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        Hermandades y  amistades
          
          Por Joaquín Trujillo Silva
          En Intemperie. 
          Abril de 2016
          
          
         
        
          
        
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          La  hermandad y la amistad tienen una afinidad antigua. Se habla de "amigo  fraterno" para describir una amistad más honda e intensa.
            Menos  se habla de un hermano amigable.
            Pareciera  ser que la amistad no es capaz de profundizar la hermandad. Pero no tiene por  qué ser así, a pesar del sentido común de las expresiones.
            Se  trata de vínculos de naturalezas muy distintas.
            Hay  hermandad no exclusivamente en la relación filial. La ha habido también en el  vínculo religioso. "Hermano (espiritual)” es así todo miembro de la misma  religión. El cristianismo y el Islam están llenos de estas hermandades que no  son necesariamente de sangre ni suponen forzosos lazos de amistad. Pero la  confianza mutua suele serles primordial.
            Cuando  hay amistad por fuera de estas hermandades (sean de sangre o espirituales),  adquiere la amistad un cariz más propio. Es —por así decirlo— una amistad  propiamente tal que no se deja resumir en las hermandades.
            La  identidad política comparte con la religiosa su calidad de hermandad. Hay al  interior de los partidos políticos como de las religiones enemistades  declaradas, que nutren incluso facciones, pero que no alcanzan a quebrar la  identidad compartida.
            Una  fuerza aglutinadora similar opera en la identidad nacional y la étnica. La  temporal enemistad de sus miembros no quiebra el ánfora común.
            La  enemistad muchas veces no alcanza para quebrar la hermandad. Otras veces sí. El  relato bíblico de Caín y Abel es un buen ejemplo. Se trata de una hermandad  destrozada por la enemistad, más bien unilateral.
            Pero  también ocurre (y he aquí nuestro punto) que la amistad triunfa a pesar de las  hermandades. Es decir, aunque muchas hermandades se tienen mutua aversión e  incluso algunas han sido en buena parte construidas sobre ese antagonismo, la  amistad sí prospera.
            Y este  es un valor que debemos más a los paganos que a las religiones hoy conocidas. Parece  ser un valor nacido del Imperio Romano y cultivado durante la Edad Media. Los  filósofos Jacques Derrida y Peter Sloterdijk han reflexionado sobre estos  asuntos. El segundo ve en Cicerón a un pregonero de la amistad en el mundo  romano. El historiador francés Marc Fumaroli descubre en Petrarca al fundador  de una república de amigos epistolares.
            Es  posible que el apóstol Pedro haya sido inicialmente amigo del centurión romano  Cornelio. Con el tiempo, Cornelio se convirtió en cristiano. Dejó ser pagano. Un  ángel lo empujó hacia la hermandad. Fue entonces más que un amigo: fue un  hermano espiritual. El primer hermano no judío.
  ¿Fue  "más que" en efecto?
            Sí  para los cristianos. Para los romanos, más pudo haber parecido una amistad  quebrada por las exigencias de la hermandad.
            La  tensión entre la hermandad y la amistad es muy complicada. Tal como la creación  de una nueva familia es también la creación de una nueva hermandad, sucede que  los vínculos de pareja pueden ser descritos como vínculos que hermanan. No es  causal que una idea del romanticismo sugiera que marido y mujer son mutua  elección de hermana y hermano fuera del núcleo familiar de origen, asunto que  tendrá en la antropología posterior un desarrollo fecundo.
            Y es por  eso que la pregunta sobre si es posible la amistad entre sexos (que a estas  alturas es una cuestión harto añeja) tenía su sentido. En un principio, parecía  que la amistad no podría sobreponerse a una hermandad originaria ni posible.
            Familia,  religión, partido, nación, etnia son formas de hermandad.
            Mientras  que la amistad con dificultad se abre espacio en los intersticios que deja la  aglomeración de hermandades.
            Así,  la amistad es un consentimiento mutuo que no debe ser reconducido a la  hermandad ni se le deben imponer sus exigencias. Así, para efectos de la vida  política tal vez sea mejor un hermano amigable que un amigo fraterno.
            Pero,  cuidado: no es que la hermandad sea enemiga de la amistad. Más bien —entendidas  así—, la hermandad tiene algo de condición de posibilidad de la amistad. Un  mundo solamente de amistades, no surcado por los valles transversales que son  las hermandades, más se parece a un mundo donde prospera una única hermandad,  quizá una planicie.
            En  tiempos de crispación, donde las identidades hermanadoras pasan revista y  ordenan sus filas, en que muchos buscan la protección de esas fortalezas que  fueron la ciudad amurallada, el castillo, el monasterio, el solar o sea, los  recintos de la hermandad, cuidemos aquello que ha surgido en los descampados, a  las intemperies. Cuidemos la amistad. Ese misterio.
            Pero  también cuidemos a las hermandades de quienes ven en ellas puro contubernio. Un  misterio hace al otro.
           
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          Foto: Kirk Douglas como Vicente Van Gogh y James Donald como su hermano Theo, en Lust for Life de Vincente Minnelli y George Cukor, 1959
            
            Joaquín Trujillo Silva. Abogado. Investigador CEP, Profesor invitado U. de Chile