Prólogo
          PAJE:
            La paz de las dos damas,
            un drama político… pero no de este siglo
            sino que del siglo XVI.
            En él se dan cita dos mujeres fornidas,
            Margarita, por un lado,
            Luisa, por el otro,
            a fin de pactar una paz perpetua
            para ellas, para Europa, para el Mundo
            y para ustedes, los que oyen
            y no creen ya en la vieja
            sabiduría de los reyes.
            No importa… que valga por ahora
            esa mueca mezquina, esa sonrisa
            que dice: los muertos ya no saben
            de nuestros problemas actuales.
            Pero, como se verá, si sabían,
            y, sin embargo, decidieron
            hacer un Mundo propicio
            para estas raras mentes, las suyas.
          En cuanto a la manera de expresarse,
            que no se extrañen, los personajes
            todos hablan en rimas,
            pues las palabras por entonces
            habían nacido para que no otra habilidad
            fuera tan mayor como la belleza. 
           
          
              
          MOMENTO I
          Oscuridad.  Una pequeña mesita al centro sobre la cual hay un cirio encendido; única luz en  ese lugar. Junto a la mesita, la reina Margarita de Saboya, regente de los  Países bajos, y el espíritu de su padre, el Emperador Maximiliano.
          MAXIMILIANO:
            Sé que una vez callé yo y hables tú,
            las que eran mis palabras serán nada,
            y ante la inocente faz de tu luz
            quedarán las ofensas perdonadas.
          Habla para que mi voz se diluya
            en la tuya, hija que lloras mi gloria
            ya pasada. Viniendo tú en mi ayuda
            quedarán de nuestra parte las historias.
          MARGARITA:
            Ya no pensad más en voz alta
            pues los pensamientos se van,
            pero las palabras se quedan.
          MAXIMILIANO:
            Oh, hija mía, ya es muy larga
            la vida de un alma real
            en un cuerpo que sí, en verdad,
            es la guarida de un esclavo.
          MARGARITA:
            Como se ensancha el tronco de árbol
            es vuestro cuerpo de rey viejo,
            de piedra parece sin verde,
            pero ni duerme ni amanece,
            ni al sol requiere, menos riego.
          (Un  gesto de extrañeza en Maximiliano.)
          Pues no soy mujer hermosa
            no me otorgaré el derecho
            de mostradme mujer tonta,
            así me obliguen los pechos.
          (Silencio.)
          MARGARITA: (Nerviosa y a veces  tartamudeando.)
            El Pueblo quiere y no quiere la guerra.
          MAXIMILIANO:
            Como el odio es más fuerte que el amor,
            el Pueblo, por tanto, no quiere treguas.
          MARGARITA:
            ¿Qué es esto de proclamar el rencor
            en un monarca amigo de los besos?
          MAXIMILIANO:
            Mirad, los besos nunca han sido ilesos,
            y el amor nunca ha sido mi política. 
          MARGARITA: (Cabizbaja.)
            Es verdad, el amor y el matrimonio
            son líos aparte.
          MAXIMILIANO:
            Como la física
            y la geografía del territorio;
            a la una no se entiende por la otra,
            aunque traten sobre símiles cosas.
            Ningún imperio anterior se forjó,
            a costa de alianzas matrimoniales,
            sin invasores, muertes y sin sangre
            que no fuera la que al nuevo formó
            de los herederos en la caverna
            sagrada.
          MARGARITA: (Resuelta.)
            Hermoso… pero la guerra
            que supisteis evitar en la iglesia
            con nuestras ceremonias, las nupciales,
            hoy, de todas las viejas inclemencias
            compensa los rituales iniciales,
            y sobre nosotros vive otro dios.
          MAXIMILIANO: (Colérico.)
            ¿Otro dios? Nunca vive. Dios no hay dos.
            sólo una forma nueva de probar
            a nuestro Carlos, el emperador.
          MARGARITA: (Suspirando.)
            A quien jamás me he cansado de honrar.
            Pero la tan real familia cristiana
            a fuerza de mil alianzas, armada,
            una cúpula es que ya no puede
            cubrir a las gentes como se debe.
          MAXIMILIANO:
            Hija mía, sí que hubiera podido,
            si Papa de Roma yo hubiere sido,
            y no tan solo emperador cristiano.
            Enviudé a tiempo para con el cargo
            hacerme, y hábito tomaría,
            pero aquellos ambiciosos prelados,
            esos promiscuos curas italianos,
            que sabían que yo reformaría
            a la Santa Iglesia para expulsar
            a esa italiana raza clerical,
            erradicando la orgía latina,
            confabularon de forma porcina,
            —pues no saben otra forma de hacerlo—,
            y votaron Papa a ese Adriano.
          MARGARITA: (Como golpeada en el  estómago.)
            ¿Adriano?
          MAXIMILIANO:
            Y aunque no lleguéis a creerlo
            el dinero del espíritu santo…
          MARGARITA: (Reflexiva.)
            ¿Dinero?
          MAXIMILIANO:
            …A través mío, no quisieron,
            pues querían, los purpurados, más.
          MARGARITA:
            ¿Vuestro?
          MAXIMILIANO:
            De no ser por la caridad
            de los amigos banqueros judíos…
          MARGARITA:
            ¿Los Fugger?
          MAXIMILIANO:
            …Financistas de Dios mismo,
            cuando más habríanse mal urdido,
            la elección de Carlos, vuestro sobrino.
            Sin judíos no hubiera sido Cristo,
            sin su dinero, menos Cristiandad.
          MARGARITA: (Reacciona. Se incorpora  furiosa.)
            ¡Ya basta! Déjate de blasfemar
            espíritu mínimo y sacrílego.
          (El  espíritu del Emperador Maximiliano se retira, altivo. Junto a Margarita,  descubierto por un foco de luz tenue, aparece el astrólogo Agripa de  Nettesheim.)
          MARGARITA: (A Agripa.)
            Retírate, pues tus artes de lego
            oféndenme tanto como a mi padre
            cuya memoria tus duendes atraen
            inicuamente a fin de confundir.
            ¿Oh, es que el Imperio se habrá de hundir
            si de sus tiempos no vivo pendiente?
            Llamando yo a presencias indecentes,
            tras yendo de los consejos paternos,
            y sus fieles y tiernos alimentos
            que mi mente no sabe deducir
            de una correspondencia dedicada
            a temas momentáneos del lucir,
            y no del sentir, del presentir mío;
            a novedades quedo confinada
            como a mitad de torrentoso río.
          AGRIPA: 
            Madame, no contáis  con súbditos leales.
          MARGARITA: 
            Bien lo se.
          AGRIPA: 
            Ni entre los  flamencos más venerables.
            Por Flandes  no sois querida.
          MARGARITA: (Mordaz.)
            Prefieren  entregarse a los franceses.
          AGRIPA: 
            Dicen que vos lo  hacéis a los ingleses,
            porque de Amberes  hacéis la más rica.
          MARGARITA: 
            Tonterías de ese  viejo partido
            que contra mí  convocó ese Chievrés.
            Pero estando él  difunto, ¿no lo ven?
            ¿Que Borgoña es  propiedad de Carlos?
          AGRIPA: 
            Que no os deje  acongojar ese fardo.
            pues hasta el más  pobre de vuestros súbditos
            sufre la  conculcación de una herencia.
          MARGARITA: (Furiosa.)
            Pero ninguno  lidia con esa bestia,
            ese indigno, ese  otro sobrino último,
            el hijo de mi  cuñada, el Rey francés,
            no soporta en su  contra justo revés,
            ni cumple  tratados que él mismo pacta,
            buscando la  amistad de Gran Bretaña
            su peor enemiga  desde que Juana,
            la bruja de  Orleáns, coronó a un delfín.
          AGRIPA: 
            Madame…
          MARGARITA: (Interrumpiéndolo.)
            Pobre niña, morir  por ese país.
            La flor de Lis  repleta de escorpiones…
          (Se oyen pasos.)
          MARGARITA: 
            ¿Y ése ruido?  ¿Qué clase de rufián
            transita…
          AGRIPA: 
            Madame…
          MARGARITA: 
            …mis habitaciones
            con un aplomo, en  un descaro así?
          (Entra el Cardenal Mercurino di Gattinara,  canciller del Imperio. La habitación queda enteramente iluminada.)
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            Madonna…
          MARGARITA: (Sorprendida.)
            ¡Mercurino di  Gattinara!
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            ¿Me esperabais  para otra ocasión
            o que a fin de a  vos anunciarme, izara
            la bandera  propia…?
          MARGARITA: 
            No haría falta.
          MERCURINO DE GATTINARA: (Observa a Agripa, receloso.)
            ¿Consultabais  recién los horóscopos?
             
            MARGARITA: (Titubea, luego:)
            Me enseñaban la  nueva astronomía.
          MERCURINO DE GATTINARA: (Aleccionador.)
            Erasmo y la  Iglesia son enemigos
            de toda, ya  sabéis, astrología.
          MARGARITA: 
            Lo sé.
          MERCURINO DE GATTINARA: (Continuando siempre pausado.)
            Una superstición  sin asunto,
            sin fundamentos y  sin porvenir
            como la  invocación de los difuntos
            tan primitiva  frente al devenir.
            Nuestro tiempo  que es posterior a Dante,
            el inmediato al  eterno instante
            en que el Mundo  será con solo Cristo
            y Carlos, su rey,  sí, vuestro sobrino.
          MARGARITAMargarita: 
            Monsigneur, como  siempre vais tan rápido.
            ¿Habeis venido a  verme por el fisco?
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            Donna, se trata  de un tema tan ácido
            para vos que sois  la reconocida
            enemiga del rey  francés, Francisco.
          MARGARITA: 
            El emperador me  había apartado
            de aquellas odiosas  ocupaciones.
            Si en vez de  liberar a ese gabacho,
            a pretexto de  ilusas condiciones,
            lo hubiera  mantenido cual trofeo
            vivo en Madrid, y  sin rodeos,
            para el Imperio,  Borgoña tuviera
            nunca más como un  sueño de su emblema
            sino como una  victoria que real
            no requiere  seguir las batallas
            y el engaño  propio de un canalla.
            Le haría falta un  día de frialdad
            a esa tierra  calurosa de España.
          (Silencio.)
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            Los imperios no  han surgido en el frío
            sino en las  costas del viejo mar nuestro.
            Dejadme manejar  la diplomacia
            de un Imperio que  vive del esfuerzo
            de no sólo un  día, pues, como Italia,
            hasta un Imperio  requiere de acuerdos
            como de los  huevos requiere un guiso.
          MARGARITA: (Pausada.)
            Italia fue  imperio cuando no quiso
            volverse una silvestre  nación.
            Pero mi nación,  el tonto borgoñón,
            prefiere ser  poblado que un imperio.
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            Bárbaros. Por la  aldeana tontería
            quedaron muchas  gentes reducidas
            al comercio  gremialista y su tedio.
          MARGARITA: 
            La nobleza carga  con la comedia
            e igual los  burgueses, mas con la farsa.
          MERCURINO DE GATTINARA: (Coqueto.)
            Madonna, es una  galante tragedia
            la de vuestra  clase y la mía.
          MARGARITA: (Retirándose)
            Basta.
          MERCURINO DE GATTINARA: 
            El emperador os  manda,
            con Luisa pactar  la paz.
          MARGARITA: 
            ¿Pactar y otra  vez pactar?
          Repasemos el paso necesario,
            repasemos ese nocturno esquema:
            ¿cómo pactar con franceses las treguas
            sin afrancesar la viva razón;
            y lidiar con habsbúrgico tesón
            si las fuerzas de César causan penas?
            Es inútil pretender la victoria
            sirviéndose de tan lejana gloria;
            ambas son patrimonios de familia
            por entronques pasados dividida.
            En fin, pasemos a otra cosa,
            vieja estoy para magras sopas:
            Enviudé antes de menstruar
            dos veces, y el oscuro mar
            fue culpable de mi naufragio,
            me amarré un muy cruel epitafio
            a mi cuello de dama blanca:
            Aquí yace la desposada
            por dos muertos de frío ardor.
            Mas perdí aquella ocasión
            para fallecerme ahogada 
            y aquí permanezco obligada
            criando los reyes cristianos,
            un empleo propio de esclavos
            o de tutores a lo sumo,
            ¡ni sé por qué tanto me abrumo!
          MERCURINO DE GATTINARA:
            Señora, considerad
            perspectivas de los hechos,
            Luisa viene a negociar
            armada y asesorada
            por una feroz cascada
            de intrigantes y viandantes
            toda suerte de alacranes
            educados en el fraude;
            franceses de cuello largo
            más aves, que sin embargo,
            ser todas muy emplumadas
            a la hora de la fineza
            se devoran las carnadas
            y de nuestra leal nobleza
            hacen carroña francesa. 
          
              
          MOMENTO II
          Austero  aposento de Luisa de Saboya.
          LUISA: (Entrando.)
            Los curas han visto en mí, vanidad,
            porque hay cuanta menos claridad
            en su gran frivolidad que en la mía.
            La de ellos se propone ver la tiña
            en mis trajes de cabal austeridad,
            mientras que la mía sabe del oro
            no como los tesoros, sí la guerra.
            Deja cabeza mía los problemas
            del más católico confesionario
            entre sus rejillas y visos varios,
            repasa las palabras de tu emblema,
            él te devolverá los pensamientos
            que olvidas en precoz senilidad,
            por ellos, no sin ellos, hoy sabrás
            a la gloria cual un presentimiento.
          (Entra  Francisco.)
          LUISA: 
            Hijo mió, ¿hasta cuándo
            mantenéis a nuestros hijos, 
            mis nietos, lejos, actuando
            de difuntos en un limbo
            que para niños no es apto?
          FRANCISCO: (Impertérrito.)
            Qué tanto alboroto, madre, 
            mis hijos estan a salvo,
            España no es tan amable,
            pero tampoco es un tártaro;
            cuando estuve yo allí preso
            antes de firmar el pacto,
            me dieron trato tremendo, 
            lo propio de nuestro rango.
          LUISA:
            Recepción en Barcelona.
          FRANCISCO: 
            Aclamación popular.
          LUISA: 
            Digno de nuestra corona.
            
            FRANCISCO:
            Entonces parecíame una ilusión ocular.
          LUISA: 
            En cautividad honrado.
            Sire, cuán confundíame
            la desusada hidalguía 
            de nuestro emperador Carlos.
             
            FRANCISCO: 
            ¡Vuestro! Señora, no es mía,
            Esa gratitud de santo, 
            Para con aquel raptor 
            De los príncipes franceses.
            ¿Nuestro emperador? ¿qué soy
            sino mejor contrincante, 
            superior todas las veces,
            que es imberbe mendicante?
          LUISA:
            Mendicante, ¿Por qué? Sire.
          FRANCISCO:
            Porque él arma su universo 
            cual vulgar equilibrista
            que negocia todo y mide
            cual un astuto usurero.
            Llevando sangre judía 
            Ese oficio en el no es raro, 
            mas es del todo pecado
            en la tal caballería
            a la cual pertenecer
            dice. Noble quiere ser. 
          LUISA:
            Hijo mío, noble es él. 
          FRANCISCO:
            Madame, noble es un guerrero,
            No, en cambio, un casamentero.
            Ese fue el noble deporte 
            que practicado por su abuelo
            hoy seguido por el nieto..
            Reunir la Cristiandad
            mediante bodas y ajuares,
            Al arrojo renunciar,
            a la caza de lugares
            donde hacer casar mocosos, 
            a los viejos con bebes,
            recién paridos y a locos
            con cuerdos. Ved. ¿Lo apreciáis?
          LUISA:
            Intriga matrimonial…
            Vos mismo la practicáis.
          FRANCISCO:
            Mas cual recurso final, 
            no para primera hazaña.
          LUISA:
            Ya me  provocáis migraña
            Sois tan osado  como cruel
            en llevarme la  contraria.
          FRANCISCO: 
            Madame, ¿la  virtud más rancia
            no es la de  llevaros pues
            siempre contra la  corriente?
          LUISA: 
            Porque vos sois  un afluente
            cuyo curso es muy  variable,
            que se esmera en  provocarme…
          FRANCISCO: 
            Os ofreceré un  encargo
          LUISA: 
            Veo transgredido  mi rango.
            Al bruto servir  le ofrece. 
            Qué importa.
          FRANCISCO: 
            Ireis, señora,
            para que una vez  cesen
            los infortunios  con Carlos. 
          LUISA: 
            ¿Me ofreceréis de  rehén
            cómo hicisteis  con mis nietos?
          FRANCISCO: 
            Vamos, que  aquello no es cierto.
          LUISA: 
            Como mucho no es  también. 
          FRANCISCO: 
            A de mujer a  mujer
            conversar con  Margarita.
          LUISA: 
            ¿Mi excuñada?,  ¿vuestra extía?
          FRANCISCO: 
            Me refiero a la  misma.
          LUISA: 
            ¿Y con cuales  garantías
            de que no me  encerrarán?
            ¿Así me queréis  enviar 
            a parlamentar con  esa?
          FRANCISCO: 
            ¿Qué más que su  majestad?
          LUISA: 
            Es como desear  enfriar 
            un volcán con un  suspiro. 
            ¿Entre tales  enemigos
            a qué venimos las  dos?
          FRANCISCO: 
            Eso no os importa  a vos.
            Importa al tiempo  que gano.
          LUISA: 
            No suspiro, sino  anzuelo, 
            ya me olvidaba  del grano
            del que viene la  simiente,
            la paterna  vertiente
            vuestra. 
          FRANCISCO: 
            Señora, ¿estáis  dispuesta?
          LUISA: 
            ¿Y lo podría yo  no estar?
            A mi cuñada  encontrar 
            después de tantos  naufragios.
          FRANCISCO: 
            Eventos  imaginarios.
          LUISA: 
            ¡No! Respetad por  favor
            el verídico  santuario
            de los vivos no  presentes.
            Sabiendo poco de  amor, 
            sabéis cómo ser  insolente.
            No por ser de  Claudia viudo,
            a la cual, lo  dudo, amasteis, 
            vendréis vos así  a burlarte
            de otra mujer más  que hubo
            de vivir contra  la muerte,
            en la muerte y  por un hombre,
            padres, hijos,  cuyos nombres
            poco importan de  tal suerte
            que a fin de no  hacerse monstruos
            es que pasan de  ángel a ángel.
          FRANCISCO: 
            Señora, no es un  asunto tan obvio,
            requiere de  vuestra parte.
            Me dais un sermón
            a la menor  provocación.
          LUISA: 
            Hijo, mi aliento  más ronco,
            hijo y rey, no  acaba tan pronto. 
            Oye, los ojos son  perversos, 
            pero los oídos  son beatos.
            Vuestro abuelo,  mi padre, o el reverso
            de vos, nuestro  rey, lleno de boato;
            sin tierra entró  en la tierra de su tumba. 
          El polvo de  Francia son sus difuntos, 
            sus traidores que  hicieron de la burla
            la religión del  reino contra el mundo, 
            y Francia fue el  mundo y la Iglesia
            y nuestra Iglesia  en Avignon.
            A un tiempo,  patria, religión,
            Carlomagno en tiempo  de ciencia.
            Pero si Francia,  Francia-Cosmos
            no fueron  palabras distintas, 
            cuando todavía el  incendio
            no arreciaba por  sus quintas.
          Vuestro abuelo  abandonado
            por sus nobles,  sus soldados,
            yo desposada sin  dote
            en el lecho de  otro rey.
            Ni siquiera lo  creéis 
            siendo ahora bien  grandote, 
            rey de los  francos, Francisco,
            vos os burláis,  hijo mió,
            de una viuda como  yo,
            de mi hermano,  vuestro tío.
            Sire, os burláis  del dolor,
            y el dolor es  vuestra herencia. 
          FRANCISCO: 
            Si es que os  parece indecencia
            de mi parte, yo  lo juro…
          LUISA: 
            No juréis ya, ¿de  qué trata? 
          FRANCISCO: 
            ¿La paz a la qué  recurro?
          LUISA: 
            Sí, paz, de la  paz hablabas.
          FRANCISCO: 
            Sí, la paz de las  dos damas.
          LUISA: 
            La proponéis,  descarado, erguido,
            y contra vuestros  recientes captores.
          FRANCISCO: 
            También los  animales perseguidos,
            guían a trampas…
          LUISA: 
            ¿…A sus  cazadores?
            La paz de  mujeres, ¿quién la propone?
          FRANCISCO: 
            La propone  Margarita.
          LUISA: 
            ¿Vos mismo la  disponéis?
             
            FRANCISCO: 
            La dispone  Margarita.
          LUISA: 
            ¿Y cuál razón vos  tenéis
            ante ellos para  pactar,
            si el tratado de  Madrid
            os negasteis a  cumplir?
          FRANCISCO: 
            Os dije, fue  Margarita.
          LUISA: 
            ¿Como ante vos  vengo recién nacida?
          (Silencio.)
          FRANCISCO: 
            Qué es tener  razón sino tener tiempo.
          LUISA: 
            Ya veo, mi señor  rey, sí, ya veo. 
           
          MOMENTO  III
           
          Corredor.  A lo lejos se oyen teñir las campanas. Fernán y Praet se hieren mutuamente con  la mirada,
          FERNÁN:
            Sabéis que el amor no engaña
            a quienes bien se conocen, 
            pero tampoco corroe…
            … que no se conocen nada.
          PRAET:
            Esa lógica francesa 
            no va conmigo, monsieur,
            ni con vuestra realeza.
            Como bien se, lo sabéis. 
            Mi política exterior 
            no difiere en lo absoluto
            de la de mi buen señor.
            No son el amor y el luto
            ambos entrada y salida
            de la vida conyugal, 
            disposición no es prohibida
            la de volverse a casar
            aunque sea por tres veces.
          FERNÁN:
            Sí, como vuestra señora
            Margarita de Saboya.
          PRAET:
            La salvada por los peces
            y pariente de la vuestra. 
            a pesar de las insidias.
          FERNÁN:
            Como todas las familias
            desde que toda respuesta
            a las urgencias políticas
            es la de casar a una íntima
            con cualquiera que aparezca. 
          PRAET:
            Os confundís, gran amigo, 
            el noviazgo de los hijos
            exige un férreo control
            hasta en las gentes más pobres.
          FERNÁN: 
            ¿Acaso nuestros barones 
            imitar al leñador
            deben sin buscar confianza
            en la maternal alianza
            a la que las cosas tienden?
          PRAET: 
            No, las cosas no se entienden
            si no les dais dirección.
            ¿Acaso buscáis razón 
            en esa naturaleza
            similar a la que es vuestra?
            Error. 
          FERNÁN:
            Aquí llegó el señor.
          (Entra  el Cardenal Gattinara. Trae consigo su mueca despectiva.)
          PRAET: (Se adelanta.)
            El señor de Gattinara.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            No malgastéis, señores, vuestra lengua
            en asuntos distintos de la tregua
            que, desde hoy, pretenden negociar
            aquí, vuestras respectivas señoras,
            si por ventura vais a acariciar
            fin tan así  noble que ellas añoran
            en esta ciudad hosca de Cambray.
          FERNÁN:
            Signeur de Gattinara, ¿también vos?
          MERCURINO DI GATTINARA: (Amistoso,  corrigiéndolo.)
            “Signore”, Monsieur, “Signore”, queriendo
            siempre yo nuestro universal silencio
            de la lengua común a los cristianos,
            y del emperador canciller siendo,
            la lengua francesa, ¿lo veis?, no  desprecio,
            sin embargo, prefiero el italiano.
          FERNÁN:
            Vuestra señora es francófona célebre,
            a pesar de su reconocido odio.
          MERCURINO DI GATTINARA: (Rápido.)
            La paz que firmará lo hará más breve.
          FERNÁN:
            ¿La firmará, Signore de Gattinara?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            ¿Tan débil como está y viajando?, es  obvio.
          (Entran  dos consejeros franceses que desde ya vienen espiando las conversaciones.)
          CONSEJERO 1 : (Al Consejero 2.)
            ¿Lo veis? Nos tiende una trampa.
          CONSEJERO 2 :
            Fácil entrega su voto…
          CONSEJERO 1:
            …Y obtiene nuestra inocencia.
          CONSEJERO 2:
            En un viejo zorro.
            Factible.
          MERCURINO DI GATTINARA: (Que  ha escuchado.)
            Sabéis tan bien como yo que estas damas
            pese a todas conocidas renuencias,
            han venido hasta aquí… muy engañadas:
            vosotros con la propia;
            nosotros con la nuestra.
          CONSEJERO 1 : (Al  Consejero 2.)
            ¿Tiénenos por escoria?
          CONSEJERO 2 :
            Quiere sacarnos muestras
            a fin de conocer cuánto sabemos…
          CONSEJERO 1 :
            …Acerca de nosotros como de ellos.
          CONSEJERO 2 : (A Mercurino  di Gattinara.)
            Tanto como nosotros,
            nuestra señora sabe.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Bien… sabéis poco sobre vosotros.
          (Se  da la media vuelta, disponiéndose a salir.)
            FERNÁN:
            Un momento, Gattinara;
            hagamos por nuestra parte…
          MERCURINO DI GATTINARA: (Interrumpiéndolo.)
            ¿Ambos?
          FERNÁN: (Prosiguiendo.)
            …Un mejor negocio.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Canciller, ¿qué pretendéis
            a espaldas de vuestra dama?,
  ¿una especie de divorcio?
          CONSEJERO 1 : (A Fernán  por lo bajo.)
            Que lleva siempre una daga.
          FERNÁN: (A Mercurino di Gattinara.)
            Signore, ¿negociaréis?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            En donde no hagáis un pacto
            pactando secretamente
            mediante más bajos rangos.
          FERNÁN:
            No tenéis por qué temer.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Os digo, difícilmente
            dejaría de temer
            vuestros franceses ardides;
            ni menos, confesaría,
            sincero, mis sentimientos.
          FERNÁN:
            Mentira oculta mentira.
            Es ello una gran verdad.
            Primero, el entendimiento,
            dejémonos de ocultar
            ocultados nuestros fetos.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            ¿Cuál si la fuerza del rezo
            contrarrestarlas pudiera,
            en la infinita nobleza,
            a estas damas pacifistas?
          FERNÁN:
            Pues si debieras, quisieras.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            No si la paz de la empresa
            domestica a los sofistas.
          CONSEJERO 1 : (Al  Consejero 2.)
            Intenta subir el precio
            de su honor y el de la Reina.
          CONSEJERO 2:
            ¿Es que enteramente necios,
            nos piensa que así se peina?
          CONSEJERO 1 :
            Hay que volverse rentable.
          CONSEJERO 2 :
            Llaman hombres honorables
            a quienes tan alto fijan
            el precio a vender sus hijas
            que no es sabida la suma.
          PRAET: (Saliendo de su sopor.)
            Mujeres que pactan paz
            entre machos enemigos,
            de eso nunca se ha sabido,
            ni espero saberlo ya,
            confiando como confío
            en mi sapiencia sexual.
          MERCURINO DI GATTINARA: (A  Praet.)
            Vuestras palabras, Praet
            vuelven tan ineficaces
            nuestras palabras mientras
            el tratado no nos traen.
          FERNÁN:
            Tratativas muy audaces
            son capaces y sin rienda
            de llegarse a prometer.
          CONSEJERO 1 : (A Fernán.)
            Interrumpid las audiencias.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Ni se atrevería el Papa
            a pedirles esa venia.
          CONSEJERO 2 : (A Mercurino  di Gattinara.)
            Esa venia no se pide,
            esa venia se descarga.
          MERCURINO DI GATTINARA: (Lleno  de repugnancia, al consejero 2.)
            ¿Qué sois vos?, ¿acaso un Sire?
            ¿queriendo como queréis
            el maltrato de las dos
            damas —lo debo decir—
            más importantes del orbe?
            Ante vuestra nueva voz,
            antiquísimo es el odre.
          FERNÁN: (Al consejero 2.)
            Dejad a esa artillería
            de cuya brutalidad
            conocéis bien, señoría,
            lejana de nuestro encuentro.
          PAJE:
            Señores, aquí ya está
            la Archiduquesa María.
          PRAET:
            Temprano vuelve del huerto.
          (Entra  la Princesa María llevando una Biblia en la mano.)
          MERCURINO DI GATTINARA: (Adelantándose,  a María.)
            ¿Sus damas de compañía?
          MARÍA:
            Ah, no tardan, Eminencia.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Archiduquesa, le pregunto,
            si ello no causa disgusto:
            ¿Quién os ha dado licencia
            para portar vos, la Biblia?
          MARÍA:
            Soy tan ignorante de ella
            cual los indios de las Indias.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            ¿Y por eso queréis leerla?
            ¿No conviene lo contrario?,
            ¿mantenerse a buen resguardo
            de alimentos ignorados?
          MARÍA:
            Si ese alimento sabe agrio
            como una leche cortada,
            mas, si es esta la palabra
            de nuestro supremo Dios,
            ¿cómo llegaría yo
            a catar ese alimento
            sin cometer un evento
            malo, incluso para vos?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Ha hecho mil advertencias
            a vos vuestro hermano Carlos.
            Hay una común herencia,
            la Iglesia, la Iglesia, y ambos
            bien sabéis que sois sus siervos.
            Enemiga es de Lutero
            la Iglesia, la iglesia. Basta
            de ocultaros entre lágrimas.
          MARÍA: (Solloza.)
            No lágrimas, sí palabras
            aun cuando parezcan ácidas…
          MERCURINO DI GATTINARA: (Interrumpiéndola  cariñosamente.)
            No os daré ocasión, Princesa,
            de pecar en mi favor;
            diciendo lo que no sois,
            al decir lo que yo sea.
            Silencio.
          MARÍA:
            Confieso…
                (Entrega  a Gattinara el ejemplar del Nuevo Testamento de Lutero.)
          MERCURINO DI GATTINARA: (Consultando el ejemplar.)
            Leísteis…
            La traducción de Lutero
            a este bárbaro dialecto.
          (Hojea.  Menea la cabeza.)
          ¿Cómo Dios pasará a través
            de queste  parole tedesche? 
            ¿Iría así él mismo a cometer
            tal   contra su temple?
          (Pausa.  Cierra violento el ejemplar. Luego, grave:)
          Si fuese tan ingenioso,
            Lutero mejor sabría
            que a la iglesia destruiría
            si de ella no tanto hablara,
            ni menos la criticara,
            pues la iglesia a tomar nota
            se apresta con diligencia
            aunque se proclame sorda.
            Y es esa toda su ciencia.
          La arrogancia de Lutero
            no es más que su inteligencia,
            una crece en tanto la otra
            se apropia de su cerebro.
            Tonto es taparle la boca
            porque se creerá en la urgencia
            de bailar blasfemias locas.
          (Se  pasea. Luego con tono lastimero y aleccionador.)
          Los idiotas siempre encuentran
            ocasión de ser quien son;
            no hay que forzar la cuestión
            para adquirir sus ofrendas,
            a nuestros ojos ofensas,
            a sus ojos, atención.
          Eso no os excusa, princesa
            a exhibiros tolerante
            por estos actos de tibieza.
          MARÍA: (Bajando la cabeza.)
            Señor, piedad a esta ignorante.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Pues predicáis con vuestros actos
            de liberalidad cretina
            una alta merced que se obstina
            a vuestros hoy escasos años.
           
           
           
           
          
              
          MOMENTO IV
             
            Margarita  de Saboya y Luisa de Saboya están calladas, sentadas la una frente a la otra. A  su alrededor están dispuestos sobrios cortinajes.
          MARGARITA:
            Señora.
          LUISA:
            Señora.
          MARGARITA:
            Os veo nuevamente.
          LUISA:
            Nuevamente os veo.
          MARGARITA:
            Tanto tiempo, creo…
          LUISA: (Continuando la frase  inacabada de Margarita.)
            …Pasó desde la muerte…
          MARGARITA: (Continuando.)
            …De vuestro hermano Filiberto.
          LUISA:
            De vuestro esposo Filiberto.
          MARGARITA:
            Fue de todos mis esposos…
          LUISA: (Alegre.)
            Lo sé, vuestro reposo.
          MARGARITA:
            Hijos no hubo entre nosotros.
          LUISA:
            Ni entre nosotras, sobrinos…
          MARGARITA:
            Como el hijo tan querido...
          LUISA:
            …Vuestro sobrino político.
          MARGARITA:
            El rey de Francia, mítico.
          LUISA:
            Como Carlos es también
            caballero, noble, fiel.
          MARGARITA:
            Por favor, Carlos es torpe.
          LUISA:
            Y Francisco es larguirucho.
          MARGARITA:
            Carlos, hosco y debilucho.
          LUISA:
            Francisco, un tanto mediocre.
          MARGARITA:
            Mas la campaña milanesa.
          LUISA: (Con un gesto desdeñoso.)
            Esa inútil empresa.
          MARGARITA:
            Perdiola por la artillería.
          LUISA:
            Activa noche y día.
          MARGARITA:
            Que echó abajo tantas ciudades.
          LUISA:
            Italianas beldades.
          MARGARITA:
            Francisco perdió heroicamente.
          LUISA:
            Carlos, alta la frente.
          MARGARITA: (Inclinando la  cabeza amorosamente.)
            Luisa, todos somos familia.
          LUISA: (Ríe.)
            Sin alianzas prohibidas.
          (Silencio.)
          LUISA:
            Y los señores soldados
            de su cansancio cansados.
          MARGARITA:
            Y por ello me habéis citado.
          LUISA:
            Por ello me habéis vos citado.
          MARGARITA:
            A pactar una paz señera.
          LUISA:
            Entre el Imperio y nuestro reino.
          MARGARITA:
            De la cual sois señora vera.
          LUISA:
            Esa sois vos, aun no queriendo.
          MARGARITA:
            Vos, Señora.
          LUISA:
            No, Señora.
          MARGARITA:
            Entiendo, queréis ganar tiempo.
          LUISA:
            Como vosotros lo ganáis.
          MARGARITA:
            Madame, ¿tenéis otro argumento?
          LUISA:
            Confesad cuál vos deseáis.
          MARGARITA: (Burlesca.)
            De todos, el menos siniestro.
          LUISA:
            ¿Como si se arrojara un diezmo
            a una herética caridad?
          MARGARITA: (Ya molesta.)
            Si nuestra imperial majestad
            lo tiene a bien, bien me parece;
            en lo que a vosotros compete,
            ¿no tenéis aún niños cautivos?
          LUISA:
            ¿Os burláis de esa mayor pena,
            la de no saber de mis chicos?
          MARGARITA:
            Están mejor que con vosotros.
          LUISA:
            Encerrados en una celda.
          MARGARITA:
            Que es un verdadero palacio.
          LUISA:
            Pero tan lejos de sus otros
            primos, amigos y vasallos.
          MARGARITA:
            Son buenos niños, por lo visto,
            de su familia desprovistos.
          LUISA: (Secándose una lágrima.)
            Niños hermosos y delgados,
            ¡ay!, concebidos sin pecado.
          MARGARITA:
            Mas no exageremos el punto.
          LUISA:
            Una abuela no tiene gustos
            que moderar frente a sus nietos.
          MARGARITA:
            Creyendo que están en aprietos.
          LUISA:
            En aprietos está Francisco;
            él no hace nada por salvarlos.
          MARGARITA:
            Están a salvo: ¿liberarlos?
          LUISA:
            La palabra correcta, ¿importa?
                (Solloza  un instante.)
          MARGARITA:
            Los hombres confían en las palabras,
            pero el silencio es también revelado.
            Y el silencio entre las naciones;
            ¿qué es sino el segundo helado
            previo al calor de reacciones?
          La guerra mantiene a los pueblos
            a resguardo de sigo mismos.
            Dadles una paz duradera
            y se matarán por las armas
            contra las cuales ni banderas
            blancas valdrán, menos palabras.
          LUISA:
            Vuestras palabras descifran las mías
            más allá de mi propio pensamiento.
          MARGARITA:
            Como otros tened en cuenta el recuerdo
            para cuando no tengáis la alegría. 
          (Silencio.  Vuelve sobre sus reflexiones.)
          Señora, sabéis que a los hombres
            los asfixian mil ideas.
            Nosotras, veis, mujeres
            sabemos que entre la muerte
            y el nacimiento de aquellas
            hay un tiempo que intermedio
            nos alcanza holgadamente
            para pensar bien los medios.
          (Pausa.)
          Os devolveré los niños.
          LUISA: (Disimula su felicidad.)
            Y os devolveré los sitios
            que tanto vosotros ansiáis. 
          MARGARITA:
            Ved, es nuestra herencia antigua.
            No sabemos renunciar.
          LUISA:
            Se lo tanto que lo abrigan.
          MARGARITA:
            Los hombres piensan poder disponer
            de las mujeres mediante un placer
            entre nosotras mal llamado: amor;
            Un placer muy breve y tan solo de ellos,
            para todas la fuente de dolor.
          (Los  consejeros  espían tras la cortina.)
          CONSEJERO 1 :
            ¿Ves cómo llegan a un acuerdo?
          CONSEJERO 2 :
            Mujeres de acuerdo, cuán grave
            es el hecho y el precedente.
          CONSEJERO 1 :
            Id en busca del caballero,
            veréis las zorras en la nave
            sino llevarse el continente.
          (El  consejero segundo sale. Enseguida entra la Princesa María.)
          LUISA: (Percatándose de la entrada  de la Princesa.)
            Oh, Margarita, ved el rostro
            que viene trayendo la niña.
          MARGARITA: (Saliendo al encuentro de  la Princesa.)
            Ay, viene la pobre María,
            ¿han sido de nuevo los mozos?
          MARÍA:
            Querida tía Margarita,
            el cardenal me ha sorprendido
            leyendo la sagrada Biblia.
          (Vuelve  el segundo consejero. Tras él viene Fernán. Los tres continúan ocultos por el  cortinaje.)
          MARGARITA:
            María, ¿no habéis aprendido
            las lecciones a ti debidas
            y bastantes correspondidas
            por mi parte?
          MARÍA:
            Aprendo lento.
          MARGARITA:
            Malo en Gattinara es el voto
            sacerdotal y su talento
            de canciller lo hace devoto
            de mezclarnos su frailería
            en asuntos que son gobierno
            de los cuerpos y no del alma.
          MARÍA:
            Mas compréndeme, bella tía,
            ¿no os parecen del todo inciertos,
            —estando como estáis en calma—
            esos concilios y papados,
            que vetan a Dios cual pecado
            y les ofende la piedad?
          FERNÁN: (Con una mueca de asco.)
            La niña descubre la vida
            y pierde la virginidad.
                (A  los consejeros.)
            ¿Me buscabais para esta intriga
            cuando tengo a vuestros oídos
            en tales poemas conocidos?
          CONSEJERO 1 :
            Señor, por eso nos tenéis,
            es verdad, pero es que hablan ya
            del tratado que pretendéis.
          FERNÁN:
            Yo no pretendo nada más
            que de una calientes rameras
            proveerme en lo pronto y posible.
            Mas me tenéis tras estas telas
            oyendo diálogos horribles
            sobre el progreso de las niñas
            en tonterías, las más finas.
          LUISA: (A María.)
            Princesa, oíd a la vejez
            porque no solamente oculta
            la muerte de su juventud.
            En la rienda de su querer,
            tirante sin virtud mucha
            hallarás también gratitud.
          CONSEJERO 1 : (A otro, por lo bajo.)
            No entiendo para qué es mujer,
            si es más bruta que un hombre bruto;
            más le valdría pretender
            verse animal ni tan astuto.
          Un hombre feo es un disgusto,
            una mujer fea, un horror.
          FERNÁN:
            Esta veterana da los consejos
            que nunca le dio a su propio hijo.
          CONSEJERO 1 :
            Señor, viene llegando el ovejero.
                (Entra  Mercurino di Gattinara seguido por Praet. El Paje se adelanta y negligentemente  los anuncia.)
          PAJE:
            El Cardenal y el Señor Praet entran.
          MARGARITA: (A Luisa.)
            Se escabulle siempre así en mi escondrijo.
                (Le  entrega un papel a Mercurino di Gattinara, quien lo lee, junto a un Praet, a  sus espaldas, atónito.)
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Señoras, más allá de las ofensas:
            ¿Quién os ha dado la autorización
            para repartiros el Mundo así,
            a toda precisión sin atención?
          MARGARITA:
            La paz mundial que vosotros pedís.
          MOMENTO V
          Francisco se mueve furioso por su despacho. A la  derecha, Fernán y los dos consejeros lo observan, estos dos últimos, a menudo,  ocultan la mirada a la del Rey.
          FRANCISCO:
            Si no grito, me grito
            como si gritara tanto
            que gritar fuera un hipo,
            y no ya gritar, llanto.
          Gritando digo tanto
            cuanto menos dijera,
            quien grita por las laderas:
            ¡grito menos gritando!
          Gritar por la escalera
            en gritería calma,
            a la hora de la palma
            no gritan poco siquiera.
          Gritarán conmigo hasta
            grite no solamente,
            sin gritar con la gente
            solo gritos de ratas.
          Griterío inclemente
            por causa de gritar
            y hasta intentar rimar
            gritos de penitente.
          FERNÁN:
            Sire, actuaron sin aviso.
            Avasallad vuestra cólera.
          FRANCISCO:
            Mi cólera, si adivino
            es lo único que respetáis;
            tomáis a quien la modera
            por imbécil, no virtuoso.
          FERNÁN:
            Con ella, Señor, liquidáis
            nuestro espíritu tortuoso
            que se esmera en complaceros.
          FRANCISCO:
            ¿Liquido dando ingrediente
            a ese espíritu alpistero?
          (Raptado  por una extraña reflexión.)
          Mas la modestia es un lujo
            que solo yo puedo darme,
            de aquella no hagáis alarde;
            sea la soberbia el gusto
            único para vosotros.
          FERNÁN: (Ríe entre dientes.)
            La soberbia es nuestro voto.
          FRANCISCO: (Recorre en silencio el  despacho.)
            Estas mujeres ociosas 
            es por llevarme la contra
            que han firmado sin más
            aquella perpetua paz.
          ¡Una paz perpetua!
          Una contradicción
            de la experiencia y del saber,
            del proceder, del conceder.
          CONSEJRO 1 :
            Y del contener.
          (Francisco  lanza una mirada despectiva al primer consejero.)
          CONSEJERO 2:
            Majestad.
          FERNÁN: (Al segundo consejero.)
            ¿Qué ocurre?
          FRANCISCO: (Al consejero segundo.)
            ¿Si? Hablad.
          CONSEJERO 2 :
            Vuestros hijos vienen camino
            de París.
          FERNÁN:
            Ah, ¿si?, ¿cuándo salieron?
          CONSEJERO 2 :
            Hace ya dos días, y en Lyon
            han sido los propios testigos
            de una vestal celebración.
          (Francisco  se mantiene en silencio.)
          CONSEJERO 1 :
            Sire,.prudencia ante la nueva.
          FERNÁN:
            ¿Si? Monsieur, ¿quién los acompaña?
          CONSEJERO 1 :
            Seguro la vieja flamenca.
          FRANCISCO: (Saliendo de su silencio,  al segundo consejero.)
            ¿Se los aclama sin reserva?
            (Silencio.)
            ¿Y el Cardenal de Gattinara?,
            ¿sabéis algo de su periplo?
          CONSEJERO 1 :
            Ya está en París y ahora visita
            a contrarios y al arzobispo.
          FERNÁN: (A ambos consejeros.)
            Pues que no lo pierdan de vista.
          FRANCISCO:
            Señores, Carlos cumple el pacto.
          FERNÁN:
            Señor, aquello está por verse.
          FRANCISCO:
            ¿A los niños no ha liberado?
          FERNÁN:
            Por aparentar, mirad, él cumple
            la parte que no lo remece.
          FRANCISCO:
            No lo remece a él, sí a mí,
            y sin embargo Carlos no urde
            a partir de ello su victoria.
          FERNÁN:
            Porque urde un paso aún más vil 
            es que os intenta convencer
            —borroneando vuestra memoria
            que recuerda sus fechorías—,
            de una, dudosa, buena fe.
          FRANCISCO:
            Una estrategia así rectora,
            meticulosa y perentoria,
            ¿será posible en caballeros?
          CONSEJERO 1 :
            Sí en lectores de Maquiavelo.
          FRANCISCO:
            Quizás, pero sabed que Carlos
            a penas lee a Gracilazo.
          (Risas  fingidas.)
          FERNÁN:
            ¿Queréis repasar el acuerdo?
          FRANCISCO:
            Vayamos de una vez a eso.
          CONSEJERO 1 : (Con una  hoja de papel en la mano, lee:)
            ¿Al príncipe comprometido?
          FRANCISCO:
            ¿El delfín? Fácil.
          CONSEJERO 1 :
            ¿En Milán cese indefinido?
          FRANCISCO:
            ¿Del fuego? Fácil.
          CONSEJERO 1 :
            ¿La Borgoña?
          FRANCISCO:
            Es imposible.
          FERNÁN:
            No habrá cumplimiento aparente
            del tratado de las señoras
            si no cedéis lo más terrible
            a Carlos:  su herencia paterna.
          FRANCISCO:
            Si se empecina en su país
            que Carlos escuche la caterva,
            ella prefiere la raíz
            de su habla.
          (Entra  Mercurino di Gattinara.)
          MERCURINO DI GATTINARA: (Con  voz atronadora.)
            Sabéis, lo rechaza
            toda ley común a los reyes
            la usurpación del territorio
            en base a aquella democracia.
          FRANCISCO: (Sorprendido, a Gattinara.)
            Empero el derecho de gentes
            me da autoridad sobre ellos.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Mas, ¿todo aquello en base al habla?
            Ni en las mías ni en vuestras preces
            podría ello pedirse al Cielo.
            El pueblo no sabe qué dice.
            A menudo habla por su boca
            el interés más egoísta
            de los señores, que impide
            —como sabéis— cristiana roca
            en que edificar la vida.
          FRANCISCO:
            Podría preguntar a mi corte:
            ¿quién es éste que nos visita?,
            ¿quién lo ha invitado en esta noche
            a entrar así, sin previa vista?
            Ya no importa, por vuestra púrpura,
            lo deduzco: sois cardenal.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Manía es buscar la locura
            en quien con más celeridad
            actúa conforme al futuro.
          FRANCISCO:
            ¿Cuál es aquella sensatez
            que yo en mi necedad no veo
            porque el mañana es siempre oscuro
            a mi maniática altivez?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            La realidad de vuestra empresa.
          FRANCISCO:
            Si por vuestra realidad fuera
            yo no sería realidad.
            ¿Traís argumento de más?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            La paz firmada es suma cero,
            pero el cero no es positivo.
            para ninguno de los dos.
          FRANCISCO:
            Yo desconozco la razón
            de vuestro instinto sensitivo.
            ¿Pretendéis la cancillería,
            la de Carlos como la mía,
            que a ambos intentáis dar consejo?
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Vengo a corregir los excesos
            de la inocencia femenina.
          FERNÁN:
            Esas inocentes no son
            y son también incorregibles.
          MERCURINO DI GATTINARA: (Que  no ha escuchado a Fernán.)
            Excesos que además concitan
            desvelos al Emperador.
          FRANCISCO:
            Así vuestras cosas visibles,
            podemos llegar a entendernos.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Pues no lo ratificaremos
            el pacto.
          FERNÁN: (En una intervención  destemplada.)
            Suple al de Madrid.
          MERCURINO DI GATTINARA: (Sin  mirar a Fernán, continúa dirigiéndose al rey.)
            Se les escapó de las manos.
            y el de Madrid sigue vigente.
          FRANCISCO:
            En ese pacto consentí
            amenazado por la muerte.
          Los dos  consejeros:
            Madrid es inválido.
          FERNÁN: (Intentando atraer la atención explícita del  cardenal.)
            Sí.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Mas tampoco, Sire, os conviene
            el nuevo tratado de paz.
          FRANCISCO: (Adelantándose. Sonríe)
            Pero me conviene arrasar
            otra vez con ese pelele.
          (Entran  los dos pequeños príncipes. Tras ellos viene la reina Luisa de Saboya.)
          NIÑOS: (Yendo a inclinarse ante  Francisco.)
            Señor, estamos de regreso.
          LUISA: (Notoriamente complacida.)
            Gracias a los nuevos progresos
            en la política exterior.
          MERCURINO DI GATTINARA: (A  Francisco.)
            Ante vos la prueba, Señor,
            de la sinceridad…
          FRANCISCO: (Sin tocar a los niños, se  dirige a Mercurino di Gattinara, interrumpiéndolo.)
            …¿De Carlos?
            Lo haréis saber hasta el hartazgo.
          No quiero saber qué intentáis
            con esta escena de infantiles
            reacciones a sentimientos.
          LUISA: (A Francisco.)
            ¿Hijo, a vuestros hijos no abrasáis
            pasados los días hostiles?
          FRANCISCO:
            Madre, mi corazón no enmiendo.
            Es el diablo tras la bondad.
          LUISA:
            ¡Es la orgullosa vanidad
            que os enceguece, desdichado!
          (Los  hijos se mantienen inclinados ante su padre.)
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Nuestro César cristiano cumple
            su palabra dada en el pacto.
            Sire, ¿qué decís de la vuestra?
          FRANCISCO:
            Digo que otra es de sus tretas.
          LUISA: (Furiosa, toma a Francisco  por las muñecas e intenta allegarlo hasta los príncipes.)
            Acércate a vuestra sangre,
            a la sangre de mi padre.
            Francia no es orgullo vuestro.
            ¡Dios lo quiere, maldición!
          (Yendo  hacia los niños.)
          Lanzados así al siniestro
            estado de filiación.
          FRANCISCO: (Siempre  inamovible, a Luisa de Saboya.) 
            Esta libertad no me pertenece.
            Seguirán cautivos ellos por siempre
            si no cumplo el pacto que los mantuvo
            —y por el cual nada bueno se obtuvo—,
            lejos de vuestros cuidados de abuela;
            o si no hago la guerra que sí habría
            de haberlos dignamente liberado.
          LUISA:
            Para qué sirve toda esa reserva
            cuando no sabéis honrar la familia
            sin equivocaros tan feo y tanto.
          MERCURINO DI GATTINARA: (A  Francisco.)
            Quedaos con vuestros niños;
            habéis entendido todo.
            La guerra o cumplir, os fío
            a vosotros este modo
            del vivir vuestro entre los hijos.
          (Sale.)
          
              
          MOMENTO VI
          Yuste.  Habitación oscura. Varios cirios a ambos extremos de la escena. Lecho de  Carlos. Viejo y enfermo.
           
          CARLOS: (Divagando.)
            Utrecht me ha dicho la verdad
            sobre sus febles mentiras.
            Si reconozco la piedad
            como primera realidad
            en todo cuanto no me digan,
            ya descubriré las intrigas
            cual único móvil causal.
          CORTESANO:
            Imperator, nos enfrentáis
            a un irrebatible argumento,
            imposible responderlo
            no al ser vos quien lo presentáis,
            sino por la prolijidad
            de una lógica tan católica
            por todas partes tan armónica
            con el sistema universal
            de las ciencias, la más compleja,
            es la de vuestra fortaleza
            no tan apta para abogados,
            sí para teólogos alados
            como es vuestro ilustre tutor,
            Utrecht, el oculto mentor
            de vuestro intelecto templado.
          CARLOS:
            Qué sería del Mundo
            si al Pueblo lo gobernaran
            teniendo a esta calaña
            en conspiración de turno.
          (Silencio  largo.)
          La pintura de Tiziano,
            las rimas de Gracilazo.
              
           
          MONJE: (Al médico que está a su  lado.)
            Vomitó algo sólido
            como el yeso fresco,
            retornó a su cuerpo,
            alimento y cólico.
          CARLOS:
            El hombre lanzado a su libertad,
            ya no es sino el viento que lo arrastra,
            mejor habrá de estar dentro de casa
            curioso del tiempo o sin despertar
            como mi potro en su lecho de pajas.
          (El  médico y el monje se retiran. Aparece el espíritu de Adriano de Utrecht.)
          UTRECHTt: (Intentando escribir,  sentado en  escritorio.)
            Grave oficio el de vivir,
            viviendo como yo vivo,
            si cuando no quiero escribo,
            y escribo sin escribir.
          Mirándome aquí morir,
            en la corte sin más miedo
            me he vuelto como si de ellos
            dependiera mi existir.
          Yo que pensando nací
            burlón de lo mas terreno,
            hoy soy uno de los menos
            que no son más para mí.
          Tutor del emperador,
            ¿hay que ser malo primero
            para el derecho a ser bueno
            tener en una ocasión?
          CARLOS: (A Utrecht, en tono  asltimero.)
            Espero no llegue yo
            a ser de vos un Nerón.
          UTRECHT:
            Descuidad, yo no soy Séneca.
          (Silencio.  Sale el espíritu de Adriano de Utrecht. Entran los espíritus de Mercurino di  Gattinara y Agripa de Nettesheim,)
          MERCURINO DI GATTINARA:
            ¿Qué clase de tragedia
            es esta astrología
            que puede así evitarse?
          AGRIPA:
            Esa vieja teología
            de una nueva política
            tan semejante al arte.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            Un artista que modela este Mundo
            con el demonio no comparte
            insignificantes detalles solamente.
          Puesto que el amor no engaña
            a quienes bien se conocen,
            acabad con ese acorde,
            pues el silencio no inflama.
          AGRIPA:
            A una mujer noble conozco,
            que, muy dada a libres ocios,   
            por haber hablado en voz alta
            demonios habitan su casa,
            llenándola de negros vientos
            de fenomenales eventos
            que no convienen a un hogar.
             
          (Agripa  y Mercurino salen. Entra el espíritu de Margarita de Saboya.)
          MARGARITA: (A Carlos.)
            Nuestra sangre que no se mezcla
            con la misma facilidad
            que aquella que en lodazal
            se forma y a él regresa.
          CARLOS:
            ¿Qué necesitáis de mí?
          MARGARITA:
            Mi paz, mi paz, mi paz.
            ¿qué hicisteis de mi paz?
          CARLOS:
            Pobre como estaba allí
            en ese lúgubre frío,
            la ciudad nos piensa ricos.
            Que un emperador deudor
            de todos los prestamistas,
            ¿habrá súbito más pobre?
          MARGARITA:
            No sabe de economía
            quien ve riqueza en un noble
            que abundante de bolsillos
            los lleva todos vacíos.
             
            (Entran  nuevamente los espíritus de Agripa y el cardenal Mercurino di Gattinara, ahora  en sentido inverso.)
          AGRIPA:
            Monsieur, su argumento no avanza,
            se contenta con escarbar.
          MERCURINO DI GATTINARA:
            ¿Tendré que volverme vulgar
            para lograr comunicarnos?
          (Los  espíritus vuelven a salir en su paseo.)
          CARLOS:
            ¿Qué es esta procesión de arcanos?
            ¿Dónde está Cristo tras la muerte?
          MARGARITA:
            Cristo murió.
          (Entra  Utrecht.)
          UTRECHT:
            Por su muerte, la muerte,
            comenzó a ser comienzo.
            Por su vida, la vida,
            fue la muerte de Dios.
            Vida y muerte no son
            ahora más enemigas;
            Cielo y Tierra no son
            dos contrarios terceros:
            La absolución del cero,
            la tierra prometida.
          CARLOS:
            ¿Y qué es de él y de mí tras la vida?
          (Todos  observan a Carlos. Luego habla Margarita.)
          MARGARITA:
            Hay tantos secretos entre Dios y los  hombres
            como los hay entre los animales y Dios.