tiña
en mis trajes de cabal austeridad,
mientras que la mía sabe del oro
no como los tesoros, sí la guerra.
Deja cabeza mía los problemas
del más católico confesionario
entre sus rejillas y visos varios,
repasa las palabras de tu emblema,
él te devolverá los pensamientos
que olvidas en precoz senilidad,
por ellos, no sin ellos, hoy sabrás
a la gloria cual un presentimiento.

(Entra Francisco.)

LUISA:
Hijo mió, ¿hasta cuándo
mantenéis a nuestros hijos,
mis nietos, lejos, actuando
de difuntos en un limbo
que para niños no es apto?

FRANCISCO: (Impertérrito.)
Qué tanto alboroto, madre,
mis hijos estan a salvo,
España no es tan amable,
pero tampoco es un tártaro;
cuando estuve yo allí preso
antes de firmar el pacto,
me dieron trato tremendo,
lo propio de nuestro rango.

LUISA:
Recepción en Barcelona.

FRANCISCO:
Aclamación popular.

LUISA:
Digno de nuestra corona.

FRANCISCO:
Entonces parecíame una ilusión ocular.

LUISA:
En cautividad honrado.
Sire, cuán confundíame
la desusada hidalguía
de nuestro emperador Carlos.
 
FRANCISCO:
¡Vuestro! Señora, no es mía,
Esa gratitud de santo,
Para con aquel raptor
De los príncipes franceses.
¿Nuestro emperador? ¿qué soy
sino mejor contrincante,
superior todas las veces,
que es imberbe mendicante?

LUISA:
Mendicante, ¿Por qué? Sire.

FRANCISCO:
Porque él arma su universo
cual vulgar equilibrista
que negocia todo y mide
cual un astuto usurero.
Llevando sangre judía
Ese oficio en el no es raro,
mas es del todo pecado
en la tal caballería
a la cual pertenecer
dice. Noble quiere ser.

LUISA:
Hijo mío, noble es él.

FRANCISCO:
Madame, noble es un guerrero,
No, en cambio, un casamentero.
Ese fue el noble deporte
que practicado por su abuelo
hoy seguido por el nieto..
Reunir la Cristiandad
mediante bodas y ajuares,
Al arrojo renunciar,
a la caza de lugares
donde hacer casar mocosos,
a los viejos con bebes,
recién paridos y a locos
con cuerdos. Ved. ¿Lo apreciáis?

LUISA:
Intriga matrimonial…
Vos mismo la practicáis.

FRANCISCO:
Mas cual recurso final,
no para primera hazaña.

LUISA:
Ya me provocáis migraña
Sois tan osado como cruel
en llevarme la contraria.

FRANCISCO:
Madame, ¿la virtud más rancia
no es la de llevaros pues
siempre contra la corriente?

LUISA:
Porque vos sois un afluente
cuyo curso es muy variable,
que se esmera en provocarme…

FRANCISCO:
Os ofreceré un encargo

LUISA:
Veo transgredido mi rango.
Al bruto servir le ofrece.
Qué importa.

FRANCISCO:
Ireis, señora,
para que una vez cesen
los infortunios con Carlos.

LUISA:
¿Me ofreceréis de rehén
cómo hicisteis con mis nietos?

FRANCISCO:
Vamos, que aquello no es cierto.

LUISA:
Como mucho no es también.

FRANCISCO:
A de mujer a mujer
conversar con Margarita.

LUISA:
¿Mi excuñada?, ¿vuestra extía?

FRANCISCO:
Me refiero a la misma.

LUISA:
¿Y con cuales garantías
de que no me encerrarán?
¿Así me queréis enviar
a parlamentar con esa?

FRANCISCO:
¿Qué más que su majestad?

LUISA:
Es como desear enfriar
un volcán con un suspiro.
¿Entre tales enemigos
a qué venimos las dos?

FRANCISCO:
Eso no os importa a vos.
Importa al tiempo que gano.

LUISA:
No suspiro, sino anzuelo,
ya me olvidaba del grano
del que viene la simiente,
la paterna vertiente
vuestra.

FRANCISCO:
Señora, ¿estáis dispuesta?

LUISA:
¿Y lo podría yo no estar?
A mi cuñada encontrar
después de tantos naufragios.

FRANCISCO:
Eventos imaginarios.

LUISA:
¡No! Respetad por favor
el verídico santuario
de los vivos no presentes.
Sabiendo poco de amor,
sabéis cómo ser insolente.
No por ser de Claudia viudo,
a la cual, lo dudo, amasteis,
vendréis vos así a burlarte
de otra mujer más que hubo
de vivir contra la muerte,
en la muerte y por un hombre,
padres, hijos, cuyos nombres
poco importan de tal suerte
que a fin de no hacerse monstruos
es que pasan de ángel a ángel.

FRANCISCO:
Señora, no es un asunto tan obvio,
requiere de vuestra parte.
Me dais un sermón
a la menor provocación.

LUISA:
Hijo, mi aliento más ronco,
hijo y rey, no acaba tan pronto.
Oye, los ojos son perversos,
pero los oídos son beatos.
Vuestro abuelo, mi padre, o el reverso
de vos, nuestro rey, lleno de boato;
sin tierra entró en la tierra de su tumba.

El polvo de Francia son sus difuntos,
sus traidores que hicieron de la burla
la religión del reino contra el mundo,
y Francia fue el mundo y la Iglesia
y nuestra Iglesia en Avignon.
A un tiempo, patria, religión,
Carlomagno en tiempo de ciencia.
Pero si Francia, Francia-Cosmos
no fueron palabras distintas,
cuando todavía el incendio
no arreciaba por sus quintas.

Vuestro abuelo abandonado
por sus nobles, sus soldados,
yo desposada sin dote
en el lecho de otro rey.
Ni siquiera lo creéis
siendo ahora bien grandote,
rey de los francos, Francisco,
vos os burláis, hijo mió,
de una viuda como yo,
de mi hermano, vuestro tío.
Sire, os burláis del dolor,
y el dolor es vuestra herencia.

FRANCISCO:
Si es que os parece indecencia
de mi parte, yo lo juro…

LUISA:
No juréis ya, ¿de qué trata?

FRANCISCO:
¿La paz a la qué recurro?

LUISA:
Sí, paz, de la paz hablabas.

FRANCISCO:
Sí, la paz de las dos damas.

LUISA:
La proponéis, descarado, erguido,
y contra vuestros recientes captores.

FRANCISCO:
También los animales perseguidos,
guían a trampas…

LUISA:
¿…A sus cazadores?
La paz de mujeres, ¿quién la propone?

FRANCISCO:
La propone Margarita.

LUISA:
¿Vos mismo la disponéis?
 
FRANCISCO:
La dispone Margarita.

LUISA:
¿Y cuál razón vos tenéis
ante ellos para pactar,
si el tratado de Madrid
os negasteis a cumplir?

FRANCISCO:
Os dije, fue Margarita.

LUISA:
¿Como ante vos vengo recién nacida?

(Silencio.)

FRANCISCO:
Qué es tener razón sino tener tiempo.

LUISA:
Ya veo, mi señor rey, sí, ya veo.

 

MOMENTO III

 

Corredor. A lo lejos se oyen teñir las campanas. Fernán y Praet se hieren mutuamente con la mirada,

FERNÁN:
Sabéis que el amor no engaña
a quienes bien se conocen,
pero tampoco corroe…
… que no se conocen nada.

PRAET:
Esa lógica francesa
no va conmigo, monsieur,
ni con vuestra realeza.
Como bien se, lo sabéis.
Mi política exterior
no difiere en lo absoluto
de la de mi buen señor.
No son el amor y el luto
ambos entrada y salida
de la vida conyugal,
disposición no es prohibida
la de volverse a casar
aunque sea por tres veces.

FERNÁN:
Sí, como vuestra señora
Margarita de Saboya.

PRAET:
La salvada por los peces
y pariente de la vuestra.
a pesar de las insidias.

FERNÁN:
Como todas las familias
desde que toda respuesta
a las urgencias políticas
es la de casar a una íntima
con cualquiera que aparezca.

PRAET:
Os confundís, gran amigo,
el noviazgo de los hijos
exige un férreo control
hasta en las gentes más pobres.

FERNÁN:
¿Acaso nuestros barones
imitar al leñador
deben sin buscar confianza
en la maternal alianza
a la que las cosas tienden?

PRAET:
No, las cosas no se entienden
si no les dais dirección.
¿Acaso buscáis razón
en esa naturaleza
similar a la que es vuestra?
Error.

FERNÁN:
Aquí llegó el señor.

(Entra el Cardenal Gattinara. Trae consigo su mueca despectiva.)

PRAET: (Se adelanta.)
El señor de Gattinara.

MERCURINO DI GATTINARA:
No malgastéis, señores, vuestra lengua
en asuntos distintos de la tregua
que, desde hoy, pretenden negociar
aquí, vuestras respectivas señoras,
si por ventura vais a acariciar
fin tan así  noble que ellas añoran
en esta ciudad hosca de Cambray.

FERNÁN:
Signeur de Gattinara, ¿también vos?

MERCURINO DI GATTINARA: (Amistoso, corrigiéndolo.)
“Signore”, Monsieur, “Signore”, queriendo
siempre yo nuestro universal silencio
de la lengua común a los cristianos,
y del emperador canciller siendo,
la lengua francesa, ¿lo veis?, no desprecio,
sin embargo, prefiero el italiano.

FERNÁN:
Vuestra señora es francófona célebre,
a pesar de su reconocido odio.

MERCURINO DI GATTINARA: (Rápido.)
La paz que firmará lo hará más breve.

FERNÁN:
¿La firmará, Signore de Gattinara?

MERCURINO DI GATTINARA:
¿Tan débil como está y viajando?, es obvio.

(Entran dos consejeros franceses que desde ya vienen espiando las conversaciones.)

CONSEJERO 1 : (Al Consejero 2.)
¿Lo veis? Nos tiende una trampa.

CONSEJERO 2 :
Fácil entrega su voto…

CONSEJERO 1:
…Y obtiene nuestra inocencia.

CONSEJERO 2:
En un viejo zorro.
Factible.

MERCURINO DI GATTINARA: (Que ha escuchado.)
Sabéis tan bien como yo que estas damas
pese a todas conocidas renuencias,
han venido hasta aquí… muy engañadas:
vosotros con la propia;
nosotros con la nuestra.

CONSEJERO 1 : (Al Consejero 2.)
¿Tiénenos por escoria?

CONSEJERO 2 :
Quiere sacarnos muestras
a fin de conocer cuánto sabemos…

CONSEJERO 1 :
…Acerca de nosotros como de ellos.

CONSEJERO 2 : (A Mercurino di Gattinara.)
Tanto como nosotros,
nuestra señora sabe.

MERCURINO DI GATTINARA:
Bien… sabéis poco sobre vosotros.

(Se da la media vuelta, disponiéndose a salir.)
FERNÁN:
Un momento, Gattinara;
hagamos por nuestra parte…

MERCURINO DI GATTINARA: (Interrumpiéndolo.)
¿Ambos?

FERNÁN: (Prosiguiendo.)
…Un mejor negocio.

MERCURINO DI GATTINARA:
Canciller, ¿qué pretendéis
a espaldas de vuestra dama?,
¿una especie de divorcio?

CONSEJERO 1 : (A Fernán por lo bajo.)
Que lleva siempre una daga.

FERNÁN: (A Mercurino di Gattinara.)
Signore, ¿negociaréis?

MERCURINO DI GATTINARA:
En donde no hagáis un pacto
pactando secretamente
mediante más bajos rangos.

FERNÁN:
No tenéis por qué temer.

MERCURINO DI GATTINARA:
Os digo, difícilmente
dejaría de temer
vuestros franceses ardides;
ni menos, confesaría,
sincero, mis sentimientos.

FERNÁN:
Mentira oculta mentira.
Es ello una gran verdad.
Primero, el entendimiento,
dejémonos de ocultar
ocultados nuestros fetos.

MERCURINO DI GATTINARA:
¿Cuál si la fuerza del rezo
contrarrestarlas pudiera,
en la infinita nobleza,
a estas damas pacifistas?

FERNÁN:
Pues si debieras, quisieras.

MERCURINO DI GATTINARA:
No si la paz de la empresa
domestica a los sofistas.

CONSEJERO 1 : (Al Consejero 2.)
Intenta subir el precio
de su honor y el de la Reina.

CONSEJERO 2:
¿Es que enteramente necios,
nos piensa que así se peina?

CONSEJERO 1 :
Hay que volverse rentable.

CONSEJERO 2 :
Llaman hombres honorables
a quienes tan alto fijan
el precio a vender sus hijas
que no es sabida la suma.

PRAET: (Saliendo de su sopor.)
Mujeres que pactan paz
entre machos enemigos,
de eso nunca se ha sabido,
ni espero saberlo ya,
confiando como confío
en mi sapiencia sexual.

MERCURINO DI GATTINARA: (A Praet.)
Vuestras palabras, Praet
vuelven tan ineficaces
nuestras palabras mientras
el tratado no nos traen.

FERNÁN:
Tratativas muy audaces
son capaces y sin rienda
de llegarse a prometer.

CONSEJERO 1 : (A Fernán.)
Interrumpid las audiencias.

MERCURINO DI GATTINARA:
Ni se atrevería el Papa
a pedirles esa venia.

CONSEJERO 2 : (A Mercurino di Gattinara.)
Esa venia no se pide,
esa venia se descarga.

MERCURINO DI GATTINARA: (Lleno de repugnancia, al consejero 2.)
¿Qué sois vos?, ¿acaso un Sire?
¿queriendo como queréis
el maltrato de las dos
damas —lo debo decir—
más importantes del orbe?
Ante vuestra nueva voz,
antiquísimo es el odre.

FERNÁN: (Al consejero 2.)
Dejad a esa artillería
de cuya brutalidad
conocéis bien, señoría,
lejana de nuestro encuentro.

PAJE:
Señores, aquí ya está
la Archiduquesa María.

PRAET:
Temprano vuelve del huerto.

(Entra la Princesa María llevando una Biblia en la mano.)

MERCURINO DI GATTINARA: (Adelantándose, a María.)
¿Sus damas de compañía?

MARÍA:
Ah, no tardan, Eminencia.

MERCURINO DI GATTINARA:
Archiduquesa, le pregunto,
si ello no causa disgusto:
¿Quién os ha dado licencia
para portar vos, la Biblia?

MARÍA:
Soy tan ignorante de ella
cual los indios de las Indias.

MERCURINO DI GATTINARA:
¿Y por eso queréis leerla?
¿No conviene lo contrario?,
¿mantenerse a buen resguardo
de alimentos ignorados?

MARÍA:
Si ese alimento sabe agrio
como una leche cortada,
mas, si es esta la palabra
de nuestro supremo Dios,
¿cómo llegaría yo
a catar ese alimento
sin cometer un evento
malo, incluso para vos?

MERCURINO DI GATTINARA:
Ha hecho mil advertencias
a vos vuestro hermano Carlos.
Hay una común herencia,
la Iglesia, la Iglesia, y ambos
bien sabéis que sois sus siervos.
Enemiga es de Lutero
la Iglesia, la iglesia. Basta
de ocultaros entre lágrimas.

MARÍA: (Solloza.)
No lágrimas, sí palabras
aun cuando parezcan ácidas…

MERCURINO DI GATTINARA: (Interrumpiéndola cariñosamente.)
No os daré ocasión, Princesa,
de pecar en mi favor;
diciendo lo que no sois,
al decir lo que yo sea.
Silencio.

MARÍA:
Confieso…
(Entrega a Gattinara el ejemplar del Nuevo Testamento de Lutero.)

MERCURINO DI GATTINARA: (Consultando el ejemplar.)
Leísteis…
La traducción de Lutero
a este bárbaro dialecto.

(Hojea. Menea la cabeza.)

¿Cómo Dios pasará a través
de queste parole tedesche?
¿Iría así él mismo a cometer
tal  contra su temple?

(Pausa. Cierra violento el ejemplar. Luego, grave:)

Si fuese tan ingenioso,
Lutero mejor sabría
que a la iglesia destruiría
si de ella no tanto hablara,
ni menos la criticara,
pues la iglesia a tomar nota
se apresta con diligencia
aunque se proclame sorda.
Y es esa toda su ciencia.

La arrogancia de Lutero
no es más que su inteligencia,
una crece en tanto la otra
se apropia de su cerebro.
Tonto es taparle la boca
porque se creerá en la urgencia
de bailar blasfemias locas.

(Se pasea. Luego con tono lastimero y aleccionador.)

Los idiotas siempre encuentran
ocasión de ser quien son;
no hay que forzar la cuestión
para adquirir sus ofrendas,
a nuestros ojos ofensas,
a sus ojos, atención.

Eso no os excusa, princesa
a exhibiros tolerante
por estos actos de tibieza.

MARÍA: (Bajando la cabeza.)
Señor, piedad a esta ignorante.

MERCURINO DI GATTINARA:
Pues predicáis con vuestros actos
de liberalidad cretina
una alta merced que se obstina
a vuestros hoy escasos años.

 

 

 

 


MOMENTO IV
 
Margarita de Saboya y Luisa de Saboya están calladas, sentadas la una frente a la otra. A su alrededor están dispuestos sobrios cortinajes.

MARGARITA:
Señora.

LUISA:
Señora.

MARGARITA:
Os veo nuevamente.

LUISA:
Nuevamente os veo.

MARGARITA:
Tanto tiempo, creo…

LUISA: (Continuando la frase inacabada de Margarita.)
…Pasó desde la muerte…

MARGARITA: (Continuando.)
…De vuestro hermano Filiberto.

LUISA:
De vuestro esposo Filiberto.

MARGARITA:
Fue de todos mis esposos…

LUISA: (Alegre.)
Lo sé, vuestro reposo.

MARGARITA:
Hijos no hubo entre nosotros.

LUISA:
Ni entre nosotras, sobrinos…

MARGARITA:
Como el hijo tan querido...

LUISA:
…Vuestro sobrino político.

MARGARITA:
El rey de Francia, mítico.

LUISA:
Como Carlos es también
caballero, noble, fiel.

MARGARITA:
Por favor, Carlos es torpe.

LUISA:
Y Francisco es larguirucho.

MARGARITA:
Carlos, hosco y debilucho.

LUISA:
Francisco, un tanto mediocre.

MARGARITA:
Mas la campaña milanesa.

LUISA: (Con un gesto desdeñoso.)
Esa inútil empresa.

MARGARITA:
Perdiola por la artillería.

LUISA:
Activa noche y día.

MARGARITA:
Que echó abajo tantas ciudades.

LUISA:
Italianas beldades.

MARGARITA:
Francisco perdió heroicamente.

LUISA:
Carlos, alta la frente.

MARGARITA: (Inclinando la cabeza amorosamente.)
Luisa, todos somos familia.

LUISA: (Ríe.)
Sin alianzas prohibidas.

(Silencio.)

LUISA:
Y los señores soldados
de su cansancio cansados.

MARGARITA:
Y por ello me habéis citado.

LUISA:
Por ello me habéis vos citado.

MARGARITA:
A pactar una paz señera.

LUISA:
Entre el Imperio y nuestro reino.

MARGARITA:
De la cual sois señora vera.

LUISA:
Esa sois vos, aun no queriendo.

MARGARITA:
Vos, Señora.

LUISA:
No, Señora.

MARGARITA:
Entiendo, queréis ganar tiempo.

LUISA:
Como vosotros lo ganáis.

MARGARITA:
Madame, ¿tenéis otro argumento?

LUISA:
Confesad cuál vos deseáis.

MARGARITA: (Burlesca.)
De todos, el menos siniestro.

LUISA:
¿Como si se arrojara un diezmo
a una herética caridad?

MARGARITA: (Ya molesta.)
Si nuestra imperial majestad
lo tiene a bien, bien me parece;
en lo que a vosotros compete,
¿no tenéis aún niños cautivos?

LUISA:
¿Os burláis de esa mayor pena,
la de no saber de mis chicos?

MARGARITA:
Están mejor que con vosotros.

LUISA:
Encerrados en una celda.

MARGARITA:
Que es un verdadero palacio.

LUISA:
Pero tan lejos de sus otros
primos, amigos y vasallos.

MARGARITA:
Son buenos niños, por lo visto,
de su familia desprovistos.

LUISA: (Secándose una lágrima.)
Niños hermosos y delgados,
¡ay!, concebidos sin pecado.

MARGARITA:
Mas no exageremos el punto.

LUISA:
Una abuela no tiene gustos
que moderar frente a sus nietos.

MARGARITA:
Creyendo que están en aprietos.

LUISA:
En aprietos está Francisco;
él no hace nada por salvarlos.

MARGARITA:
Están a salvo: ¿liberarlos?

LUISA:
La palabra correcta, ¿importa?
(Solloza un instante.)

MARGARITA:
Los hombres confían en las palabras,
pero el silencio es también revelado.
Y el silencio entre las naciones;
¿qué es sino el segundo helado
previo al calor de reacciones?

La guerra mantiene a los pueblos
a resguardo de sigo mismos.
Dadles una paz duradera
y se matarán por las armas
contra las cuales ni banderas
blancas valdrán, menos palabras.

LUISA:
Vuestras palabras descifran las mías
más allá de mi propio pensamiento.

MARGARITA:
Como otros tened en cuenta el recuerdo
para cuando no tengáis la alegría.

(Silencio. Vuelve sobre sus reflexiones.)

Señora, sabéis que a los hombres
los asfixian mil ideas.
Nosotras, veis, mujeres
sabemos que entre la muerte
y el nacimiento de aquellas
hay un tiempo que intermedio
nos alcanza holgadamente
para pensar bien los medios.

(Pausa.)

Os devolveré los niños.

LUISA: (Disimula su felicidad.)
Y os devolveré los sitios
que tanto vosotros ansiáis.

MARGARITA:
Ved, es nuestra herencia antigua.
No sabemos renunciar.

LUISA:
Se lo tanto que lo abrigan.

MARGARITA:
Los hombres piensan poder disponer
de las mujeres mediante un placer
entre nosotras mal llamado: amor;
Un placer muy breve y tan solo de ellos,
para todas la fuente de dolor.

(Los consejeros  espían tras la cortina.)

CONSEJERO 1 :
¿Ves cómo llegan a un acuerdo?

CONSEJERO 2 :
Mujeres de acuerdo, cuán grave
es el hecho y el precedente.

CONSEJERO 1 :
Id en busca del caballero,
veréis las zorras en la nave
sino llevarse el continente.

(El consejero segundo sale. Enseguida entra la Princesa María.)

LUISA: (Percatándose de la entrada de la Princesa.)
Oh, Margarita, ved el rostro
que viene trayendo la niña.

MARGARITA: (Saliendo al encuentro de la Princesa.)
Ay, viene la pobre María,
¿han sido de nuevo los mozos?

MARÍA:
Querida tía Margarita,
el cardenal me ha sorprendido
leyendo la sagrada Biblia.

(Vuelve el segundo consejero. Tras él viene Fernán. Los tres continúan ocultos por el cortinaje.)

MARGARITA:
María, ¿no habéis aprendido
las lecciones a ti debidas
y bastantes correspondidas
por mi parte?

MARÍA:
Aprendo lento.

MARGARITA:
Malo en Gattinara es el voto
sacerdotal y su talento
de canciller lo hace devoto
de mezclarnos su frailería
en asuntos que son gobierno
de los cuerpos y no del alma.

MARÍA:
Mas compréndeme, bella tía,
¿no os parecen del todo inciertos,
—estando como estáis en calma—
esos concilios y papados,
que vetan a Dios cual pecado
y les ofende la piedad?

FERNÁN: (Con una mueca de asco.)
La niña descubre la vida
y pierde la virginidad.
(A los consejeros.)
¿Me buscabais para esta intriga
cuando tengo a vuestros oídos
en tales poemas conocidos?

CONSEJERO 1 :
Señor, por eso nos tenéis,
es verdad, pero es que hablan ya
del tratado que pretendéis.

FERNÁN:
Yo no pretendo nada más
que de una calientes rameras
proveerme en lo pronto y posible.
Mas me tenéis tras estas telas
oyendo diálogos horribles
sobre el progreso de las niñas
en tonterías, las más finas.

LUISA: (A María.)
Princesa, oíd a la vejez
porque no solamente oculta
la muerte de su juventud.
En la rienda de su querer,
tirante sin virtud mucha
hallarás también gratitud.

CONSEJERO 1 : (A otro, por lo bajo.)
No entiendo para qué es mujer,
si es más bruta que un hombre bruto;
más le valdría pretender
verse animal ni tan astuto.

Un hombre feo es un disgusto,
una mujer fea, un horror.

FERNÁN:
Esta veterana da los consejos
que nunca le dio a su propio hijo.

CONSEJERO 1 :
Señor, viene llegando el ovejero.
(Entra Mercurino di Gattinara seguido por Praet. El Paje se adelanta y negligentemente los anuncia.)

PAJE:
El Cardenal y el Señor Praet entran.

MARGARITA: (A Luisa.)
Se escabulle siempre así en mi escondrijo.
(Le entrega un papel a Mercurino di Gattinara, quien lo lee, junto a un Praet, a sus espaldas, atónito.)

MERCURINO DI GATTINARA:
Señoras, más allá de las ofensas:
¿Quién os ha dado la autorización
para repartiros el Mundo así,
a toda precisión sin atención?

MARGARITA:
La paz mundial que vosotros pedís.

MOMENTO V

Francisco se mueve furioso por su despacho. A la derecha, Fernán y los dos consejeros lo observan, estos dos últimos, a menudo, ocultan la mirada a la del Rey.

FRANCISCO:
Si no grito, me grito
como si gritara tanto
que gritar fuera un hipo,
y no ya gritar, llanto.

Gritando digo tanto
cuanto menos dijera,
quien grita por las laderas:
¡grito menos gritando!

Gritar por la escalera
en gritería calma,
a la hora de la palma
no gritan poco siquiera.

Gritarán conmigo hasta
grite no solamente,
sin gritar con la gente
solo gritos de ratas.

Griterío inclemente
por causa de gritar
y hasta intentar rimar
gritos de penitente.

FERNÁN:
Sire, actuaron sin aviso.
Avasallad vuestra cólera.

FRANCISCO:
Mi cólera, si adivino
es lo único que respetáis;
tomáis a quien la modera
por imbécil, no virtuoso.

FERNÁN:
Con ella, Señor, liquidáis
nuestro espíritu tortuoso
que se esmera en complaceros.

FRANCISCO:
¿Liquido dando ingrediente
a ese espíritu alpistero?

(Raptado por una extraña reflexión.)

Mas la modestia es un lujo
que solo yo puedo darme,
de aquella no hagáis alarde;
sea la soberbia el gusto
único para vosotros.

FERNÁN: (Ríe entre dientes.)
La soberbia es nuestro voto.

FRANCISCO: (Recorre en silencio el despacho.)
Estas mujeres ociosas
es por llevarme la contra
que han firmado sin más
aquella perpetua paz.

¡Una paz perpetua!

Una contradicción
de la experiencia y del saber,
del proceder, del conceder.

CONSEJRO 1 :
Y del contener.

(Francisco lanza una mirada despectiva al primer consejero.)

CONSEJERO 2:
Majestad.

FERNÁN: (Al segundo consejero.)
¿Qué ocurre?

FRANCISCO: (Al consejero segundo.)
¿Si? Hablad.

CONSEJERO 2 :
Vuestros hijos vienen camino
de París.

FERNÁN:
Ah, ¿si?, ¿cuándo salieron?

CONSEJERO 2 :
Hace ya dos días, y en Lyon
han sido los propios testigos
de una vestal celebración.

(Francisco se mantiene en silencio.)

CONSEJERO 1 :
Sire,.prudencia ante la nueva.

FERNÁN:
¿Si? Monsieur, ¿quién los acompaña?

CONSEJERO 1 :
Seguro la vieja flamenca.

FRANCISCO: (Saliendo de su silencio, al segundo consejero.)
¿Se los aclama sin reserva?
(Silencio.)
¿Y el Cardenal de Gattinara?,
¿sabéis algo de su periplo?

CONSEJERO 1 :
Ya está en París y ahora visita
a contrarios y al arzobispo.

FERNÁN: (A ambos consejeros.)
Pues que no lo pierdan de vista.

FRANCISCO:
Señores, Carlos cumple el pacto.

FERNÁN:
Señor, aquello está por verse.

FRANCISCO:
¿A los niños no ha liberado?

FERNÁN:
Por aparentar, mirad, él cumple
la parte que no lo remece.

FRANCISCO:
No lo remece a él, sí a mí,
y sin embargo Carlos no urde
a partir de ello su victoria.

FERNÁN:
Porque urde un paso aún más vil
es que os intenta convencer
—borroneando vuestra memoria
que recuerda sus fechorías—,
de una, dudosa, buena fe.

FRANCISCO:
Una estrategia así rectora,
meticulosa y perentoria,
¿será posible en caballeros?

CONSEJERO 1 :
Sí en lectores de Maquiavelo.

FRANCISCO:
Quizás, pero sabed que Carlos
a penas lee a Gracilazo.

(Risas fingidas.)

FERNÁN:
¿Queréis repasar el acuerdo?

FRANCISCO:
Vayamos de una vez a eso.

CONSEJERO 1 : (Con una hoja de papel en la mano, lee:)
¿Al príncipe comprometido?

FRANCISCO:
¿El delfín? Fácil.

CONSEJERO 1 :
¿En Milán cese indefinido?

FRANCISCO:
¿Del fuego? Fácil.

CONSEJERO 1 :
¿La Borgoña?

FRANCISCO:
Es imposible.

FERNÁN:
No habrá cumplimiento aparente
del tratado de las señoras
si no cedéis lo más terrible
a Carlos: su herencia paterna.

FRANCISCO:
Si se empecina en su país
que Carlos escuche la caterva,
ella prefiere la raíz
de su habla.

(Entra Mercurino di Gattinara.)

MERCURINO DI GATTINARA: (Con voz atronadora.)
Sabéis, lo rechaza
toda ley común a los reyes
la usurpación del territorio
en base a aquella democracia.

FRANCISCO: (Sorprendido, a Gattinara.)
Empero el derecho de gentes
me da autoridad sobre ellos.

MERCURINO DI GATTINARA:
Mas, ¿todo aquello en base al habla?
Ni en las mías ni en vuestras preces
podría ello pedirse al Cielo.
El pueblo no sabe qué dice.
A menudo habla por su boca
el interés más egoísta
de los señores, que impide
—como sabéis— cristiana roca
en que edificar la vida.

FRANCISCO:
Podría preguntar a mi corte:
¿quién es éste que nos visita?,
¿quién lo ha invitado en esta noche
a entrar así, sin previa vista?
Ya no importa, por vuestra púrpura,
lo deduzco: sois cardenal.

MERCURINO DI GATTINARA:
Manía es buscar la locura
en quien con más celeridad
actúa conforme al futuro.

FRANCISCO:
¿Cuál es aquella sensatez
que yo en mi necedad no veo
porque el mañana es siempre oscuro
a mi maniática altivez?

MERCURINO DI GATTINARA:
La realidad de vuestra empresa.

FRANCISCO:
Si por vuestra realidad fuera
yo no sería realidad.
¿Traís argumento de más?

MERCURINO DI GATTINARA:
La paz firmada es suma cero,
pero el cero no es positivo.
para ninguno de los dos.

FRANCISCO:
Yo desconozco la razón
de vuestro instinto sensitivo.
¿Pretendéis la cancillería,
la de Carlos como la mía,
que a ambos intentáis dar consejo?

MERCURINO DI GATTINARA:
Vengo a corregir los excesos
de la inocencia femenina.

FERNÁN:
Esas inocentes no son
y son también incorregibles.

MERCURINO DI GATTINARA: (Que no ha escuchado a Fernán.)
Excesos que además concitan
desvelos al Emperador.

FRANCISCO:
Así vuestras cosas visibles,
podemos llegar a entendernos.

MERCURINO DI GATTINARA:
Pues no lo ratificaremos
el pacto.

FERNÁN: (En una intervención destemplada.)
Suple al de Madrid.

MERCURINO DI GATTINARA: (Sin mirar a Fernán, continúa dirigiéndose al rey.)
Se les escapó de las manos.
y el de Madrid sigue vigente.

FRANCISCO:
En ese pacto consentí
amenazado por la muerte.

Los dos consejeros:
Madrid es inválido.

FERNÁN: (Intentando atraer la atención explícita del cardenal.)
Sí.

MERCURINO DI GATTINARA:
Mas tampoco, Sire, os conviene
el nuevo tratado de paz.

FRANCISCO: (Adelantándose. Sonríe)
Pero me conviene arrasar
otra vez con ese pelele.

(Entran los dos pequeños príncipes. Tras ellos viene la reina Luisa de Saboya.)

NIÑOS: (Yendo a inclinarse ante Francisco.)
Señor, estamos de regreso.

LUISA: (Notoriamente complacida.)
Gracias a los nuevos progresos
en la política exterior.

MERCURINO DI GATTINARA: (A Francisco.)
Ante vos la prueba, Señor,
de la sinceridad…

FRANCISCO: (Sin tocar a los niños, se dirige a Mercurino di Gattinara, interrumpiéndolo.)
…¿De Carlos?
Lo haréis saber hasta el hartazgo.

No quiero saber qué intentáis
con esta escena de infantiles
reacciones a sentimientos.

LUISA: (A Francisco.)
¿Hijo, a vuestros hijos no abrasáis
pasados los días hostiles?

FRANCISCO:
Madre, mi corazón no enmiendo.
Es el diablo tras la bondad.

LUISA:
¡Es la orgullosa vanidad
que os enceguece, desdichado!

(Los hijos se mantienen inclinados ante su padre.)

MERCURINO DI GATTINARA:
Nuestro César cristiano cumple
su palabra dada en el pacto.
Sire, ¿qué decís de la vuestra?

FRANCISCO:
Digo que otra es de sus tretas.

LUISA: (Furiosa, toma a Francisco por las muñecas e intenta allegarlo hasta los príncipes.)
Acércate a vuestra sangre,
a la sangre de mi padre.
Francia no es orgullo vuestro.
¡Dios lo quiere, maldición!

(Yendo hacia los niños.)

Lanzados así al siniestro
estado de filiación.

FRANCISCO: (Siempre inamovible, a Luisa de Saboya.)
Esta libertad no me pertenece.
Seguirán cautivos ellos por siempre
si no cumplo el pacto que los mantuvo
—y por el cual nada bueno se obtuvo—,
lejos de vuestros cuidados de abuela;
o si no hago la guerra que sí habría
de haberlos dignamente liberado.

LUISA:
Para qué sirve toda esa reserva
cuando no sabéis honrar la familia
sin equivocaros tan feo y tanto.

MERCURINO DI GATTINARA: (A Francisco.)
Quedaos con vuestros niños;
habéis entendido todo.
La guerra o cumplir, os fío
a vosotros este modo
del vivir vuestro entre los hijos.

(Sale.)


MOMENTO VI

Yuste. Habitación oscura. Varios cirios a ambos extremos de la escena. Lecho de Carlos. Viejo y enfermo.

 

CARLOS: (Divagando.)
Utrecht me ha dicho la verdad
sobre sus febles mentiras.
Si reconozco la piedad
como primera realidad
en todo cuanto no me digan,
ya descubriré las intrigas
cual único móvil causal.

CORTESANO:
Imperator, nos enfrentáis
a un irrebatible argumento,
imposible responderlo
no al ser vos quien lo presentáis,
sino por la prolijidad
de una lógica tan católica
por todas partes tan armónica
con el sistema universal
de las ciencias, la más compleja,
es la de vuestra fortaleza
no tan apta para abogados,
sí para teólogos alados
como es vuestro ilustre tutor,
Utrecht, el oculto mentor
de vuestro intelecto templado.

CARLOS:
Qué sería del Mundo
si al Pueblo lo gobernaran
teniendo a esta calaña
en conspiración de turno.

(Silencio largo.)

La pintura de Tiziano,
las rimas de Gracilazo.

 

MONJE: (Al médico que está a su lado.)
Vomitó algo sólido
como el yeso fresco,
retornó a su cuerpo,
alimento y cólico.

CARLOS:
El hombre lanzado a su libertad,
ya no es sino el viento que lo arrastra,
mejor habrá de estar dentro de casa
curioso del tiempo o sin despertar
como mi potro en su lecho de pajas.

(El médico y el monje se retiran. Aparece el espíritu de Adriano de Utrecht.)

UTRECHTt: (Intentando escribir, sentado en  escritorio.)
Grave oficio el de vivir,
viviendo como yo vivo,
si cuando no quiero escribo,
y escribo sin escribir.

Mirándome aquí morir,
en la corte sin más miedo
me he vuelto como si de ellos
dependiera mi existir.

Yo que pensando nací
burlón de lo mas terreno,
hoy soy uno de los menos
que no son más para mí.

Tutor del emperador,
¿hay que ser malo primero
para el derecho a ser bueno
tener en una ocasión?

CARLOS: (A Utrecht, en tono asltimero.)
Espero no llegue yo
a ser de vos un Nerón.

UTRECHT:
Descuidad, yo no soy Séneca.

(Silencio. Sale el espíritu de Adriano de Utrecht. Entran los espíritus de Mercurino di Gattinara y Agripa de Nettesheim,)
MERCURINO DI GATTINARA:
¿Qué clase de tragedia
es esta astrología
que puede así evitarse?

AGRIPA:
Esa vieja teología
de una nueva política
tan semejante al arte.

MERCURINO DI GATTINARA:
Un artista que modela este Mundo
con el demonio no comparte
insignificantes detalles solamente.

Puesto que el amor no engaña
a quienes bien se conocen,
acabad con ese acorde,
pues el silencio no inflama.

AGRIPA:
A una mujer noble conozco,
que, muy dada a libres ocios,  
por haber hablado en voz alta
demonios habitan su casa,
llenándola de negros vientos
de fenomenales eventos
que no convienen a un hogar.
 

(Agripa y Mercurino salen. Entra el espíritu de Margarita de Saboya.)

MARGARITA: (A Carlos.)
Nuestra sangre que no se mezcla
con la misma facilidad
que aquella que en lodazal
se forma y a él regresa.

CARLOS:
¿Qué necesitáis de mí?

MARGARITA:
Mi paz, mi paz, mi paz.
¿qué hicisteis de mi paz?

CARLOS:
Pobre como estaba allí
en ese lúgubre frío,
la ciudad nos piensa ricos.
Que un emperador deudor
de todos los prestamistas,
¿habrá súbito más pobre?

MARGARITA:
No sabe de economía
quien ve riqueza en un noble
que abundante de bolsillos
los lleva todos vacíos.
 
(Entran nuevamente los espíritus de Agripa y el cardenal Mercurino di Gattinara, ahora en sentido inverso.)

AGRIPA:
Monsieur, su argumento no avanza,
se contenta con escarbar.

MERCURINO DI GATTINARA:
¿Tendré que volverme vulgar
para lograr comunicarnos?

(Los espíritus vuelven a salir en su paseo.)

CARLOS:
¿Qué es esta procesión de arcanos?
¿Dónde está Cristo tras la muerte?

MARGARITA:
Cristo murió.

(Entra Utrecht.)

UTRECHT:
Por su muerte, la muerte,
comenzó a ser comienzo.
Por su vida, la vida,
fue la muerte de Dios.
Vida y muerte no son
ahora más enemigas;
Cielo y Tierra no son
dos contrarios terceros:
La absolución del cero,
la tierra prometida.

CARLOS:
¿Y qué es de él y de mí tras la vida?

(Todos observan a Carlos. Luego habla Margarita.)

MARGARITA:
Hay tantos secretos entre Dios y los hombres
como los hay entre los animales y Dios.

 

Apagón




 


 

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La paz de las dos damas
Joaquín Trujillo Silva